El Evangelio y uno mismo

El Evangelio y uno mismo
por el presidente David O. McKay
Conferencia General 132a

David O. McKayEl salmista nos dice:

“¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?

“Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra.5’ (Salmos 8:4-5)

Desde los albores de la civilización, los directores de la sociedad organizada han estado buscando la respuesta al eterno interrogante: “¿Cuál es el objetivo principal del hombre?” El poeta Carlyle lo contesta diciendo: “Glorificad a Dios y disfrutad de su bondad para siempre.”

El profeta José Smith, hablando en nombre del Señor, amplía este concepto declarando:

“Para que se establezca mi convenio sempiterno;

“Para que la plenitud de mi evangelio sea proclamada por los débiles y sencillos hasta los cabos de la tierra, y ante reyes y gobernantes.” (Doc. y Con. 1:22-23)

Posteriormente, el joven profeta dio a luz aquella gran verdad que nos dice que la obra y la gloria de Dios es: “Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.” (Moisés 1:39)

A través de los siglos, tanto los líderes democráticos como los socialistas han deseado siempre una vida mejor que la que disfrutaban. Una vida excelente, tan importante para la felicidad del hombre, ha sido el interrogante de todas las eras. Sentir la necesidad de una reforma ha sido fácil, pero llevarla a cabo ha resultado ser verdaderamente difícil y la mayor parte de las veces imposible. Aun las ideas sugeridas por los más sabios de los hombres frecuentemente han sido impracticables —algunas veces fantásticas. Sin embargo, en muchos casos el mundo en general ha acusado una mejoría gracias a la diseminación de nuevas ideas, aún cuando los experimentos hayan resultado un fracaso en sus debidas oportunidades.

En tal sentido, la primera mitad del siglo XIX se caracteriza por lo que parece haber sido un sentimiento general de inestabilidad e inquietud, y debido al cual mucha gente vivió desconforme en cuanto a las condiciones económicas y sociales de la época. Ello inspiró a los pensadores a buscar cambios que remediaran la situación. En Francia, por ejemplo, supieron tener bastante aceptación las fantásticas teorías de Francois Maríe Charles Fourier. Este hombre intentó describir el futuro histórico de nuestro planeta y de la raza humana, por un espacio de ochenta mil años. En la actualidad, sus libros son rara vez leídos por alguien.

Más tarde, Roberto Owen, un hombre de capacidad y visión excepcionales, cuando tenía aproximadamente 19 años de edad, manifestó su disconformidad con las iglesias de su época. El criticó a las mismas, por su desviación de las simples enseñanzas de Jesús, aunque estaba también perturbado por la situación económica del país. Con una verdadera fortuna sobre sus hombros y el apoyo personal del duque de Kent, el padre de la reina Victoria, llegó a las playas del Nuevo Mundo alrededor del año 1823. Adquirió entonces 20.000 acres de tierra en lo que posteriormente llegó a conocerse como New Harmony, Indiana. Allí estableció lo que esperó que fuera una sociedad ideal. Pero al cabo de tres años, había perdido 20.000 dólares y su proyecto había fracasado.

Unos pocos años después, George Ripley, un ministro Unitario, concibió un plan que consistía en vivir sencillamente y pensar elevadamente. Él y sus amigos fueron los fundadores de lo que es hoy conocido como “El Gran Experimento.” Entre sus asociados se destacaron hombres de la talla de Nathaniel Hawthorne y Charles A. Dana; este último llegó a ser asistente del secretario de guerra en el gabinete de Presidente de los Estados Unidos. No obstante, este “gran experimento” se desmoronó en 1846.

Como muchas otras personas, yo también creo que los gobiernos, instituciones, y organizaciones existen o han sido fundados principalmente con el propósito de asegurar los derechos, la felicidad y un adecuado desarrollo del carácter del individuo. Y cuando estas organizaciones no logran llevar a cabo su objetivo, su valor y utilidad desaparecen. Quizás consciente de ello, Kant dijo: “Considérate a ti mismo y a la humanidad conforme a los fines, nunca en base a los medios,”

En todas las edades del mundo, los hombres han manifestado estar inclinados a ignorar la personalidad de otros, anulando los derechos del hombre mediante la negación de sus posibilidades de progreso, La propia valía del hombre, resulta ser un importante elemento para nuestra tarea de juzgar la honestidad o la inconveniencia de sus políticas o de sus principios, ya sea en los negocios, o en las actividades gubernativas o sociales.

