Conferencia General Octubre 1974
Como un faro en la colina

por el obispo H. Burke Peterson
Primer Consejero en el Obispado Presidente
Un llamado a los líderes del sacerdocio para que entrenen a los jóvenes del Sacerdocio Aarónico
Me ha impresionado y asombrado el reunirme y observar a los jóvenes del Sacerdocio Aarónico en todas partes de la Iglesia. He podido ver que siempre se encuentran aquellos que tienen un sentido poco común de la dedicación, que siempre están dispuestos a hacer todo lo que sea necesario para ser fieles a la confianza en ellos depositada como hijos de Dios; aquellos que harán lo que sea necesario para llevar su nombre con honor y dignidad, que harán todos los sacrificios imaginables para, ser siempre, el ejemplo que El daría, que actuarán del modo que El actuaría.
Hace poco conocí un joven de este tipo, mientras asistía a una conferencia de estaca en otro país. Estábamos a punto de concluir la sesión vespertina del sábado en nuestras reuniones con la presidencia de la estaca, cuando oímos un golpe en la puerta. El presidente abrió, y pude ver una mano que le entregaba un sobre, con mi nombre escrito en él. La carta que había dentro me presentaba al portador, un joven que necesitaba ser entrevistado a los efectos de ser aceptado como misionero.
Tan pronto como finalizó la reunión con la presidencia de la estaca, quedé libre para la entrevista, haciendo entrar al joven para hablar con él. La apariencia de ese joven me impresionó mal desde el principio. No podía creer que hubiera sido recomendado para salir, en una misión. Su ropa estaba ajada, y necesitaba una buena afeitada; hedía con un profundo olor a tabaco y tenía enrollado en la mano un libro de encuadernación barata. «¡Qué podría ofrecer él al servicio del Maestro!,» pensé automáticamente.
Fue entonces cuando sucedió; se adelantó resueltamente y me estrechó la mano. Al mirarle a los ojos me sentí electrizado. Indudablemente era diferente. Se trataba de un muchacho especial, aun a pesar de su dudosa apariencia. Al sentamos me contó su historia.
Lo primero que hizo fue disculparse por su inaudita apariencia, justificándose por haber finalizado recién un viaje en autobús de 13 horas de duración, desde su casa; y me dijo que si yo no tenía inconveniente, tenía la esperanza de estar de nuevo en el autobús al cabo de una hora, para comenzar el viaje de regreso.
Entonces comencé a atar cabos. Pude comprender el motivo de que su ropa estuviera en tan mal estado de apariencia y por qué necesitaba afeitarse. Comprendí que el olor a tabaco no era de él, sino consecuencia de un viaje tan largo en un ambiente cerrado donde todos los pasajeros fumaban. Hice entonces también, otra observación. El libro que llevaba arrollado y que al principio despertó mis sospechas sobre su calidad, sólo por su encuadernación y estado de conservación, era él Libro de Mormón, leído y releído, usado muchas veces; se trataba de una posesión invalorable. Continuó diciéndome que hacía tres años se había convertido a la Iglesia como consecuencia de su contacto con los jóvenes de nuestra Iglesia. Dijo que nuestros jóvenes son diferentes. Los padres le habían dado permiso pero le habían advertido que si se bautizaba no tendría un lugar en su casa. Por lo tanto, no podría continuar viviendo con ellos.
Cuando se bautizó su padre le abrió la puerta y cumpliendo con la amenaza, le dijo que se fuera para nunca más regresar. El joven así lo hizo. Pasó a vivir con algunos amigos miembros de la Iglesia. Dijo que durante los últimos tres años había estado trabajando y estudiando, que había ahorrado el equivalente a más de 2.000 dólares, para poder financiarse una misión. Me rogó que le diera la oportunidad de ir, diciéndome que eso era lo que más deseaba en el mundo. La impresión que recibí del Espíritu me dijo: «Sí», y él forma ahora, parte del ejército de 18.000 fieles que cubren la tierra como siervos del Maestro.
Sí, entre vosotros se pueden encontrar aquellos que no presentarán excusas para hacer lo que deben como poseedores del Sacerdocio de Dios. Estos son los que siempre encuentran la forma de hacer lo justo, lo que se espera que hagan, aun a pesar de quienes los puedan estar rodeando, que pueden estar preciosamente tratando de desviarlos de la senda recta. Están aquellos que son vuestros amigos y que encuentran el modo de hacer posible sus misiones, sólo porque es lo justo y lo que debe hacerse.
Desafortunadamente jóvenes, habrá algunos de vosotros que durante este año escolar encontrarán que es más fácil «seguir la corriente» y hacer lo que hace la mayoría, aun cuando sean conscientes de que la mayoría está equivocada.
Mis jóvenes hermanos, todos nosotros formamos parte de una gran batalla que tiene como escenario la superficie de toda la tierra, un conflicto que se lleva a cabo entre los hermanos del Sacerdocio y las legiones de Satanás. Es una batalla real y verdadera. Muchos son los que a diario quedan heridos o mueren espiritualmente; la lista de bajas de nuestras filas es verdaderamente trágica. Es asimismo interesante ver que en esta guerra sobreviven los fuertes. En realidad no es muy difícil reconocer a un verdadero guerrero del Sacerdocio. Nos encontramos con ellos casi a cada paso. Este es el que dice que no, cuando otros dicen que sí a una invitación de ir al cine un domingo, o a ver una película pornográfica, porque sabe que no debe dejarse llevar por la tentación. Es el que dice que no a los libros inmorales, las revistas, fotografías y lecturas que rebajan la moral en lugar de elevarla. Él dice que no a la pesca, la natación o la navegación en el día de reposo. Él siempre se niega cuando otros dicen: «prueba. . . sólo esta vez», al referirse a una cerveza o a un cigarrillo, aun cuando se trate de uno y sea sólo para probar. Este valeroso guerrero es también aquel que dice sí, cuando otros dicen que no a las reuniones de sacerdocio, los domingos temprano por la mañana, o a las reuniones sacramentales; al pago de diezmos, a las oraciones diarias y a las clases de los seminarios e institutos de religión. Este es el joven valiente que dice que sí a una misión, cuando otros, acobardados, dicen que no.
Lamentablemente también están aquellos que constantemente ayudan a Satanás en su horrenda tarea destructora. Estos también pueden ser fácilmente reconocidos; son los que demuestran una total ausencia de valor, de entereza podríamos decir, cuando llega el momento de decir que no a algo incorrecto.
Hace poco, para ser más exacto, durante la pasada primavera y hacia fines del año escolar, hubo una ceremonia de graduación liceal en una de las comunidades del oeste de los Estados Unidos. Para esa oportunidad se planearon varias fiestas y actividades en honor de los graduados. Sin embargo, una de las fiestas planeadas e intercalada «de contrabando», era de la peor naturaleza imaginable. Se trataba de varias películas de naturaleza inmoral que se pasarían en una residencia particular. No conociendo la naturaleza del acontecimiento que tendría lugar en esa residencia, un «inocente» grupo de jóvenes Santos de los Últimos Días, asistieron a la llamada «fiesta». Tan pronto como el vulgar mensaje de la película comenzó a llegar y ser interpretado por la audiencia, algunos de los jóvenes mormones se levantaron y dejaron el lugar inmediatamente, mientras que los demás se quedaron a verla. Una vez que se encontraron afuera, los jóvenes que se retiraban se encontraron con algunos amigos que recién llegaban. Les contaron a estos últimos la naturaleza de la fiesta y les aconsejaron que no fueran partícipes de algo tan inmoral. Parte del grupo se retiró, pero otros sin embargo, aquellos más débiles, entraron a la casa para saturarse la mente y contaminársela con el poder de Satanás. Sí, están aquellos que están dispuestos a hacer todo lo necesario para estar en buenos términos con el Señor. Son los que creen que el sacerdocio es algo verdaderamente especial y digno de ser honrado.
Quisiera deciros hermanos, que en realidad vale la pena hacer lo que sea necesario para ganarse la aprobación del Señor. Y digo esto sabiendo perfectamente que no es fácil ser el centro de la burla y la risa cuando uno hace lo que debe hacerse, A menudo se hace bastante impopular hacer algo que «va contra la corriente» o hacer lo contrario de lo que hacen los amigos. Que el Señor os bendiga, jóvenes hermanos, cuando tengáis que enfrentaros con los desafíos de la vida.
Quisiera, también deciros a vosotros, los que sois miembros de obispados o de presidencias de ramas, que entre vosotros también están aquellos que realmente creen que aparte de su propio hogar, lo más importante en la vida es la responsabilidad que tienen para con el Sacerdocio Aarónico. Hermanos, vosotros sois los que consideran que no existen excusas válidas para no hacer lo que se debe y es justo ante la vista del Señor, los que encuentran la forma de dedicar mejor su tiempo en la Iglesia al servicio de los jóvenes del barrio o la rama. Vosotros podréis notar, tal como nosotros, que como consecuencia del tipo de involucración, los jóvenes tienen un sentimiento muy especial, una vivacidad espiritual y una fortaleza que bien podría compararse con los 2.000 jóvenes amonitas de Helamán. A menudo los vemos en las estacas de la Iglesia, casi cada fin de semana.
Podemos también ver a estos grandes hermanos de los obispados, a cada paso que damos, y los reconocemos como hermanos que conocen sus responsabilidades y mayordomías, ya que ellos son los que permiten que los líderes del Sacerdocio de Melquisedec funcionen en sus llamamientos, permitiéndoles que marquen el camino hacia los hogares para los otros hermanos del sacerdocio. A eso llamamos la orientación familiar, el sacerdocio en acción.
Los podemos reconocer porque ellos permiten que sea el Señor el que seleccione los miembros de las presidencias de los quórumes del Sacerdocio Aarónico. Estos obispados han estudiado y comprenden la Sección 9 de Doctrinas y Convenios. Después de considerarlo cuidadosamente, le presentan al Señor los nombres de los oficiales de los quórumes para, su aprobación, antes de hablar con los padres del joven o con el joven mismo.
Estos son los grandes hermanos que hacen del llamado a la presidencia de un quorum, algo digno para un joven; jamás por teléfono o en el patio, o en la puerta de entrada de la capilla, sino que lo hacen en la oficina del obispado y lo lleva a cabo la presidencia del Sacerdocio Aarónico del barrio.
Este tipo de obispados tiene una perfecta visión de lo que puede significar en la vida de un joven y en el futuro de toda la Iglesia, un quorum adecuadamente llamado y entrenado del Sacerdocio Aarónico. Pensemos hermanos en una nueva generación de líderes del Sacerdocio de Melquisedec, dentro de diez o veinte años, a quienes se les enseñe correctos principios del sacerdocio ahora, por medio de sus oficiales presidentes, el obispado.
Podemos reconocer fácilmente estos obispados porque son los que en realidad se encuentran entrenando semanalmente a los jóvenes, en los correctos principios del sacerdocio. Ellos siempre se encuentran en las reuniones de los quórumes del Sacerdocio Aarónico los domingos, junto a los jóvenes. Estos son los obispados que llamarán «presidente» a los presidentes de los quórumes durante una reunión del sacerdocio.
Sí, se puede detectar inmediatamente al obispado que sabe que la principal responsabilidad que les ha delegado el Señor, se encuentra junto al Sacerdocio Aarónico, sin excepciones. Saben que hay otras cosas que pueden quedar sin hacer, pero que la obra con los jóvenes del Sacerdocio Aarónico y las Mujeres Jóvenes, no debe sufrir ni debe fallar. Saben que llegará el día en que deban responder ante el Señor por esta sagrada mayordomía.
Hermanos, también podemos reconocer al presidente de estaca que sabe lo que significa ser el director del comité del Sacerdocio Aarónico de su estaca. También es interesante observar sus acciones. Él no ha relevado a su consejero o al miembro del Sumo Consejo de la estaca de sus responsabilidades al asumir él la dirección de este comité, sino que ahora se interesa más personalmente en el trabajo del comité. El siente no solamente interés, sino que también se involucra en el programa del Sacerdocio Aarónico de su estaca, al aunar esfuerzos con otros grandes hermanos del comité de la estaca.
Este es el presidente de estaca que sabe que los líderes de los quórumes del Sacerdocio de Melquisedec deben tomarse de la mano con los de los quórumes del Sacerdocio Aarónico al trabajar juntos para ayudar a los padres con sus hijos. Sabe que el presidente de un quorum de élderes y el presidente de un quorum de diáconos y un padre, adecuadamente entrenados y motivados, pueden formar una invencible combinación en la batalla que se libra con Satanás por la vida de un muchacho.
Este presidente de estaca sabe que es tan importante salvar a las jovencitas como lo es salvar a los muchachos. Este es el motivo por el cual él le hace saber a la directora de las Mujeres Jóvenes de la estaca, que tiene acceso directo a él, ya que es su superior inmediato en la obra con las jovencitas.
Hermanos, hay formas en que podemos mejorar lo que estamos haciendo y podemos mejorar lo que somos. El sacerdocio que poseemos, como jóvenes y como hombres adultos, es la autoridad que tenemos para llevar a cabo nuestras responsabilidades de la misma forma que el Salvador lo haría si El tuviera nuestra responsabilidad individual. Nuestra autoridad se limita a hacerlo del modo en que Él lo haría; a ser la clase de diáconos, maestros y presbíteros que el Señor podría ser; siendo presbíteros, prepararnos para una misión en la forma en que Él lo haría; preocuparnos por ser la dase de presidentes de quorum de élderes, obispo, consejero de obispado o presidente de estaca que el Señor sería si El tuviera la responsabilidad y el llamamiento que nosotros tenemos. O más importante, aún, podemos decir que nuestro sacerdocio es la autoridad para ser la clase de padre, hijo, o hermano que podría ser el Salvador si estuviera en nuestra familia.
Hermanos, nuestro éxito en el sacerdocio depende del molde de nuestra vida. Cuando aprendemos a ser guiados por el Espíritu, es cuando la autoridad del sacerdocio que poseemos se convierte en poder del sacerdocio, el poder de mejorar vidas, el poder de producir milagros en la vida de los jóvenes.
En el mundo perturbado y en conflicto en el que vivimos, habrá gigantes espirituales entre nosotros. Están los pacificadores; los que pueden calmar las aguas turbulentas. Están aquellos cuya vida será o es como un faro en lo alto de una colina, como el faro que ilumina y guía en la tempestad. Aquellos hacia quienes mirarán y en quienes se inspirarán otros, en busca de fortaleza y guía. Vosotros podéis ser ese rayo de luz y esperanza para aquellos que os rodean, y especialmente para los de vuestra propia familia.
Recordad que la luz más brillante y la voz más sonora, provienen siempre del instrumento que está más limpio.
Que el Señor nos fortalezca y nos guíe a medida que hacemos el esfuerzo para limpiar y purificar nuestra vida. Os dejo mi testimonio hermanos, de que sé que Dios vive, que sé que Él se encuentra en los cielos. Ruego que Él nos bendiga para que podamos honrar así el Sacerdocio que él nos ha dado, en el nombre de Jesucristo. Amén.
























