Los buenos maestros son importantes

Los buenos maestros son importantesliahona-1972 3
por el élder Marion D. Hanks
Ayudante del Consejo de los Doce
(Adaptado de un discurso pronunciado en 1970 ante los maestros de seminario, Santos de los Últimos Días)

Marion D. HanksQuizás haya maestros que crean que la mención de acontecimientos actuales no tiene lugar en la sencilla presentación de los principios familiares del evangelio. Creo que existe un vínculo entre ambos. Como maestros, tenemos la constante obligación de continuar progresando, de permanecer alerta, de ser sensibles a lo que está sucediendo en nuestro alrededor.

Para el maestro del evangelio es vital adquirir conocimiento continuamente. Actualmente, en los periódicos y en los buenos libros hay ilustraciones y lecciones que necesitamos saber; si un libro es bueno, sus principios abrirán nuevas perspectivas de la vida que reforzarán, recalcarán y fortalecerán los principios fundamentales que estamos enseñando.

Los buenos maestros son importantes, como siempre lo han sido. Hace aproximadamente cien años, Emerson1 pronunció estas famosas palabras: «En días antiguos teníamos cálices de madera y sacerdotes de oro. Ahora tenemos cálices de oro y sacerdotes de madera.» Pese a lo que Emerson haya querido decir, esta alegoría tiene muchas aplicaciones, y ciertamente puede aplicarse a la enseñanza. Podemos ser maestros de oro si queremos serlo, si estamos lo suficientemente deseosos de aprender y lo suficientemente dispuestos a pagar el precio.

Existe una diferencia en los maestros. Hace siglos, alguien dijo: «Cuando Cicerón2 habla, la gente dice, ‘¡qué elocuente’. Cuando Demóstenes3 habla, la gente dice, ‘vamos, marchemos’ «. Los maestros son importantes.

Tenemos la obligación de ayudar y amar a las personas que enseñamos. Ruskin4 dijo: «La educación no significa enseñarle a la gente lo que no sabe; significa enseñarle a comportarse de la manera en que no lo hace. No es enseñar a los jóvenes la forma de las letras y los trucos de los números y luego dejarlos para que conviertan su aritmética en fraude y su literatura en pornografía. Por el contrario, significa entrenarlos en el perfecto ejercicio y la bondadosa continencia de sus cuerpos y almas. Es una tarea dolorosa, continua y difícil que debe llevarse a cabo con bondad, observando, amonestando, por precepto, alabanza, y sobre todo, por el ejemplo.»

El presidente David O. McKay escribió:

«¿Qué es entonces la verdadera educación? Es despertar un amor por la verdad, un sentimiento justo del deber, abrir los ojos del alma al gran propósito y meta de la vida. No es enseñarle al individuo a amar lo bueno para beneficio personal, es enseñarle a amar lo bueno por lo bueno en sí; a ser virtuoso en acción porque así lo es en el corazón; a amar y servir a Dios sumamente, no por miedo, sino por complacerse en su carácter perfecto.» (Instructor, agosto de 1961, página 253.)

Ante un gran mundo cambiante, es nuestro deber enseñar la verdad, transmitir las cosas bellas, dulces y sublimes de nuestra cultura, e inspirar a actuar. A fin de lograrlo, debemos continuar aprendiendo.

Continuar aprendiendo. Dónde descubrir vuestro interés y cómo acumular información quedan ilustrados en la anécdota de una desconocida hilandera que insistía en que nunca había tenido una oportunidad, y le comunicó estas palabras al doctor Louis Agassiz5, naturalista distinguido, después de una de sus conferencias en Londres. En respuesta a su queja, él respondió:

— ¿Quiere decir, señorita, que nunca tuvo una oportunidad? ¿Cuál es su ocupación?
— Soy soltera y le ayudo a mi hermana a manejar una casa de huéspedes.
— ¿Qué hace?—le preguntó.
— Pelo papas y corto cebollas.

