Seamos firmes en nuestras decisiones

Noviembre de 1976
Seamos firmes en nuestras decisiones
por Kieth Merrill

Kieth MerrillTener que tomar decisiones es algo desagradable, ¿verdad? Parece como si cada cinco minutos tuviéramos que tomar una; a cada momento se nos presentan alternativas y elecciones. Tenemos que decidir lo que vamos a hacer mañana y el día siguiente, y lo que haremos con nuestra vida. Las decisiones son el puente entre nuestro conocimiento y nuestras acciones.

¿Os habéis detenido a pensar alguna vez en qué pensarían vuestros padres si presenciaran una película de todo lo que hacéis? Es interesante comparar  nuestra vida con una película cinematográfica, porque la producción de una película es en realidad un asunto de selección. Durante la filmación de “The Great American Cowboy”, utilizamos 160.000 pies de cinta para película; si se viera toda la cinta que hicimos y no usamos, requeriría aproximadamente 80 horas. La película final es de 90 minutos, lo cual significa que desechamos más de 14 metros de película por cada 30 cm. que utilizamos, o sea que por cada 15 metros de cinta, usamos solamente 30 cms.

Así es la vida; la mayoría de las decisiones que tenemos que tomar tal vez presenten 15 alternativas; de esas 15 elegimos una, y esa se convierte en una parte permanente del registro eterno de Tenemos la habilidad de seleccionar, el poder de elegir; eso es lo que nuestro Padre Celestial nos dio con el maravilloso principio del libre albedrío.

“¡Cobarde!”

Cuando era joven, vivía en una pequeña comunidad cercana a las montañas; trabajaba como salvavidas y nadaba bastante.

Un día fuimos a nadar a un lugar muy hermoso, donde hay una represa con un bello lago artificial; la presa se encuentra en la angosta garganta de un cañón, entre enormes paredes de roca, a las cuales nos subíamos y desde allí nos lanzábamos al agua.

Después de haber estado ahí varias veces y conociendo muy bien las rocas, los acantilados y la profundidad del agua, algunos de nosotros nos desafiamos a una competencia de valor. Uno de los muchachos ascendió al lugar desde donde siempre nos zambullíamos y exclamó:

— ¡Oigan! ¡Apuesto a que puedo tirarme desde más altura que cualquiera de ustedes!

De modo que ascendió a la cima de la presa, aproximadamente a 15 metros de altura sobre el agua, desde allá se lanzó, y como si fuésemos un montón de ovejas, todos subimos por las rocas hasta la presa, y nos zambullimos también.

Pero eso no satisfizo a nuestro amigo, de manera que dijo:

—Está bien. ¡Ahora iré más arriba!

Ascendió hasta los 18 metros por el costado del acantilado y yo, no deseando quedarme atrás, subí junto con él, pues estaba seguro de que todos esperaban que yo hiciera lo .mismo. El tragó saliva, ocultó su temor y con rodillas temblorosas arqueó la espalda y se lanzó a través de los 18 metros de aire, cayendo al agua; yo me armé de valor y ejecuté mi zambullida. Para entonces los demás se habían echado atrás; pero no mi amigo, que esa vez ascendió hasta cerca de 21 metros de altura y una vez más se preparó para lanzarse al agua. Desde abajo yo casi ni podía distinguirlo. Luego saltó y cuando emergió a la superficie riéndose y frotándose los hombros y los ojos, me dijo:

—Y, Merrill, ¿le animas a hacerlo?

— ¡Seguro que sí!—respondí.

Todos los demás respondieron al unísono:

— ¡Sí! ¡Seguro que lo va a hacer!

De modo que nadé hasta la orilla y trepé por las rocas; sabía que sólo tendría el valor para saltar una vez más, y que si saltaba desde los 21 metros él iba a querer hacerlo desde más arriba, y pensé: “Bueno, mejor me voy hasta la cima, desde donde no hay manera que él pueda seguir subiendo.”

