El faro del Señor

Liahona Mayo de 2001

El faro del Señor

Thomas S. Monsonpor el presidente Thomas S. Monson
Primer Consejero de la Primera Presidencia
Un mensaje para la juventudde la Iglesia

Ustedes, los jóvenes de la Iglesia, son un grupo glorioso, una generación escogida; me recuerdan las palabras escritas por el poeta Henry Wadsworth Longfellow:

¡Hermosa es la juventud! ¡De brillante resplandor,
de ilusiones, aspiraciones y sueños de fervor!
Libro de comienzos, de historias sin fin,
Una heroína en toda joven, y en todo hombre un amigo afín!1 (Traducción libre.)

Hace apenas veinte años, muchos de ustedes aún no habían comenzado su viaje por la mortalidad; su morada era un hogar celestial. Sabemos relativamente poco de los detalles de nuestra existencia en ese lugar, sólo que nos hallábamos entre los que nos amaban y estaban preocupados por nuestro bienestar eterno. Luego llegó el momento en el que la vida en la tierra se hizo necesaria para nuestro progreso; sin duda, recibimos palabras de despedida, expresiones de confianza y logramos graduarnos en la vida terrenal.

Mayo de 2001 Liahona - Adobe Acrobat Pro¡Qué ceremonia de graduación nos aguardaba a cada uno de nosotros! Padres amorosos nos recibieron con gozo en nuestro hogar terrenal; se nos colmó de tierno cuidado y abrazos cariñosos. Alguien describió a un recién nacido como “una dulce y nueva flor de la Humanidad, recién caída de la morada de Dios para florecer en la tierra”2.

Esos primeros años fueron preciosos y especiales; Satanás no tenía poder para tentarnos, pues aún no habíamos llegado a ser responsables, sino que éramos inocentes ante Dios; eran años de aprendizaje.

Pronto entramos en ese período que algunos han llamado “los terribles años de la adolescencia”, aunque yo prefiero llamarlos “los años fantásticos de la adolescencia”. Qué época de grandes oportunidades, qué temporada de crecimiento, qué curso de desarrollo, caracterizado por la adquisición de conocimiento y la búsqueda de la verdad.

Nadie ha descrito esos años como fáciles; de hecho, cada vez son más difíciles. El mundo parece haber soltado las amarras de la seguridad y partido del puerto de paz. La permisividad, la inmoralidad, la pornografía y el poder de la influencia de los amigos causan que muchos vayan a la deriva por el mar del pecado y encallen en los escarpados arrecifes de las oportunidades perdidas, de la bendiciones desaprovechadas y de los sueños rotos.

Y nos preguntamos ansiosos: “¿Hay algún camino hacia la seguridad? ¿Puede alguien guiarnos? ¿Hay escapatoria de esta amenazante destrucción?”

¡La respuesta es un sonoro sí! Mi consejo es: Guíense por el faro del Señor; no hay niebla lo suficientemente densa, ni noche tan oscura, ni vendaval lo bastante fuerte, ni marinero tan perdido que Su luz no pueda rescatar, diciendo: “Éste es el camino a la seguridad; éste es el sendero de regreso a casa”.

El faro del Señor emite señales fáciles de reconocer y que nunca nos fallarán. Quisiera sugerirles tres señales que nos guiarán a través de las tormentas de la vida si les prestamos atención:

  1. Escojan a sus amigos con cautela.
  2. Planeen el futuro con un propósito en la vida.
  3. Vivan por la fe.

PRIMERO, ESCOJAN A SUS AMIGOS CON CAUTELA

En una encuesta realizada hace años en barrios y estacas seleccionados de la Iglesia, aprendimos un dato muy significativo. Las personas cuyos amigos se casaban en el templo por lo general también se casaban en el templo; mientras que aquellos cuyos amigos no se casaban en el templo generalmente no se casaban en él tampoco. La influencia de los amigos parece tener la misma importancia que la exhortación de los padres y de más importancia que la instrucción que se recibe en una clase o que la proximidad al templo.

