Las bendiciones de la adversidad

Mayo de 1998
Las bendiciones de la adversidad
por el presidente James E. Faust
Segundo Consejero de la Primera Presidencia

James E. FaustHace muchos años, cuando practicaba la abogacía, organicé una compañía para un vendedor de autos nuevos en una sección de la ciudad; durante muchos años fui su asesor legal y uno de los oficiales de la corporación. Posteriormente, uno de mis hijos se hizo cargo de mis responsabilidades de asesor legal. Más tarde, cuando ambos nos encontrábamos en la agencia de ese vendedor, me fijé en las hileras de costosos automóviles nuevos, hermosos, brillantes y relucientes. Preocupado, le mencioné al propietario que si no vendía esos autos, el costo de financiamiento sería exorbitante y acabaría con las ganancias. Mi hijo replicó: «No lo veas desde ese punto de vista, papá; considera las ganancias que se lograrán con todos esos autos».

Aunque creo que él estaba más acertado que yo, de pronto se me ocurrió que mi hijo nunca había pasado por una depresión económica; veíamos las hileras de autos con ojos diferentes porque yo me había criado durante los años de la Gran Depresión. No puedo olvidar cuan despiadadas y tiranas son las deudas.

Durante varios años, fuimos vecinos de un mecánico muy diestro; él y su esposa tomaron la determinación de que nunca se endeudarían. Esa decisión tenía sus raíces en un amargo recuerdo. Siendo recientemente casados, con una familia pequeña, azotó la Gran Depresión y, no obstante todas las habilidades que él poseía, no pudo encontrar trabajo; perdieron la hipoteca de la casa y durante ese periodo vivieron en un gallinero, el cual resultó ser razonablemente cómodo gracias a las habilidades mecánicas que él poseía.

Muchas personas de la generación actual no han llegado a conocer o a apreciar en su totalidad las bendiciones purificadoras de la adversidad. Muchos nunca han sabido lo que es tener hambre por necesidad; sin embargo, me inclino a pensar que la adversidad encierra un proceso necesario de refinamiento, el cual aumenta nuestro entendimiento, realza nuestra sensibilidad y nos hace más como Cristo. Lord Byron dijo: «La adversidad es el primer sendero que conduce hacia la verdad» (Don Juan, canto 12, estrofa 50). La vida del Salvador y la vida de Sus Profetas nos enseñan con claridad y sencillez cuan necesaria es la adversidad a fin de lograr un nivel de grandeza.

Edmund Burke definió acertadamente el papel de la adversidad cuando dijo: «La dificultad es un instructor severo, impuesto por [aquel] que nos conoce mejor de lo que nosotros nos conocemos y que también nos ama más… Aquel que lucha contra nosotros, involuntariamente nos fortalece y mejora nuestras habilidades. Nuestro oponente es nuestro ayudante. Este… conflicto con la dificultad [nos familiariza] con nuestro objetivo y nos obliga a considerarlo en todas sus relaciones. No tolerará que permanezcamos en un bajo nivel de desarrollo» («Reflections on the Revolution in France», en Edmund Burke, Harvard Classics, 50 tomos, 1909, 24:299-300).

Muchos santos de todo el mundo se encuentran en situaciones económicas bastante precarias; de hecho, podría decirse que su situación es muy dolorosa. Desde el punto de vista de esas personas, sería un tanto cruel decir que esa experiencia podría ser buena y que incluso en tiempos más favorables se la podría recordar con afecto o aun con cierta añoranza. Un primo mío que llegó a ser bastante próspero pasó la mayor parte del tiempo de sus estudios de abogacía a la luz de una vela porque él y su esposa no podían pagar la electricidad para alumbrar las habitaciones de la casa.

Hace años, leí acerca de un hombre de color de circunstancias humildes que llegó a ser el representante legal de General Motors, sin duda uno de los puestos más prestigiosos y lucrativos que un abogado podría tener en el mundo. De niño, era muy pobre; se vio obligado a obtener su educación a costa de grandes sacrificios y bajo circunstancias sumamente difíciles. Con regularidad desempeñaba uno o hasta dos, y, si no me equivoco, a veces hasta tres trabajos de ínfima importancia. Le preguntaron si se sentía incómodo entre los ejecutivos mejor remunerados de todo el mundo. Respondió que no; dijo que la mayoría habían sido pobres, como él, que habían alcanzado el camino del éxito mediante pruebas, desafíos, amenazas y desalientos. La adversidad es el fuego purificador que dobla el hierro pero que tiempla el acero.

