La ignorancia sale cara

Conferencia General Abril 1971

La ignorancia sale cara

Hartman Rector, Jr

Presidente Hartman Rector, Jr.
del Primer Consejo de los Setenta

Todo lo que llevamos a la otra vida es amor y conocimiento


Hace algunos años, mientras servía en la marina y me encontraba lejos de casa, falleció un agricultor muy prominente y próspero que residía en nuestra vecindad. A mi regreso, conversé con mi primo acerca de la fortuna del difunto, e hice la pregunta inevitable: «¿Cuánto dejó?» Mi primo respondió: «Lo dejó todo, no se llevó nada.»

Esto me impresionó bastante por ser una gran verdad que muy pocos hombres parecen comprender. Ciertamente, muchos de nosotros actuamos como si fuésemos a llevarnos todo al morir; naturalmente, no lo haremos. En términos de cosas materiales, cada uno de nosotros lo deja todo. En las palabras de Pablo a Timoteo: «Porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar» (1 Timoteo 6:7).

Quizás nos hagamos la pregunta ¿no hay nada bueno que podamos llevarnos al morir? El profeta José Smith enseñó que el conocimiento y la inteligencia que obtuviésemos en esta vida permanecerían con nosotros cuando saliéramos de este mundo.

«Y si en esta vida una persona adquiere más conocimiento e inteligencia que otra, por motivo de su diligencia y obediencia, hasta ese grado le llevará la ventaja en el mundo venidero.

Hay una ley, irrevocablemente decretada en el cielo antes de la fundación de este mundo, sobre la cual todas las bendiciones se basan;

Y cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa» (Doc. y Con. 130:19-21).

Siendo esto cierto, parecería entonces que todos debiéramos de colocar en primer lugar en nuestra selección de metas la búsqueda de la luz y la verdad o inteligencia, ya que podremos tenerlas con nosotros por toda la eternidad. Debemos buscar la iluminación. Siendo que «la gloria de Dios es la inteligencia» (Doc. y Con. 93:36), si fuésemos como nuestro Padre Celestial, nuestro curso quedaría marcado.

La ignorancia sale cara; de hecho, es la comodidad más cara de la que tenemos conocimiento. Ciertamente cometemos muchos errores por causa de la ignorancia; si es la violación de un mandamiento de Dios el cual nunca hemos recibido y por tanto no conocemos, entonces el Señor no nos culpa por dicho pecado.

«. . . y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado» (Santiago 4:17). Y en las palabras de Pablo: «. . .pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión» (Romanos 4:15). Pero a pesar de que no seamos culpables del pecado a causa de nuestra ignorancia, tampoco podemos recibir la bendición, la cual se basa en la obediencia, sin ser obedientes a esa ley. Por tanto, nos es negada la bendición a causa de nuestra ignorancia. Si por ignorancia hemos violado una ley de tránsito, la sanción que se nos aplica es exactamente la misma que si la hubiésemos conocido. Asimismo, si metemos un dedo en un portalámparas, recibiremos la misma descarga eléctrica, independiente de nuestro conocimiento de electricidad. Repito, la ignorancia sale cara. Esto es particularmente cierto ya que el Señor ha decretado: «Es imposible que el hombre se salve en la ignorancia» (Doc. y Con. 131:6). Porque seguramente ningún hombre está verdaderamente iluminado a menos que conozca al Señor,

¿Por qué somos tan lentos para aprender, para recibir la luz? ¿Es porque el Señor es lento para hablar y no desea que lo molesten? No es así de acuerdo con su palabra a Santiago en donde dice que «da a todos abundantemente y sin reproche…» (Santiago 1:5).

Por tanto, el verdadero problema yace en que no recibimos la luz. «. . . en esto consiste. . . la condenación del hombre,» dice el Señor: «porque claramente le es manifestado lo que ha sido desde el principio, y no acepta la luz.

Y todo ser cuyo espíritu no recibe la luz, está bajo condenación» (Doc. y Con, 93:31-32).

Pero ¿por qué no recibimos la luz? El Señor nos lo dice una y otra vez en las escrituras. Declarado simplemente, la razón por la que no aprendemos es porque no estamos dispuestos a recibiría. Simplemente no la queremos. Estoy seguro de que la mayoría de nosotros disputaría violentamente esa declaración. Naturalmente que deseamos la luz y el conocimiento de Dios, nuestro Padre Celestial. No obstante, las palabras del Señor son verdaderas; al referirse a aquellos que serían resucitados de entre los muertos pero que no recibirían un grado de gloria, dijo:

«Y los que quedaren, también serán vivificados; sin embargo, volverán otra vez a su propio lugar, para gozar de lo que quieren recibir, porque no quisieron gozar de lo que pudieron haber recibido.

Porque, ¿en qué se beneficia un hombre a quien se confiere un don, si no lo recibe? He aquí, no se regocija con lo que le es dado, ni se regocija en aquel que es el donador» (Doc. y Con. 88:32-33).

Entonces las palabras de Casio a Bruto en la obra de Shakespeare, Julio César, se aplican igualmente a nosotros. «La culpa, querido Bruto, no es de nuestras estrellas, sino de nosotros mismos, que consentimos en ser inferiores.» Debemos mirarnos a nosotros mismos para encontrar la razón de nuestra ignorancia.

