Fe en el Señor Jesucristo

Conferencia General Abril 1994logo 4
«Fe en el Señor Jesucristo»
Elder Dallin H. Oaks
Del Quorum de los Doce Apóstoles

Dallin H. Oaks«La fe en el Señor Jesucristo es una convicción y confianza de que Dios nos conoce y nos ama y que escuchará nuestras oraciones y las contestará de la manera que sea mejor para nosotros.»

Mis estimadas hermanitas, me he sentido inspirado por las oraciones, la música y las palabras en esta maravillosa reunión. Creo que toda jovencita que esté escuchando ha sido fortalecida en su determinación de llegar a ser lo que la presidenta Janette C. Hales les ha pedido que lleguen a ser: mujeres rectas de fe, capaces de resolver problemas.

Estas maravillosas mujeres que integran la presidencia general de las Mujeres Jóvenes de la Iglesia del Señor nos han demostrado cómo se puede lograr; cómo podemos buscar, obtener e incrementar nuestra fe en el Señor Jesucristo. La hermana Pearce nos dio ejemplos inspiradores de hombres y mujeres que pusieron su fe y confianza en nuestro Padre Celestial y Su Hijo, Jesucristo, con la creencia de que Ellos están encargados de este mundo, que nos conocen y nos aman, y que tienen un plan para nosotros. La hermana Pinegar nos enseñó que podemos y debemos elegir creer en nuestro Salvador y en Su amor.

Estas enseñanzas y estas maestras son verdaderas. Siento el peso de la responsabilidad de dar fin a una reunión sobre este tema tan importante.

El primer principio del evangelio no es «fe». El primer principio del evangelio es «Fe en el Señor Jesucristo» (Artículo de Fe 4). Quisiera hablarles, jovencitas, en cuanto a esta verdad tan importante.

La fe no existe por sí sola; requiere un objeto; debe ser fe en algo o en alguien. En ese respecto, la fe es como el amor: el amor no puede existir sin un objeto.

Una experiencia personal servirá para ilustrar este punto. Mi esposa y yo tenemos seis hijos, cuatro son mujeres. Nuestra hija menor es todavía una adolescente. Como padres, hemos aprendido mucho acerca de las adolescentes. Recuerdo la ocasión en que una de estas hijas adolescentes nos dijo que estaba enamorada de ocho jovencitos. Nos enseñó una lista con todos los nombres de ellos. Yo me dije a mí mismo que ella ni siquiera había salido con algunos de esos muchachos y que ni siquiera conocía a uno de ellos. En unas cuantas semanas, borró varios nombres de la lista y agregó otros. Cuando le pregunté cómo podía enamorarse y desenamorarse de tantos jóvenes tan rápido, admitió sagazmente: «Creo que no estoy enamorada de esos chicos; sólo estoy enamorada del amor». Tal vez los padres de ustedes, así como sus abuelos, recuerden la letra de una vieja canción que dice: «Enamorarte del amor es creer en la fantasía» (Lorenz Hart, «Falling in Love with Love», The Boys ¡rom Syracuse, Chappell and Co., 1938).

El amor no tiene sentido a menos que esté dirigido hacia algo o alguien. Amamos a nuestros padres; amamos a nuestros hermanos y hermanas; amamos al Señor.

Lo mismo sucede con la fe. Si pensamos que tenemos fe, debemos preguntarnos: ¿fe en quién o en qué? Para algunos, la fe no es nada más que la fe en sí mismos; vendría a ser únicamente autoconfianza o egotismo. Otros tienen fe en la fe, que viene a ser como creer en el poder de pensar positivamente o de hacer una apuesta de que podemos obtener lo que deseemos mediante la manipulación de los poderes internos.

El primer principio del evangelio es fe en el Señor Jesucristo; sin esta fe, el profeta Moroni dijo que no somos «…dignos de ser contados entre el pueblo de su iglesia» (Moroni 7:39).

Las Escrituras nos enseñan que la fe se obtiene al escuchar la palabra de Dios (véase Romanos 10:17). Esa palabra, recibida mediante las Escrituras, las enseñanzas proféticas y la revelación personal, nos enseña que somos hijos de Dios, el Eterno Padre; nos enseña en cuanto a la identidad y misión de Jesucristo, Su Hijo unigénito, nuestro Salvador y Redentor. Basándonos en nuestro conocimiento de estas cosas, la fe en el Señor Jesucristo es una convicción y confianza de que Dios nos conoce y nos ama y que escuchará nuestras oraciones y las contestará de la manera que sea mejor para nosotros.

