El plan del Señor para el hombre y la mujer

Liahona Abril de 1976

El plan del Señor para el hombre y la mujer

Spencer W. Kimballpor el presidente Spencer W. Kimball


Nuestro Padre Celestial tiene un plan para el progreso eterno del hombre, que si bien no se traduce en un camino llano y fácil de seguir, puede abundar en grandes satisfacciones, según dispongamos nuestra actitud hacia él.

Escudriñemos ese plan de Dios. Cuando Moisés fue el Profeta del Señor, tuvo grandes visiones y revelaciones y le fue dado ver el principio de esta tierra y aun lo que ocurrió antes del principio de la misma. Abraham también gozó de ese privilegio. De este último leemos: “. . . yo soy el Señor tu Dios”, le dijo el Creador a Abraham, “. . . reino arriba en los cielos y abajo en la tierra, con toda sabiduría y prudencia, sobre todas las inteligencias que tus ojos han visto desde el principio” (Abraham 3:19, 21).

Y el Señor, en medio de los numerosos espíritus preexistentes, dijo: “Descenderemos, pues hay espacio allá, y tomaremos estos materiales, y haremos una tierra en donde éstos puedan morar;

Y así los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare” (Abraham 3:24-25).

“Y los Dioses vigilaron aquellas cosas que habían ordenado hasta que obedecieron.” (Abraham 4:18)

Entonces vinieron en sucesión las ballenas y los peces, las criaturas de ánima viviente que se mueven y las aves aladas.

“Y los Dioses vieron que se les obedecería, y que su plan era bueno.” (Abraham 4:21)

Y cuando se hubieron llenado de vida las aguas y el aire, los Dioses dijeron: “Los bendeciremos, y haremos que fructifiquen y se multipliquen” (Abraham 4:22).

Y fue la quinta “vez”, a la cual en términos generales se le llamadla.

En la etapa siguiente se preparó la tierra para que produjese criaturas de ánima viviente, según su especie, ganado y lo que se arrastra, y las bestias de la tierra según su especie: “Y los Dioses vieron que obedecerían” (Abraham 4:25).

Cuando la tierra se hubo organizado, los Dioses tomaron consejo entre sí, y dijeron: “Descendamos y formemos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y les daremos dominio. . .

Así que los Dioses descendieron para organizar al hombre. . . varón y hembra” (Abraham 4:26-27).

El plan había empezado a concretarse y tanto a vosotros como a mí, así como a nuestros innumerables hermanos, iba a dársenos la oportunidad de venir a la tierra de un modo natural y normal, a vivir las experiencias que son posibles en este planeta.

Todos somos hijos espirituales de Dios, somos su suprema creación, y la tierra y todas las cosas que en ella hay existen para el progreso y la satisfacción de todo el género humano. Y el Señor dijo:

“De cierto os digo, que (si vivís los mandamientos), la abundancia de la tierra será vuestra. . .

Sí, todas las cosas que de la tierra salen, en su sazón, para el beneficio y el uso del hombre son hechas tanto para agradar la vista como para gustar y para oler, para vigorizar el cuerpo y animar el espíritu.

Complace a Dios el haber dado todas las cosas al hombre; porque para este fin fueron creadas.” (D. y C. 59:16, 18-20)

El plan se había puesto en marcha y se había instituido el programa, habiéndose considerado hasta el más mínimo detalle.

Y se contó la sexta “vez”, y los Dioses dijeron: “Haremos que fructifiquen (el varón y la hembra) y se multipliquen, que hinchan y sojuzguen la tierra” (Abraham 4:28).

Esta no fue una idea tardía ni fortuita, ni se llegó a ella en forma gradual, sino que se preparó cuidadosamente antes de que se empezara la creación misma.

Entonces llegó el día en que “los Dioses descendieron y formaron los orígenes de los cielos y de la tierra. . .

Y los Dioses formaron al hombre del polvo de la tierra, y tomaron su espíritu (esto es, el espíritu del hombre), y pusiéronle dentro de él; y soplaron en sus narices el aliento de vida, y el hombre fue alma viviente” (Abraham 5:4, 7).

Entonces “formaron ellos una mujer, y se la trajeron al hombre” (Abraham 5:16).

Esto también fue divinamente preparado.

