Abril de 1975
Las raíces del mormonismo
por el élder Hartman Rector, Hijo
del Primer Consejo de los Setenta
Discurso pronunciado en la Conferencia General de abril de 1975
Vivimos en un mundo en el cual hay muy pocos que estén seguros de sus conocimientos. Parece como si la gente se deleitara en saltar de una teoría a otra, mientras que lo que sólo ayer se había pensado que sería la esperanza del mundo, a menudo termina en convertirse en un mortal veneno. Una droga que se utilizó en un tiempo para tratar las incomodidades del embarazo y que había sido considerada poco menos que milagrosa, hoy se ha comprobado que es causa de la deformidad de muchos niños, la «guerra para terminar con las guerras» lo único que ha logrado hasta el momento, es incubar nuevos conflictos armados, Parecería que estuviéramos eternamente buscando respuestas a nuestros problemas en nuevos programas. Buscamos pociones secretas para prolongar la vida, mantener la juventud, terminar con el sufrimiento, eliminar la fatiga y abolir el trabajo.
Claro que si la verdad fuera comprendida, las cosas que precisamente estamos tratando de eliminar, tomarían para nosotros otra dimensión, porque esas son, precisamente cosas que debemos tener, y el sufrimiento es esencial para nuestro progreso. «Por lo que padeció aprendió la obediencia» (Hebreos 5:8). Y cuán maravilloso es poder cansarse lo suficiente como para dormir profundamente toda la noche. No hay palabras para ensalzar la gloria del trabajo. La satisfacción de una tarea difícil llevada a cabo con éxito, es una de las más grandes que podemos conocer en esta vida. Los logros y realizaciones de la vejez, mirando retrospectivamente hacia una vida plena, hacia la serenidad del entendimiento ganado por una larga experiencia, hace de ésta una época gloriosa en la vida.
Sí, nuestra sociedad se encuentra saltando de una fantasía a otra, tratando de alcanzar la felicidad, teniendo esperanzas contra toda esperanza, con la fe puesta en los resultados que puede dar tal o cual nuevo programa que se pone en ejecución. Pero lo cierto es que en éstos no hay ningún poder mágico; no importa qué clase de programas sean ni de dónde procedan.
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días está cosechando reconocimiento y admiración en todos lados. Revistas mundialmente famosas, como la «National Geographics» y «Selecciones del Readers Digest», han publicado artículos halagadores que hacen aparecer a la Iglesia casi tan buena como en realidad es. Así también, el más sincero de todos los halagos lo constituye el hecho de que otras iglesias estén copiando nuestros programas, el de la Noche de Hogar es uno de ellos, y lo han copiado de tal manera, que incluso han llegado a utilizar nuestro propio manual; tienen la idea de que pueden lograr los mismos resultados si usan el mismo programa; pero no va a ser así. La vitalidad de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días no se encuentra en los programas de la Iglesia, sino en su doctrina.
Tengo un buen amigo que fue ministro religioso de una iglesia protestante durante 26 años, y tenía una de las iglesias más grandes de Long Island, Nueva York. Llegó a conocer a los mormones en una visita que hizo a Salt Lake City, y más tarde recibiendo las visitas de los misioneros en su propio hogar. Así llegó a desarrollar una gran admiración por los programas de la Iglesia, principalmente por los frutos que la Iglesia producía. Pensó entonces en «pedir prestados» esos programas y adoptarlos en su propia iglesia, y así lo hizo. Pero para sorpresa suya, pudo comprobar que en su religión no daban los mismos resultados que los producidos en la Iglesia mormona. Fue entonces que me dijo lo siguiente:
«Fue para mí un gran sacudón descubrir que el genio del mormonismo se encuentra en su teología y no en su metodología, y el hecho de que su asombrosa vitalidad tiene origen en la resolución y dedicación de sus miembros al evangelio restaurado de Jesucristo, recibido por revelación. Se me hizo, por lo tanto, evidente que no podía tener los frutos del mormonismo sin contar primero con las mismas raíces.»