Trepé casi hasta los 24 metros, hasta la cima del acantilado; al mirar hacia abajo me di cuenta de que a esa altura los peñascos estaban bastante retirados del nivel del agua. Tenía dos desafíos: el de lanzarme desde 24 metros de altura, y además, el de asegurarme suficiente espacio para evitar caer sobre las rocas durante el descenso. Todos me estaban incitando en una manera negativa:

— ¡Miedoso, miedoso!

Me encontraba allá, completamente solo, y abajo todos esperaban que me decidiera. Estaba aterrado; me sentía comprometido a hacerlo, pero comprendía que no había basado mi decisión en lo que yo deseara hacer ni en lo que pensara que era correcto. Lo había basado en una media docena de muchachos, cuyos nombres ni siquiera recuerdo, que me gritaban:

— ¡Eh, miedoso! ¿vas a hacerlo?

Me di cuenta de que para poder lanzarme tendría que correr cierta distancia para obtener suficiente impulso y de este modo esquivar las rocas de abajo. Retrocedí y corrí tan rápido como pude hasta la orilla, donde localicé la marca que cuidadosamente había puesto al borde de la roca y me lancé al vacío. En ese momento, recordé claramente cómo mis padres y maestros me habían enseñado a ser cuidadoso al tomar decisiones, puesto que podría poner mi vida en peligro al seleccionar una equivocada.

Al estrellarme contra el agua, hubiera podido jurar que era cemento; no sé hasta qué profundidad desciende uno cuando salta desde 24 metros de altura, pero puedo asegurar que me sentí sumamente agradecido cuando por fin mi cabeza emergió del agua.

¿Quién nos controla?

¿Por qué salté?

Estaba sujeto a una presión difícil de soportar, la presión de amigos que esperaban de mí algo que yo no deseaba realizar porque conocía las posibles consecuencias. Pero cedí a esa presión; estaba viviendo en el mundo, y en ese momento era del mundo porque no tenía control de mí mismo. No estaba tomando mis propias decisiones para mi vida, sino que el mundo decidía por mí.

Escuchemos las voces correctas.

Así se toman las decisiones: lo hacemos nosotros o el círculo de gente que nos rodea. Y hay muchas voces que nos hablan cuando tenemos que tomarlas; están las voces de los amigos, padres, maestros y otras personas. Debemos dar oído a algunas de estas voces, pero también debemos rechazar a otras porque no todas dan buenos consejos. Al hacer frente al desafío de estar en el mundo pero no ser de él, reconozcamos que somos nosotros quienes debemos tomar las decisiones respecto a nuestra vida, con la seguridad de que si dejamos que el mundo decida por nosotros, seremos del mundo; y no habrá manera de evitarlo.

Es posible tener éxito en la vida tomando cinco importantes decisiones. Las decisiones importantes de nuestra vida, aquellas por las que se preocupa nuestro Padre Celestial, son solamente unas cuantas, quizás cinco o seis que podríamos tomar y que nos ayudarían a vivir en el mundo sin pertenecer al mundo.

Somos importantes

Primero, debemos decidir que somos importantes; hay muchas personas que todavía no han llegado a esa conclusión; muchas que tienen temores y dudas. Somos inseguros, tenemos miedo, estamos luchando por nuestra identidad y deseamos ser aceptados; estos problemas pueden hacernos tomar decisiones erróneas. Por lo tanto, decidamos que primero somos importantes, porque una  vez que logremos un gran respeto por nuestra persona, nunca nos lanzaremos desde 24 metros de altura, sino que sabremos que somos mucho más importantes que un desafío.