Él dijo: —Señorita, ¿dónde se sienta durante estas interesantes pero domésticas tareas?
—En el último escalón de las escaleras de la cocina.
— ¿Dónde descansa los pies?
—Sobre los ladrillos barnizados.
— ¿Qué es un ladrillo barnizado?
— No sé, señor.

Él le dijo: — ¿Por cuánto tiempo se ha estado sentando ahí?

— Quince años—le contestó.

— Señorita, aquí tiene mi tarjeta—dijo el doctor Agassiz— ¿tendría la bondad de escribirme una carta respecto a la naturaleza de un ladrillo barnizado?

Ella lo tomó en serio; se fue a su casa y exploró el diccionario donde descubrió que un ladrillo era una pieza de arcilla horneada. Esa definición parecía demasiado sencilla para enviársela al Dr. Agassiz, de modo que después que terminó de limpiar la cocina, fue a la biblioteca y en una enciclopedia leyó que un ladrillo barnizado es caolín vitrificado y silicato de aluminio hidratado. No sabía lo que eso significaba, pero tenía curiosidad y pudo saberlo. Tomó la palabra vitrificado y leyó todo lo que pudo acerca de ello; y luego visitó museos. Se mudó del sótano de su vida a un nuevo mundo en alas de vítreo. Y habiendo comenzado, tomó la palabra hidratado, estudió geología, y en sus estudios se remontó a la época en que Dios comenzó el mundo y puso los estratos de arcilla. Una tarde fue a un ladrillar, donde encontró la historia de más de 120 clases de ladrillos y baldosas, y el porqué de tanta variedad. Entonces se sentó y escribió treinta y seis páginas sobre el tema de los ladrillos barnizados y las baldosas.

Poco después recibió una carta del Dr. Agassiz: «Estimada señorita, este es el mejor artículo que he visto sobre el tema. Si tiene la bondad de cambiar las tres palabras marcadas con asteriscos, lo publicaré y le pagaré.»

Al poco tiempo recibió una carta que contenía doscientos cincuenta dólares, y escrita al pie de la carta estaba la pregunta: «¿Qué había debajo de esos ladrillos?» Ella había aprendido el valor del tiempo y contestó con una sola palabra: «Hormigas.» Él le escribió: «Cuénteme acerca de las hormigas.»

Ella empezó a estudiar las hormigas; descubrió que había entre mil ochocientas y dos mil quinientas clases diferentes. Hay algunas tan pequeñas que se podrían poner tres sobre la cabeza de un alfiler y tener espacio suficiente para otras hormigas; hormigas de dos centímetros y medio de largo que marchan en multitudes de más de medio kilómetro de ancho, arrasando todo lo que se encuentra en su camino; hormigas que son ciegas; hormigas a las cuales les salen alas en la tarde del día en que mueren; hormigas que edifican hormigueros tan pequeños que uno los puede cubrir con un dedal; hormigas campesinas que ordeñan afidios y luego entregan la leche fresca a los apartamentos de las hormigas aristocráticas de la vecindad.

Después de mucho leer, mucho trabajo microscópico y estudio profundo, la hilandera se sentó y escribió al doctor Agassiz 360 páginas sobre el tema; éste publicó el libro y le envió el dinero, pudiendo ella visitar de esta manera los países con que había soñado.

Ahora, al escuchar esta historia, ¿creéis, verdaderamente que todos nosotros estamos sentados descansando nuestros pies en piezas de caolín vitrificado y silicato de aluminio hidratado, debajo de los cuales hay hormigas? Lord Chesterton6 responde: «No hay cosas sin interés; únicamente hay personas desinteresadas.»

Seguid aprendiendo.

¿Por qué es necesario continuar aprendiendo? La respuesta es: Porque nuestra filosofía de la educación lo exige, y nuestra filosofía de la vida y la eternidad también lo exige.

A mi modo de parecer he bosquejado de las escrituras lo que es nuestra filosofía de la educación. Comienza con las palabras «ordenado de Dios» y concluye con las palabras «la verdad en sí queda demostrada en buenos pensamientos y buenas acciones.»