Estoy completamente convencido de que otras religiones que en la actualidad están tratando de hacer lo mismo que hizo mi amigo, llegarán finalmente a la misma conclusión a que él llegó. El programa de la Noche de Hogar, el programa de actividades de la juventud, el de los jóvenes adultos, el de construcción, el de bienestar, y los de la Sociedad de Socorro, no darán los mismos resultados para otros; la magia no se encuentra en los programas, sino en la teología de la Iglesia. Nosotros podemos ayudarles a poner éstos en ejecución, pero nunca podríamos asegurarles el éxito. El fundamento del éxito de los programas de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es una correcta comprensión y un testimonio de nuestra relación con Dios. Son inspirados por el Señor, pero esa inspiración se hace efectiva sólo para aquellos que conocen su procedencia, y saben por qué están aquí y también adonde irán después de dejar esta vida mortal. Estos son los que tienen un testimonio. O sea, que aquellos que saben que Dios es nuestro Padre, saben que somos hijos engendrados por Dios, hechos a su imagen y semejanza; y también esperamos que nos ayude a llegar a ser como Él es, por el simple hecho de comprender que los hijos llegan a parecerse a sus padres.
Quienes tienen un testimonio saben que el Hijo, Jesucristo, es nuestro hermano mayor Él es un Dios; sin embargo no es su propio Padre, sino que es el Hijo del Padre, así como Salvador y Redentor de toda la humanidad y Mediador entre Dios y el hombre. En esto no existe magia, confusión ni misterio.
Quienes tienen un testimonio saben que Dios, nuestro Padre, no nos ha abandonado sin guía en la tierra en la actualidad, sino que nos ha provisto de un Profeta viviente que nos da a conocer su voluntad.
Quienes tienen un testimonio saben que el deseo del Padre es que «… todo hombre hable en el nombre de Dios el Señor aun el Salvador del mundo» (D. y C. 1:20). Por lo tanto ha dado nuevamente la autoridad para que el hombre actúe por El en la tierra, y por esta autoridad o sacerdocio, el hombre tiene el poder de bautizar, de imponer las manos para conceder el Don del Espíritu Santo, para sanar a los enfermos, echar fuera demonios, hablar en idiomas nuevos, y en general, para hacer las señales que Jesús dijo que siempre caracterizarían a los creyentes.
Más aún, saben que el hombre y la mujer son casados por esta misma autoridad o sacerdocio, no hasta que la muerte los separe sino por toda la eternidad, ya que lo que es atado en la tierra también será atado en los cielos.
Cuando estas verdades no solamente se creen, sino que también quedan indeleblemente grabadas en el corazón de un hombre, una mujer, o un niño, por medio del Espíritu Santo, entonces los programas establecidos por el Señor en la tierra para permitir que sus hijos se desarrollen a la luz del conocimiento y la experiencia, se convierten en una parte vital y viviente del camino hacia la inmortalidad y la vida eterna.
Estos programas no marchan por sí mismos. La gente los pone en ejecución, y cada uno de ellos requiere sacrificios, tal como lo expresó el élder McConkie tan elocuentemente. Parece que tenemos que hacer constantemente aquello que no quisiéramos hacer, para llevar a cabo los propósitos de Dios entre sus hijos en la tierra. El verdadero secreto del éxito de los programas del Señor aquí o en cualquier otro lado, es el sacrificio.
«Es mediante el sacrificio», dijo el profeta José Smith, «que Dios ha ordenado que los hombres disfruten de la vida eterna; y es mediante el sacrificio de todas las cosas terrenales que los hombres llegan a saber que están haciendo aquello que es agradable ante la vista de Dios…
Para que un hombre lo dé todo: su carácter y reputación; los honores y el aplauso, su buen nombre entre los hombres, su casa, su tierra, sus hermanos, su esposa e hijos y aun su propia vida si fuera necesario, se requiere algo más que una mera creencia o suposición de que está haciendo la voluntad de Dios. Se requiere que tenga verdadero conocimiento, comprendiendo que cuando estos sufrimientos finalicen él entrará en el eterno descanso y participará de la gloria de Dios.» (Sermones de Fe, pág. 58.)
La teología de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es tal que quien la profesa no puede ser pasivo. Si lo que José Smith dijo que sucedió es cierto, que Dios el Padre y el Hijo se le aparecieron y que en realidad hablaron con él y le dieron mandamientos para toda la humanidad; si un mensajero celestial, Moroni (un ángel del Señor), le visitó y . le entregó un registro antiguo escrito en planchas de oro, que contenía la plenitud del evangelio tal como fuera entregado por Jesucristo mismo a los antiguos habitantes de este continente de América; si Juan el Bautista regresó el 15 de mayo de 1829 a restaurar la autoridad para bautizar y este hecho fue aceptado por Dios; si Pedro, Santiago y Juan también regresaron para restaurar el Sacerdocio de Melquisedec, con la autoridad para llevar a cabo todas las ordenanzas y unir en la tierra y por lo tanto unir también en los cielos, del mismo modo que si Jesucristo lo hubiera hecho en persona; si estas cosas son verdaderas, entonces todos deberían estar enterados de estos hechos, ya que sucedieron para el bien de los hijos de Dios, de todos sus hijos.