Y Adán se regocijó y dijo: “. . . ahora se llamará Varona…

Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se allegará a su mujer, y serán una carne” (Abraham 5:17, 18).

Los Dioses habían dicho: “Hagámosle ayuda propia al hombre, por cuanto no es bueno que el hombre esté solo; por consiguiente, le formaremos ayuda propia” (Abraham 5:14).

Hemos indicado que ellos, los Dioses, prepararon esta creación y organizaron y dieron vida a todas las cosas, incluyendo al hombre y la mujer. La obra que realizaron servía un verdadero propósito.

“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.

Y los bendijo Dios, y les dijo: fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla.” (Génesis 1:27-28)

Y bien podría decirse: “Y los bendijo Dios para que se multiplicaran y llenaran la tierra, porque ello constituye una gran bendición que muchos pasan por alto”.

Los hijos que vendrían no iban a nacer por accidente, pues todo había sido cuidadosamente preparado de antemano. El Señor pudo haber dispuesto las cosas de otro modo, pero, ¿cómo podían los padres criar y amar a sus hijos de alguna otra forma?

El cuerpo del hombre y el de la mujer fueron creados distintos a fin de que se complementasen y de que la unión de ambos trajera al mundo un alma viviente, uno de aquellos incontables espíritus que vio Abraham cuando el Señor permitió ver más allá del velo.

Debemos destacar aquí que el Señor creó al hombre y la mujer, varón y hembra, para que se reprodujesen según su especie. Así ha sido desde el principio y continuará siéndolo hasta el fin.

Y cuando los Dioses hubieron terminado las diversas etapas de la creación, vieron que se les había obedecido, ¡su palabra había sido obedecida! Al contemplar los Dioses las cosas que habían hecho, dijeron que “eran buenas”.

Esta era la manera de conservar el plan en su totalidad, de traer almas al mundo y darles la oportunidad de progresar. No se atreva la mente carnal en la brillante inteligencia que se adjudica ni en su pretendida sabiduría, a decir que hubo un error en dicho plan. Todo se organizó inteligentemente para traer hijos al mundo con amor y mutua dependencia. De haber prevalecido las ideas superficiales de muchos mortales, tanto el mundo como la raza humana y todas las cosas que son propias, habrían desaparecido hace ya mucho tiempo.

Durante su ministerio terrenal, el mismo Señor Jesucristo dijo a los fariseos: “¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo”, y no de otra especie? (Mateo 19:4)

Y se les dio el mandamiento de que el hombre se unirá a su mujer, “y los dos serán una sola carne.

Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Mateo 19:5-6)

Estas palabras encierran una vigorosa recriminación de nuestro Señor contra tos perjuicios del divorcio y la disolución de la familia.

El propósito principal de la unión del hombre y su esposa (y únicamente del marido y su mujer) es traer hijos al mundo. El Señor nunca consideró en sus planes que la experiencia sexual fuese un mero juego o que sirviese simplemente para satisfacer las pasiones y la lujuria. No tenemos conocimiento de que el Señor haya dado instrucciones de que la debida relación sexual entre marido y mujer deba limitarse totalmente a la procreación, pero contamos con amplias evidencias, considerando el tiempo desde Adán hasta el presente, de que el Señor tampoco ha dado plenas libertades para abusar de la relación sexual.

Con el conocimiento del debido orden del plan del Señor, que no se corrompa entonces el carácter sagrado del mismo.

En la actualidad, hay muchos individuos en el mundo que en sus elevadas presunciones intentan crear un mundo cimentado en los planes de Satanás, pues Satanás se regocija en la maldad.

Un destacado orador dijo que la relación sexual no es la aplicación de algo inherentemente malo, sino que puede convertirse en la mala aplicación de algo inherentemente bueno.

Ciertamente no es fácil para la mujer dar a luz los hijos con dolor, pero aún así el deseo de ella deberá ser para su marido, porque él se enseñoreará de ella. Del mismo modo, tampoco es fácil para el hombre, que debe ganar el pan para su familia con el sudor de su frente, pero así es el verdadero plan (véase Génesis 3:16-19), y grandes son las bendiciones que provienen de él.