¿Por qué es necesario aprender? Porque el mundo está progresando, y tenemos que seguir el mismo ritmo. Me refiero al mundo del conocimiento útil y productivo. En tres siglos, de 1600 a 1900, la aplicación de la ciencia y la tecnología produjo más cambios en la manera que los hombres vivían y trabajaban que los que se produjeron en los 6000 años previos. Durante los próximos treinta o treinta y cinco años ocurrirán más cambios en la manera en que los hombres viven y trabajan que los que se produjeron en toda la historia. Hoy día hay aproximadamente cien veces más cosas para aprender que lo que había en 1900. Para el año 2000 habrá más de mil veces más conocimientos de todas clases para registrar, almacenar, escudriñar, enseñar y ojalá que se puedan utilizar con distinción y eficacia. Actualmente se publican por todo el mundo, en sesenta y cinco idiomas, aproximadamente setenta y cinco mil periódicos científicos y técnicos solamente; éstos contienen aproximadamente dos millones de artículos anualmente, clasificados en cerca de tres mil servicios científicos y técnicos Separados; eso os dará solamente una idea.

EL presidente Joseph F. Smith dijo: «Entre los Santos de los Últimos Días hay dos clases de personas de quienes se puede esperar la predicación de doctrinas falsas, disfrazadas como verdades del evangelio, y prácticamente sólo de éstas provienen. Son:

Primero: —Los irremediablemente ignorantes; aquellos cuya falta de inteligencia se debe a la indolencia y pereza, los que, cuando mucho, sólo hacen un débil esfuerzo por mejorarse por medio de la lectura y el estudio; aquellos que padecen de esa enfermedad temible que puede formarse incurable: la pereza.

Segundo: —Los soberbios y los que se engrandecen a sí mismos, que leen a la luz de la lámpara de su propia vanidad, que interpretan según reglas por ellos mismos formuladas, que han llegado a ser una ley para sí mismos y se hacen pasar por únicos jueces de sus propios hechos. Estos son más peligrosamente ignorantes que los primeros.

Guardaos de los perezosos y de los vanidosos; en ambos casos es contagiosa su infección; mejor será para ellos y para todos cuando se les obligue a poner a la vista la señal de peligro, a fin de que sean protegidos los sanos y los que no han sido infectados (Doctrina del Evangelio, volumen 2, capítulo 21).

Jefferson7 dijo: «Aquel que piensa que un pueblo puede ser ignorante y libre, piensa algo que no es y nunca llegará a ser.» ¿Por qué es necesario aprender?

Obviamente existen muy buenas razones.

¿Cómo se puede aprender? Gomo respuesta os ofrezco cinco palabras que han resultado de una vida de enseñanza. Para mi gran gozo, en el frontispicio de un viejo libro de oraciones encontré impreso lo que he aprendido por la experiencia. Las cinco palabras se llamaban pasos para aprender: (1) Leer. (2) Escuchar. (3) Marcar. (Para mí, marcar significa también copiar, recortar, juntar. Hacedlo ahora; mañana olvidaréis dónde lo leísteis y no lo encontraréis. Los niños romperán el periódico o pondrán pintura sobre él. El libro en el cual pensáis poner un marcador desaparecerá o lo olvidaréis. Marcar significa obtenerlo en una manera accesible mientras estáis pensando en ello, a costa de algunas cosas que sean menos importantes.) (4) Organizar. (Pensad y organizad vuestras ideas; hacedlas coherentes, más tarde las cambiaréis, pero organizadlas ahora.) (5) Digerir (A mi parecer, significa adquirir fortaleza en la corriente sanguínea, deshacerse de las impurezas y moverse con energía).

¿Aprender qué? He enumerado cuatro campos del saber en los cuales debemos seguir progresando. Primero, el así llamado conocimiento temporal. Me refiero a lo que las escrituras dicen en Doctrinas y Convenios, secciones 88, 90 y 93, acerca de la historia, otras naciones, idiomas, etc. ¿Por qué no esto en vez de las otras cosas inútiles e improductivas que hacemos?

