Conferencia General Abril 1971
La ley de la abundancia

por el élder Franklin D. Richards
Ayudante del Consejo de los Doce
La verdadera prueba de un hombre es su actitud hacia sus posesiones terrenales
Mis queridos hermanos: Considero un privilegio y una bendición estar presente en esta conferencia inspirada, y sé que las respuestas a los muchos problemas actuales se encuentran en los mensajes de nuestros líderes.
Pese a las dificultades que existan en el mundo hoy día, como pueblo debemos reconocer que hemos sido bendecidos abundantemente con los recursos de este mundo; sin embargo, sabemos que todo lo que poseemos es del Señor y que Él nos ha bendecido con las mismas a fin de ver cómo las utilizaremos.
Creo que podría decirse que la vida es el don más maravilloso de Dios para el hombre, y que lo que hagamos con nuestra vida es nuestro presente para Dios.
Al referirse al hecho de hacer de nuestra vida un regalo para Dios, el presidente Brigham Young dijo esto: «‘Nuestra religión significa todo para nosotros y por ella debemos estar dispuestos a emplear nuestro tiempo, nuestro talento, nuestros recursos económicos, nuestras energías, nuestras vidas» (Journal of Dkcourses, vol. .11, pág. 119).
Y, «Si hacemos lo bueno, ocurrirá un aumento eterno entre este pueblo en talento, fortaleza e intelecto, y en riqueza terrenal, de ahora en adelante y para siempre» (JD, vol. 1, pág. 110).
«Ninguna bendición que sea sellada sobre nosotros nos hará ningún beneficio a menos que vivamos para obtenerla» (JD, vol. 11, pág. 117).
Es interesante notar que aquí, como en otras partes en las escrituras, se hacen promesas de riqueza terrenal y aumento de talentos a aquellos que vivan los principios del evangelio, y se aconseja utilizar nuestros talentos y riqueza para la edificación del reino. No obstante, muchas escrituras contienen palabras de admonición concernientes a las tentaciones que surgen a través de la adquisición de riquezas y su uso para propósitos injustos.
El gran apóstol Pablo, al dirigirse a su amado compañero Timoteo, le dijo que la «raíz de todos los males es el amor al dinero,» y «a los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos. . .» (1 Timoteo 6:10, 17-18).
A través de la historia de la Iglesia, sus líderes han enseñado el valor de los principios de trabajo, industria y frugalidad; y a medida que se han puesto en práctica, los miembros de la Iglesia han prosperado en diversas maneras. Del mismo modo, se ha aconsejado que los miembros establezcan1 y mantengan su independencia económica, y se han fomentado industrias que provean trabajo.
Para el adelanto de estas enseñanzas, todo hombre que tiene propiedades y recursos económicos debe vivir de tal manera de poder obtener sabiduría, para saber cómo utilizarlos en la mejor manera posible a fin de producir la mayor cantidad de beneficio para sí, su familia, su prójimo y el reino de Dios.
Nuevamente cita las palabras del presidente Young: «Cuando esta gente está preparada para usar adecuadamente las riquezas de este mundo para la edificación del reino de Dios, Él está listo y dispuesto a conferirlas sobre nosotros. Me complace que los hombres se enriquezcan por su diligencia, prudencia, administración y economía, y luego lo dediquen a la edificación del reino de Dios sobre la tierra» (JD, vol. 2, pág. 114-15).
Andrew Carnegie1, declaró su actitud hacia la riqueza de la siguiente manera: «Esto, entonces, se considera como el primer deber del hombre opulento: Primero, poner un ejemplo de modestia, un vivir libre de ostentación, exhibición o extravagancia; proveer moderadamente para las necesidades legítimas de aquellos que de él dependen; y después de esto, considerar todos los ingresos adicionales que recibe simplemente como fondos en depósito, los cuales ha sido llamado a manejar, y como asunto de deber, está estrictamente obligado a administrarlos en la manera que, a su juicio, se calcule que producirán los resultados más benéficos para la comunidad; llegando de esta manera el hombre rico a ser el único depositario y agente para sus hermanos más pobres, poniendo a su servicio su sabiduría superior, experiencia y habilidad para administrar, beneficiándolos más de lo que ellos harían o podrían hacer por sí mismos» (The Gospel of Wealth).
Teniendo presente esta filosofía de la riqueza, uno bien podría decir: «Lo que valgo es lo que estoy haciendo por otras personas.»
En muchos respectos, la verdadera prueba de un hombre es su actitud hacia sus posesiones terrenales.
Siguiendo el hilo de estas palabras, nuestra ocupación será por lo tanto edificar el reino de Dios. En nuestros momentos más generosos y desinteresados, muchos de nosotros hemos dicho: «Si fuera rico, edificaría una Iglesia hermosa, establecería una escuela para niños desvalidos, ubicaría un hospital en donde se necesitara, etc.»
Probablemente, muy pocos de nosotros tendremos la gran riqueza que se requiere para llevar a cabo cualquiera de estas cosas; no obstante, con el deseo que tengamos, podemos contribuir en parte a tan maravillosos proyectos por medio de nuestras contribuciones, incluyendo el pago de nuestros diezmos y ofrendas.
A través de las edades, el Señor ha mandado a su pueblo que se acuerde de los necesitados y que paguen diezmos y ofrendas para el propósito de edificar el reino.