El presidente David O. McKay dijo: «Hay aquellos que han hecho frente al desastre, el cual casi parece ser la derrota, y que hasta cierto grado se han llenado de amargura; pero si se detienen a reflexionar, aun la adversidad que han tenido que soportar puede convertirse en un medio de elevación espiritual. La adversidad en sí puede llevarnos a Dios y a una iluminación espiritual, y no a alejarnos de ellos; y las privaciones se pueden convertir en una fuente de fortaleza si tan sólo conservamos la dulzura de la mente y del espíritu» (Treasures ofhife, recopilado por Clare Middlemiss, 1962, págs. 107-108).

Quisiera sugerir algunas cosas que podríamos hacer para ser felices, ya sean nuestras circunstancias prósperas o no:

  1. Evitar tener que depender totalmente de las cosas materiales o físicas. Eso podría suponer pensar en comprar una bicicleta en vez de un automóvil, quizás caminar en vez de andar en bicicleta. En mis tiempos, significaba leche descremada en vez de con nata.
  2. Aprender a prescindir de algunas cosas y tener algo en reserva en caso de que lo requieran las circunstancias.
  3. Obtener un aprecio por las grandiosas dádivas de Dios que se encuentran en la naturaleza: la belleza de la tierra, el testimonio elocuente de Dios manifestado en la aurora de la mañana o el crepúsculo de la tarde, en las hojas, las flores, los pájaros, los animales.
  4. Hacer más actividad física, incluso caminar, trotar, nadar y andar en bicicleta.
  5. Participar en un pasatiempo en el que se ejerciten la mente y el corazón y que se pueda hacer en casa.
  6. Pagar diezmos y ofrendas. El guardar este mandamiento no asegurará las riquezas —de hecho, no hay seguridad de que nos librará de los problemas económicos— pero servirá para que los tiempos difíciles sean más llevaderos, brindará la determinación y la fe para comprender y aceptar, y creará una comunión con el Salvador que incrementará nuestras reservas internas de fortaleza y estabilidad.
  7. Adquirir el hábito de cantar, o si eso no es de su agrado, el de silbar. El cantar para uno mismo se interpretaría mejor que si lo vieran a uno hablando solo. En una ocasión mi padre regresó de una cacería de venado sin haber matado un animal, pero se sentía renovado y lleno de júbilo porque, según lo que contó con profundo agradecimiento, uno de sus compañeros, que cantaba a todo pulmón mientras caminaba por entre los pinos y los álamos, había ahuyentado a los venados. Papá se sintió más feliz de haber escuchado a su amigo cantar que de lo que se hubiera sentido si hubiese tenido la carne de venado.

En la vida, todos tenemos nuestras épocas de pruebas y de progreso. Estas tribulaciones son necesarias; son experiencias que nos hacen progresar. No obstante que son épocas de profunda angustia y sufrimiento, son también épocas para acercarnos a Dios. El sufrimiento del Salvador en Getsemaní fue indudablemente el más grande que haya venido a la humanidad; sin embargo, de él provino el beneficio más grandioso en la promesa de la vida eterna.

Isaías describió la imagen del Salvador desde el punto de vista de los demás: «Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos» (Isaías 53:3).

Quizás en toda la literatura, tanto sagrada como secular, no haya nada más elocuente que las secciones 121, 122 y 123 de Doctrina y Convenios, recibidas y escritas por José Smith el Profeta mientras se encontraba en la cárcel de Liberty en la primavera de 1839: Primero la súplica: «Oh Dios, ¿en dónde estás? ¿y dónde está el pabellón que cubre tu morada oculta?

«¿Hasta cuándo se detendrá tu mano, y tu ojo, sí, tu ojo puro, contemplará desde los cielos eternos los agravios de tu pueblo y de tus siervos, y penetrarán sus lamentos en tus oídos? «Sí, oh Señor, ¿hasta cuándo sufrirán estas injurias y opresiones ilícitas, antes que tu corazón se ablande y tus entrañas se llenen de compasión por ellos?» (D. y C. 121:1-3).

Luego viene el alivio prometido: «Hijo mío, paz a tu alma; tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento;

«y entonces, si lo sobrellevas bien, Dios te exaltará; triunfarás sobre todos tus enemigos.
«Tus amigos te sostienen, y te saludarán de nuevo con corazones fervientes y manos amistosas.
«No eres aún como Job; no contienden en contra de ti tus amigos, ni te acusan de transgredir, como hicieron con Job» (D.yC. 121:7-10).

De tales circunstancias también provino esta grandiosa promesa: «Dios os dará conocimiento por medio de su Santo Espíritu, sí, por el inefable don del Espíritu Santo, conocimiento que no se ha revelado desde el principio del mundo hasta ahora» (D. y C. 121:26).