Las teorías e ideologías manifestadas o declaradas durante el último medio siglo, presentan a la humanidad los desafíos más críticos y peligrosos que haya jamás enfrentado antes. El presente conflicto mundial que afecta las mentes y las almas de los hombres en la actualidad, ha sido definido por un prominente estadista con las siguientes palabras:

“Por un lado, se perfilan aquellos que, creyendo en la dignidad y el valor del individuo, proclaman firmemente su derecho de ser libre de realizar su destino—espiritual, intelectual y materialmente. Por el otro, se destacan los que, negando y desdeñando el valor del individuo, lo someten a la voluntad de un gobierno autoritario, a los dictados de una rígida ideología y a la ruda disciplina de una maquinaria política,

“Este conflicto básico—que tan profundamente está dividiendo al mundo—surge casi simultáneamente con otros cambios y trastornos que agitan la mente y los sentidos del hombre. Porque también hay naciones enteras que están tratando de saltar desde la Edad de Piedra hasta el siglo XX.” (The Future of Federalism, páginas 60 y 61)

Por consiguiente, mis hermanos y hermanas, hoy estamos enfrentando el peligro potencial de tener que subyugar nuestros derechos personales y de propiedad. Esta evolución, si logra ser llevada a término, habrá de ser una triste tragedia para nuestro pueblo. Porque es necesario que reconozcamos que los derechos de propiedad son esenciales para la libertad humana.

George Sutlierland, ex-juez superior de la corte de los Estados Unidos, declaró lo siguiente: “No es la propiedad en sí lo que protegemos, sino el derecho a la propiedad. De por sí misma, la propiedad no tiene derechos; pero el individuo—el hombre—tiene tres grandes derechos, igualmente sagrados ante toda interferencia arbitraria; el derecho do vivir, el derecho de ser libre y el derecho a su propiedad. Los tres están tan estrechamente relacionados entre sí, que esencialmente llegan a constituir un solo derecho. Permitir que el hombre viva, pero negarle su libertad, es privarle de todo lo que hace a la vida digna de ser vivida. Asimismo, darle libertad pero expropiar su propiedades— que son el fruto y el símbolo de su libertad—significa mantenerlo aun esclavo.” (Tomado de un discurso de George Sutlierland, pronunciado el 21 de enero de 1921 ante la Sociedad de Abogados del Estado de Nueva York.)

Los lazos mismos de nuestro convenio civil, constituyen el principio que los gobiernos constitucionales. Dicho principio, pese a las pretensiones de tiranos temporales, es eterno. Los principios de la tiranía consideran que el ser humano es incurablemente egoísta y que por consiguiente no puede gobernarse a sí mismo. Este concepto es totalmente eclipsado por la maravillosa declaración del profeta José Smith, quien dijo que deben enseñarse al pueblo los principios correctos a fin de que pueda capacitarse para gobernarse a sí mismo. Las dictaduras, sin embargo, arguyen que el pueblo debe ser gobernado por el individuo o por una camarilla que generalmente obtiene el poder mediante la subversión o el derramamiento ilegal de sangre. Más aun, el pueblo es considerado sin garantías o derechos, y todo el régimen es sometido a los planes e intenciones del tirano gobernante.

El 12 de junio de 1955, Sir Percy Spender, embajador de Australia en los Estados Unidos, dijo en uno de sus discursos:

“En la actualidad, la libertad—política, económica e individual—yace destruida, o está en vías de serlo, en muchas y grandes áreas del mundo. Y lo ha sido o está siendo destruida, precisamente en nombre de la libertad. Lamiente y la moral de los hombres están siendo presas de una confusión alarmante. Y en su lucha malintencionada, aquellos que no tienen el más mínimo respeto por ella, están falseando la verdad. El enemigo está despojando a los enunciados de la ley de términos tales como Libertad, Derecho y Democracia.

“Una despiadada batalla dialéctica está siendo librada contra el modo Cristiano de vida, contra la libertad política, contra los derechos del individuo—y todo ello escudado en el nombre mismo de la libertad. Lo negro se identifica como blanco, la tiranía se hace llamar libertad, la esclavitud es representada como democracia y los campos de concentración se erigen en nombre de los derechos del hombre. Esta es la mortífera teoría del comunismo. Y en esta política, aquellos que dan énfasis a la situación económica del hombre—los cuales abundan en muchos de los así llamados «países libres” en el mundo—aquellos que definen al hombre en términos científicos y en base a hechos químicos y a circunstancias accidentales, aquellos que tratan a los seres humanos como «cuerpos materiales”, aquellos que niegan al hombre una vida espiritual e individual—cada uno de ellos busca y precipita la destrucción de las instituciones políticas sobre las que descansa la sociedad libre, y a sabiendas o no, apoya la predicación y los objetivos del comunismo internacional.”

