La venida de Elías
por el presidente Joseph Fielding Smith
Malaquías, el último de los profetas del Antiguo Testamento, concluyó sus predicciones con estas palabras:
«He aquí, yo os envío el profeta Elias, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible.
«El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición» (Malaquías 4:5-6).
Parece sumamente apropiado que el último de los antiguos profetas cerrara sus palabras con una promesa dirigida a las generaciones futuras, y que en esa promesa predijera una época en donde habría una unión de las dispensaciones pasadas con aquellas de tiempos posteriores. Para la mayoría de los comentadores, las palabras proféticas de Malaquías han probado ser un misterio insuperable. Esto sucede especialmente respecto a su declaración de la venida de Elias.
La razón de este tropiezo se debe en gran parte a que los comentadores de la Biblia no han podido comprender que es posible y razonable que un profeta antiguo, que vivió casi mil años antes del tiempo de Cristo, fuera enviado con un poder tan extraordinario como el que fue descrito por Malaquías y que Elias poseía. La interpretación popular ha sido que esta profecía se cumplió con la venida de Juan el Bautista como un Elias, con poder de volver el corazón de los padres hacia los hijos y los hijos hacia los padres. Una razón para esta interpretación es la falta de comprensión de las palabras del ángel a Zacarías, en relación a Juan, cuando dijo:
«E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elias, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto» (Lucas 1:2 7).
Es cierto que Juan vino con el espíritu y el poder de Elias, pero no para cumplir la promesa hecha por Malaquías, que en el contexto aparece como algo designado para llevarse a cabo en los últimos días y poco antes del día grande y terrible del Señor, cuando Cristo realice su segunda venida a la tierra. A la persona que tiene fe en las escrituras tampoco deberá parecerle irrazonable creer que un antiguo profeta pudiera ser enviado a la tierra en tiempos posteriores. Hay un relato bastante vivido registrado por los autores de los Evangelios respecto a la aparición de Moisés y Elias a Pedro, Santiago y Juan mientras se encontraban con Cristo en el Monte de la Transfiguración. Ahora bien, si Moisés y Elias pudieron aparecer a estos discípulos cientos de años después que vivieron en la tierra, ¿no es igualmente razonable creer que podrían ser enviados nuevamente en nuestros tiempos con un mensaje de salvación y con autoridad para los hombres sobre la tierra?
Cuando el Salvador y sus discípulos descendieron del Monte de la Transfiguración, el Señor les mandó no decir a ningún hombre acerca de esta manifestación hasta que Él hubiese resucitado de los muertos. No obstante, estaban ansiosos por saber algo de la venida de Elias, y en respuesta a su pregunta, el Señor les dijo:
«A la verdad, Elias viene primero, y restaurará todas las cosas.
«Mas os digo que Elias ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron. . .» (Mateo 17:11-12).
Entonces los discípulos supieron que el Maestro se refería a Juan. El Salvador aclaró que Juan el Bautista vino como un Elias, o a preparar el camino para El, pero asimismo aclaró que en un tiempo futuro habría de venir otro Elias con el poder de restaurar todas las cosas. Juan no restauró todas las cosas durante su breve ministerio, pese a lo importante que haya sido. Su obra fue la preparación para el ministerio de Jesucristo, y en este respecto fue un Elias.
El nombre Elias es algo más que un nombre propio; es también un título. Un Elias es aquel que sale antes que uno más grandioso que él mismo, a fin de preparar el camino para el hombre poderoso que lo seguirá. Juan sirvió en este llamamiento, pero no como el restaurador de todas las cosas. Es evidente que la restauración de todas las cosas no era un propósito que habría de lograrse durante el meridiano de los tiempos, cuando Cristo estuvo en su ministerio. Esta gran obra fue reservada para los últimos días. Consideremos este punto por un momento.
Poco antes de la ascensión de nuestro Señor, los discípulos le hicieron esta pregunta:
«Señor, ¿Restaurarás el reino a Israel en este tiempo?» Les respondió: «No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad» (Hechos 1:6-7). Esta respuesta tiene tan solamente un significado, y es que la restauración no era para su época.
Más tarde, esos discípulos vieron claramente esta verdad. Fue poco después de este incidente cuando Pedro amonestó a algunos de los judíos que actuaron como instrumentos en la muerte del Señor; les dijo que debían arrepentirse y convertirse, que sus pecados podrían ser borrados «para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo» (Hechos 3:19-21).
En sus escritos a los santos efesios, Pablo también les dijo que en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, el Padre reuniría en una todas las cosas en Cristo, «las que están en los cielos, como las que están en la tierra» (Efesios 1:10).