Tendemos a ser como las personas a las que admiramos. Tal como se refleja en el clásico relato de Nathaniel Hawthorne, “El gran rostro de piedra”, adoptamos los modos, la actitud e incluso la conducta de quienes admiramos, los que por lo general son nuestros amigos. Relaciónense con aquellos que, al igual que ustedes, se fijen metas para alcanzar los objetivos eternos, que son los más importantes, y no con aquellos que buscan simplemente conveniencias temporales, metas frívolas o ambiciones egoístas.

No sólo el círculo de amistades influirá en la forma de pensar y en el comportamiento de ustedes, sino que ustedes influirán en los de ellos. Muchas personas han llegado a ser miembros de la Iglesia mediante los amigos que les han invitado a actividades de la Iglesia. Comparto con ustedes una atesorada experiencia familiar que comenzó en 1959, cuando fui llamado a presidir la Misión Canadiense, con sede en Toronto.

Nuestra hija, Ann, cumplió cinco años poco después de llegar nosotros a Canadá y, al observar la labor de los misioneros, también ella quiso ser misionera. Mi esposa, para demostrar que le comprendía, le permitió llevar a clase unos cuantos ejemplares de la revista Children’s Friend, la revista para los niños de la Iglesia de aquella época. Pero eso no le bastó a Ann, pues también quería llevar consigo un ejemplar del Libro de Mormón, para poder hablarle a su maestra, la señorita Pepper, sobre la Iglesia. ¡Qué emocionante cuando hace pocos años, mucho tiempo después de regresar de Toronto, llegamos a casa después de haber estado de vacaciones y encontramos en el buzón una nota de la señorita Pepper, la cual decía:

“Estimada Ann:

“Trata de recordar cuando, hace muchos años, fui tu maestra en Toronto, Canadá. Me quedé impresionada por los ejemplares de la revista Children’s Friend que llevabas a la escuela, así como por tu dedicación a un libro llamado el Libro de Mormón.

“Tomé la decisión de que un día iría a Salt Lake City y vería por qué hablabas como lo hacías y por qué creías en lo que creías. Hoy tuve el privilegio de acudir al Centro de Visitantes de la Manzana del Templo, y gracias a una niña de cinco años que tenía un entendimiento de aquello en lo que creía, ahora yo tengo una mejor comprensión de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”.

La señorita Pepper falleció no mucho después de esa visita. Cuán feliz fue nuestra hija, Ann, cuando acudió al Templo Jordan River, Utah, y realizó la obra del templo por su amada maestra a la que había amistado hacía tanto tiempo.

SEGUNDO, PLANEEN EL FUTURO CON UN PROPÓSITO EN LA VIDA

En el cuento clásico de Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas, Alicia se encuentra ante un cruce de caminos, con dos senderos por delante, cada uno de los cuales se perdía en la distancia pero en direcciones opuestas, y se ve acosada por el gato de Cheshire, a quien Alicia le pregunta: “¿Qué camino he de tomar?”.

El gato contesta: “Depende mucho del punto adonde quieras ir. Si no sabes adónde quieres ir, no importa qué camino sigas”3.

A diferencia de Alicia, cada uno de nosotros sabe adónde quiere ir. Sí importa el camino que escojamos, pues el sendero que sigamos en esta vida de cierto conduce al que seguiremos en la venidera.

Les suplico, mis jóvenes hermanos y hermanas, que recuerden quiénes son. Ustedes son hijos e hijas del Dios Todopoderoso. Tienen un destino que cumplir, una vida que vivir, una contribución que realizar, una meta que alcanzar. El futuro del reino de Dios en la tierra se nutrirá, en parte, con la devoción de ustedes.

Recordemos que la sabiduría de Dios puede parecer locura a los hombres, pero la mayor lección que podemos aprender en esta vida es que cuando Dios habla y nosotros obedecemos, siempre estaremos haciendo lo correcto. Algunas personas insensatas dan la espalda a la sabiduría de Dios y van tras los encantos de las modas pasajeras, la atracción de la falsa popularidad y la emoción del momento. Su conducta se asemeja a la desastrosa experiencia que tuvo Esaú, quien cambió su primogenitura por un guisado de lentejas4.