En esta dispensación, el Señor nos ha revelado que «es un día de sacrificio y de requerir el diezmo de mi pueblo» (Doc. y Con. 64:23).
Creo que debe hacerse notar que un gran número de personas están actualmente cumpliendo con este requisito. Sin embargo, por otra parte, muchos son negligentes en el pago de sus diezmos y ofrendas.
El Señor ha dicho: «¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas. . .
Traed todos los diezmos al alfolí… y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde» (Malaquías 3:8, 10).
Los diezmos son fondos sagrados, y en esta dispensación el Señor ha revelado que serán dispuestos por «un consejo compuesto de la Primera Presidencia de mi Iglesia, y el obispo y su consejo… así como mi propia voz dirigida a ellos, dice el Señor» (Doc. y Con. 120:1).
Con él acelerado crecimiento de la Iglesia en todo el mundo, se requieren más y más edificios: capillas, escuelas, seminarios, templos, hospitales, casas de misión, centros de visitantes y muchos otros edificios.
La construcción de éstos requiere no solamente el gasto de grandes sumas de dinero, sino que la operación y mantenimiento de estos edificios se convierte en pesadas responsabilidades financieras.
La Iglesia está designada para cuidar de las necesidades espirituales y temporales de sus miembros, tanto los vivos como los muertos; y el modelo comprende programas educativos, misionales, de bienestar, auxiliares, servicios sociales, genealógicos y muchos otros. Del mismo modo, estos programas que funcionan por todo el mundo requieren gran ayuda económica.
Por más de cien años hemos estado esperando este día, y estoy seguro de que a medida que guardemos los mandamientos del Señor, El marcará el camino por medio del cual podamos afrontar las obligaciones financieras pertenecientes al crecimiento y desarrollo de la Iglesia, así como también nuestras propias responsabilidades.
Escribiéndoles a los santos de Corinto, el apóstol Pablo les dijo que «El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará…»
Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre» (2 Corintios 9:6-7).
En esta dispensación el Señor ha dicho: «Ni codiciar tus propios bienes, sino dar libremente de ellos» (Doc. y Con. 19:26).
Al considerarnos depositarios de la riqueza para el beneficio de los hijos de Dios, no debemos adorar nuestros propios bienes, ya sean de mucho o de ningún valor. Si somos culpables de adorar los bienes, entonces necesitamos arrepentimos y fortalecer nuestros propios valores.
Una persona que compara la riqueza de este mundo con las cosas de Dios muestra poca comprensión de los valores eternos.
En ocasiones hablamos de hacer sacrificios para edificar el reino de Dios, pero a mi parecer «sacrificio» es en este caso una palabra equivocada; el ser capaz de participar en la edificación del reino es un gran privilegio y una bendición.
Recientemente dediqué una pequeña y hermosa capilla, y en esa ocasión se me dijo que a fin de pagar el resto del costo que le correspondía al barrio, el obispo les había pedido a todos los miembros que limitaran los regalos de Navidad para los niños pequeños y donaran la cantidad ahorrada para el fondo del edificio. Los miembros respondieron gustosos, considerando ésta una oportunidad para recibir una bendición, en lugar de tomarlo como un sacrificio, y durante el servicio dedicatorio muchos testificaron en cuanto a esto.
Mientras que Uno sea honrado con el Señor, la suma pagada no es material. Las ofrendas de la viuda o del niño son tan importantes y aceptables como la del hombre rico. Cuando los hombres, mujeres y niños son honrados con Dios y pagan sus diezmos y ofrendas, el Señor les da sabiduría por medio de la cual pueden lograr muchas cosas más con el dinero restante que si no hubieran sido honrados con el Señor. En muchas ocasiones son bendecidos y prosperan en varias maneras: espiritual, física y mentalmente, así como también materialmente. Os testifico que esto es verdadero, y estoy seguro de que muchos de vosotros podéis dar este mismo testimonio.
Recordad las palabras del Señor Jesús, cuando dijo: «Más bienaventurado es dar que recibir» (Hechos 20:35).
Entonces, ¿para qué son las riquezas? para usarlas en hacer el bien. Por tanto, dediquemos nuestros recursos a la edificación del reino de Dios; hagamos hoy la resolución de ser honrados con el Señor en el pago de nuestros diezmos y ofrendas.
Sé que Dios vive y que Jesús es el Cristo, nuestro Salvador y Redentor, y esto es mucho más importante que las riquezas terrenales.
Y sé que el evangelio en su plenitud ha sido restaurado en esta dispensación a través del profeta José Smith, y que actualmente tenemos un Profeta viviente a la cabeza de la Iglesia, el presidente José Fielding Smith. Esto también es de mucho más valor que cualquier cantidad de riqueza terrenal.
Sin embargo, el testimonio solamente no nos salvará; es guardar los mandamientos de Dios, vivir la vida de un verdadero Santo de los Últimos Días, lo que nos llevará a la salvación. Entonces, es importante apreciar que el evangelio tiene que vivirse a fin de que se comprenda plenamente y se reciba su poder.
De este modo, repartamos los recursos que el Señor nos ha dado para enriquecer las vidas de otros que son menos afortunados que nosotros y para fortalecer el reino de Dios, a fin de que podamos hacer de nuestra vida un buen regalo para Dios. Lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.