Segundo, relaciones humanas. Debemos preocuparnos no solamente por nuestro propio bienestar, sino también por el de otros y el de la sociedad. En su biografía, Albert Sch-weitzer8 nos da este interesante ejemplo:

«Para el primitivo, la solidaridad con otros seres humanos es sumamente estrecha; está confinada primeramente a sus parientes de sangre y luego a los miembros de su tribu que para él representan a la familia. Hablo por experiencia; tengo a tales personas en mi hospital. Si a un paciente que puede andar le pido que efectúe un pequeño servicio por otro que debe permanecer en cama, lo hace únicamente si el paciente incapacitado pertenece a su tribu. Si no es así, me responderá con toda inocencia: ‘Este hombre no es mi hermano.’ Ni las recompensas ni las amenazas lo inducirán a efectuar un servicio por tal extraño. Pero tan pronto como el hombre empieza a pensar en sí mismo y en su relación con otros, se da cuenta de que estos hombres son iguales y que son su prójimo. En el curso de la evolución gradual, ve que el círculo de su responsabilidad se ensancha hasta que incluye en él a todos los seres humanos con los que tiene que tratar.»

No sabemos todo acerca de las relaciones humanas por el mero hecho de nacer y vivir, como tampoco sabemos todo sobre nuestro país simplemente naciendo y viviendo en él, ni del evangelio solamente por nacer y vivir. El hecho de que seamos maestros no nos hace expertos en todo.

Un buen hombre que conozco llevó a sus dos niños a un día de campo; se divirtieron grandemente, comieron toda clase de comidas y parecieron gozar de todo. En el camino de regreso a casa, el niño más pequeño se durmió; su padre lo acostó en el asiento trasero del auto y lo tapó con el abrigo. Durante el camino, el padre, un maravilloso maestro que estaba tratando de hacer de ésta una inolvidable experiencia, le preguntó a su hijo mayor, «¿qué te gustó más? ¿te gustó. . . » y el padre enumeró varias cosas que habían visto. Obedientemente, el pequeño respondió «sí, papá» a todo lo que le preguntó. Finalmente, cuando tuvo la oportunidad de decir lo que realmente pensaba, dijo: «papá, si me duermo, ¿me taparás con tu abrigo?» Tomad un poco de tiempo y conoced a las personas; escuchad—hablad algunas veces—pero escuchad.

La tercera clase de conocimiento es saber la ley del evangelio y su historia, verdades salvadoras y centrales de la vida. Cuando hayamos aprendido el mensaje de los «profetas de la poesía y la música,» cuando hayamos aprendido lo que los grandes científicos han logrado, existe otro gran campo de conocimiento que ocupa el lugar supremo porque es el centro de todos los demás: el conocimiento de Dios y su gran creación, la humanidad, Eso es el evangelio; necesitamos enseñarlo, y para hacerlo necesitamos aprenderlo.

El élder John A. Widtsoe9 escribió: «Estudié el evangelio tan cuidadosamente como cualquier ciencia. La literatura de la Iglesia que había adquirido y leído durante mi tiempo libre día tras día; aumenté mi conocimiento del evangelio, lo puse en práctica en la vida diaria y nunca lo encontré defectuoso.» Entonces relata cuán detallada fue su búsqueda; no estaba degradando a la ciencia, sino que pensó que el evangelio era más importante.

El cuarto campo en el que necesitamos continuar aprendiendo y progresando es en la capacidad de ayudar a nuestros jóvenes a aplicar los grandes principios de verdad en una manera fuerte, inspiradora y motivante.