Al profeta José Smith se le advirtió: «Los extremos de la tierra indagarán tu nombre, los necios se burlarán de ti y el infierno se encolerizará en tu contra;
«en tanto que los puros de corazón, los sabios, los nobles y los virtuosos buscarán consejo, autoridad y bendiciones de tu mano constantemente. «El testimonio de traidores nunca volverá a tu pueblo en contra de ti» (D. y C. 122:1-3).

¿Por qué es a veces la adversidad tan buena maestra? ¿Será porque nos enseña muchas cosas? A menudo, las circunstancias difíciles nos obligan a aprender la disciplina y a trabajar. Y muchas veces, en circunstancias desfavorables, estamos sujetos a tribulaciones, a un refinamiento y pulimento que no se puede lograr de ninguna otra manera.

La mayoría de las Autoridades Generales están familiarizadas con la adversidad; nunca se han visto libres de ella y tampoco lo están ahora. A modo de ilustración, quisiera mencionar a tres, seleccionadas únicamente poestar ellas tan familiarizadas con la tribulación.

El presidente Spencer W. Kimball aprendió a temprana edad la necesidad de trabajar. Las muchas experiencias dolorosas que tuvo en sus primeros años lo prepararon para llevar a cabo su gran ministerio. Cuando era niño estuvo a punto de morir ahogado; padeció parálisis facial; su madre falleció cuando él era joven, y, cuando aún era un jovencito, perdió a su querida hermana Ruth. Poco después de casarse, contrajo viruela, y la hermana Kimball le contó más de cien pústulas en la cara.

A temprana edad aprendió en cuanto a los reveses económicos y perdió algunas inversiones. Al igual que Job, padeció de furúnculos, los cuales persistieron durante muchos años, y una vez le aparecieron en la nariz y en los labios. En una ocasión tuvo 24 furúnculos a la vez; poco tiempo después, empezó a sufrir el terrible dolor de los ataques cardiacos que continuaron por muchos años y que al final resultaron en cirugía de corazón abierto. Después fue afectado por una ronquera, la cual se alivió mediante una bendición que le dieron las Autoridades Generales, únicamente para volver más tarde, junto con los furúnculos. Un cáncer serio de las cuerdas vocales requirió cirugía y posteriormente adiestramiento de la voz y tratamientos de cobalto. La parálisis facial regresó, y se le extirparon cánceres de la piel.

El resultado de ese fuego purificador se habría de manifestar en un espíritu y una sensibilidad refinados, un corazón comprensivo, bondad y humildad.

Siempre me ha interesado mucho el origen del presidente Nathan Eldon Tanner. Hace años, lo escuché relatar la historia de sus humildes y difíciles comienzos. Refiriéndose a sus padres, dijo: «Cuando llegaron al sur de Alberta, Canadá, papá no tenía dinero y tuvo que vender la yunta de bueyes con el fin de tener fondos para el sustento de la familia. Lo que siempre me ha dado mucho gusto es que papá nunca pensó en pedir asistencia del gobierno; se fue y trabajó para su vecino, adiestró caballos a fin de que pudieran utilizarlos; vivió en una vivienda cavada en la ladera de una colina en una granja, en donde viví los primeros años de mi vida. Él a menudo decía: Aposté diez dólares al gobierno de Canadá de que podría ganarme la vida en la cuarta parte de una sección de tierra. Casi lo logré’. También dijo: ‘¿Saben? Cuando llegué a este país no tenía un solo harapo sobre la espalda; ahora eso es todo lo que tengo’.

«Después de eso vivimos en un pequeño poblado; me imagino que no les interesa saberlo, pero en ese pequeño poblado ni siquiera teníamos teléfono; no teníamos diario, ni periódico semanal regular; tampoco teníamos agua corriente, ya fuera caliente o fría. Con eso se darán una idea de lo que no teníamos y de lo que teníamos. No había calefacción central, de eso pueden estar seguros; y tocando ese punto, a veces me he preguntado si contábamos con algún medio para calentar la casa» (My Experiences and Observations, «Brigham Young University Speeches of the Year», 17 de mayo de 1966, pág. 6).

De esos difíciles comienzos emergió el gigante conocido como Nathan Eldon Tanner, quien fue presidente de la Legislatura de Alberta, Ministro de minas y tierras de la Provincia de Alberta, presidente de la compañía Trans-Canadian Pipeline, presidente de rama, obispo, presidente de estaca, Ayudante del Consejo de los Doce, Apóstol y consejero de cuatro Presidentes de la Iglesia.

