Ese proceso llamado conversión

Ese proceso llamado conversión
por el élder Hartman Rector Jr.
del Primer Consejo de los Setenta

Hartman Rector, JrEl testimonio de los santos es la fuerza de la Iglesia, o mejor deberíamos decir, que aquellos que están convertidos son la fuerza de la Iglesia. El presidente Spencer W. Kimball pareció indicar esto cuando dijo que los conversos son la sangre de vida de la Iglesia y que «si no hubiera conversos, la Iglesia se marchitaría y moriría» (Ensign, octubre de 1974),

Esto señala directamente la necesidad de una conversión. La obra misional fue la primera responsabilidad legada a la Iglesia por el Señor en esta dispensación, así como también el último mandamiento del Maestro en el meridiano de los tiempos. Su última amonestación a los apóstoles fue «id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura» (Marcos 16:15),

No hay ninguna persona en la Iglesia hoy día que no sea el resultado directo o indirecto de la obra misional. Solamente un hombre (el profeta José Smith) recibió el mensaje de esta dispensación de parte «de otra persona que no fuera un misionero, y no estoy muy seguro de que Moroni acepte sin reparos esta afirmación; creo que él se consideraba un muy buen misionero, y por cierto que lo era. Todas las demás personas en la Iglesia han recibido el mensaje de la restauración por medio de misioneros, ya sea directa o indirectamente. Se espera que los misioneros busquen a aquellos que estén dispuestos a escuchar el mensaje y Ies enseñen el evangelio con claridad y sencillez, tal como se halla en los libros canónicos de la Iglesia. Asimismo, ellos «testificarán la verdad de la obra y las doctrinas reveladas en nuestra época» (José F. Smith, Ensign, julio de 1972).

El vehículo de la conversión es enseñar mediante el Espíritu. Antes de que el testimonio pueda entrar en el corazón y la conversión invada el alma, el individuo debe aprender la verdad sobre su relación con Dios. No solamente debe creer en la verdad sino actuar en armonía con ella. Creencia más acción es fe, sin la cual es imposible agradar a Dios «porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan» (Hebreos 11:6),

Esto requiere que alguien predique el evangelio pues la «fe es por el oír» la palabra de Dios (Romanos 10:17). Antes de que una persona pueda creer, debe recibir cierta información; sólo entonces podrá creerla o dudar de ella. Si la información es verídica y confía en que es así creerá que es verdad, y luego actuará de acuerdo con la información que recibió; de este modo estará ejerciendo la fe, sabrá que es verdad y se convertirá. Por otro lado, sin duda aun cuando sea verdad, nunca hallará la verdad, nunca recibirá un testimonio y nunca se convertirá, al menos, hasta que deje de dudar. La fe no consiste en tener un conocimiento perfecto, pues de seguro si se tuviera un conocimiento perfecto de la información, no se necesitaría la fe. Si se sabe algo por cierto, no se necesita creer en ello (Véase Alma 32:18),

La fe, entonces, le permite a uno actuar como si supiera que es verdad aun cuando todavía no lo sepa; como tal, se constituye en una fuerza para el investigador. El conocimiento nace precisamente de la acción; el conocimiento de un principio del evangelio es un testimonio y una acción, o sea que vivir de acuerdo con el testimonio es una evidencia de la conversión.

Es verdad que es posible tener un testimonio y convertirse a un principio del evangelio y no tener un testimonio como para estar convertido a la totalidad del programa del evangelio, Al principio, Pedro tenía un testimonio de que Jesús era el Cristo, pero no fue lo suficientemente fuerte como para impulsarlo a decir la verdad, según podemos verlo reflejado en su actitud la noche en que Cristo fue traicionado. Uno puede estar convertido a la ley de diezmos y pagar su diezmo, y pese a ello rehusar pagar las ofrendas de ayuno; algunos están convertidos a los profetas muertos mas no al Profeta viviente algunos están convertidos para seguir al Profeta viviente pero no están convertidos para seguir a su obispo, que ha sido llamado por el Profeta. Supongo que se rehusarían probablemente a apoyar a Judas como miembro de los Doce Apóstoles aun cuando Jesús les pidiera que lo hicieran.

