Los mejores dones

Diciembre de 1984
Los mejores dones
por el élder Robert D. Hales
del Primer Quorum de los Setenta

Robert D. HalesCuando era joven vivíamos en Long island, a unos cincuenta kilómetros de la ciudad de Nueva York. Estábamos rodeados por bosques y disfrutábamos de la natura­leza. Mi padre tenía un terreno grande con arbustos, jardines, una pecera, una huerta, césped y árboles. Todo esto re­quería un trabajo constante para conservarlo en buen estado y siempre ha­bía tareas que hacer, tales como cortar el césped en el verano y recoger las ho­jas caídas en el otoño. Aunque trabajá­bamos bastante duro en el cuidado de nuestro jardín, lo que hacíamos no se comparaba en lo más mínimo con lo que mi padre había tenido que hacer cuando era niño en la granja de remola­chas en Burton, Idaho.

Un día mi padre me dijo, «Nunca vas a aprender a trabajar hasta que vayas a trabajar en la hacienda con tu tío Frank.» De modo que ese verano lo pasé en el Valle Skull cerca de Tooele, Utah, apren­diendo a trabajar.

Fue difícil para mí creer el contraste que había entre el hermoso verdor de mi hogar en Long Island y el ambiente de­sértico y polvoso del Valle Skull. Esto me hizo apreciar la primera impresión que han de haber tenido aquellos pioneros originarios de Europa y de la parte orien­tal de los Estados Unidos, cuando Brigham Young les dijo: «Este es el lugar».

Me había criado cerca de una ciudad grande, y la vida en una hacienda fue una verdadera educación para mí. Me impresionó ver el ganado y los caballos y lo duro que se tenía que trabajar para obtener la cosecha. Recuerdo los senti­mientos que experimenté cuando comprendí por primera vez que era necesa­rio hacer unos preparativos enormes antes de poder cosechar. Teníamos que arar, gradar, sembrar, cultivar, deshierbar, irrigar y después seguir cultivando, deshierbando e irrigando interminablemente, me parecía. Ese verano aprendí una gran lección, la cual forma parte en­trañable de mi legado, pues fue allí, en ese lugar desolado y remoto de la tierra, en donde aprendí la ley de la cosecha.

La ley de la cosecha es simplemente que en la vida no se recibe algo por nada. Las Escrituras nos dicen que así como sembramos, segaremos (cose­charemos). «No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará» (Gálatas 6:7).

Desde ese entonces he aprendido que los mismos principios de la ley de la cosecha se utilizan para resolver productivamente los problemas de la vida. Cuando vamos a la tienda, solamente vemos el resultado final de la facultad creadora de un agricultor o granjero; ve­mos hermosas verduras, frutas y pro­ductos lácteos, pero, a menos que hayamos participado en el proceso de su creación, no podemos comprender la cantidad de tiempo, trabajo arduo, desi­lusión y preocupación que formaron parte de estos productos terminados. Lo mismo sucede cuando escuchamos a alguien tocar el piano o cantar, o cuando leemos lo que alguien ha escrito o contemplamos un hermoso cuadro.

Para muchos, las palabras facultad creadora solamente se refieren a las ar­tes, pero ésta es una definición dema­siado limitada, ya que hay innumerables formas de aplicar dicha facultad.

Jesucristo, el Creador de esta tierra, nos ha mostrado el poderoso potencial de la facultad creadora. Al mirar a nuestro alrededor raramente encontramos dos creaciones exactamente iguales, ya sea entre humanos, animales, flores, ve­getales o insectos. La tierra misma ofrece una variedad ilimitada de esa ex­presión creadora, con sus estaciones, minerales y distintas apariencias de la superficie, tales como desiertos, selvas tropicales, océanos, lagos, montañas, valles, bosques, llanuras y planicies.

Parecería ser que nuestro Creador da su aprobación y nos exhorta a desarro­llar nuestros dones y talentos ingenio­sos. En la sección 46 de Doctrina y Con­venios se nos ha dicho que busquemos «diligentemente los mejores dones, re­cordando siempre para qué son da­dos;. . .

«Porque no a todos se da cada uno de los dones; pues hay muchos dones, y a todo hombre le es dado un don por el Espíritu de Dios.

«A algunos les es dado uno y a otros otro, para que así todos se beneficien. . .