De hecho, Dios hará más de lo que simplemente es mejor para nosotros; Él hará lo que sea mejor para nosotros y para todos los hijos de nuestro Padre Celestial. Un ingrediente vital de la fe en el Señor Jesucristo es la convicción de que el Señor sabe más que nosotros y que Él contestará nuestras oraciones de la manera que sea mejor para nosotros y para todos sus otros hijos. Esta realidad ha quedado bellamente descrita en una experiencia que el élder John H. Groberg registró recientemente en su libro intitulado ín the Eye oj the Storm. Ahí describe una lección que aprendió cuando era un joven misionero que viajaba en un bote de vela en las islas tonganas.

«Siempre orábamos para recibir protección, éxito y buenos mares y vientos que nos llevaran a nuestros destino. En una ocasión le pedí al Señor que nos bendijera con viento de cola a fin de que pudiéramos llegar rápidamente a Foa. En el trayecto, uno de los hombres de más edad dijo:

«—Elder Groberg, debe modificar un poco sus oraciones.

«—¿Por qué? —contesté.

«—Usted le pidió al Señor viento de cola para que llegáramos rápido a Foa. Si usted pide viento de cola para llegar a Foa, ¿qué pasará con la gente que está tratando de venir desde allá hasta Pangaü Ellos son buenas personas, y usted está orando en contra de ellos. Simplemente ore para que tengamos vientos favorables y no viento de cola.

«Eso me enseñó algo muy importante; a veces oramos por cosas que serán de beneficio para nosotros pero que no lo serán para los demás. Quizás oremos para tener cierta clase de condiciones atmosféricas, o para preservar la vida de otra persona, cuando la respuesta a nuestra oración tal vez perjudique a otro. Es por esa razón que siempre debemos orar con fe, ya que no podemos tener la verdadera fe divina en algo que no vaya de acuerdo con Su voluntad. Si es algo que esté de acuerdo con Su voluntad, todos se beneficiarán. Aprendí a orar por vientos favorables y poder llegar a nuestro destino con seguridad, no necesariamente con la ayuda de viento de cola» (Salt Lake City: Bookcraft, 1993, pág. 175).

La fe debe incluir la confianza. Me complace que cada miembro de la presidencia recalcó ese punto en su discurso. Cuando tenemos fe en el Señor Jesucristo, debemos confiar en Él; debemos confiar lo suficiente en Él para aceptar Su voluntad de buena gana, sabiendo que El sabe lo que es mejor para nosotros.

La clase de fe que incluye la confianza en el Señor se distingue de muchas imitaciones. Algunas personas no confían en nadie sino en sí mismas; otros depositan toda su confianza en un amigo o un familiar, tal vez porque piensan que esa persona es más recta o inteligente que ellos. Pero esa no es la manera de proceder del Señor. Es nos dijo que pusiéramos nuestra fe y nuestra confianza en el Señor Jesucristo.

El Señor nos proporcionó el modelo para esa clase de fe y confianza. ¿Recuerdan la manera en que oró a Su Padre durante la agonía en Getsemam? Ése fue el punto culminante de Su vida, el cumplimiento supremo de Su misión como nuestro Salvador. El evangelio de Lucas describe la manera en que se arrodilló y oró: «Padre, sí quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22:42).

Aquí podemos ver la fe y confianza absolutas que el Salvador tenía en el Padre. «Pero», dijo, «no se haga mi voluntad sino la tuya». La respuesta del Padre a la súplica de Su Hijo unigénito fue negativa. La Expiación tenía que llevarse a cabo por aquel Cordero sin mancha, pero aunque se negó la súplica del Hijo, se dio respuesta a Su oración. Las Escrituras registran: «Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle» (Lucas 22:43).

Contando con la fortaleza de los cielos para hacer la voluntad del Padre, el Salvador cumplió Su misión. «Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra» (Lucas 22:44).

Cuando tratamos de desarrollar nuestra fe en el Señor Jesucristo en vez de simplemente cultivar la fe como un principio abstracto de poder, entendemos el significado de las palabras del Salvador: «Si tenéis fe en mí, tendréis poder para hacer cualquier cosa que me sea conveniente» (Moroni 7:33).

Del mismo modo, el Salvador enseñó a los nefias que siempre debían orar al Padre en Su nombre, agregando: «y cualquier cosa que pidáis al Padre en mi nombre, si es justa, creyendo que recibiréis, he aquí, os será concedida» (3 Nefi 18:20).

