Perderemos nuestra oportunidad?

27 de Octubre 1978. Conferencia de Área en Montevideo, Uruguay
¿Perderemos nuestra oportunidad?
por el presidente Spencer W. Kimball

Spencer W. KimballHermanos y hermanas, ha sido éste sin duda un evento glorioso, que nos ha unido ante el Señor.

Cuando el hermano Hinckley mencionó a algunos de los amigos que tuvo, me vinieron a la memoria dos que yo tuve. Esta pareja a la que me refiero, se prometieron a sí mismos que cuando se casaran pondrían su casa en orden e irían al templo a fin de que su matrimonio fuera eterno. Se amaban mucho y tenían algo de fe en lo eterno del convenio del matrimonio, mas por alguna razón, no estaban preparados para presentarse ante el obispo con la conciencia limpia a fin de que aquél les extendiera una recomendación. El tiempo transcurrió; vinieron los hijos y ellos se volvieron sumamente activos en asuntos de la comunidad.

El padre amaba a su familia, mas carecía de la determinación necesaria para obligarse a hacer las cosas que debía hacer.

Su esposa embellecía más y más con el correr del tiempo; la maternidad la había favorecido maravillosamente, ampliando su visión y ennobleciendo su alma. Muchas veces trató de convencer a su marido de tener una entrevista con el obispo a fin de obtener la recomendación para el templo; mas él rehusaba. Poco era el servicio que ella rendía a la Iglesia, aunque era activa en asuntos de la comunidad.

Paulatinamente se t nerón creando conflictos entre sus deberes para con Dios y sus intereses personales en el día de reposo, pues consideraba que su obligación era estar con su esposo los domingos.

Ambos prestaban escaso servicio a la Iglesia; y a medida que sus hijos fueron creciendo y entraron en la adolescencia, al igual que sus padres comenzaron a valorar más la libertad y las actividades triviales lo cual los apartó casi por completo de la Iglesia.

Un día, las nubes de lo trágicamente imprevisto descendieron sobre ellos. Fue un día domingo al regresar de un paseo; él era un excelente conductor y no fue culpa suya; el otro automóvil se fue sobre ellos, dejando en el camino varias vidas truncadas. Su esposa y su pequeña hija eran dos de las víctimas.

Después que ambas fueron sepultadas con toda solemnidad, este hombre descubrió que la vida estaba limitada y se enfrentó con una implacable soledad. Las noches parecían interminables, la casa estaba vacía ante la ausencia de su querida esposa; los días transcurrían desprovistos de sentido; la vida misma se presentaba vana y desolada.

Nuestro amigo se dio por entero a su trabajo y al cuidado de sus otros hijos; mas su vida parecía haber recibido sepultura junto a su esposa.

Cuando se sentaban a la mesa en el hogar, la falta de sus seres queridos se hacía cada vez más evidente. La vida social carecía totalmente de interés para él; sus hijos eran considerados y buenos, mas no llenaban el vacío. Nadie podía imaginar su sufrimiento; sus pensamientos no podían concentrarse en otra cosa que en la ausencia de su amada esposa, su compañera, la madre de sus hijos.

Al regresar del trabajo, le parecía que ella estaría esperándolo para echarle los brazos alrededor del cuello. En las mañanas, al despertar, le parecía imposible no encontrarla a su lado; y al llegar la noche, sus últimos pensamientos estaban centrados en ella.

Una noche en particular tuvo un sueño, o tal vez no fuera un sueño, pues le pareció estar bien despierto, tenía la seguridad de que sus ojos estaban abiertos, y a diferencia de otros cientos de sueños que se desvanecen o se olvidan por completo con la llegada del amanecer, éste permaneció latente en su memoria. En el sueño, le pareció estar en un lugar diferente, lejano, en donde nunca había estado. Allí entró por una puerta a un sitio hermoso, en donde las figuras centrales eran una mujer y una niña; al acercarse logró identificarlas, y sintió un gozo indescriptible al darse cuenta de que se trataba de su pequeña hija, tomada de la mano de la madre; su esposa lucía más radiante y hermosa que nunca, con una sonrisa cautivadora. Ambas le sonreían y le invitaban a entrar al lugar donde se encontraban. El no anhelaba otra cosa que atravesar el umbral de esa puerta; mas, a pesar de que ambas se mostraban ansiosas de estar junto a él, ningún esfuerzo hacían en avanzar hacia donde estaba. Trató de dirigirse hacia ellas, mas ni siquiera podía moverse, y al tratar con mayor ahínco, le pareció que las puertas comenzaban a cerrarse lentamente. Madre e hija le hacían desesperadas señas de que se acercara, mas él se encontraba completamente imposibilitado de hacer aquello que en ese momento tan ansiosamente deseaba. No podía percibir el movimiento de las puertas, mas la abertura entre ambas hojas era evidentemente cada vez más estrecha.