Una de las herramientas más eficaces de Satanás es decirnos que no valemos nada; su blanco principal es nuestro concepto de nosotros mismos. Si él nos puede convencer de que no somos importantes, ya habrá logrado la mitad de su tarea. Recordemos que nuestro Padre Celestial ha dicho que el valor de las almas es grande ante su vista. Todos somos grandes, cada uno en su propia manera. Tengamos una imagen positiva de nosotros mismos, una imagen que nos inspire a mejorar. Si somos gordos, imaginemos que somos delgados; si somos perezosos, imaginémonos más industriosos; si tenemos algún problema de personalidad, no nos aceptemos por lo que somos, sino que debemos crear una imagen de la persona que queremos llegar a ser, y un día seremos esa persona si persistimos en vivir de acuerdo con nuestra imagen.

Solo tenemos que decidir una vez

La segunda grande decisión que debemos tomar es que nunca hemos de contemporizar con nuestros principios. Esa es la más certera y sólo tenemos que hacerla una vez.

¿No sería agradable librarnos de la agonía de tomar 26.645 decisiones? Es muy sencillo; decidamos cuáles son las decisiones que tenemos que tomar sólo una vez en la vida y luego tomémoslas. Un buen ejemplo de éstas es la Palabra de Sabiduría. ¿Hemos decidido vivir la Palabra de Sabiduría, o tenemos que decidir cada vez que alguien nos ofrece un cigarrillo? ¿Tomamos la decisión cada vez que se nos invita con una bebida, o ya lo hemos decidido? Una decisión nos ahorrará tener que tomar otras 26.645. Esta cifra está basada en una vida desde los 17 años hasta los 90, teniendo que decidir una vez al día si guardaremos o no la Palabra de Sabiduría. ¡Qué gran pérdida de tiempo! Decidamos ahora mismo; no sólo con la Palabra de Sabiduría sino con la moralidad, el matrimonio en el templo, el servicio misional, y una lista entera de otros importantes principios del evangelio. Decidamos ahora que no contemporizaremos cuando se trate de las normas de la Iglesia.

Yo tomé mi decisión en cuanto a la palabra de Sabiduría hace mucho tiempo; antes de hacerlo estaba constantemente decidiendo, me encontraba angustiado y exhausto, y mi decisión no siempre era .correcta. Por fin decidí: “Esto es ridículo; de ahora en adelante voy a vivir la Palabra de Sabiduría”; y así no he tenido que contemporizar más con mis principios.

Para la primera exhibición mundial de “The Greaí American Cowboy”, nuestros inversionistas invitaron a aproximadamente mil personas entre las cuales sólo había unos cuantos miembros de la Iglesia. Inevitablemente surgió la pregunta obvia: “¿Qué serviremos a los de la prensa? Tenemos que tener un bar a la entrada del teatro; en esa forma, se sentirán inclinados a escribir buenas críticas; tenemos que servir cócteles”. Respondí: “No habrá cócteles durante cualquier exhibición sobre la que yo tenga control”. Y siendo que tenía control sobre aquélla les dije: “De ninguna manera”.

Yo ya había hecho esa decisión; no hubo discusión; la decisión había sido tomada años antes. Llegó la noche de la exhibición; llegaron los invitados y entraron al teatro; mi esposa y yo entramos el tiempo suficiente como para darnos cuenta de que la gente estaba interesada, lo cual nos deleitó y emocionó. Después salimos al vestíbulo para estar solos y meditar; mientras estábamos allí vimos entrar nada menos que al élder Marión D. Hanks, Nosotros ni siquiera sabíamos que había sido invitado. Pero él asistió; y si hubiésemos puesto allí un bar con cócteles, su aparición hubiese tenido para mí el mismo efecto que estrellarme contra las rocas después de saltar del acantilado.

No contemporicemos en nuestros principios, ¡Decidamos ahora y hagámoslo sólo una vez!

Algunas metas específicas

Hay otras tres decisiones quedos jóvenes deben tomar lo más pronto posible. Decidid ahora, jóvenes, que cumpliréis una misión. No pongáis ninguna excusa. El presidente Kimball ha dicho que excepto en circunstancias especiales, todo joven en esta Iglesia debe cumplir una misión. Y las jovencitas han sido instruidas por el Profeta a no hacer nada que desaliente a los jóvenes de cumplir con este propósito. ¡Alentadlos y apoyadlos!