«y todos estos dones vienen de Dios, para el beneficio de los hijos de Dios» (D. y C. 46:8, 11-12; cursiva agregada).

Este pasaje nos dice que no es malo buscar diligentemente los mejores do­nes si lo hacemos por la razón correcta.

No obstante, con mucha frecuencia aquellos que poseen grandes talentos son egoístas y no los utilizan para bene­ficiar a otros. Y lo que es más impor­tante, no reconocen que los mismos son un don de Dios. Si comprendiéramos correctamente la fuente de nuestros talentos creadores, no se utilizaría la lite­ratura, el baile, la música ni la fotografía para satisfacer los propósitos de Sata­nás. El profeta Moroni nos aconseja sa­biamente en cuanto al uso de nuestros talentos para obrar iniquidad y nos ex­horta a «[venir] a Cristo, y [procurar] toda buena dádiva; y que no [toquemos] el don malo, ni la cosa impura» (Moroni 10:30). Sin embargo, estamos aquí en esta probación terrenal para usar nues­tro libro albedrío y escoger el bien del mal.

En Doctrina y Convenios 52:14-19 se nos proporciona una guía que podemos seguir a fin de que usemos nuestros do­nes creadores para propósitos correc­tos. Se nos dice que el don o norma de discernimiento depende de la oración, un espíritu contrito, la obediencia a las ordenanzas y mandamientos, un len­guaje dulce y edificante, ausencia de contención, reconocimiento humilde del poder del Señor y la producción de fru­tos de alabanza y sabiduría.

El versículo 10 de la sección 46 tam­bién hace referencia a nuestras «mentes», o sea nuestra habilidad para estudiar, aprender y desarrollar nuestra inteligencia, dones y talentos. Tenemos la responsabilidad de mejorarnos.

Alguien le preguntó en una ocasión a un amigo mío, «¿Tocas el piano?» Y él respondió, «No lo sé; aún no lo he Intentado». ¡Qué lección tan importante! ¡Cuántos talentos podemos tener es­condidos que solamente están espe­rando florecer si tan solo hacemos el es­fuerzo!

Pero no olvidéis que el desarrollo de nuestros talentos creadores no es una tarea fácil. En ocasiones me encuentro justificando mi falta de talentos con la frase, «No a todos se da cada uno de los dones» (D. y C. 46:11). Por ejemplo, cuando trabajamos en estrecha asociación con traductores e intérpretes, es fá­cil decirles, «¡Qué afortunados son de tener el don de lenguas!» En una oca­sión uno de ellos me respondió directa­mente, «Recibí mi don de lenguas des­pués de miles de horas de estudio y después de superar muchos momentos de fracaso y desánimo.»

Como mencioné anteriormente, la fa­cultad creadora no se limita únicamente a las artes culturales; esta definición es demasiado limitada. Tenemos la habili­dad para producir obras ingeniosas en nuestras actividades diarias. También podemos usar dicha facultad para en­contrar soluciones a los problemas dia­rios al desarrollar nuevas maneras de enfrentarlos. He sido testigo de ello du­rante mi asociación de muchos años con el campo del mercado, de ventas, publicidad y desarrollo de nuevos pro­ductos.

Poco después de completar mis estu­dios en la universidad, la compañía con la que comencé a trabajar me asignó al Departamento de Investigación del Mer­cado. Allí, nos presentaron un pro­blema: cómo identificar rápidamente el nuevo modelo de un producto que era muy similar al modelo anterior. Sin la cla­sificación correcta, nos era imposible evaluar el impacto que el nuevo modelo tendría en el mercado. Los encargados de efectuar las entrevistas se sentían confundidos aun después de haber re­cibido entrenamiento. Parecía que no había manera fácil de obtener la infor­mación que necesitábamos.

Como nuevo analista en el departa­mento, fue invitado a una reunión en la que se analizarían las posibles solucio­nes a este problema, el cual nos estaba costando miles de dólares. Se propusie­ron muchas ideas. A mediados de la reunión, comencé a sacarme el anillo de bodas y a colocarlo en el asa de uno de los productos. Descubrí que el asa del modelo antiguo cabía perfectamente en el hoyo de la sortija, mientras que la del nuevo no. Con esta información, fue fácil elaborar un sistema de tarjetas con ho­yos de distintos tamaños para que los entrevistadores pudieran proporcionar la información correcta. Los investiga­dores del mercado aún se refieren a esta simple solución como la Tarjeta de Hoyos de Hales.

