Después de hacer cuanto podamos

Diciembre de 1988
Después de hacer cuanto podamos
Por el presidente Ezra Taft Benson

Ezra Taft BensonLa Navidad es una época de verdadero gozo. Re­cuerdo las tradicionales celebraciones navideñas de cuando era niño. . . ¡Cómo disfrutába­mos esa época con mis nobles padres y mis diez her­manos!

Y luego con mis propios hijos. . . Cuando eran pequeños, mi esposa, Flora, y ellos decoraban nues­tro hogar con adornos tradicionales y hacían delicio­sos pasteles y galletitas típicos de la temporada para obsequiar a los vecinos y familiares. Reinaba un espí­ritu de amor y generosidad.

Espero que vuestro hogar refleje ese mismo gozo, el verdadero gozo de la Navidad. Pero también espero que esta conmemoración sea más que una tradición para vosotros; que refleje vuestro constante testimo­nio de la divinidad del nacimiento y de la misión de nuestro Salvador, y que la dulce paz que os invade en esta época os lleve a tomar la determinación de vivir más intensamente sus enseñanzas y así demostrar vuestro amor y fidelidad.

Testigos de Jesucristo
Como testigo especial del Señor Jesucristo, testifi­co que aquel cuyo cumpleaños celebramos en esta época especial es nuestro Salvador, nuestro Redentor y nuestro Señor.

No sólo nació El en un humilde pesebre en Belén y fue crucificado en Gólgota, sino que al tercer día se levantó de entre los muertos y vive. De eso os doy mi testimonio personal, porque lo sé. Él vive y vela di­rectamente por su Iglesia y sus siervos.

El saber que Él vive es el conocimiento más pre­ciado que se puede tener en el mundo. Pero nuestra creencia en Jesucristo no se basa sólo en la tradición histórica, aun cuando aceptamos, en su totalidad, los registros históricos del Antiguo y del Nuevo Testa­mento, lo cual constituye un testimonio de Su divi­nidad, Nuestra creencia en Jesucristo se basa también en la visita que El hizo, junto con su Padre, al pro­feta José Smith cuando éste era un jovencito. Este es el acontecimiento más importante que haya ocurrido en el mundo desde Su resurrección. En esa oportuni­dad Él se presentó en persona y habló, al igual que lo ha hecho en varias otras ocasiones en esta dispensa­ción.

Las siguientes son las palabras del profeta José Smith acerca de una de esas gloriosas manifestacio­nes del Salvador:

“Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de él, éste es el testimonio, el último de todos, que nosotros damos de él: ¡Que vive!
“Porque lo vimos, sí, a la diestra de Dios; oímos la voz testificar que él es el Unigénito del Padre.” (D. y C. 76:22-23.)

Nosotros somos testigos actualmente del hecho de que Él vive.

Jesús vino a la tierra para darnos la salvación
Nosotros creemos y declaramos que Jesucristo na­ció en el mundo en la forma maravillosa en que lo describe la Santa Biblia.

“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual tam­bién el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.” (Lucas 1:35.)

Creemos y también declaramos que Jesucristo, el Unigénito de nuestro Padre Celestial en la carne, tu­vo el poder de hacer muchos milagros, tales como resucitar a los muertos, hacer caminar al cojo y ver al ciego, así como perdonar los pecados, bajo la condi­ción del arrepentimiento sincero.

Creemos y declaramos, tal como lo previo Isaías, que “ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores. . . herido fue por nuestras re­beliones, molido por nuestros pecados… y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:4-5).

Por el infinito amor que siente por nosotros, sufrió los dolores de todos los hombres para que no tuviéra­mos que padecer, siempre y cuando nos arrepintamos de nuestros pecados.

“Porque he aquí, yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan, si se arrepienten; mas si no se arrepienten, tendrán que padecer así co­mo yo; padecimiento que hizo que yo, Dios, el mayor de todos, temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu, y deseara no tener que beber la amar­ga copa y desmayar,

“Sin embargo, gloria sea al Padre, bebí, y acabé mis preparativos para con los hijos de los hombres,» (D. y C. 19:16-19.)

Él vive porque es Dios y porque tiene el poder de la resurrección, Y es precisamente porque Él está vivo, que todos los seres humanos seremos inmorta­les, ya que la resurrección es un don para toda la humanidad, ya sea que lo merezcamos o no.

Debemos llegar a ser puros y santos
Creemos y declaramos que ningún hombre o mu­jer que haya vivido podrá ganar la salvación única­mente por sus propios méritos y obras, ni por el solo hecho de con tesar que Jesús es el Hijo de Dios, o acatar las ordenanzas de la Iglesia solamente.

En realidad creemos que la Salvación, en el verdadero sentido de la palabra, consiste en llegar a la presencia de Dios el Padre, y de su Hijo, Jesucristo, y sólo la ganarán aquellos que estén limpios de todo mal e inmundicia.

