La parábola del ganso silvestre

Julio de 1973
La parábola del ganso silvestre
por Michael D. Palmer

Había una vez un joven ganso que anualmente emigraba hacia el sur con su padre. La jornada era larga, y al principio el ganso se divertía admirando el paisaje o volando en círculos alrededor del viejo ánsar, quien a pesar de que se estaba poniendo más lento cada día, al final siempre superaba esa lentitud por la extraordinaria rectitud del curso que seguía. Pero con todo, el joven ganso gozaba de las jornadas.

Un año, poco después del largo viaje hacia el norte, mientras el padre se refregaba las doloridas alas, decidió que había llegado el momento de darle a su hijo algunas instrucciones finales. Era un ganso de pocas palabras, y cuando llamó a su hijo, empezó a hablarle lentamente.

La parábola del ganso silvestre—Pero ¿cómo encontraré mi camino? — inquirió el joven ganso, dándose cuenta por primera vez de que realmente nunca se había fijado mucho en la dirección que tomaban.

—Debes escuchar—le respondió su anciano padre, que parecía que iba a continuar hablándole, pero se detuvo.

La reacción inmediata del joven ganso fue preguntar qué era lo que debía escuchar y exactamente qué oiría. Pero la gran seriedad y solemnidad con que su padre había dicho esas palabras, lo pusieron a pensar y antes de que pudiera volver a hacer la pregunta, el viejo ganso expiró silenciosamente. Su fallecimiento fue lamentado en muchas partes, a pesar de que la rectitud del curso que siempre había seguido, atestiguaba el hecho de que había aprendido bien todo lo que los gansos necesitan saber y por lo tanto iría directamente a la gloria de los gansos.

El joven quedó un tanto solitario por la muerte de su padre y empezó la búsqueda de nuevos amigos; y ya que era un ganso joven y bien parecido, y que apenas le estaban saliendo sus plumas de ánsar, muy pronto llegó a ser el favorito del grupo. Sus alas largas y fuertes, aunque le daban la apariencia de ganso silvestre, causaban palpitaciones en el blanco pecho de muchas jóvenes gansas. El verano estuvo lleno de nuevas experiencias; entre ellas, aprendió aun los bailes de última moda.

Una mañana, después de haber trasnochado con los otros gansos, despertó y se dio cuenta de que las primeras hojas habían empezado a cambiar de color.

—Partiré mañana—se dijo; pero al recordar la insistencia de la última admonición de su padre, decidió salir ese mismo día. Al encontrarse haciendo sus últimos preparativos para salir, accidentalmente despertó a uno de los gansos de la granja que había estado durmiendo a su lado.

—¿A dónde té vas?—preguntó el ganso soñoliento.

—Al sur—respondió él.

—Parece que es demasiado lejos. No hablas en serio, ¿verdad?

—Seguro que sí; salgo hoymismo.

—Pero ¿para qué vas a hacer eso? Hay muchos de nosotros que vivimos aquí durante todo el año y lo pasamos muy bien. Lo único que tienes que hacer es recortarte las alas y podrías tener el pico lleno todo el invierno sin tener que levantar una sola pluma. Nadie notaría la diferencia.

—Es una oferta tentadora— contestó el joven ganso, tratando de no aparentar que realmente lo pensaba así—pero me sentiría perdido sin las alas.

—Oh, quizás al principio las extrañarías un poco, pero después de un tiempo te acostumbrarías; realmente pienso que las alas cortas son más cómodas.

—Quizás—le dijo el joven ganso—Pero aún siento que debo ir.

—Pero ¿cuál es la prisa? Vamos, puedes decírmelo. ¿Cuál es la verdadera razón?—persistió su amigo—Me imagino que tendrás a una atractiva gansa esperándote allá.

El joven ganso se sintió tentado a hacerle una guiñada ya que sabía que eso haría que su amigo lo dejara en paz. Pero en lugar de ello, dijo un tanto vacilante:

—El sur es más seguro durante el invierno.

—Sería mejor que te buscaras una mejor excusa—respondió su amigo con cierto aire de condescendencia—Esa es una vieja superstición, yo preferiría aceptar los riesgos aquí que tratar de cruzar el golfo de México durante un huracán. Y de paso, ¿piensas en realidad que podrás encontrar el camino para salir del campo?

—Seguro—contestó el otro, tratando de aparentar confianza.

—¿Qué clase de sistema de navegación has pensado utilizar?— preguntó su amigo burlonamente.

—Pues, pensé que. . . que, simplemente escucharía. Tú sabes, escuchar—añadió el joven ganso, sintiéndose más malhumorado con cada palabra.

—extraordinario; no tenía idea que alguien realmente creyera en tales cosas. En una revista reciente leí un informe de un caso en donde unos viejos campesinos habían afirmado que la navegación de norte a sur, que desde hace mucho tiempo probó ser un fenómeno puramente condicionado, había sido llevado a cabo por algún proceso intuitivo; pero su entera demanda se basaba en unas suposiciones sumamente subjetivas y sin una completa verificación, tal como tu método de «escuchar.» Es raro, nunca pensé que en realidad conocería a nadie que creyera en eso.

—Oh, estoy seguro de que da resultado. Mi padre dijo que si solamente escuchaba, oiría. . .

—¿Voces, supongo? Ahora imaginemos por un minuto que en realidad hubiera tales cosas como voces. ¿Por qué era tu padre el único que las oía? Nadie de los que viven por aquí las han oído; ¿por qué habría él de escucharlas y nosotros no?

—Quizás él necesitaba las voces más que ustedes. El tenía que encontrar su camino cada año hacia el sur; ninguno de los que viven aquí salen jamás a ningún lado; además, uno tiene que escuchar.

—Bien—dijo su amigo—vas a andar volando un tanto ciego sin la compañía de tu padre. Yo lo pensaría dos veces antes de empezar una jornada semejante sin ser capaz de poder ver el camino. El volar requiere la vista, no algo tan nebuloso como las voces.

—Gracias por la advertencia— le dijo el joven ganso débilmente. Pensó dos veces acerca de ello y la segunda vez le pareció que había oído algo; era algo leve pero distinguible. Y en un instante de esperanza emprendió su camino; el solo estar suspendido en el aire lo hizo sentirse mejor.

Al principio no oyó mucho, pero el oído se le agudizó cada vez más hasta que ni aun las densas nieblas presentaban problema alguno.

Y mientras escuchaba, se dio cuenta de por qué su padre le había dado una explicación tan limitada. Las cosas que experimentó no eran «voces» ni tampoco «sentimientos»; de algún modo, eran más reales de lo que los sentimientos o las voces jamás podrían serlo. Lo más que podría realmente decir de ellos es que eran dones, que eran buenos y que le habían sido dados para un propósito.

Al volver a la primavera siguiente, se enteró de que su amigo había desaparecido misteriosamente durante la Navidad. Desde ese entonces el joven ganso aprendió a volar en un rumbo más directo hasta que por fin le fue posible volar tan bien como su padre.

MORALEJA: Si no puedes ver demasiado lejos, escuchar es el mejor recurso.

 

 

 

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