1977 Conferencia de Área en la ciudad de Santiago, Chile
Defended vuestros hogares
por la hermana Camilla Kimball
Sesión para madres e hijas
Mis queridas hermanas, siento que me une a vosotras un vínculo especial puesto que nací en Colonia Flores, Estado de Chihuahua, México, y viví allí hasta la edad de diecisiete años. El hermano Balderas me hizo el favor de traducir mi discurso, y espero que mi pronunciación sea suficientemente buena para que me podáis entender, pues ya hace mucho tiempo que no he usado mi español.
¡Qué gozo nos da poder estar aquí con vosotros! Os amamos y nos sentimos unidos a vosotros por un vínculo, aun cuando no nos conozcamos personalmente. Cada una de nosotras ha pasado por distintas experiencias en la vida por razón de que vivimos en diferentes partes del mundo; sin embargo, compartimos la experiencia más importante de todas, la de ser miembros de La Iglesia de Jesucristo en el reino de Dios, sobre la tierra. Somos hijas en el espíritu del mismo Padre Celestial y compartimos su amor en forma igual. Él nos ha enviado a esta hermosa tierra para lograr experiencia en la escuela de la vida. Por medio de su Hijo Jesucristo, Él nos ha dado un plan perfecto de vida, y si seguimos cuidadosamente su orientación encontraremos felicidad, desarrollo y éxito, y nos preparará para poder vivir eternamente con nuestros Padres Celestiales.
Como mujeres, se nos ha otorgado la gran potencialidad de ser madres de los hijos espirituales de Dios, y ésta es una oportunidad inestimable; espero que exista un fuerte lazo de amor y comprensión entre vosotras, madres e hijas. En mis largos años de experiencia no ha habido posa más preciosa para mí que el recuerdo de mi asociación con mi madre y ahora el gozo de que disfruto con mi propia hija. Mi gran deseo es que yo pueda decir algo que os ayude a comprender vuestras grandes oportunidades y a hacer frente a vuestros grandes problemas personales con mayor éxito.
Todo individuo es responsable de su propia felicidad, pero esto sólo se puede lograr si uno tiene firmemente presente que la verdadera felicidad únicamente se obtiene siguiendo el modelo básico de vida que se nos ha bosquejado en el plan del evangelio de Cristo; en este plan, Cristo enseña que el hombre existe para que tenga gozo, y también que la maldad nunca fue felicidad. El gozo verdadero se experimenta al sentir la paz interior que proviene de escoger siempre lo correcto; cada uno de nosotros tiene un conocimiento interior de lo que es bueno y lo que es malo, y esto debe ser una guía en nuestra vida diaria.
Ahora quisiera de nuevo llamar vuestra atención a la misión especial de la mujer, que se expresó claramente a nuestros primeros padres terrenales Adán, y Eva, cuando se les mandó; «… multiplicaos, y henchid la tierra, y sojuzgadla”; no podemos eludir la responsabilidad de este mandamiento directo, y ninguna de nosotras desearía perder el gozo y la satisfacción que se reciben en una feliz relación familiar. El conocimiento que nos da el evangelio de la naturaleza eterna de la familia, es de lo más precioso. La Iglesia nos da instrucciones de tener la noche de hogar cada semana, una obligación sagrada para cada familia de la Iglesia; esta es una oportunidad para enseñar el evangelio de un modo cuidadoso y formal, para adquirir conocimiento de las Escrituras y amor por ellas, y cada miembro de la familia debe tomar parte activa en este programa. Debe tratarse a los niños con los vínculos más fuertes de cariño, y ningún sacrificio es demasiado grande para proteger a nuestra familia de la maldad y criarla en rectitud.
Nuestro afán continuo es que todos los miembros de la familia vivan dignos de las bendiciones eternas prometidas a los que sean fieles hasta el fin; el amor y santidad del hogar se deben proteger celosamente, porque en él es donde se forman los hábitos de moral y rectitud. Los hijos tienen una responsabilidad igual de contribuir a la preservación de este refugio de paz y seguridad; debe haber completa confianza y fe entre padres e hijos; la obediencia de los hijos a los padres es esencial a la paz del hogar; la consideración de los padres hacia los hijos y de los hijos hacia los padres es sumamente importante; la abnegación por parte de cada miembro de la familia es fundamental para gozar de una vida familiar feliz, en la que cada cual se preocupe por el bienestar de los demás. Así se pueden evitar casi todos los desacuerdos.
La continuación de las relaciones familiares en la eternidad es el ideal por el cual nos estamos esforzando, y el que lo alcancemos depende de nuestro fiel cumplimiento de todos los mandamientos de Dios, y del cumplimiento de la especial ordenanza de ser sellados en el Santo Templo de Dios.
El presidente McKay dijo:
“La mujer que cría con éxito una familia saludable y dignos hijos, cuya influencia se hará sentir por generaciones venideras, está viviendo para la eternidad; ella merece el altar más alto que el hombre pueda otorgarle, así como las bendiciones más selectas de Dios.”
También añadió que ningún éxito compensa al fracaso en el hogar. La maternidad verdadera es la mayor de todas las profesiones; una madre inteligente y espiritualmente fuerte, provee por si’ sola la influencia mayor en la fuerza espiritual y moral de su familia.
Nuestra preocupación principal en cuanto a los jóvenes es que todos estén enterados de la suprema importancia de conservar su vida pura en el aspecto sexual. El presidente McKay ha dicho: “No se puede hallar paz cediendo a la transgresión de las leyes de virtud y castidad”. Como miembros de la Iglesia de Jesucristo sabemos que Dios nos ha revelado por medio de los profetas, que la castidad, tanto entre los jóvenes como entre los de edad mayor, es tan sagrada como i a vida misma. Una de las influencias más angustiosas en la actualidad, es el concepto que se está insinuando entre muchos jóvenes de que impunemente pueden violar la ley de castidad; nadie puede transgredir esta ley y hallar la paz.