Estamos propensos a decir que estamos esperando al Señor para recibir luz y verdad, cuando de hecho, el Señor está esperándonos a nosotros, esperando que estemos capacitados a fin de recibir la luz que buscamos y que necesitamos tan desesperadamente.

El Señor ha descrito acertadamente nuestro estado. «Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres (aman) más las tinieblas que la luz, porque sus obras (son) malas» (Juan 3:19). Vuelvo a repetir: «porque sus obras (son) malas.»

La revelación, la luz y el conocimiento se obtienen por medio del poder del Espíritu Santo. Las palabras del Maestro, registradas en Juan, son significativas. «Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Juan 14:26). Y también, «. . . él (el Espíritu Santo) os guiará a toda la verdad… y os (mostrará) las cosas que habrán de venir» (Juan 16:13). De hecho, no podemos ni enseñar ni aprender las verdades del evangelio sin el Espíritu Santo. En estos días, el Señor ha confirmado esta gran verdad con estas palabras:

“Por tanto, ¿cómo es que no podéis comprender y saber que el que recibe la palabra por el Espíritu de verdad, la recibe tal como la predica dicho Espíritu?

De manera qué, el que la predica y el que la recibe se comprenden entre sí, y ambos son edificados, y se regocijan juntamente.

Y lo que no edifica, no es de Dios, y es tinieblas.

Lo que es de Dios es luz; y el que recibe luz, y persevera en Dios, recibe más hasta el día perfecto.

Por lo tanto, es poseedor de todas las cosas; porque todas las cosas le son sujetas, tanto en los cielos como en la tierra, la vida y la luz, el Espíritu y el poder, enviados por la voluntad del Padre mediante Jesucristo, su Hijo.

Pero ningún hombre poseerá todas las cosas a no ser que fuere purificado y limpiado de todo pecado.

Y si sois purificados y limpiados de todo pecado, pediréis lo que quisiereis en el nombre de Jesús y se hará» (Doc. y Con. 50:21-24, 27-29).

Alma, un ilustre Profeta del Libro de Mormón, después de predicar un gran sermón sobre la obediencia bajo la influencia del Espíritu Santo, declaró en parte, cómo recibió tal conocimiento y poder. “He aquí, os digo que el Santo Espíritu de Dios me las ha hecho saber. He aquí, he ayunado y orado muchos días para poder saber estas cosas por mí mismo. Y ahora sé por mí mismo que son verdaderas; porque el Señor Dios me las ha manifestado por su Santo Espíritu; y éste es el espíritu de revelación que está en mí“ (Alma 5:46).

Algunos miembros parecen tener la creencia de que el ayuno y la oración es todo lo que se necesita para recibir respuesta a sus problemas. Hace tiempo, una jovencita fue a mi oficina preocupada porque había ayunado y orado por dos días para saber si cierto joven debía casarse con ella, y creía que había recibido una respuesta afirmativa; pero poco después, el joven se comprometió con otra señorita. La pregunta que me hizo fue: “¿Cómo puede ser, puesto que recibí una respuesta de que debía casarse conmigo?»

En el curso de la entrevista, quedó en evidencia que había un número de mandamientos de los cuales era consciente, pero que no estaba guardando. Se requiere algo más que el ayuno y la oración. Debemos empezar de nuevo; debemos arrepentimos, confesar y abandonar nuestros pecados. Debemos estudiar las escrituras, sí, escudriñarlas; debemos guardar los mandamientos de Dios, y guardarlos estrictamente, ya que se espera que nos acondicionen a fin de poder recibir luz y verdad, aun inteligencia, la cual es la comunicación de Dios, nuestro Padre, que tan desesperadamente necesitamos y es la única cosa de verdadero valor que podemos llevar con nosotros al salir de este mundo.

Quisiera testificaros, mis hermanos, que lo que habéis oído en este lugar, en esta conferencia, es la opinión del Señor, la voluntad del Señor y la palabra del Señor para la salvación de sus santos en este momento particular del tiempo, porque vive y se comunica con sus siervos en la actualidad. Debemos dar oído a la palabra del Señor; por tanto, es de mucha importancia que consideremos estas palabras, y nos ocupemos en nuestra salvación con temor y temblor ante El, al guardar estrictamente estos mandamientos. Que podamos llevarlo a cabo, y que cuando nos vayamos pueda decirse de nosotros “llevó consigo un espíritu puro, libre, iluminado y feliz, y una conciencia libre de ofensas para con su prójimo.» Que este pueda llegar a ser nuestro feliz estado, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

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3 Responses to La ignorancia sale cara

  1. Avatar de Myriam Myriam dice:

    Interesante mensaje, lo escribi para que no se me olvide, gracias.

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  2. Avatar de armando tamez sotelo armando tamez sotelo dice:

    la ignorancia es la comodidad mas cara que pagamos
    .que verdad.!

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  3. Avatar de Mario patricio urzua bustamante Mario patricio urzua bustamante dice:

    INSPIRADOR

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