¿Y cuáles son los resultados de tal acción? Les testifico que el alejarse de Dios no trae sino convenios rotos, sueños hechos añicos, ambiciones que se desvanecen, planes que desaparecen, expectativas frustradas, esperanzas derrumbadas, apetitos mal empleados, caracteres depravados y vidas destrozadas.

Les suplico que eviten ese atolladero de arenas movedizas. Ustedes son de noble primogenitura y la exaltación en el reino celestial es su meta.

Esa meta no se logra con un solo glorioso intento, sino que es el resultado de toda una vida de rectitud, de una acumulación de elecciones prudentes e incluso de constancia de propósito. Al igual que la deseada nota más alta de la libreta de calificaciones, la recompensa de la vida eterna requiere esfuerzo. La nota más alta es el resultado de cada redacción, cada prueba, cada clase, cada examen y cada trabajo escrito. De manera que cada lección en la Iglesia, cada oración, cada cita, cada amigo y cada baile, todos preceden la meta del matrimonio en el templo, ese paso gigante para llegar a alcanzar la nota más alta de la libreta de calificaciones de la vida.

Nuestra meta es desarrollarnos al máximo de nuestro potencial; es sobresalir y esforzarnos por alcanzar la perfección. Sin embargo, recuerden que nuestra labor en esta vida no es el ir por delante de los demás, sino el ir por delante de nosotros mismos. El batir nuestro propio récord, el vivir más rectamente de lo que vivimos en el pasado, el soportar nuestras pruebas de forma más hermosa de lo que jamás soñamos, el dar como nunca antes hemos dado, el hacer nuestro trabajo con más  ahínco y con mejores resultados que nunca, ése es el verdadero objetivo y, para lograrlo, debemos tomar la determinación de aprovechar al máximo las oportunidades que se nos presenten. Debemos alejarnos de las tentadoras artimañas y de las trampas que de manera tan ávida y cuidadosa nos ofrece “el viejo llamado desidia”. Hace dos siglos, Edward Young dijo que “la desidia es el ladrón del tiempo”5. En realidad, la desidia es mucho más que eso; es el ladrón del autorrespeto; nos fastidia y arruina nuestra diversión; nos priva de la plena realizació de nuestras ambiciones y esperanzas. Sabiendo esto, debemos volver a la realidad con el certero conocimiento de que “éste es mi día de las oportunidades y no lo voy a malgastar”.

Quizás el apóstol Pablo haya tenido presente nuestra época cuando enseñó a los santos de Corinto que la vida se asemeja mucho a una carrera. Él dijo: “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis”6.

El autor del libro de Eclesiastés también escribió al respecto: “…ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes”7, sino de los que perseveran hasta el fin.

La carrera de la vida no es optativa. Estamos en la pista, corriendo, ya sea que nos guste o no. Algunos ven obscuramente la meta que yace adelante y toman desvíos costosos que conducen a la desilusión y a la frustración. Otros ven con claridad el premio por correr bien y permanecen firmes en su empresa. Ese premio, esa meta sublime y deseable, no es otra que la vida eterna en la presencia de Dios.

El cofre del tesoro del conocimiento y de la inspiración permanecerá abierto en la medida que ustedes planeen su futuro con un propósito en mente.

TERCERO, VIVAN POR LA FE

En medio de la confusión de nuestra época, los conflictos de conciencia y el tumulto del diario vivir, la fe firme se convierte en un ancla para nuestra vida.

Al acudir a nuestro Padre Celestial por medio de la oración personal y familiar, tanto nosotros como nuestros seres queridos lograremos lo que el gran estadista inglés, William E. Gladstone, describió como la mayor necesidad del mundo: “Una fe firme en un Dios personal”. Esa clase de fe iluminará nuestro camino como si fuera el faro del Señor.

Cuando tengan una fe firme en el Dios viviente, cuando sus hechos sean fiel reflejo de sus convicciones, tendrán la fortaleza que procede de la unión de las virtudes externas con las internas, las cuales se combinan para proporcionarles un conducto seguro a través de los encrespados mares.

Dondequiera que nos encontremos, nuestro Padre Celestial puede oír y contestar la oración que se ofrece con fe.