Quisiera compartir con ustedes uno o dos incidentes de la vida temprana del presidente Marión G. Romney, mejor expresados en las propias palabras de él:

«Soy mexicano de nacimiento; nací en Colonia Juárez, Chihuahua, México, donde mis padres vivían en ese tiempo. Me crié ahí hasta aproximadamente los quince años de edad. Durante los últimos dos o tres de esos años, se cernía la revolución. Los rebeldes y los federales se perseguían unos a otros por todo el país, cada bando apropiándose de lo que nosotros, los colonos, teníamos en cuanto a armas, municiones y víveres. Finalmente, nos obligaron a irnos de ahí. Yo salí de México con los refugiados mormones en 1912.

«Recuerdo una experiencia muy emocionante que tuve en el camino entre donde vivíamos y la estación del ferrocarril, aproximadamente a 13 kilómetros al sur de Colonia Juárez. íbamos en una carreta… yo iba con mi madre y sus siete hijos y mi tío (el hermano de ella) y su familia que consistía de cinco o seis niños… Llevábamos un solo baúl: que era todo lo que podíamos llevar. Yo iba sentado sobre el baúl en la parte trasera de la carreta… El ejército de los rebeldes se acercaba al pueblo desde la estación del ferrocarril; no iban formados; iban en sus caballos de silla y llevaban los fusiles enfundados. Dos de ellos se detuvieron y nos registraron, diciendo que buscaban armas. Nosotros no llevábamos ni armas ni municiones; lo que sí encontraron fueron veinte pesos que llevaba mi tío… se los quitaron y luego nos permitieron proseguir. Se fueron por el camino a una distancia como desde aquí hasta el fondo de esta habitación, se detuvieron, se volvieron hacia nosotros, desenfundaron los fusiles y los apuntaron en dirección a donde yo estaba. Al ver los tubos de esos fusiles me pareció como si fueran cañones. Sin embargo, no apretaron el gatillo, lo que es evidente por el hecho de que estoy aquí para relatar lo sucedido. ¡Esa fue una experiencia sumamente emocionante! ¡Una experiencia que me hizo madurar!

«Con explosivos, los rebeldes destruyeron la vía férrea después de que el tren en el que nosotros íbamos pasó por ahí. Más tarde, papá y los demás hombres se fueron a caballo hasta El Paso, Texas. Jamás regresamos ni recuperamos ninguna de nuestras pertenencias mientras papá estuvo con vida.

«Papá y yo nos dedicamos a trabajar para sostener a su numerosa familia. En aquel entonces no había programas de bienestar; nos fue muy difícil el ganarnos la vida» (To Him That Asketh in the Spirit, reunión espiritual del Instituto de Religión Salt Lake, 18 de octubre de 1974, págs. 2-3).

Después de contraer matrimonio y de empezar su familia, el presidente Romney trabajó horario de jornada completa en la oficina de correos a fin de proveer para su familia mientras que al mismo tiempo cursaba estudios de leyes. En esas difíciles circunstancias, obtuvo altas calificaciones y sobresalió en sus estudios, lo cual permitió que fuese aceptado en la «Order of the Coif», una organización que solamente admite a los estudiantes más distinguidos. Practicó la abogacía y llegó a ser obispo, presidente de estaca, uno de los primeros Ayudantes de los Doce, miembro del Quorum de los Doce y miembro de la Primera Presidencia. El demostró su gran amor y compasión por la gente mediante los muchos años en que dirigió el programa de bienestar de la Iglesia.

Muchos líderes y miembros de la Iglesia han tenido experiencias difíciles y adversas similares a las que tuvieron esos tres líderes.

Thomas Paine escribió: «Admiro al hombre que puede sonreír ante las tribulaciones, derivar fortaleza de la aflicción y ser más valiente al tomar la determinación de serlo» (The Works of Thomas Paine, 1934, pág. 392).

No demos por sentado el hecho de que porque el sendero es a veces difícil y desafiante, nuestro Padre Celestial no se acuerda de nosotros. El nos está puliendo y nos está tratando de concientizar para las grandes responsabilidades que yacen adelante. Que El nos bendiga espiritualmente, que podamos tener la dulce compañía del Espíritu Santo y que nuestros pasos sean guiados a lo largo de los senderos de la verdad y de la rectitud. Y que cada uno de nosotros siga el confortante consejo del Señor: «Sé paciente en las aflicciones, porque tendrás muchas; pero sopórtalas, pues he aquí, estoy contigo hasta el fin de tus días» (D. y C. 24:8).

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1 Response to Las bendiciones de la adversidad

  1. Avatar de Salome Giler Mosquera Salome Giler Mosquera dice:

    Mi corazon de alegría al conosl fortalecer mk testimonio, y se con todo mi corazón que don hombres de Dios. H se que laadve

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