La fuerza de mi testimonio

La fuerza de mi testimonio
por el élder Joseph B. Wirthlin
Ayudante del Consejo de los Doce

Joseph B. WirthlinMis queridos hermanos, me siento realmente honrado y con gran humildad en esta sagrada ocasión. Hace una semana, el presidente Kimball me llamó y me dijo: «¿Tendría tiempo de venir con su esposa a visitarme?» Pensé entonces, cómo podría no tener tiempo para hablar con el Profeta…

En realidad, vendría desde cualquier parte de la tierra para visitarlo y lo mismo haría cada uno de vosotros. Me sorprendió mucho cuando me dijo acerca de mi llamamiento, pero por supuesto, acepté inmediatamente. Cuando salí de su oficina, todavía estaba emocionado. Apenas podía creer lo que me había sucedido.

Bryant S. Hinckley, un gran hombre, refiriéndose a mi padre hace algunos años citó estas palabras de Thomas Carlyle: «jamás se vio en este siglo de la historia una personalidad más poderosa». Pienso que esta frase es perfectamente aplicable al presidente Kimball.

En las rodillas de mi padre se me enseñó a ser humilde, diligente, digno de confianza y a honrar a los siervos del Señor, las Autoridades de nuestra Iglesia y confío en que no traeré otra cosa que no sea honor a su nombre.

Mi vida ha estado rodeada por dos mujeres maravillosas: mi madre, que me dio la vida y me condujo por los senderos de la verdad y justicia, e hizo de nuestro hogar un lugar de espiritualidad, amor y refinamiento, sin dar lugar nunca a la vulgaridad. Y mi amada Elisa, la compañera y esposa a quien amo y venero, que es una de las más nobles siervas del Señor. Ella me ha apoyado siempre con una devoción inquebrantable; su carácter se asemeja al de Rebeca, esposa de Isaac, y a sus abuelas que fueron pioneras de la Iglesia. Ella es una persona estoica y positiva, llena de fe y con un gran amor hacia el evangelio; ha sido una inspiración para mí, y agradezco a sus padres por haberla criado en la forma en que lo hicieron.

Aprecio y amo a cada uno de nuestros ocho hijos, que sólo han traído alegría y felicidad al hogar. Respeto a mis hermanos por el servicio que prestan a la Iglesia y a sus comunidades. Recuerdo siempre a muchos de los buenos maestros que tuve en la escuela y especialmente en la Iglesia, y también a todos los buenos hermanos, mis amigos en la Iglesia, con quienes he trabajado y a los que honro, por la influencia sobresaliente que tuvieron en mí.

La organización de la Escuela Dominical de la Iglesia está muy cerca de mi corazón. Bajo la capacitada dirección del presidente Russell M. Nelson, sus consejeros y una talentosa e inspirada Mesa General, esta organización hará mucho para ayudar a llevar adelante el esfuerzo misional en la Iglesia.

Me gustó mucho mi misión en Suiza y Alemania. Cuando tomé el tren para alejarme de Basilea, Suiza, las lágrimas rodaban por mis mejillas porque sabía que mi trabajo misional regular había terminado en la Iglesia. Quiero mucho a la gente de Alemania y Suiza por las características especiales que tienen.

Mi vida está realmente afianzada en el testimonio de que Dios vive, que Jesús es el Cristo. Honro el sacerdocio que poseo y he visto actuar su gran poder. Sé que el Espíritu del Señor inspira a sus siervos y depende de nosotros atender a su inspiración. Os testifico que José Smith es un Profeta y que a través de él fue restaurada y organizada esta gran Iglesia, por medio de la revelación.

Por el amor que siento por el presidente Kimball y por todos estos hermanos que constituyen las Autoridades Generales de la Iglesia, ofrezco mi vida y mis servicios; iré donde quiera que me mandéis y haré lo mejor para engrandecer el reino de Dios aquí sobre la tierra. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén.

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