El profeta José Smith estableció la organización de la Sociedad de Socorro en los primeros años de la Iglesia; fue divinamente inspirado y guiado en esto, así como en todos los demás asuntos relacionados con la fundación y organización de la Iglesia de Jesucristo. En los años que han transcurrido desde entonces, las lecciones y los programas de la Sociedad de Socorro se han desarrollado y continúan desarrollándose para hacer frente a las diferentes necesidades de cada día, en todo lugar en el mundo donde se encuentren nuestras hermanas,
Al pensar en el impacto que esta Sociedad de Socorro y los miembros de la Iglesia posiblemente causen en todo el mundo, me impresiona en forma particular la oportunidad de los programas de las Maestras Visitantes. Este programa de las Maestras Visitantes de la Sociedad de Socorro complementa la orientación familiar que llevan a cabo los hermanos del sacerdocio, y por este medio, toda familia tiene contacto personal en su casa con estos maestros especialmente apartados en la Iglesia.
Siento satisfacción en informar que he tenido el privilegio de ser maestra visitante por más de cincuenta años y espero poder continuar con este privilegio especial mientras goce de buena salud. No hay manera más eficaz que ésta para desarrollar el amor y la comprensión entre las mujeres de la Iglesia, y darse cuenta de las necesidades de los miembros y la forma en que se les puede ayudar.
El programa de la Sociedad de Socorro, en la manera en que hoy incluye a nuestras mujeres jóvenes, ayuda a prepararlas para sus responsabilidades futuras. Además, en la Sociedad de Socorro tenemos el beneficio de la experiencia de otras personas para que nos ayuden en nuestro desarrollo. Especialmente útil es el adiestramiento que una buena madre puede comunicar a sus hijas; ella habla por experiencia, y es la maestra más eficaz.
Espero que se me perdone si me refiero a la experiencia que yo tuve con mi propia y querida madre en un hogar en el cual se ejemplificaron la preparación y cualidades de una verdadera madre de Santos de los Últimos Días. Mi madre dio a luz nueve hijos, con la ayuda de una partera; un niño murió a los cinco meses de edad, y yo soy la mayor de los ocho que aún vivimos. Mi madre tenía su manera de hacerle sentir a cada uno de nosotros que era algo especial; nos colmaba de amor y cariño, pero al mismo tiempo nos disciplinaba estrictamente; exigía la obediencia, y si prometía un castigo lo imponía con bondad pero eficazmente, y lo acomodaba al error que hubiéramos cometido; se nos enseñó a trabajar en cuanto tuvimos la aptitud para cumplir con tareas fáciles. Siendo la mayor de la familia, a mí me tocaba cuidar a los niños menores. Cuando empezamos a ir a la escuela se inculcó en cada uno de nosotros la importancia de dar siempre lo mejor de nosotros mismos; era importante que sobresaliéramos; se nos instó a que aprovecháramos toda oportunidad de cumplir con alguna asignación especial, dar un pequeño discurso, aprender una poesía o una canción; nuestra madre seguía el curso de nuestra preparación y siempre tenía palabras de encomio si lo hacíamos bien. Era una lectora incansable y nos alentaba a leer buenos libros; era de carácter optimista, el mundo era hermoso a sus ojos y la gente era buena; no toleraba ninguna crítica rencorosa de nadie y en particular no se permitía en nuestro hogar que se criticara a nuestro obispo ni a ninguno que poseyera autoridad. Mi madre era independiente y escrupulosamente honrada; cuando ganábamos un dólar, se nos recordaba acerca de la décima parte que pertenecía al Señor como diezmo.
Nosotros tenemos una hija solamente; tiene una disposición alegre y es amiga de todos; es una cocinera notable y feliz madre de siete hijos; dos mujeres y cinco varones. Tres de ellos ahora se han casado en el templo y tienen ocho hijos propios. Nuestra hija maneja su hogar y familia con éxito, aun cuando se ha visto obligada a volver a trabajar como maestra de escuela porque su marido ha perdido la vista; él se ha procurado un perro guía y sigue haciendo lo que puede como agente de seguros. De sus cinco hijos varones, los cuatro mayores han cumplido misiones en la Iglesia, y el quinto joven se haya actualmente en El Salvador cumpliendo una misión. Suplico que no se me juzgue de estar jactándome; solamente deseo expresar mi profundo agradecimiento por el evangelio de Jesucristo, que indica el camino hacia la vida eterna.
Madres e hijas, conservaos cerca la una de la otra; sed pacientes y comprensivas; convertid cada día en un día feliz y lleno de éxito; buscad constantemente la inspiración y orientación de nuestro Padre Celestial por medio de la oración sincera. Él nos ama y se conserva tan cerca de nosotros como se lo permitamos. Él ha dicho: “Esta es mi obra y mi gloria, llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre”.
Dirigid vuestro primer “buenos días” a vuestro Padre Celestial y dirigidle también vuestro último “buenas noches”. Espero que todas podamos decir cada noche al irnos a la cama: “Padre Celestial, gracias por un día bueno; he hecho cuanto he podido por impartir amor a todos los que he encontrado en mi camino; he dado lo mejor de mí misma”.
Os doy mi testimonio de la veracidad del evangelio. Yo sé que Jesucristo vive y que es nuestro Salvador y Redentor. Hallarse una junto a un hombre que posee y honra su sacerdocio y ser su compañera en la crianza de una familia digna, es la vía que conduce a una vida feliz y significativa. Que procuremos todas estas bendiciones, lo pido en el nombre de Jesucristo. Amén.
