Cuando era presidente del quórum de élderes del Barrio Cambridge en Bos­ton, Massachusetts, nos dimos cuenta de que a menudo perdíamos contacto a los pocos días con los alumnos miem­bros de la Iglesia que llegaban a las universidades de la región. Algunos de ellos nunca se asociaron con nosotros en una forma fuerte y activa. Ideamos un programa al que llamamos Proyecto 48, el cual ofrecía a los alumnos nuevos quienes serían miembros de nuestro quórum de élderes la oportunidad de hospedarse con un miembro del quórum durante 48 horas. El miembro del quorum le ayudaba a encontrar un lugar donde vivir (llevábamos una lista actuali­zada de todos los apartamentos dispo­nibles). Los miembros del quorum ofre­cían su amistad y hermandad al nuevo estudiante y se aseguraban de que es­tuviera bien ubicado.

En esta forma pudimos añadir al quórum a muchos de los nuevos estudian­tes, y no los perdíamos durante esas pri­meras horas críticas en un ambiente nuevo. Han transcurrido veinticinco años y el Proyecto 48 se sigue utilizando para recibir a los estudiantes en el área de Boston.

En ocasiones se necesitan utilizar mé­todos ingeniosos a fin de adaptarse a las condiciones locales. Disponemos de pautas y principios generales, pero el Señor espera que ayudemos a resolver nuestros propios problemas.

En el Libro de Mormón, el hermano de Jared nos da un buen ejemplo de la ma­nera en que el Señor nos permite resol­ver nuestros propios problemas con su guía.

El hermano de Jared ya había cons­truido varios barcos siguiendo las espe­cificaciones del Señor, pero no tenían ningún medio visible de propulsión o na­vegación, ni tampoco había manera de proporcionar aire ni luz a los pasajeros. El hermano de Jared oró y recibió respuestas a sus problemas de propulsión y navegación: el Señor le dijo que usaría el viento y las olas para llevar a los jareditas a la tierra prometida (véase Éter 2:24-25). Pero, ¿y el aire y la luz?

El Señor le instruyó que taladrara un hoyo en la parte superior e inferior del barco y les pusiera tapones, y que de­bían abrir esos hoyos cuando necesita­ran aire. Y creo yo que con cierto sen­tido del humor, el Señor le advirtió que debía volverlos a tapar rápidamente si empezaba a entrar agua (véase Éter 2:20).

Pero aún quedaba el problema del alumbrado para las naves. «¿Vas a per­mitir, oh Señor, que crucemos estas grandes aguas en la obscuridad?» (Éter 2:22). Frecuentemente cuando oramos sólo volvemos a presentar nuestros pro­blemas en otras palabras. «Y el Señor dijo al hermano de Jared: ¿Qué quieres que yo haga para que tengáis luz en vuestros barcos?» (Éter 2:23). Se le dijo que no podía usar ventanas ni fuego, lo cual limitaba sus opciones. En la vida a veces nos encontramos limitados en cuanto a las posibles opciones que po­demos utilizar para resolver nuestros problemas.

La solución que ideó el hermano de Jared fue tomar 16 piedras transparen­tes y pedirle al Señor que las tocara. «Toca estas piedras con tu dedo, oh Se­ñor, y disponías para que brillen en la obscuridad. . . para que tengamos luz mientras atravesemos el mar» (Éter 3:4). El Señor las hizo brillar, y éstas funciona­ron perfectamente durante el transcurso del viaje. Estoy seguro de que pudieron haber otras soluciones igualmente aceptables. En una ocasión, durante una noche de hogar, mi hijo sugirió que el hermano de Jared pudo haberle pe­dido al Señor que pusiera el dedo en un cubo de pintura, y entonces podrían haber pintado el interior del barco con pin­tura fosforescente, pero el hermano de Jared decidió usar las piedras, y el Se­ñor aceptó su solución.