Hace muchos años, durante mi primera visita a la legendaria villa Sauniatu, en Samoa, tan querida por el presidente David O. McKay, mi esposa y yo nos reunimos con un grupo numeroso de niños pequeños, cerca de doscientos. A la conclusión de nuestros mensajes dirigidos a estos tímidos aunque hermosos niñitos, sugerí al maestro samoano que siguiéramos adelante con los ejercicios de clausura. Cuando anunció el himno final, de repente tuve la impresión de saludar personalmente a cada uno de los pequeños. Mi reloj me avisó que el tiempo era demasiado breve para semejante privilegio, pues teníamos planeado tomar un avión para partir del país, así que deseché la impresión. Sin embargo, antes de que se ofreciera la última oración, volví a sentir que debería estrechar la mano de cada niño, deseo que hice saber al instructor, el cual mostró una amplia y hermosa sonrisa samoana y se lo dijo a los niños en su lengua. Éstos sonrieron a modo de aprobación.

Entonces el maestro me reveló el motivo de todo ese gozo cuando dijo: “Cuando supimos que un miembro del Consejo de los Doce iba a visitarnos aquí en Samoa, tan lejos de las Oficinas Generales de la Iglesia, les dije a los niños que si oraban con fervor y sinceridad, y ejercían la fe como en los antiguos relatos de la Biblia, el Apóstol que visitara nuestro pequeño pueblo de Sauniatu, y gracias a la fe de ellos, recibiría la impresión de saludar a cada niño con un apretón de manos”. Fue imposible refrenar las lágrimas a medida que los hermosos niños y niñas se acercaban tímidamente y nos susurraban el dulce saludo samoano “talofa lava”. Fue la manifestación de una profunda expresión de fe.

Recuerden que la fe y la duda no pueden existir en la misma mente al mismo tiempo, pues una disipa a la otra.

En caso de que la duda surja en sus vidas, simplemente digan a todos esos pensamientos escépticos, molestos y rebeldes: “Propongo quedarme con mi fe, con la fe de mi pueblo. Sé que la felicidad y la alegría se encuentran allí y les prohíbo, pensamientos agnósticos y dubitativos, que destruyan la casa de mi fe. Reconozco que no comprendo los procesos de la Creación, pero acepto el hecho de que ocurrió. Confieso que no puedo explicar los milagros de la Biblia, ni tampoco intento hacerlo, pero acepto la palabra de Dios. No estuve con José, pero le creo. Mi fe no es fruto de la ciencia y no permitiré que la supuesta ciencia la destruya”.

Deseo que vivan siempre por la fe.

Cuando ustedes, mis jóvenes amigos, escojan sus amistades con cautela, planeen su futuro con un propósito en mente y vivan por la fe, merecerán la compañía del Espíritu Santo. Tendrán “un fulgor perfecto de esperanza” 8. Testificarán a través de su propia experiencia en cuanto a la veracidad de la promesa del Señor: “…Yo, el Señor, soy misericordioso y benigno para con los que me temen, y me deleito en honrar a los que me sirven en rectitud y en verdad hasta el fin. Grande será su galardón y eterna será su gloria”9.

El faro del Señor proporciona el camino infalible. Que sigamos las señales guiadoras que nos envía a ustedes y a mí a fin de que podamos hallar el camino seguro a casa.

NOTAS

  1. Henry Wadsworth Longfellow, “Morituri Salutamus”.
  2. Gerald Massey, en The Home Book of Quotations, seleccionadas  por Burton Stevenson, 1934, pág. 121.
  3. Véase Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas.
  4. Véase Génesis 25:29–34.
  5. En John Bartlett, Familiar Quotations, decimocuarta edición, 1968, pág. 399.
  6. 1 Corintios 9:24.
  7. Eclesiastés 9:11.
  8. 2 Nefi 31:20.
  9. D. y C. 76:5–6.
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1 Response to El faro del Señor

  1. Avatar de HUGO FREZ HUGO FREZ dice:

    necesitamos, fe confianza en nuestro futuro y seguir por el sendero y elejir nuestras amistades,hacer lo mejor de uno pisar bien y seguro amen.

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