Muchos de los tres millones y medio de Santos de los Últimos Días dan testimonio de que saben que estas cosas son verdaderas, y como tienen este conocimiento, viven en armonía con las directivas procedentes de los profetas vivientes de Dios. Cuando el Profeta les aconseja llevar a cabo las noches de hogar, aproximadamente 500.000 familias de Santos de los Últimos días se reúnen con sus hijos todas las semanas para hablar de las bondades y bendiciones del Señor para con ellos, y del amor que profesan tanto a Dios como al prójimo. Se esfuerzan también por vivir de tal modo que les asegure las bendiciones de un amante Padre Celestial para el beneficio familiar.
Los diezmos han sido una parte integral del programa del Señor desde antes aún de los días de Abrahán. Las escrituras de la Biblia contienen entonces abundantes evidencias de este principio eterno. Por lo tanto, todas las iglesias que acepten la Biblia como su registro sagrado, deberían practicar este principio, aun cuando ninguna ni siquiera se aproxima a lo que es norma en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
¿Por qué más de 19.000 jóvenes mormones aceptan el llamamiento de dejar el hogar y la familia, los estudios y sus amigos, para ir a las naciones del mundo, muchas veces bajo condiciones adversas y hasta hostiles? Seguramente que no es por la recompensa económica que puedan encontrar, ya que ellos se pagan sus propios gastos: ni para asegurarse una posición importante, ni por poder, ni por la aclamación del mundo, sino solamente para compartir la verdad del mensaje de la restauración—las raíces del mormonismo’—con todos los hijos de nuestro Padre Celestial. Entonces pregunto: ¿por qué lo hacen? y contesto que lo hacen porque saben que tienen en su poder la respuesta a todos los problemas del mundo, particularmente el problema de la inhumanidad del hombre para con el hombre.
Esta respuesta es el evangelio, las buenas nuevas de que Jesucristo vive y ha hablado nuevamente desde los cielos que Él ha vuelto a establecer su Iglesia en toda su plenitud, tal como lo profetizara Pedro cuando dijo:
«Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio,
y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado;
a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos, profetas que han sido desde tiempo antiguo.» (Hechos 3:19-21.)
No, el poder o la vitalidad no se encuentran en los programas de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, sino en su teología. No podréis tener los frutos del mormonismo sin tener también las raíces del mormonismo, y las raíces son un testimonio, un testimonio nacido por el Espíritu y comunicado a nuestro corazón. No es el programa sino la gente que tiene cierto conocimiento de Dios y de su relación con El quemándoles el corazón, lo que provoca el éxito en las actividades del reino. Esto constituye la fortaleza y vitalidad del mormonismo.
Yo soy un testigo de que estas cosas, son verdaderas. Sé que lo son. Sé que Dios es nuestro Padre y que vive; que oye y contesta las oraciones. Yo sé y os dejo mi testimonio de que Jesús es el Cristo y vive, que ésta es su Iglesia, porque El la ha reestablecido en la tierra en la actualidad, mediante su gran profeta José Smith; y que hoy existe un Profeta al frente de esta Iglesia, un verdadero Profeta de Dios.
Sí, Spencer W. Kímball es un Profeta del Dios viviente, y él hace las decisiones principales para la Iglesia y el reino de Dios, y comunica la voluntad del Señor del modo en que lo ha hecho en esta conferencia.
Os dejo mi testimonio de que si seguimos al Profeta, tendremos incontables bendiciones, y que los programas de la Iglesia darán los resultados deseados, ya que harán que las personas comprendan su responsabilidad para con el Padre Celestial así como para con el prójimo, y se alegrarán de cumplir con sus asignaciones. Esta es la Iglesia de Jesucristo y El la dirige, Os dejo esté testimonio en el nombre de Jesucristo. Amén.
