La muestra de una conversión genuina es la disposición a ayunar y orar para pedir un testimonió del consejo recibido de un siervo ungido del Señor, aun cuando no se esté de acuerdo con él. La conversión verdadera refleja el quinto principio del evangelio, que es la perseverancia; de hecho, es la voluntad del Padre según se encuentra escrito en el Libro de Mormón: «Y el Padre dijo: arrepentíos, arrepentíos y sed bautizados en el nombre de mi Amado Hijo» (2 Nefi 31:11). Luego Nefi escribe:”. . . y oí la voz del Padre que dijo: Si, las palabras de mi Amado son verdaderas y fieles. Aquél que perseverare hasta el fin es el que se salvará» (2 Nefi 31:15).

Entonces Nefi escribe una declaración aún más significativa: «Y ahora, amados hermanos míos, por esto sé que si un hombre no persevera hasta el fin, siguiendo el ejemplo del Hijo del Dios viviente, no puede salvarse» (2 Nefi 31:16). La característica que distinguía el ejemplo de Cristo era la obediencia. «Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió» (Juan 7:16). «No puede el hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre» (Juan 5:19). Recalquemos entonces, que el Hijo no vino para hacer su propia voluntad, sino la de «aquel que me envió».

Nefi continúa:

«Por tanto, haced las cosas que os dije que a vuestro Señor y Redentor había yo visto hacer, porque por esta razón se me han mostrado para que sepáis cuál es la puerta por la que debéis entrar. Porque la puerta por la cual debéis entrar es el arrepentimiento y el bautismo en el agua; y entonces sigue la remisión de vuestros pecados por fuego y por el Espíritu Santo,

Y entonces os halláis en este recto y estrecho camino que conduce a la vida eterna; si, habéis entrado por la puerta; habéis obrado de acuerdo con los mandamientos del Padre y del Hijo, y habéis recibido al Espíritu Santo, que da testimonio del Padre y del Hijo, para cumplir la promesa hecha por él, que recibiríais si entrabais en la senda,

Y ahora, amados hermanos míos, después de haber entrado en esta recta y angosta senda, quisiera preguntar, ¿ya se ha hecho todo? He aquí, os digo: No; porque no habéis llegado hasta aquí sino por la palabra de Cristo, con fe inquebrantable en él, confiando en los méritos de aquel que es poderoso para salvar.

Por tanto, debéis seguir adelante con firmeza en Cristo, teniendo una esperanza resplandeciente, y amor hacia Dios y hacia todos los hombres. Por tanto, si marcháis adelante, deleitándoos en la palabra de Cristo y perseverando hasta el fin, he aquí, así dice el Padre: Tendréis la vida eterna.

Y ahora, amados hermanos míos, ésta es la senda; y no hay otro camino, ni nombre dado debajo del cielo por el cual el hombre puede salvarse en el reino de Dios. Y he aquí, ésta es la doctrina de Cristo, y la única y verdadera doctrina del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, que es un Dios infinito. Amén.» (2 Nefi 31:17-21.)

Basándonos en la declaración de Nefi, es obvio que la conversión es un proceso continuo. Por supuesto que todos los que se encuentran en el camino necesitan la ayuda de aquellos que lo han transitado antes. En otras palabras, los nuevos miembros que han entrado por la puerta necesitan la ayuda de aquellos que los precedieron y cuentan con mayor experiencia en obedecer y vivir los mandamientos.

Esto nos conduce a otra gran evidencia de la conversión. Uno no puede convertirse a Cristo y a su ejemplo y al mismo tiempo odiar a su hermano, su familia, su vecino, ni al extraño que está dentro (o fuera) de sus puertas. El converso sincero debe amar aún a sus enemigos.

En otras palabras, no recibimos la gracia del Señor por amar a aquellos que nos aman a menos que también amemos a los que no solamente no nos aman sino que ni siquiera gustan de nosotros. Esta es la dase de conducta que demuestra una verdadera conversión. Esta conducta no puede demostrarse mediante una actitud pasiva o simplemente con palabras. No podemos sentarnos a observar la lucha de otros, sobre los que pesa una carga física, mental o espiritual y no hacer nada más que urgirlos con sonoras palabras,

Santiago lo expresa con claridad:

«Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día,

y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?» (San 2:15-16.)

Tal gozo se engendra en el corazón de aquel que ha sido sacado de la obscuridad, de la incertidumbre y del descreimiento —de no saber quién es, ni de dónde vino o porqué está aquí, ni tampoco hacia dónde va— y llevado a la maravillosa luz de Cristo, que se siente impelido a compartir con otros. Debe hablar a todos los que le rodean del maravilloso cambio que se experimentó en su vida mediante la influencia de Jesús y su amor y haciendo suyas las palabras de Alma, afirmar: «He nacido espiritualmente de Dios», he experimentado «un gran cambio» en mi corazón, he recibido la imagen de Dios para llegar a ser una nueva criatura en Cristo (Alma 5:14).

