Guardemos los mandamientos

29 de Octubre de 1978. Conferencia de Área en Buenos Aires, Argentina
Guardemos los mandamientos
por el élder Arthur Haycock
Secretario personal del presidente Kimball

D. Arthur HaycockMis queridos hermanos, es para mí un gran honor y privilegio el estar presente en esta reunión del Sacerdocio. Me siento agradecido por el honor de acompañar al presidente Kimball, al presidente Tanner y a las Autoridades Generales que están en esta gran conferencia de área.

El coro acaba de cantar “Te quiero sin cesar” (Himnos de Sión, pág. 58). Quizás vosotros sabréis que se trata del himno predilecto del presidente Kimball, y si él me permite el honor, quisiera confesaros que también lo es para mí.

Considero que nunca sentí que necesitaba la ayuda del Señor como en este momento, y ruego, mis hermanos, que al hablaros en esta ocasión, podáis extraer algún provecho de mis palabras.

Reconozco que vosotros, quienes estáis presentes en esta reunión, tanto jóvenes como adultos, sois los líderes de la Iglesia en Argentina. Sobre vuestros hombros descansa la responsabilidad de llevar adelante la obra del Señor en esta gran nación.

Hemos experimentado un gran progreso. En la actualidad, hay en Argentina entre cincuenta y sesenta mil miembros; pero todavía hay millones de personas que jamás han escuchado el Evangelio, por lo que debemos hacer nuestros mejores esfuerzos a fin de compartir con ellas el mensaje de salvación.

Ayer por la tarde visitamos al Presidente de vuestro país, el general Videla. Él tuvo la gentileza de invitar al presidente Kimball a su casa, mostrando en todo momento gran amabilidad; indicó que había algo de especial en el hecho de tener al presidente Kimball en su hogar, porque él cree, de la misma forma que nosotros creemos, que el hogar y la familia componen la piedra angular de toda nación. Reconocemos que éstos son también elementos básicos de nuestra religión, y de ese modo, el padre, la madre y los hijos, conforman las familias de Santos de los Últimos Días y los ciudadanos de Argentina.

Vosotros, hermanos, sois poseedores del Sacerdocio de Aarón y del de Melquisedec, o sea, la autoridad para obrar en el nombre de Dios haciendo y diciendo las cosas que Jesús haría y diría si estuviese entre nosotros. Si es que hemos de obrar en Su nombre, debemos estar a tono con su Espíritu, como dice la escritura:

“Sed limpios, vosotros los que portáis los vasos del Señor.” (D. y C. 38:42.)

Es importante que nosotros, hermanos, magnifiquemos y honremos el Sacerdocio del cual somos poseedores; es importante que guardemos los mandamientos; que tengamos al Señor por compañero; que hagamos lo que esté de nuestra parte para que nuestros hijos sean buenos hijos, y los padres, buenos padres.

Muchas veces recibo llamados telefónicos de hermanas que están desconsoladas porque sus esposos las maltratan y les dicen:

“Tengo el Sacerdocio y por lo tanto, aquí se hace lo que yo digo”.

El Señor jamás nos autorizó para que usáramos el Sacerdocio de tal manera. El Sacerdocio debe ser un instrumento que nos haga humildes, amables, gentiles, bondadosos y considerados. Seamos amorosos con nuestra esposa y con nuestros hijos; hagamos que nos sigan a causa del amor que sienten por nosotros; si somos poseedores del Sacerdocio del Señor, entonces debemos vivir conforme a lo que Cristo enseñó.

El Señor nos dijo por intermedio de Moisés en el Monte Sinaí:

“Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da.” (Ex. 20:12.)

Si hacemos esto, hermanos, nuestra esposa y nuestros hijos nos amarán y honrarán, y nos seguirán en justicia.

En una de sus revelaciones el Señor ha dicho:

“. . .la naturaleza y disposición de casi todos los hombres, al obtener, como ellos suponen, un poquito de autoridad, es empezar desde luego a ejercer injusto dominio.” (D. y C. 121:39.)

