Consagración al Señor

Consagración al Señor
por el élder Robert D. Hales
Ayudante del Consejo de los Doce

Robert D. HalesMis queridos hermanos, me gustaría contaros algo que me sucedió, que os dará una idea de lo que ha pasado por mi mente en las últimas semanas. Todo comenzó con una llamada telefónica de un señor Marión «T.» Romney. Mi secretaria fue a hablarme mientras estaba en una reunión de negocios y dijo: «Un tal Marión T. Romney desea hablar con usted; dijo que usted atendería si le decía que es él quien llama».

Y yo respondí: «Tiene razón. Pero es Marión G. Romney».

Creo que mi secretaria hubiera querido decirle a la del hermano Romney que yo lo llamaría después, pero atendí el teléfono; efectivamente era él y quería hacerme cinco preguntas. Me preguntó si iría a una misión; si era digno; me preguntó sobre mi hijo de 17 años, mi situación económica y mi salud.

Os diré algo que aprendí hace mucho: todo en el mundo depende del libre albedrío. Si hubiera tenido que contestar que no a alguna de aquellas preguntas, habría perdido mi libre albedrío. Estaba económicamente capacitado, era mor al mente limpio y conocía la ley de consagración y lo que ésta significa.

Inmediatamente me fui a casa para hablar con mi esposa. Ella me ha seguido por todo el mundo (nos hemos mudado quince veces); ha aprendido dos idiomas, ha criado nuestros hijos y siempre me ha apoyado en todo.

Recuerdo que una vez, cuando acababa de regresar de un viaje después de estar ausente por algún tiempo, mi esposa se sentó en el brazo del sofá y yo apoyé la cabeza en su hombro. Era casi fin de mes y ella me preguntó si había hecho mis visitas de maestro orientador. Seré sincero; tenía otros planes, pero fui e hice mis visitas. Así es ella, y así fue como comencé a comprender la ley de consagración.

Unas semanas más tarde, otra llamada telefónica siguió a la del presidente Romney. Esa vez era el hermano Arthur Haycock, secretario del presidente Kimball; hablé con él brevemente y entonces oí la inconfundible voz del Profeta, como el llamado de un clarín.

«Hermano Hales, ¿sería inconveniente para usted si le cambiáramos la misión?»

Yo tenía entendido que iría a la Misión de Inglaterra, pero me di cuenta de que otro tendría ese llamamiento y le respondí: «Estaré feliz de ir dondequiera que usted me mande.»

Él me dijo: «¿Le parecería mal si la cambiáramos a Saít Lake City?»

Al responderle yo que no, que estaba bien, él continuó:

«¿Tiene algún inconveniente en que sea por un poco más de tres años?»

«Por el tiempo que usted lo desee, Presidente.»

«Desearíamos sus servicios de por vida.»

Los veinte años pasados cruzaron rápidamente por mi memoria. Me sentí como el hombre que iba cayendo en un precipicio y pudo agarrarse de una rama, pero ésta comenzó a ceder lentamente y él suplicó fervientemente en una oración: «¡Sálvenme!». En eso oyó una voz clara y fuerte que le decía: «Suéltate y serás protegido». Y entonces el hombre miró hacia arriba y gritó: «¿Hay alguien que pueda ofrecerme mejor consejo?»

El llamamiento fue claro y tuve que dejar de lado todo aquello por lo que había estado esforzándome, para ser Ayudante del Consejo de los Doce.

De Joseph Fielding Smith había aprendido la ley de consagración y había hablado a la juventud sobre ella. No se trata de un acontecimiento especial; es algo de toda la existencia, día tras día, en que nos esforzamos en hacer lo posible por llevar una vida honorable, en que damos lo mejor de nosotros por servir a los demás… No necesariamente se ha de sacrificar la vida como lo hicieron los mártires, sino que se ha de ofrecer día a día, viviendo en forma digna y honorable.

Y así, el Profeta nos habló a mi esposa y a mí. Nos abrazamos el uno al otro sin decir nada y entonces supimos que habíamos dedicado y dedicaríamos y consagraríamos nuestra vida a esa misión de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, dondequiera que estuviera. Nos hicimos la pregunta que todos se hacen. «¿Por qué a mí?» Pero ya hemos superado esa etapa.

En mi cargo como Representante Regional, durante los cinco años pasados he tenido que forjarme como en un yunque. He supervisado y trabajado con estos hombres que fueron llamados como testigos especiales de Dios, para enseñar a los poseedores del sacerdocio que trabajan con ellos.

¿Os dais cuenta de que esos hombres tienen revelaciones cada vez que se organiza una estaca? Cuando un Representante Regional los asiste y se arrodilla con ellos en oración mientras hablan por medio del Espíritu, puede participar en el conocimiento de que Dios vive, que Jesús es el Cristo, que tenemos un Profeta de Dios que está hoy aquí, y que tenemos testigos especiales que nos guiarán y conducirán si escuchamos su palabra..

Ruego al Señor que pueda ser un ejemplo para ayudar a fortalecer a otros del mismo modo que lo han sido estos hombres a través de los años. Mi hijo de 17 años me dijo: «Papá, ¿crees realmente que algún día serás como ellos?» Él lo dijo de un modo muy suave, pero yo pensé en mi vida, que dedico y consagro, en llegar a ser un instrumento en las manos del Señor, trabajando bajo la dirección de las Autoridades Generales y pidiendo su ayuda, ya que trabajamos como si fuéramos uno.

Dedico mi vida y mi servicio y, tal como Pablo declaró:

«… y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. . .» (1 Cor. 2:4-5.)

Pido las bendiciones del Señor sobre todos aquellos que han hecho este día posible para mí: mis maestros de Primaria y Escuela Dominical; mis padres que son en verdad «buenos padres», que me enseñaron y han sido un ejemplo en toda mi vida; mis hermanos que me han dado siempre un buen ejemplo de fe y servicio en la Iglesia; mi esposa y mis hijos; mi hijo Stephen que está en la misión y David que ahora está conmigo en Salt Lake City. Ellos son una fuente de fortaleza para mí.

Pido al Señor bendiciones para que yo sea uno en propósito con los Doce Apóstoles y con todas las Autoridades Generales, y con vosotros, mis hermanos. Y digo a los poseedores del Sacerdocio que ninguno de los que está hoy aquí, puede hacerse la pregunta «¿Por qué a mí?» y permanecer con la duda. Yo haré como dijo el Profeta: dejar atrás mi vida pasada, y dedicar y consagrar todo mi tiempo, talentos y esfuerzos a la obra del Señor. Y digo esto en el nombre de Jesucristo. Amén.

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