Así nace una nueva y muy personal relación entre el converso y Jesucristo; aquél lo considera su amigo y siente gran aprecio por lo que Él ha hecho para ayudarlo. Sabe asimismo que, no solamente sus hechos, sino sus pensamientos más profundos están abiertos para EL Nada se puede ocultar; por lo tanto, la honestidad, la justicia y la fidelidad pasa a ser parte inherente de todas las acciones, ya sean públicas o privadas. El nuevo converso pasa a ser la creación suprema de Dios, un hombre honesto.

Por el contrario, aquellos que profesan ser seguidores de Cristo o miembros de su Iglesia, mas no aman la misericordia ni obran con justicia hacia Dios, hacia el hombre y hacia las demás criaturas, ni caminan en santidad ante Dios o ante su prójimo, necesitan todavía la conversión (Véase Miqueas 6:8). No importa si han nacido en la Iglesia o se han unido a ella hace seis meses; si esta descripción encaja en sus actos, aún no se han convertido. Deben ser considerados todavía futuros conversos.

Como dijo Alma:

«Y ahora, hermanos míos, si habéis experimentado un cambio en el corazón, si habéis sentido el deseo de cantar la canción que redime, he aquí, quisiera preguntaros: ¿podéis sentir esto ahora?

¿Os habéis conservado inocentes delante de Dios en vuestro modo de vivir? Si os tocase morir en este momento, ¿podríais decir dentro de vosotros que habéis sido suficientemente humildes, que vuestros vestidos han sido lavados y blanqueados en la sangre de Cristo, que vendrá para redimir a su pueblo del pecado? He aquí, ¿os habéis despojado del orgullo?. . .

¿Hay entre vosotros quien no esté despojado de la envidia? . . .¿Hay entre vosotros quien se burla de su hermano o que lo colma de persecuciones? ¡Ay de él porque no está preparado; y el tiempo se aproxima en que debe arrepentirse o no podrá salvarse!» (Alma 5:26-31.)

La conversión se aleja de dicha conducta y así se transforma en el cimiento de la sociedad de Dios. La conversión no solamente indica el estar al tanto y aceptar estos principios de progreso, sino que también marca el principio de la perseverancia. La fe que lleva al arrepentimiento y a persistir en la justicia, es la fuerza de salvación del evangelio. La conversión implica un cambio; un cambio del hombre natural que es egoísta, vanidoso, impaciente, intemperante, desobediente y rebelde a un «santo. . . .un niño: sumiso, manso, humilde, paciente, lleno de amor y dispuesto a someterse a cuanto el Señor juzgue conveniente imponer sobre él, así como un niño se sujeta a su padre» (Mosíah 3:19).

Es posible que os preguntéis: «¿Cómo puedo comenzar a cambiar si percibo que la conversión no ha tenido lugar en mí aún? ¿Por dónde comenzar?» Comenzad con vuestra actitud.

El apóstol Pablo demostró precisamente la actitud correcta del Verdadero converso. El proceso de la conversión está basado principalmente en la actitud. Está comprobado que cualquier persona puede «cambiar su vida cambiando de actitud en el momento en que lo desee. Esto está de acuerdo con la declaración de que «cuál es su pensamiento en su corazón, tal es él» (Proverbios 23:7). Cuando Pablo, en camino a Damasco, vio la luz y escuchó la voz del Señor, su pregunta fue: «Señor, ¿qué quieres que yo haga?» (Hechos 9:6). No estamos en verdad convertidos sino hasta que llegamos a la necesidad de saber cuál es la voluntad del Señor para poder hacerla.

Habiendo considerado el significado de la conversión, hasta cierto punto, quizás deberíamos hablar un poco acerca de lo que sucede en el alma humana. Al hablar con algunas personas que la han experimentado, personas que han salido del mundo para entrar en el reino de Dios, son cuatro las experiencias básicas que sobresalen de entre las otras. Uno, o la combinación de estos cuatro temas, es como una fibra en la tela del testimonio de un converso. Los conversos se muestran profundamente impresionados con:

  1. El Libro de Mormón. Muchos sienten que ésta es la clave de su conversión. A menudo dicen: «Leí el Libro de Mormón y supe que era verdadero» Cuando aceptáis la veracidad del Libro de Mormón estáis también convencidos de que Jesús es el Cristo, el Dios Eterno, manifestado a todas las naciones y que las «Santas Escrituras son verdaderas, y que Dios inspira a los hombres y los llama a su santa obra en esta edad y generación, tanto como en las de la antigüedad» (D, y C. 20:11).
  2. La oración. Muchos conversos confiesan no haber orado nunca antes de haber conocido el evangelio restaurado, aun cuando hubieren sido miembros de otra Iglesia durante toda su vida. Cuando se inclinaron finalmente ante el Señor en humilde y sincera oración, supieron que el evangelio era verdadero, y pudieron entonces pedirle al Señor que Ies diera la fuerza que les permitiera cambiar de vida,
  3. Los misioneros. Muchos conversos se muestran tremendamente impresionados ante los jóvenes de ambos sexos que se acercan a ellos en el nombre del Señor; les maravillan su sabiduría y la autoridad con que hablan. No son pocas las veces que se escucha a los nuevos conversos decir: «La apariencia de los misioneros no era llamativa, su dicción y gramática estaban por debajo de lo normal, no poseían un gran conocimiento del mundo, pero portaban dentro de sí algo que me convenció de la veracidad de sus palabras; de hecho, supe que me estaban diciendo la verdad». (No more Strangers, 1971)
  4. Los miembros de la Iglesia. La relación del converso con Santos de los Últimos Días, en la que él experimenta un sentimiento de amor e interés verdaderos, es a menudo una experiencia nueva e inspiradora. Gana fortaleza mediante los miembros que se han sobrepuesto a algunas de las cosas con las cuales él aún está luchando. Es posible que el relato mismo de una conversión ayude a ver cómo estos principios influyen en nosotros para producir luego este milagro de la conversión.

Hace algunos años, poco tiempo después de mi conversión a la Iglesia, vivía en Arlington, Virginia, rodeado por familias que no eran miembros de la Iglesia. En el transcurso de una semana se mudaron dos nuevas familias a mi vecindario. El jardín de atrás de la casa de una de ellas casi se urna al mío, mientras que la otra familia se mudó enfrente a la casa de esos nuevos vecinos. En ese entonces yo trabajaba para el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, mis ocupaciones me mantenían viajando casi continuamente y estaba fuera de mi hogar la mitad del tiempo.

Un viernes por la noche llegué a mi casa y me encontré con que tenía un nuevo vecino que había hecho una abertura en la cerca que separaba nuestras casas y en ella había instalado un portón. Pues bien, consideré esto como un acto de un muy buen vecino. No me cobró nada por el portón. De hecho, ni siquiera le había conocido aún, por lo que fui hasta su casa para presentarme y hacerle saber cuánto le agradecía por haberlo instalado. He descubierto que si consideráramos a todos nuestros conocidos miembros en potencia de la Iglesia, moderaríamos nuestras reacciones ante algunas cosas que quizás no nos gusten. No podemos darnos el lujo de ofender a nadie. Cuando se ofende, se pierde. Para expresar la forma en que debemos hablar con las personas acerca de la Iglesia, el Señor utiliza la expresión «con mansedumbre y humildad» con las personas (D. y C. 38:41).

El apellido de los nuevos vecinos era McKoy. Él era oriundo de Carolina del Norte y por cierto, contaba con un sinnúmero de grandes cualidades que le llevarían a ser un gran santo de los últimos días. Entre ellas: era una persona con quien se hacía fácil hablar; un individuo sin reservas. Esta es siempre una buena señal; la franqueza y la sinceridad hablan por lo general de una honestidad básica que debe existir en el individuo en el que se desee estimular un testimonio. Además, era el jefe de su familia, y resultaba obvio y claro que presidia sobre ella. Recuerdo haberle comentado a mi esposa luego de esa primera visita a mi nuevo vecino, que se trataba de un hombre bueno y estaba seguro de que se uniría a la Iglesia.

Me relacioné con todo entusiasmo a la familia McKoy. Cada vez que observaba que él hacía algo que fuera contrario a los principios del evangelio, le hablaba sobre ello. Por ejemplo, un domingo por la mañana salía de mí casa para la reunión del sacerdocio y vi a mi vecino plantando fresas en el jardín de su casa. Me incliné sobre la cerca y le dije: «Mac, todas las fresas que está plantando morirán». Sorprendido, quiso saber el porqué. «Porque está plantándolas en el día de reposo. No puede esperar que viva lo que está plantando en el día de reposo». Mac se rio ante tan ridícula observación, mas todas las plantas murieron. Poco tiempo después tuve la oportunidad de preguntarle por sus fresas y me respondió: «No puedo comprender qué sucedió; todas murieron», «¿Recuerda lo que le dije?» comenté. «No se podía esperar que esas plantas vivieran, cuando habían sido plantadas en el día de reposo.» Mac reflexionó por un momento y luego dijo:

«Usted trabaja para el Departamento de Agricultura, ¿no es así?