Jesús siempre procuró el bienestar individual del hombre; y todos aquellos que se agrupen y trabajen para el bienestar mutuo de la comunidad, en conformidad con los principios del evangelio, constituyen el reino de Dios. Durante Su ministerio terrenal, Jesús reveló muchas de las más selectas verdades del evangelio. Fué precisamente a través de Su diálogo con Nicodemo, que El dio Su mensaje con respecto al bautismo y al hecho de «nacer de nuevo”. Conversando con la mujer de Samaría, dió a saber que aquellos que quisieran adorar a Dios, debían hacerlo «en espíritu y en verdad”. Y de la oportunidad en que visitara a María y a Marta, extraemos esta divina declaración:

«. . . Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá». (Juan 11:25) En verdad, la consideración que Jesús tenía por la personalidad del individuo fué suprema.

El valor de cada individuo tiene un especial significado para los miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Los quórumes, las organizaciones auxiliares, los barrios, las estacas, y aún la Iglesia misma, se han estructurado en pro del bienestar del hombre. Cada una de estas agrupaciones no son sino medios tendientes a un solo fin; y ese solo fin es la felicidad y el valor eterno de cada uno de los hijos de Dios.

Por medio de los barrios, quórumes y organizaciones auxiliares, trabajamos teniendo en mente las tres condiciones elementales que habrán de traer más almas al Señor: primero, la inscripción de cada individuo en la Iglesia; segundo, el contacto y la relación personal con él; y tercero, su participación en el servicio de Dios.

Estos tres elementos o condiciones, están ya siendo operados por la Iglesia, pero a menos que funcionen cabalmente, habrán de ser ineficaces en la tarea de llevar a cabo los propósitos para los cuales han sido establecidos.

El deber de estas organizaciones, es alistar los nombres de cada uno de los miembros de la Iglesia que estén comprendidos dentro de sus respectivas jurisdicciones; más aún, deben también conocer las condiciones bajo las cuales cada persona vive; y esto se hace únicamente mediante el contacto personal con ellos. Sin embargo, no es suficiente conocerles ni tampoco visitarles, porque ninguna persona puede estar satisfecha con los principios y doctrinas del evangelio, a menos que viva y se comporte conforme a los mismos. La doctrina declarada por el Señor de que “el que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios,” (Juan 7:17), es una ley fundamental para el crecimiento espiritual.

Si cada uno de vosotros, los oficiales y maestros del barrio, de la estaca o de las organizaciones auxiliares; si cada uno de los miles de vosotros, los que poseéis el sacerdocio, ayudara a un individuo a obtener una vida mejor, y como dice el Señor, «trabajareis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo, y me trajereis, aun cuando fuere una sola alma, ¡cuán grande no será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!” (Doc. Y Con. 18:15)

En la actualidad, muchas naciones han perdido su independencia; el hombre, vencido, ha sido obligado a trabajar para sus conquistadores; sus bienes le han sido expropiados sin retribución alguna; millones de personas han sido privadas de toda garantía de libertad personal.

La fuerza y la compulsión nunca habrán de establecer una sociedad ideal. Esta solo puede obtenerse mediante la íntima transformación del alma del individuo—una vida redimida del pecado y enaltecida por la comunión con la voluntad divina. Los hombres debieran apartarse de todo sentimiento egoísta, dedicando sus habilidades, sus posesiones, sus vidas—si necesario fuere—, sus fortunas y aun su sagrado honor, al alivio de las enfermedades de la humanidad. El odio debe ser reemplazado por la simpatía y la paciencia. Porque la paz y la verdadera prosperidad se obtienen solo conformando nuestras vidas a la ley del amor, que es la ley básica de los principios del evangelio de Jesucristo. Una simple apreciación de las éticas sociales de Jesús, no es suficiente— ¡los corazones de los hombres deben ser cambiados!

En estos días de incertidumbre e inquietud, la responsabilidad más grande y el deber más sublime de los pueblos que aman la libertad, consiste en preservar y proclamar la libertad del individuo, su relación con Dios y la necesidad de obedecer los principios del evangelio de Jesucristo. Sólo de esta manera podrá la humanidad encontrar paz y felicidad.

Que el Señor ilumine nuestras mentes para que podamos comprender nuestras responsabilidades, proclamar la verdad y mantener la libertad en todo el mundo, ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

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