Echó una última mirada hacia adentro y vio en el rostro de su esposa una expresión de terror al comprender ella también que las puertas que la separaban de él estaban casi cerradas; y cuando éstas finalmente se cerraron por completo, sonaron como un trueno en sus oídos. Él hubiera dado su vida y todo lo que tenía por verla una vez más, por tenerla junto a sí para siempre. De pronto, sonó la campanilla del despertador y despertó de su sueño; o quizás no hubiera sido un sueño. . . parecía demasiado vivido. ¿Había nuestro amigo perdido la oportunidad de su vida? La respuesta a esta pregunta queda a criterio de cada uno de vosotros.

Estamos próximos a la dedicación de un nuevo templo en esta área, y cada hombre y mujer deberán formularse esta pregunta; ¿estoy haciendo todo lo que puedo y debo? La respuesta tendrá que ser provista en forma individual.

Este es el momento en que toda persona debe comenzar a planificar su viaje al Templo de Sao Paulo; hay una pregunta sumamente importante que cada uno debe formularse, y es la siguiente; ¿Soy digno de entrar en el santo Templo del Señor? ¿Está mi espíritu limpio? ¿Puedo responder con tranquilidad a todas las preguntas que el obispo me formule? Entonces, una vez respondidas esas preguntas, planificad en la forma apropiada. A menudo nos resulta difícil hacer frente a la vida; en tales casos es imperioso que cambiemos el sistema de vivirla. Confiamos en que toda vida tenga un cambio positivo.

Es nuestro ruego que Dios bendiga a todos vosotros en vuestros sanos esfuerzos. Nos encontramos en medio de un proceso de crecimiento, y estamos agradecidos por ver avanzar la obra del Señor. Nos complace apreciar el liderazgo local fortaleciéndose en todas estas comunidades, lo que nos permite incorporar algunos de esos líderes a nuestras posiciones de directiva general, en las oficinas centrales de la Iglesia, y aun entre las Autoridades Generales. Estamos obteniendo líderes en muchas naciones; contamos entre nosotros con dos hermanos japoneses; un alemán, un francés y también con un joven de la tribu de los indios navajos, quien tiene una de las mayores responsabilidades que hombre alguno pueda poseer en la Iglesia; y por todos ellos nos sentimos sumamente agradecidos.

Quisiera referirme ahora a otro asunto que considero de suma importancia. Vivimos en un mundo grande, en donde hay países a los cuales aún no ha llegado el Evangelio restaurado. Primeramente, necesitamos abrir las puertas de todos esos países a fin de que el Evangelio pueda entrar en ellos; y seguidamente, necesitamos muchos misioneros más.

Es responsabilidad de toda madre el criar a sus hijos para que un día lleguen a ser misioneros. Junto al padre, ella tiene el deber de enseñar y educar a sus hijos todos los días de su vida, a fin de que cuando llegue el momento estén preparados para servir al Señor como misioneros.

No estamos satisfechos con tener, en su mayoría, misioneros de los Estados Unidos en las misiones del mundo; deseamos contar con jóvenes y señoritas que representen a este país en la predicación del Evangelio, y lo mismo sucede con las muchas otras naciones del mundo.

Cuando oréis juntos, toda la familia, aseguraos de recordar a quien ofrezca la oración que pida a nuestro Padre Celestial que ablande el corazón de los gobernantes de aquellos países que aún no han abierto sus puertas al Evangelio, y que también pida por todos los misioneros que lo predican actualmente.

Ha resultado una experiencia maravillosa el estar con vosotros, hermanos y hermanas. Nos hemos sentido inspirados y edificados por los testimonios que hemos escuchado, y deseamos expresar nuestro profundo agradecimiento a todos aquellos que han contribuido al éxito de esta conferencia.

Agradecemos a todos los que han provisto servicios especiales; estamos agradecidos hacia los medios de información periodísticos, incluyendo los de radio y televisión. Extendemos nuestro aprecio hacia las autoridades gubernamentales de Montevideo, quienes han colaborado en gran forma para el éxito de esta conferencia. A los acomodadores, a quienes han provisto las flores, a todos ellos vaya nuestro sincero agradecimiento. También estamos sumamente agradecidos por la música que hemos disfrutado en esta conferencia.

Y así llegamos a la finalización de esta sesión agradeciendo a nuestro Padre Celestial por todas las bendiciones recibidas, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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