Los discípulos sabían que el tiempo de restitución no habría de venir hasta la época cercana a la segunda venida de Jesucristo, y sería en ese tiempo que Elias habría de traer a la tierra su sacerdocio y restaurar a los hombres el poder de sellar en la tierra como en los cielos, a fin de que la humanidad pudiera tener los medios de escapar de la destrucción que esperaba a los inicuos en el día grande y terrible del Señor. Este día grande y terrible no puede ser otro sino el de la venida de Jesucristo para establecer su reino, en poder, entre los justos en la tierra y limpiarla de toda la iniquidad. No será un día de miedo ni para causar temor en los corazones de los justos, pero será un gran día de miedo y terror para los impíos. Esto lo hemos aprendido de las palabras de nuestro Salvador mismo, como se lo enseñó a sus discípulos.
Tenemos una interpretación mucho más clara de las palabras de Malaquías, dada por el profeta nefita Moroni, que le apareció a José Smith, el 21 de septiembre de 1823. Es así la manera en que el ángel las citó:
«He aquí, yo os revelaré el sacerdocio por la mano de Elias el profeta, antes de la venida del grande y terrible día del Señor.
«Y él plantará en los corazones de los hijos las promesas hechas a los padres, y los corazones de los hijos se volverán a sus padres.
«De no ser así, toda la tierra sería destruida totalmente a su venida» (Doc. y Con. 2:1-3).
Moroni le informó a José Smith que esta predicción estaba por cumplirse; el cumplimiento se realizó aproximadamente doce años más tarde, el 3 de abril de 1836. En ese día, Elias se apareció a José Smith y Oliverio Cowdery en el Templo de Kirtland y confirió sobre ellos su sacerdocio, el cual es el poder para atar, o sellar en la tierra y en el cielo. Las llaves de este sacerdocio estaban en poder de Elias, a quien el Señor dio poder sobre los elementos, así como sobre los hombres, con la autoridad de sellar sobre los justos, por tiempo y eternidad, todas las ordenanzas pertenecientes a la plenitud de salvación. El profeta José Smith dijo que Elias fue el último Profeta que tuvo las llaves de este sacerdocio; él habría de venir y restaurar esta autoridad en la última dispensación a fin de que todas las ordenanzas del evangelio pudiesen ser logradas en justicia, y sin esta autoridad, las ordenanzas no serían en justicia.
Por lo tanto, la restauración de esta autoridad es la levadura que salva a la tierra de ser totalmente consumida en la venida de Jesucristo. Si fijamos firme y claramente en nuestra mente esta verdad, es fácil comprender que únicamente habría confusión y desastre si Cristo viniera y el poder de sellar no se encontrara aquí. El Señor no reconoce ninguna ordenanza ni ceremonia, pese a que haya sido efectuada en su nombre, a menos que esté de acuerdo con su voluntad y haya sido realizada por alguien reconocido como su siervo autorizado. Fue por esa razón que Él les envió de su presencia mensajeros santos a José Smith y otros, para restaurar aquello que había sido quitado de la tierra, aun la plenitud del evangelio, y la plenitud y las llaves del sacerdocio. En esta época de restauración fue necesario no solamente que Elias viniera con el poder sellador para hacer válidas todas las ordenanzas y ceremonias del evangelio, sino también que los antiguos profetas que tuvieron las llaves de dispensaciones viniesen, desde los días de Adán y los de Pedro, Santiago y Juan, y restauraran su autoridad en ésta, la dispensación del cumplimiento de los tiempos. Esto queda positivamente declarado por Pedro y Pablo en sus instrucciones a los santos de la Iglesia de Jesucristo de los días antiguos. Pero aquí hemos estado considerando solamente la venida de Elias con las llaves selladoras, poniendo el sello de aprobación en todo lo que se efectúe en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, para que sea reconocida en los cielos y ante el trono de Dios.
El logro más importante mediante la restauración de esta autoridad que estuvo en manos de Elias fue plantar en el corazón de los hijos las promesas hechas a los padres, de que las ordenanzas deben ser efectuadas por los padres en los Templos del Señor por medio de lo cual la salvación en el reino de Dios puede venir a todos los padres que sean dignos de recibirla. Esto ha de llevarse a cabo mediante la obra vicaria efectuada por sus hijos en su beneficio. Elias llevó a cabo la restauración del poder mediante el cual los esposos pueden ser sellados por la eternidad así como por esta vida, ya que el matrimonio fue primeramente instituido antes de que la muerte entrara al mundo, y de acuerdo con el propósito del Señor, debe ser eterno.
