Debemos llegar a ser puros y santos como lo son Jesús y el Padre, porque “Varón de Santidad” (Moi­sés 7:33) es el nombre de Dios, Y solamente llega­mos a ser puros cuando estamos en armonía con las leyes y las ordenanzas que el Salvador ha prescrito en su evangelio. Esto significa que debemos arre­pentimos completamente de nuestros pecados y abandonar todo lo que haya sido malo en nuestra vida pasada: significa que debemos recibir las orde­nanzas del bautismo y el don del Espíritu Santo, a fin de estar «enteramente limpios» de toda iniqui­dad, como dicen las Escrituras (véase 3 Nefi 8:1).

Significa que, después de habernos arrepentido, debemos dedicar el resto de nuestra vida al cumpli­miento de las enseñanzas de Jesús, para entonces llegar a ser verdadera mente sus discípulos. Pero aun así, todo eso no es suficiente para ser dignos de entrar en la glorificada presencia de Dios el Padre y Jesucristo.

«Es por la gracia que nos salvamos”
La Iglesia está de acuerdo con lo que dijo Nefi: “Pues sabemos que es por la gracia que nos salva­mos, después de hacer cuanto podamos” (2 Nefi 25:23).

La gracia es el don que Dios ha dado a todos sus hijos y para cuyo fin dio a su Unigénito, de manera que aquel que crea en El y cumpla con sus leyes y ordenanzas pueda tener vida eterna.

Por gracia, el Salvador padeció la Expiación para que todos los seres humanos logren la inmortalidad. Por su gracia v por nuestra te en su sacrificio expia­torio y por el arrepentimiento de nuestros pecados recibimos fortaleza para llevar a cabo las obras nece­sarias que, de otra manera, no podríamos realizar por nosotros mismos.

Por su gracia se nos colma de bendiciones y de fortaleza espiritual mediante las cuales, si perseveramos hasta el fin, podremos alcanzar la vida eterna.

Sí, “es por la gracia que nos salvamos, después de hacer cuanto podamos” (2 Nefi 25:23).

«Después de hacer cuanto podamos”
¿Qué significa “después de hacer cuanto poda­mos”? ¿Qué abarca este concepto?

Significa hacer todo lo que esté dentro de nues­tras posibilidades: incluye vivir de acuerdo con los mandamientos, amar a nuestros semejantes y orar por nuestros enemigos; incluye vestir al desnudo, dar de comer al hambriento, visitar al enfermo y socorrer a los que nos necesiten (véase Mosíah 4:16), teniendo siempre presente que lo que haga­mos al mas pequeñito de los hijos de Dios, se lo haremos a El mismo.

“Después de hacer cuanto podamos” significa lle­var una vida casta, limpia y pura, ser escrupulosa­mente honrados en todos nuestros asuntos y tratar a otros de la manera en que nos gustaría que nos trataran a nosotros.

“¿Qué clase de hombres habéis de ser?” pregunta el Se­ñor, y después nos da la respuesta: “En verdad os digo, aun como yo soy” (3 Nefi 27:27).

“He aquí, yo soy la luz que debéis sos­tener en alto: aque­llo que me habéis visto hacer” (3 Nefi 18:24).

Por lo tanto, esforcémonos por lograr que nuestro testimonio sea vibrante y firme; porque nuestros he­chos y acciones sean como las de Cristo, a fin de que por medio de nuestra diligencia y de la gracia de Dios, la fe, la virtud, el conocimiento, la templanza, la paciencia, la bondad fraternal, la piedad, la cari­dad, la humildad y la diligencia sean parte de nuestra personalidad.

Tal como lo dijo el apóstol Pedro, nuestro objetivo es llegar “a ser participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4).

Esforcémonos, por lo tanto, en tener, tal como Alma amonestó, “la imagen de Dios grabada en [nuestros] semblantes” (Alma 5:19).

Hagamos que nuestra vida, nuestro hogar y nuestra actuación en el trabajo reflejen características cristia­nas, y vivamos de manera tal que otros digan de no­sotros: “He ahí un verdadero cristiano”.

En verdad, creemos en Jesucristo; pero más aún, acudimos a Él, confiamos en Él e imitamos sus atri­butos, porque no ha habido ni jamás habrá “otro nombre, ni otra senda ni medio, por el cual la salva­ción pueda llegar a los hijos de los hombres, sino en y por medio del nombre de Cristo, el Señor Omnipo­tente” (Mosíah 3:17).

Ruego que Dios nos bendiga, mis hermanos, a to­dos, para que siempre gocemos de la compañía de su Espíritu, a fin de que creamos, aceptemos y vivamos sus enseñanzas. Entonces, todos verán y sabrán que somos sus discípulos.

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