Cuarta decisión. Decidid ahora que os casaréis en el templo. Que no haya alternativas ni elecciones; determinad hoy mismo que lo haréis.

¿Cuál es la quinta decisión básica que deberíais tomar esta semana? Sed activos en la Iglesia. Habrá períodos en vuestra vida en que tendréis muchas dudas; habrá ocasiones en que os preguntaréis qué está sucediendo. Tendréis vacilaciones, temores y preocupaciones; pero no permitáis que vuestra actividad en la Iglesia disminuya. No obstante la presión bajo la cual os encontréis, continuad asistiendo a la Iglesia. Tomad vuestra decisión y perseverad en ella.

Id a hablar con vuestros padres y decidles: “Quiero comunicarles que he tomado cinco decisiones para mi vida. Tal como lo he hecho con mi Padre Celestial, quiero hacer un convenio con los dos, de que las guardaré:

He decidido que soy importante. Soy un hijo de Dios y he resuelto vivir de acuerdo con ese conocimiento.

He decido no contemporizar nunca en mis principios. Cuando tenga que tomar una decisión, me preguntaré: ‘¿estoy contemporizando en algún principio? Y si es así, no lo haré.

He decidido que cumpliré una misión. (O que me casaré con un joven que haya cumplido una misión).

He decidido que me casaré en el Templo de Dios.

He decidido que pese a mis sentimientos, continuaré asistiendo a mis reuniones.”

Estoy seguro de que vuestros padres no os exigirán ninguna otra decisión, porque si hacéis estas cosas, creo sinceramente que tendréis el Espíritu de nuestro Padre Celestial y podréis soportar el terrible desafío de estar en el mundo, pero no ser de él.

No será fácil vivir de acuerdo con vuestras cinco decisiones. A diferencia de saltar desde 24 metros de altura donde no tenéis ninguna alternativa después que habéis saltado, las decisiones que he mencionado no son conclusivas, sino que constantemente necesitarán reexaminarse; de modo que tendréis que perseverar. Decidid ahora y perseverad en ello.

Sed firmes

Cuando decidí producir la película llamada “The Great American Cowboy”, estaba sentado cómodamente en mi oficina y me dije: “Creo que haré una película acerca de vaqueros”. No mucho después de eso, cuando entrevistamos a la gente y empezamos la filmación me encontré de pronto en los corrales. La empresa ya no era blanca, limpia y hermosa, pues al tener que andar entre los corrales me ensuciaba los zapatos y quedaba cubierto de polvo. Descubriréis que entre el momento de establecer y el de lograr una meta hay un punto medio, en el que os hallaréis entre el estiércol y el fango de la vida; entonces es cuando debéis aumentar vuestra persistencia; no alteréis la meta; no digáis: “Quizás ni siquiera sea capaz de lograrla”. Afirmad en cambio: “Tengo que luchar más, persistir, levantarme más temprano, estudiar más, asistir más seguido a la Iglesia, orar más devotamente, vivir los principios del evangelio”. Seamos perseverantes, de este modo lograremos nuestras metas y llegaremos a ser la persona que deseamos ser.

Nota: Kieth Merrill productor de películas y Santo de los Últimos Días, ganó un “Oscar” de la. Academia a la mejor película documental de 1975, por su producción “The Great American Cowboy”. Al aceptar el premio, expresó agradecimiento a “mi madre, quien me enseñó a creer en Dios;  mi padre, quien me enseñó a creer en mí mismo; y a mi esposa, que me ayuda a hacer lo que ellos me enseñaron”. Esta declaración tan sincera es compatible con su filosofía de colocar el evangelio como centro de su vida cotidiana.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario