Arrepentíos o pereceréis

Octubre de 1975
Arrepentíos o pereceréis
por el presidente Marion G. Romney
Segundo Consejero en la Primera Presidencia

Marion G. Romney«Por tanto, yo, el Señor, sabiendo de las calamidades que vendrían sobre los habitantes de la tierra, llamé a mi siervo José Smith, hijo, le hablé desde los cielos y le di mandamientos; y… a otros, para que proclamasen estas cosas al mundo.» (D. y C. 1:17-18.)

«Arrepentíos o pereceréis. . .» Según mi opinión, no hay mensaje más importante que éste para el mundo de la actualidad.

Desde los días de Adán, tanto el Padre mismo como su Hijo Jesucristo y sus representantes autorizados, los profetas, han declarado repetida y solemnemente la amonestación: «Arrepentíos o pereceréis».

La certeza de este mensaje se ha demostrado tan regularmente como se ha declarado.

El Señor llamó al «arrepentimiento» a la primera generación de los hombres, y les dijo que «cuantos creyeran en el Hijo, y se arrepintieran de sus pecados, serían salvos; y cuantos no creyesen ni se arrepintiesen, serían condenados» (Moisés 5:15).

El Señor le dijo a Enoc que predicara a los antediluvianos: «diles que se arrepientan, no sea que venga yo y los azote con una maldición, y mueran» (Moisés 7:10).

Cuando Noé enseñaba las cosas de Dios a la gente de su tiempo, el Señor le dijo: «no contenderá mi Espíritu con el hombre para siempre. . . sin embargo, serán sus días ciento veinte años, y si los hombres no se arrepienten, mandaré las aguas sobre ellos» (Moisés 8:17).

Noé continuó impartiendo sus enseñanzas durante el tiempo asignado, mas sus contemporáneos no se arrepintieron; por consiguiente, fueron destruidos en el diluvio.

El libro de Eter contiene un relato de los jareditas, pueblo que constituyó una gran nación que prosperó en las tierras de América durante aproximadamente 2000 años, después de la confusión de lenguas en la Torre de Babel. Hasta ellos «llegaron muchos profetas que profetizaron cosas grandes y maravillosas; y proclamaron el arrepentimiento al pueblo, y que de no arrepentirse, el Señor Dios ejecutaría juicio contra ellos hasta su completa destrucción» (Eter 11:20).

Eter, el último Profeta de esta nación que se menciona en el registro, «empezó-a profetizar al pueblo, porque no se le podía restringir, debido al Espíritu del Señor que había en él. Porque clamaba desde la mañana hasta la puesta del sol, exhortando al pueblo a creer en Dios hasta arrepentirse, para que no fuesen destruidos….» (Eter 12:2-3).

Pero el pueblo, hostilmente, volvió la espalda a todas aquellas advertencias. Eter vivió para presenciar y llevar el registro de una guerra fratricida en la que, con excepción de él, murieron todos los miembros de la sociedad que habían llegado a formar. Tal como los antediluvianos, también ellos aprendieron de la manera más penosa la verdad palpable del mensaje «arrepentíos o pereceréis».

Los nefitas, que sucedieron a los jareditas en la antigua América, siguieron un curso semejante. Sus antepasados, los primeros que llegaron a América, al igual que Colón y que los antepasados de los jareditas, fueron guiados divinamente aproximadamente en el año 600 A.C. Sus descendientes se dividieron en dos naciones, a saber, los nefitas y los lamanitas.

Jesús ofició entre ellos aquí en América durante un breve período, subsiguiente a] ministerio que desempeñó después de su resurrección, entre sus discípulos en la tierra de Jerusalén.

Durante los mil años de su historia recibieron constantemente enseñanzas y amonestaciones de profetas —incluyendo al mismo Señor resucitado—en cuanto a que su permanencia en la tierra dependía de que se arrepintieran y vivieran con rectitud.

Por ejemplo, Samuel, el profeta lamanita, amonestó de la siguiente manera a los nefitas alrededor de seis años antes del nacimiento de Cristo:

«Y he aquí, así dice el Señor concerniente al pueblo nefita; si no se arrepienten y se esfuerzan por cumplir mi voluntad, los destruiré completamente… y vive el Señor, que se cumplirán estas cosas, dice él.» (Helamán 15:17.)

Antes había dicho: «. . . nada puede salvarlos sino el arrepentimiento y la fe en el Señor Jesucristo. . . (Helamán 13:6).

A la larga, este pueblo ignoró todas estas amonestaciones. Hacia el año 400 D.C. los nefitas llegaron a tal grado de iniquidad que, después de sumirse en una guerra fratricida, fueron totalmente destruidos.

Otras atestiguaciones de la veracidad del mensaje «arrepentíos o pereceréis», son la consunción de So doma y Gomorra y la destrucción de Jerusalén en el año 70 D.C.

Apoyándonos en estos antecedentes, haríamos bien en detenernos a meditar en el diagnóstico del Señor sobre la situación en que se encuentran los habitantes de la tierra hoy en día. Ha dicho:

«Porque se han desviado de mis ordenanzas, y han violado mi convenio sempiterno.

No buscan al Señor para establecer su justicia sino que todo hombre anda por su propio camino, y conforme a la imagen de su propio Dios, cuya imagen es a semejanza del mundo, y cuya sustancia es la de un ídolo, que se envejece y que perecerá en Babilonia, aun la grande Babilonia que caerá.

Por tanto, yo, el Señor, sabiendo de las calamidades que vendrían sobre los habitantes de la tierra, llamé a mi siervo José Smith, hijo, le hablé desde los cielos y le di mandamientos;

Y también les di mandamientos a otros para que proclamasen estas Cosas al mundo. . .» (D. y C. 15-18.)

Los mencionados mandamientos abundan en advertencias para nosotros, los de esta generación, que proclaman que debemos «arrepentimos o pereceremos».

He aquí algunas de estas advertencias:

«Preparaos, preparaos para lo que viene, porque el Señor está cerca;

Y está encendida la ira del Señor, y su espada se embriaga en el cielo, y caerá sobre los habitantes de la tierra.

Y será revelado el brazo del Señor; y viene el día en que aquellos que no oyeren la voz de i Señor, ni la voz de sus siervos, ni hicieren caso de las palabras de los profetas y apóstoles, serán desarraigados de entre el pueblo;

… se perdonará al que se arrepienta y cumpla los mandamientos del Señor;

Y de quien no se arrepienta se quitará aun la luz que haya recibido;

Escudriñad estos mandamientos porque son verdaderos y fieles, y las profecías y promesas que contienen se cumplirán.» (D. y C. 1:12-14, 32-33, 37.)

Muchos de los mandamientos referidos predicen detallada y claramente la manera en que perecerán los que no se arrepientan. Por ejemplo, leemos en la Sección 5 de Doctrinas y Convenios que el Señor dice que «sobrevendrán angustias a los habitantes de la tierra, si no escuchan mis palabras. . . porque una plaga asoladora caerá sobre los habitantes de la tierra y seguirá derramándose, de cuando en cuando, si no se arrepienten, hasta que se quede vacía la tierra, y los habitantes de ella sean consumidos y enteramente destruidos por el resplandor de mi venida. He aquí, te digo estas cosas aun como anuncié al pueblo la destrucción de Jerusalén; y se verificará mi palabra en esta ocasión así como se ha verificado antes.» (D. y C. 5:5,19-20.)

En la Sección 29 de Doctrinas y Convenios leemos que antes de que llegue el día grande y terrible del Señor:

«Habrá lloros y gemidos entre las multitudes de los hombres.

Y se enviará una inmensa granizada para destruir las cosechas de la tierra.

Y acontecerá que a causa de la iniquidad del mundo, me vengaré de los malvados, porque no se arrepentirán; pues la copa de mi indignación está llena; y mi sangre no los limpiará si no me escucharen.

Por lo que yo, el Señor, enviaré moscas sobre la faz de la tierra, las que se apoderarán de sus habitantes, comerán su carne y harán que gusanos se críen en ellos;

Y serán atadas sus lenguas a fin de que no hablen contra mí; y sus carnes caerán de sus huesos, y se les saldrán los ojos de sus cuencas;

Y acontecerá que las bestias del campo y las aves del aire los devorarán» (D. y C. 29:15-20).

Si bien estas escrituras, y muchas por el estilo, recalcan clara y poderosamente el mensaje «arrepentíos o pereceréis», no son despiadadas, ni duras, ni ímprobas, ni tampoco son arbitrarias, pues se limitan a expresar las consecuencias lógicas e inevitables de la violación de la ley natural, esa ley que fue «decretada en el cielo antes de la fundación de este mundo, sobre la cual todas las bendiciones se basan» (D. y C. 130:20.)

En esta época, dichas amonestaciones se han estado declarando al mundo durante más de ciento cuarenta años. . . el mundo no tiene excusa.

Las señales de los tiempos constituyen un presagio palpable de que se aproxima a esta generación la hora de ajustar las cuentas.

«El que tenga oídos para oír, oiga» (Mateo 11:15). Si mantenemos siempre presente las escrituras que siguen a continuación, éstas nos ayudarán a comprender las «señales» de nuestros tiempos.

Sin embargo, no importa cuán sombría parezca la imagen, ésta tiene su lado radiante. Quien en verdad preste atención encontrará que todas las amonestaciones, tanto antiguas como modernas, contienen una razón que da lugar al regocijo. La historia así como las escrituras, están tan repletas de promesas y pruebas de que los que se arrepientan vivirán, como’ de concretas advertencias de que los que no se arrepientan perecerán.