En la Misión Británica, tarde o temprano le di a cada distrito de misioneros una asignación singular. Iban a la Casa de la Misión para ser inspirados, instruidos, recibir consejos o ser entrevistados; efectuábamos una reunión, y durante la misma, y cuando pensaba que ya habíamos llegado al punto en que sería improductiva, algunas veces les decía: «Bien, hermanos, son diez minutos después de las diez; salgan a la calle en parejas; vayan con un compañero diferente de aquel con el que vinieron y con el que están trabajando. Pueden ir al museo de la esquina o pararse enfrente, o caminar dentro de la casa; pero quiero que dentro de treinta minutos vuelvan con una lección de la vida que puedan ilustrar con las escrituras.» Esa fue una de las experiencias más grandiosas de mi vida. Me es imposible empezar a contaros lo que aprendí de estos jóvenes alertas y maravillosos.

Desde la casa de la misión había estado observando la construcción de un edificio al otro lado de la calle y había oído incesantemente el martillo perforador; iba a ser un nuevo edificio de la universidad, y al asomarme por la ventana me quedaba maravillado. El ruido continuó por varios años, y a varias personas les dije: «Con razón los edificios británicos duran cien años; eso es lo que se tardan para construirlos.» La situación continuó, entonces un día, noté que al famoso edificio de ladrillos rojos ubicado en la esquina, usado en una ocasión por uno de los más famosos científicos de todos los tiempos para hacer algunos de los descubrimientos más maravillosos, lo estaban demoliendo.

Un día un joven misionero que me había oído quejarme vino y me dijo: «Presidente Hanks, ¿ha subido últimamente al segundo piso de la Capilla de Hyde Park y mirado por la ventana?» Le contesté que no. Me dijo: «Debería hacerlo.» Entonces usó la lección acerca del sepulcro blanqueado, limpio por fuera, e inmundo por dentro. Luego dijo: «Supongo que el Señor quiso decimos que juzgamos mal cuando vemos las fachadas, y cuando vaya allá, comprenderá lo que quiero decir. Detrás de ese pequeño edificio que usted pensó que estaban tomando demasiado tiempo para edificar se encuentra una manzana entera de edificios. Estaban escondidos por la fachada de ese edificio.»

Permitidme contaros una de las cosas más maravillosas que he aprendido recientemente. «Hace años,» escribe un hombre llamado Frehoff, «prefería a la gente inteligente. Era un gran gozo contemplar una mente que creaba pensamientos traducidos rápidamente en palabras, o ideas expresadas en una nueva manera. Ahora me doy cuenta de que mi gusto ha cambiado; la exhibición verbal a menudo me aburre, parece estar motivada por la autoseguridad y autoexhibición. Ahora prefiero a otro tipo de persona, una que es considerada y comprensiva, que tiene cuidado de no herir el amor propio de otra persona. Actualmente, mi persona preferida es aquella que está siempre consciente de las necesidades de otro, de su dolor, temor y desdicha, y de su búsqueda por el autorrespeto. Una vez me gustó la gente inteligente; ahora me gusta la gente buena.»

Enseñad el evangelio, sed pacientes, continuad aprendiendo. Este asunto de enseñar el evangelio, ya sea en el hogar o en un salón de clase, es el asunto más importante en esta tierra. Esta es la obra de Dios, y él nos ayudará, si nosotros ponemos el esfuerzo.

Notas

  1. Emerson, Ralph Waldo (1803-1882) filósofo norteamericano.
  2. Cicerón, Marco Tulio (106-43 a. de J.C.) Político, pensador y orador romano.
  3. Demostenes (384-322 a. de J.C.) Político y orador ateniense
  4. Ruskin, John (1019-1900) Crítico de arte, sociólogo y escritor inglés.
  5. Agassiz, (Jean) Luis (Rodoiphe) (1.307-1873) Geólogo y paleontólogo suizo.
  6. Chesterton, Gilbert Keith (1874-1936) Escritor inglés, novelista, poeta y crítico,
  7. Jefferson, Tomás (1743-1826) Tercer presidente de los Estados Unidos (1801-1009)
  8. Schweitzer, Alberto (1875-1965) Médico, músico y filántropo francés. Premio Nobel de la Paz en 1952.
  9. «Widtsoe, John A. (1872-1952) Nacido en Noruega, ordenado apóstol en 1921.
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