Somos seres humanos que razona­mos y pensamos, y tenemos la habilidad de identificar nuestras necesidades, de planear, fijar metas y resolver nuestros problemas. La persona ingeniosa puede utilizar tales características para idear soluciones a obstáculos aparentemente Insuperables. Podemos usar la originali­dad para vencer la oposición, y pode­mos idear nuevas formas de ayudar a otros a resolver las situaciones difíciles de sus vidas.

Con demasiada frecuencia las perso­nas se aferran a ideas, inventos y pers­pectivas que no funcionan. El método ingenioso es una forma disciplinada de enfrentar las necesidades de la vida. El Ingenio no substituye la educación, el vivir los mandamientos ni la integridad, ni tampoco es un atajo para evitar los desafíos de la vida. El ingenio puede lle­gar a ser un proceso de inspiración que nos conduce a una decisión.

Una persona ingeniosa debe tener una curiosidad constante; debe estar constantemente observando y escu­chando nuevas ideas; debe estar dis­puesto a admitir que la solución de otro puede ser la mejor; y debe aprender las lecciones que brinda la experiencia pre­via, ya sea de otros o de sí misma.

Al observar este proceso del pensa­miento ingenioso, he recordado una y otra vez el trabajo que hacíamos en la hacienda de mi tío. Sirven como una buena pauta los pasos que se siguen para cosechar:

Prepararla tierra. Comenzad con una oración para aclarar vuestra mente y es­tablecer la atmósfera correcta; investi­gad a fondo el problema; desarrollad una actitud positiva en cuanto a que se puede encontrar una solución; estable­ced una atmósfera de confianza en vo­sotros mismos y los demás.

Sembrar las semillas. Investigad lo que podéis hacer para ayudar; determi­nad en qué aspectos necesitaréis ayuda. No pidáis consejos aún, porque todavía no estáis preparados para aceptarlos. No pidáis que otros tomen la decisión por vosotros; recordad el con­sejo que se encuentra en Doctrina y Convenios 9:7: «He aquí, no has enten­dido; has supuesto que yo te lo conce­dería cuando no pensaste sino en pe­dirme.»

Permitir que germinen las semillas. No desechéis vuestras ideas antes de que tengan tiempo para crecer. Esta es la etapa del proceso creador en que es vital tener una actitud positiva. Esperad y permitid que la idea tenga tiempo para desarrollarse; pero debéis estar dis­puestos a enfrentar el fracaso con la dis­posición de tratar de nuevo.

Examinar los sembrados. Desechad las ideas que no concuerden. Mediante la obediencia al Señor, tenéis derecho a recibir su inspiración. Repasad Doctrina y Convenios 9:7-9. La inspiración se re­cibe cuando preguntamos si hemos to­mado la decisión correcta. «Por tanto, sentirás que está bien.» Recordad que obtendréis vuestra mayor fortaleza al guardar los mandamientos.

La cosecha. El agricultor más produc­tivo del mundo sería un fracaso si no cosechara su producto. Haced algo con respecto a vuestras ideas. Tomad la ini­ciativa de compartir vuestros pensa­mientos con otros y luego actuad por vosotros mismos.

El compositor Wolfgang Mozart (com­positor austriaco, 1756-1791) describió cómo utilizaba el proceso ingenioso: «Retengo en la memoria aquellas ideas que me complacen. . . Todo esto me inspira, y si no se me interrumpe, mi tema se agranda, se organiza y se de­fine, y la pieza completa, aunque sea larga, está casi completa y terminada en mi mente para poder contemplarla de una sola mirada, como una hermosa ilustración o estatua.» (En Brewster Ghiselin, The Creative Process, Berkeley, California: University of California Press, 1952, pág. 44.)

Tal como Mozart lo describió, estos mismos pasos que se aplican a la solu­ción de nuestros problemas diarios tam­bién se aplican a la composición litera­ria, la pintura, la fotografía y la música.

El autor de cada creación dedica mu­chas horas de trabajo antes de recibir la cosecha, horas que no son reconoci­das. Las obras maestras que aún están por crearse llegarán a serlo a través del trabajo arduo y la inspiración de Dios.

Ruego que cada uno de nosotros utilice su facultad creadora para hacer todo lo que esté a nuestro alcance para resol­ver nuestros problemas y después acu­dir al Señor para recibir la confirmación reconfortante y pacífica de que hemos tomado la decisión correcta, y entonces ciertamente tendremos una rica cosecha.

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