Después, quedó convencido de que sus plantas de fresas habían sido maldecidas; muchas veces había plantado en el día domingo con todo éxito; ¿por qué fracasaría esa vez? Cuando pienso en ello, sé que me sentí impelido a decirle que las plantas no vivirían y esto-seguro de que el Señor se hizo cargo de ellas. He descubierto que El siempre respalda a sus siervos en todo momento.

Poco tiempo después mi nuevo amigo me dijo que acababa de echar de su casa a dos pastores de su Iglesia. Le pregunté por qué y me respondió: «Vinieron a recoger mi contribución monetaria». Quise saber de qué se trataba y me informó que era su costumbre donar una cierta cantidad de dinero todos los años; pero ese año consideraba que no podía contribuir con la suma que había donado anteriormente, por lo que los pastores de su Iglesia tuvieron que ir a estimularlo. Él se había sentido ofendido y les pidió que se fueran de su casa.

Se supondría que ésta no habría sido la ocasión más apropiada para hablarle del diezmo, pero por alguna razón me sentí motivado a sacar el tema. Le dije: «Mac, ¿sabe usted que el 10% de sus ingresos no le pertenecen?» Como no entendió, continué: el 10% de sus ingresos pertenecen al Señor», Me respondió: «Explíqueme eso, por favor». Yo no lo sabía entonces, pero él me dijo algún tiempo después que había estado orando al Señor para poder entender el principio del diezmo, preguntándose cómo podría pagar diezmo siendo que ya gastaba el 10% más de lo que ganaba. Me tomé el tiempo para explicarle todo lo que sabía sobre el tema. Entre otras cosas, le conté la historia del presidente Heber j. Grant sobre la maestra de la Escuela Dominical que llevó diez grandes manzanas rojas a su pequeña clase y preguntó a los niños cuántos de ellos le devolverían una manzana si recibieran las diez. Cada miembro de su clase respondió con entusiasmo en forma afirmativa. Entonces la maestra asoció esta analogía con el pago del diezmo en que el Señor nos da a cada uno todo lo que tenemos, pero pide que le devolvamos tan sólo una décima parte de ello. El presidente Grant agregó: «Lo que la mayoría de nosotros hace es cortar la décima manzana a la mitad, ofrecerle esa mitad al Señor y pedirle que le dé un mordisco». Le dije a mi amigo: «Parece ser que usted encaja dentro del ejemplo. Le está ofreciendo al Señor tan sólo un pequeño mordisco». El reflexionó por un momento y luego replicó: «Si, entiendo lo que quiere decir y creo que tiene razón».

Y bien, cuando me dijo que creía en el pago del diezmo, supe que ya estaba listo para escuchar el mensaje de la restauración; así que agregué: «Mac, dos jóvenes de mi Iglesia van a venir a mi casa el próximo jueves por la tarde. Vienen de Salt Lake City, para hablarte de la Iglesia. Nosotros dos hemos tan sólo tocado la superficie en nuestra conversación sobre el evangelio durante los últimos seis meses, pero ellos te hablarán sobre el tema con lujo de detalles. ¿Por qué no traes a Betty y a tus hijos? cuando terminemos nuestra charla tendremos un refrigerio». Fue entonces que él visitó nuestro hogar; no estoy seguro de sí iría un poco por curiosidad, pero fue y llevó a su esposa y sus cuatro niños. Los misioneros realizaron un gran trabajo al presentar la primera discusión proselitista. Por cierto que el Señor habla por la boca de los jóvenes de diecinueve años, y lo hace elocuentemente. Mac y su familia se mostraron muy impresionados con ellos. Mi esposa había invitado también a los otros vecinos, los que se habían mudado enfrente a lo de los McKoy; así tuvimos a las dos familias juntas en nuestra sala recibiendo las lecciones proselitistas de los misioneros.