En los días de Adán, «Dios el Señor llamó a todos los hombres en todas partes, por el Espíritu Santo, y les mandó que se arrepintiesen:

Y cuantos creyeran en el Hijo, y se arrepintieran de sus pecados, serían salvos… (Moisés 5:14-15; cursiva agregada).

El mundo de la antigüedad nos presenta una gran lección que se evidencia en el contraste entre el destino de la Sión de Enoc y la suerte que corrieron los malvados cuando sobrevino el diluvio.

En los días de Enoc «cayó una maldición sobre todo el pueblo que pugnaba contra Dios;

Y desde ese tiempo hubo guerras y el derrame de sangre entre ellos; mas el Señor vino y habitó con su pueblo, y moraron en justicia.

El temor del Señor cayó sobre todas las naciones, tan grande así era la gloria del Señor que cubría a su pueblo…

Y el Señor llamó a su pueblo SION, porque eran uno de corazón y voluntad, y vivían en justicia;. . .

. . .y, he aquí, con el transcurso del tiempo, Sión fue llevada al cielo. . . (Moisés 7:15-18, 21).

Podemos notar que el mismo contraste se verificó entre la magnífica sociedad de que disfrutaron los nefitas justos durante los dos siglos que siguieron al ministerio del Señor resucitado entre ellos, y la destrucción final de este pueblo.

De ellos se ha escrito:

«Y ocurrió que en el año treinta y seis se convirtió al Señor toda la gente, sobre la faz de toda la tierra,… y no había contiendas ni disputas entre ellos, y obraban rectamente unos con otros.

Y ocurrió que no había contenciones en el país a causa del amor de Dios que moraba en el corazón del pueblo,

Y ciertamente no podía haber pueblo más dichoso entre todos los que habían sido creados por la mano de Dios.» (4 Nefi 2,15-16.)

Reparemos a continuación en las promesas que el Señor nos ha hecho a nosotros, los de esta última dispensación.

Ya en el año 550 A.C., Nefi, contemplando en una visión nuestros días, inspirado por el espíritu de profecía dijo:

«Y sucederá que el Señor Dios empezará su obra entre todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos, para llevar a cabo la restauración de su pueblo sobre la tierra.

Y con justicia juzgará el Señor Dios a los pobres, y con equidad contenderá por los mansos de la tierra. Y herirá la tierra con la vara de su boca, y con el aliento de sus labios matará al impío.

Porque rápidamente se acerca el tiempo en que el Señor Dios ocasionará una gran división entre el pueblo, y destruirá a los inicuos. Mas librará a su pueblo; sí, aun cuando tenga que destruir a los malvados por fuego.» (2 Nefi 30:8-10; cursiva agregada.)

Cuando los santos fueron desalojados del Condado Jackson, en Missouri, el Señor dio al profeta José Smith una consoladora revelación en la cual le dijo:

«He jurado. . . que dejaría caer la espada de mi pueblo; y así como lo he proferido, se verificará.

Pronto se derramará mi indignación sin medida sobre todas las naciones; y lo haré cuando la copa de su iniquidad se llene.

Y en aquel día todo el que se hallare en la atalaya, o en otras palabras, todo mi Israel, será salvo.

Consuélense pues, vuestros corazones concerniente a Sión, porque toda carne está en mis manos; estad-quietos y sabed que soy Dios.

Sión no será quitada de su lugar, a pesar de que sus hijos son esparcidos.

Los que quedaren, y fueren puros de corazón, volverán a sus heredades, ellos y sus hijos, con cantos de gozo sempiterno para poblar los lugares desolados de Sión.» (D. y C. 101:10-12,16-1.8.)

Para terminar, hago referencia nuevamente al prefacio del Señor en el libro de Doctrinas y Convenios:

«Y de nuevo, de cierto os digo, oh habitantes de la tierra: Yo, el Señor, estoy dispuesto a dar a saber estas cosas a toda carne;

Porque no hago acepción de personas, y quiero que todo hombre sepa que el día viene con rapidez; la hora no es aún, mas está a la mano, cuando se quitará la paz de la tierra, y el diablo tendrá poder sobre su propio dominio.

Y también el Señor tendrá poder sobre sus santos, y reinará entre ellos…» (D. y C. 1:34-36; cursiva agregada.)

Ruego humildemente que seamos capaces de arrepentimos a fin de que no perezcamos.

Mis amados hermanos, siempre es un gran privilegio, una bendición y una inspiración para mí contemplar a los poseedores del sacerdocio reunidos en este Tabernáculo, así como pensar en los cientos de miles que nos escuchan en diferentes partes del mundo. ¡Cuán glorioso es pertenecer a la Iglesia de Jesucristo y poseer el Sacerdocio de Dios con la autoridad para actuar en su nombre! Pensar en los miles de poseedores del sacerdocio de todo el mundo nos infunde gran aliento, a la vez que nuestra alma rebosa de alabanzas al Señor.

El autodominio se demuestra al elegir un camino recto, y al lograr la fuerza de voluntad necesaria para seguirlo

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