Así es que ruego, hermanos, que al cumplir con nuestras responsabilidades en el Sacerdocio lo hagamos con humildad, con longanimidad y dignidad. Aquellos de vosotros que sois obispos, presidentes de quorum o presidentes de estaca, guiad a vuestra gente de la forma en que el Señor nos guía, a fin de que os sigan devotamente doquiera que vayáis.

Desde niño se me enseñó a honrar a los líderes de la Iglesia, a honrar a mi obispo y a mi presidente de estaca, a amar al Profeta de la Iglesia y orar por él. Si hacemos estas cosas, el Señor nos bendecirá y nos magnificará.

En cuanto a vosotros, jóvenes, quisiera recordaros, como lo ha hecho el presidente Kimball tantas veces, que a medida que maduráis debéis tener presente tres cosas de suma importancia en vuestra vida:

Debéis planificar vuestra vida; debéis forjaros una buena educación. Desde temprana edad tendréis como objetivo el salir en una misión, y luego vuestra meta será el casaros en el Templo de Sao Paulo.

Si os esforzáis en la debida forma, podréis lograr los tres objetivos, podéis iniciar vuestros estudios universitarios y después de un año interrumpirlos para salir como misioneros por dos años, luego de lo cual, al regresar de la misión, podéis volver a los libros y finalizar vuestra educación. Mientras tanto, buscad y encontrad a una joven a quien améis, y casaos con ella en el templo. Después de lograr este objetivo, integraos a vuestro barrio, a vuestra estaca o a vuestra misión, y amad y servid al Señor.

Ninguna de estas cosas es difícil de lograr. Recordad cuando a Nefi le fue encomendada la difícil misión de regresar a Jerusalén en procura de las planchas de Labán; aun cuando sus hermanos mayores tenían temor de regresar, Nefi dijo valientemente:

“Iré y haré lo que el Señor ha mandado, porque sé que El nunca da ningún mandamiento a los hijos de los hombres sin prepararles la vía para que puedan cumplir con lo que les ha mandado.” (1 Nefi 3:7.)

Si nosotros observamos la misma conducta y tenemos el mismo espíritu, el Señor nos ayudará a lograr las cosas que nos son encomendadas.

Mi madre nos enseñó a mis hermanos y a mí, la mayoría de las cosas que hoy sabemos acerca del Evangelio. Mi padre tuvo que dejar nuestro hogar por dos años para salir en una misión, y a su regreso fue llamado como miembro de un obispado; debido a esto, era nuestra madre quien nos instruía en cuanto a esas cosas la mayoría de las veces.

Durante los cuarenta años que hemos estado casados, ha sido mi esposa quien ha instruido a nuestras cuatro hijas; ella era la encargada de llevarlas a la Primaria, a la Escuela Dominical y a la reunión sacramental, ya que yo he sido obispo, y también he servido como presidente de misión, o he tenido que estar viajando con el Presidente de la Iglesia. En la actualidad, todas ellas están casadas en el templo con jóvenes que han servido como misioneros, gracias a que durante todos nuestros años de casados, mi esposa las instruyó en cuanto a las cosas del Evangelio.

Anoche fuimos espectadores de una representación teatral relacionada con el Libro de Mormón. En lo que a mí concierne, la parte culminante de la historia es la que se relaciona con Helamán y sus 2.000 soldados jóvenes, quienes acometieron una batalla que se daba por perdida y salieron triunfantes. Al llegar a esa parte de la representación todos aplaudimos y nos sentimos orgullosos; sus madres les habían enseñado bien y Helamán estaba orgulloso de ellos. Esto es lo que él dijo de ellos:

“Y he aquí, hubo dos mil de estos jóvenes que entraron en este convenio y tomaron las armas de guerra en defensa de su patria.