Prácticamente en todas las ocasiones en que se menciona en las Santas Escrituras la creación del género humano, se utilizan los términos “varón y hembra”. En el quinto capítulo de Génesis, Moisés dice: “El día en que creó Dios al hombre, a semejanza de Dios lo hizo” (Génesis 5:1). Y cabe subrayar que tampoco es vano el concepto de que todos hayamos sido hechos a semejanza de Dios, para llegar a ser finalmente dioses, reinas y reyes.

“Varón y hembra los creó; y los bendijo, y llamó el nombre de ellos Adán.” (Génesis 5:2)

Adán fue el apellido de ellos. Y supongo que Adán fue el apellido de la familia, tal como Kimball es el apellido de mi familia.

Cuando a Adán se le dio la mujer, él la llamó Eva “por cuanto ella fue la madre de todos los vivientes” (Moisés 4:26). Ella fue la primera de todas las mujeres, y Adán y Eva fueron los progenitores de la raza; fueron los primeros padres y todos los mortales somos los vástagos de esta pareja.

Este hombre y esta mujer fueron sellados por la eternidad siendo el sellador Dios mismo. A Adán, le dio El a Eva, su mujer, y fue su deseo que todos sus hijos viviesen dignos de llegar a esta ordenanza del matrimonio por el tiempo de esta vida y por la eternidad. El Señor ha dicho que para alcanzar el más alto de los tres cielos o grados de gloria en el reino celestial, “el hombre tiene que entrar en este orden del sacerdocio (es decir, el nuevo y sempiterno convenio del matrimonio);

Y si no, no puede alcanzarlo” (D. y C. 131:2-3).

Tal es la debida forma.

Hay hombres que no se casan simplemente porque no quieren, excluyéndose así de bendiciones. Del mismo modo, podrá haber mujeres que se nieguen estas bendiciones. Hay otros que no se han casado porque nunca han tenido la oportunidad. En cuanto a esto último, sabemos que el Señor arreglará las cosas y que jamás nadie será condenado por algo de lo que no sea culpable.

Este es el plan del Señor,

No obstante, con respecto al matrimonio y al papel que le corresponde al hombre así como a la mujer, que ningún hombre desafié a Dios ni deseche su divino plan.

“Pues está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios, y desecharé el entendimiento de los entendidos.

“¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo?” (1 Corintios 1:19-20)

¿Por qué se permiten algunos criticar. . . si, criticar el plan de Dios? ¿Por qué razón no pueden aceptar el papel que les corresponde desempeñar en la vida y sentirse agradecidos por ello?

Hace poco se publicó en un periódico local un artículo de una valiente dama, que decía lo siguiente:

“Las escrituras señalan que la responsabilidad más importante del hombre en la vida, es la de ser el guía, el protector y proveedor de su esposa e hijos. En el principio, cuando Dios creó al hombre y la mujer, le dijo a la mujer: “. . .tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará (yo prefiero el término: presidirá) de ti’ (Génesis 3:16). El apóstol Pablo reafirmó esto cuando dijo: ‘el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia’ (Efesios 5:23).”

La dama se refería en aquel artículo a los llamados intelectuales que intentan cambiar el plan de Dios. Ella era indudablemente, una de aquellos que creemos que Dios sabía lo que hacía al organizar la familia humana.

Espero de todo corazón que nuestras hermanas y hermanos Santos de los Últimos Días, tanto jóvenes como mayores, beberán abundantemente del agua de vida y acomodarán sus respectivas vidas al hermoso e importantísimo papel que el Señor les ha asignado.

Espero que no intentemos perfeccionar un plan que ya es perfecto, y que procuremos perfeccionarnos con todo nuestro poder, mente y fuerza en el grandioso y extenso plan que se nos ha dado. No sería justo que culpáramos el programa porque algunos hayan fallado; controlemos nuestra actitud, nuestras actividades, nuestro vivir en todos sus aspectos, a fin de que podamos hacernos merecedores de ser herederos de las ricas y numerosas bendiciones que se nos han prometido.

¡Qué papel tan importante, dado por Dios, podría desempeñar cada uno de nosotros en este grandioso y divino drama! ¡Qué inmensas satisfacciones podríamos llegar a experimentar en la vida! ¡Qué hermosos hijos podríamos tener y criar! ¡Qué futuro celestial podríamos llegar a disfrutar!

Dios vive y yo lo sé. Jesús es el Cristo y lo sé. Este es su plan y de esto también tengo la más absoluta certeza.

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