Estás reuniones continuaron cada jueves por la noche. Después de la tercera, las dos familias de investigadores solicitaron el bautismo. Tuve el privilegio de bautizar a Mac, a su esposa y a sus dos hijas. Recuerdo que lo confirmamos miembro de la Iglesia y luego lo ordenamos en el oficio de maestro y recuerdo haberle dicho que si se esforzaba, tendría el privilegio de bautizar a su hijo, que cumpliría los ocho años nueve meses después. Esto le llegó muy profundamente. Deseaba ser el guía espiritual de su familia.  En realidad nunca he conocido ni sabido de ningún hombre que no lo desee. Es un derecho otorgado por Dios, Mac se preparó entonces y bautizó a su hijo nueve meses después. Al poco tiempo, fue ordenado élder, fue llamado para servir como misionero de estaca y bautizó a veintiocho personas durante ese primer año de servicio misional. Tenía amigos por todas partes de la ciudad y los llamaba e invitaba a acompañarlo a los servicios bautismales; quería que ellos sintieran el espíritu tan especial que se percibe en dichas ocasiones. Le escuché presentar a sus amigos como «investigadores» a pesar de que ellos ni siquiera sabían lo que era un investigador; pero por cierto que recibían atención especial de aquellos que tomaban parte en el servicio bautismal. Los que asisten a la Iglesia por primera vez, en verdad necesitan sentir el amor y el interés especial de los miembros.

Mac continuó llevando a sus amigos y conocidos a la Iglesia. Desde que él y su familia se bautizaron hace quince años, ha bautizado personalmente a ciento doce personas. Se dedica a la venta de propiedades y cuando por medio de su negocio conoce a una buena familia que desea comprar una propiedad, se esfuerza por conseguirles una casa dentro de su barrio. Es sumamente honesto con ellos en lo que respecta a la propiedad que compran, lo que siempre le agradecen. Cuando llega el momento de que esa familia se mude, él hace los arreglos con el obispo para recibir la ayuda de los quórumes del sacerdocio del barrio; los vecinos Santos de los Últimos Días les llevan comida, les ayudan a localizar las escuelas, los centros comerciales y los medios de locomoción; les ayudan en los trámites para obtener los servicios necesarios para la casa, asegurándose también de que reciban el periódico todos los días. Toda esa ayuda proviene de los miembros del Quorum de los Setenta, a solicitud de Mac. Cuando llega el momento en que la nueva familia comienza a asistir a la Iglesia, es natural que sea él mismo quien la lleve, y allí tienen la oportunidad de conocer a sus nuevos vecinos. Al poco tiempo, la nueva familia ha experimentado el milagro de la conversión y pide el bautismo.

Es sumamente interesante ver los cambios que han tenido lugar en la familia McKoy en general y particularmente en Mac. Primeramente, ahora son una unidad eterna, porque fueron sellados por tiempo y eternidad en la Casa del Señor, mediante la misma autoridad que Jesús dio a Pedro; no solamente están atados en la tierra, sino también en los cielos. Mac preside sobre su familia, mas ahora lo hace con persuasión, dulzura, bondad y amor infinito. En segundo lugar, sus dos hijas se han casado en el templo con ex misioneros. Tercero, su hijo mayor está sirviendo en el campo misional como embajador del Señor Jesucristo y otro de sus hijos saldrá pronto a cumplir una misión. Cuarto, hay ahora otra criatura en la familia que es producto de la condición de sus padres de ser miembros de la Iglesia porque aprendieron el objeto y designio de su creación. Quinto, Mac es sumo sacerdote y trabaja como obrero del templo de Washington; además ha estado enseñando en el seminario durante los últimos ocho años y allí ha podido influir en la vida de cientos de jóvenes miembros de la Iglesia en la zona del norte de Virginia. Sexto, lo he escuchado decir en su testimonio que actualmente da más a la Iglesia en un mes que lo que daba a su iglesia anterior como contribución anual, motivo por el cual les había pedido a los ministros que se fueran de su casa el día aquel en que fueron a recoger su contribución.

Es asombroso lo que un hombre es capaz de hacer si sabe que el Señor quiere que lo haga. No importa quién sea. Si manifestáis a todo individuo lo que el Señor desea que él haga y él lo sabe, se esforzará por cumplir con esa voluntad. Creo que esto es verdad, primeramente porque somos todos hijos del mismo Padre Celestial y todos reaccionamos conforme a los mismos impulsos. Mac no es la misma persona que solía ser; se ha convertido, requisito fundamental para ser ciudadano del reino de Dios que, si se complementa con perseverancia, se transforma en una garantía de vida eterna. Que así sea con todos nosotros.

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