Y he aquí, como nunca había sido desventaja alguna para los nefitas, se tornaron, en esa ocasión en un auxilio importante; porque tomaron sus armas de guerra, y eligieron a Helamán para que fuese su caudillo.

Y eran todos jóvenes y sumamente animosos, así en cuanto a valor como también vigor y actividad; y he aquí, no sólo esto, sino eran hombres que a todo tiempo se mantenían fieles en las cosas que les eran confiadas.

Sí, eran hombres de verdad y cordura, pues se les había enseñado a guardar los mandamientos de Dios y a marchar rectamente ante él.” (Alma 53:18-21.)

“Hasta entonces nunca se habían batido, no obstante, no temían la muerte; y estimaban más la libertad de sus padres que sus propias vidas; sí, sus madres les habían enseñado que si no dudaban, Dios los libraría.

Y me repitieron las palabras de sus madres, diciendo: No dudamos que nuestras madres lo sabían.” (Alma 56:47, 48.)

Por lo tanto, mis jóvenes amigos del Sacerdocio Aarónico, honremos a nuestros padres, especialmente a nuestra madre. Escuchémosla, y al hacerlo la estaremos honrando a ella y también al Sacerdocio que poseemos.

Quisiera compartir con vosotros una pequeña historia.

Hace un año, tuve oportunidad de viajar con el presidente Kimball al estado de Arizona donde él nació, y una vez allí visitamos la casa donde se crió; subimos las viejas escaleras hasta llegar a los cuartos de la planta alta. Por las ventanas que daban al fondo de la finca podíamos ver los establos en donde tenían las vacas. Él solía ordeñar nueve vacas todas las mañanas y todas las noches según la manera que se hacía antaño. Mientras ordeñaba, llegó a aprender los Artículos de Fe, los himnos y los Diez Mandamientos. La forma en que lo hizo fue escribiendo estas cosas en una pequeña tarjeta que ponía en el suelo, entre los pies, donde podía leerla sin dificultad mientras hacía su trabajo.

Fue en momentos como esos en que el presidente Kimball, entonces un jovencito, tomó decisiones importantes para el resto de su vida. Sabía que había muchas cosas que eran buenas y otras tantas que eran malas; decidió que cuando alguien le ofreciera un cigarrillo él diría que no, también que rechazaría el ofrecimiento de cualquier tipo de bebida alcohólica, lo mismo que si se le ofrecía té o café. Decidió que no se prestaría a ninguna práctica inmoral y que no mentiría ni actuaría con deshonestidad.

De jovencito, antes de llegar a ser diácono, se impuso obedecer todo lo que su madre le había enseñado en cuanto al cumplimiento de los Mandamientos, para que si alguien le ofrecía un cigarrillo, o una bebida alcohólica, café o té, él no tuviera ni siquiera que pensarlo, ni reparar en si heriría los sentimientos de la otra persona, sino que respondería inmediatamente que no. A medida que transcurrieron los años, se fue haciendo cada vez más fácil responder que no.

Os sugiero, jóvenes, que toméis la determinación de responder NO a todas estas cosas y que lo hagáis de inmediato, recordando que el Profeta adoptó tal línea de conducta hace muchos años. Si así lo hacéis, seréis cada vez más fuertes y aun cuando vuestros padres no estuvieran presentes, sabríais que la respuesta a estas cosas es NO. De este modo estaréis honrando y magnificando el Sacerdocio, y estaréis honrando a vuestros padres.

Para terminar, quisiera deciros en condición de secretario del Presidente, que él es el Profeta del Señor. Ya hace cinco años que estoy trabajando a su lado y en repetidas oportunidades el Señor me ha dicho que el presidente Kimball es su Profeta. El Evangelio es verdadero; José Smith fue un Profeta; Dios es nuestro Padre, y Jesucristo, nuestro hermano mayor. Este es mi testimonio en el nombre de Jesucristo. Amén.

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