Aquí el Salvador nos recuerda que la fe, no importa cuan fuerte sea, no puede producir un resultado que sea contrario a la voluntad de Aquel que tiene todo poder. El ejercer la fe en el Señor Jesucristo es algo que está siempre sujeto al orden de los cielos, a la bondad, la voluntad, la sabiduría y el tiempo del Señor. Esa es la razón por la que no podemos tener fe en el Señor si no tenemos también una confianza plena en Su voluntad y en Su tiempo. Cuando tenemos esa clase de fe y confianza en el Señor, gozamos de verdadera segundad en nuestra vida. El presidente Spencer W Kimball dijo: «La seguridad no nace de la riqueza inagotable sino de la fe insaciable» (The Teachings of Spencer W. Kimball, ed. Edward L. Kimball, Salt Lake City: Bookcraft, 1982, págs. 72-73).

Leí la historia de una jovencita que demostró esa clase de fe y confianza. Su madre había estado seriamente enferma por varios meses; por fin, el fiel padre reunió a sus hijos alrededor del lecho de su esposa, y les dijo que se despidieran de su madre porque estaba a punto de morir. La hija de doce años protestó:

«Papá, no quiero que mamá se muera; he estado con ella en el hospital… por seis meses; una y otra vez… tú le has dado una bendición y a ella se le ha quitado el dolor, pudiendo así dormir tranquila. Quiero que pongas tus manos sobre la cabeza de ella y la cures».

El padre, que era el eider Heber J. Grant, les dijo a los niños que en su corazón, él sentía que el tiempo de su madre había llegado. Los niños salieron de la habitación y él se arrodilló al lado de la cama donde yacía su esposa. Más tarde, recordó lo que dijo en la oración: «Le dije al Señor que reconocía Su mano en la vida y en la muerte… Pero le dije que carecía de la fortaleza para dejar morir a mi esposa y que ello afectara la fe de mis hijitos». Le suplicó al Señor que le diera a su hija «el conocimiento de que era Su intención y voluntad de que su madre muriera».

La madre murió en menos de una hora. Cuando el eider Grant llamó a los niños nuevamente a la habitación y les dio la noticia, su hijito de seis años empezó a llorar desconsoladamente. Su hermana de doce años lo tomó en sus brazos y le dijo: «No llores, Heber; desde que salimos de este cuarto, la voz del Señor desde los cielos me ha dicho: En la muerte de tu madre se manifestará la voluntad del Señor» (Bryant S. Hinckley, Heber J. Grant: Highlights in the Life of a Great Leader, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1951, págs. 243-244).

Cuando manifestemos la clase de fe y confianza que demostró esa jovencita, tendremos la fortaleza para sostenernos en todo momento importante de nuestra vida. El presidente Spencer W Kimball dijo que necesitábamos aquello a lo que él llamaba «reservas de fe» para permanecer firmes y fuertes en contra de todas las tentaciones y adversidades de la vida (Spencer W. Kimball, Faith Precedes the Miracle, Salt Lake City: Deseret BookCo., 1972, págs. 110-111).

Mis estimadas hermanitas, cada una de ustedes necesita edificar una reserva de fe a la cual puedan acudir cuando alguien a quien ustedes amen o respeten las traicione, cuando algún descubrimiento científico parezca tender sombras de duda en un principio del evangelio, o cuando alguien se mofe de cosas sagradas tales como el nombre de Dios o las sagradas ceremonias del templo. Ustedes pueden acudir a esa reserva de fe en momentos de debilidad o cuando alguien requiera de la fortaleza de ustedes. Asimismo, deben acudir a su reserva de fe cuando ciertos requisitos inherentes al privilegio de ser miembros de la Iglesia o de servir a los demás interfieran con sus preferencias personales.

Si ustedes han de cumplir el deber de «ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar» (Mosíah 18:9), necesitan la fortaleza que se logra mediante la fe y la confianza en el Señor Jesucristo. En tiempos de tribulación necesitan el consuelo que ofrecen las santas Escrituras, las cuales les aseguran que cuando tengan el escudo de la fe podrán «apagar todos los dardos enardecidos de los malvados» (D. y C. 27:17).

La fe en el Señor Jesucristo las prepara para lo que la vida les pueda deparar. Esta clase de fe las prepara para encarar las oportunidades de la vida, para aprovechar aquéllas que les lleguen a su vida y perseverar a través de las desilusiones por aquellas que hayan perdido.

Pero lo más importante es que la fe en el Señor Jesucristo abre la puerta de la salvación y la exaltación: «Porque, según las palabras de Cristo,… [nadie] puede ser salvo a menos que tenga fe en su nombre» (Moroni7:38).

Testifico que estas cosas son verdaderas. Invoco las bendiciones del Dios Todopoderoso sobre ustedes, mis fieles hermanitas, a medida que se esfuerzan por desarrollar y poner en práctica su fe y confianza en el Señor Jesucristo, y a medida que tratan de servirle y guardar Sus mandamientos, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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