Seamos un ejemplo

27 de Octubre 1978. Conferencia de Área en Montevideo, Uruguay
Seamos un ejemplo
por el élder D. Arthur Haycock

D. Arthur HaycockMis queridos hermanos, estoy agradecido por el privilegio de estar aquí en esta gran conferencia. He tenido la oportunidad de venir antes con el presidente Kimball, he ‘ estudiado la historia de estos dos grandes países, Uruguay y Paraguay, y estoy impresionado con el gran crecimiento de la Iglesia, así como también con vosotros sus habitantes.

Muchas cosas han sucedido desde diciembre de 1925, hace 53 años, cuando el élder Melvin J. Ballard, dedicó este gran país para la enseñanza del evangelio. Recuerdo perfectamente cuando había solamente una misión en toda Sudamérica, la que luego en 1935, fue dividida estableciéndose una misión para Argentina y otra para Brasil. Hace tres años fuimos con el presidente Kimball a Paraguay, que en ese entonces formaba parte de la Misión Uruguaya pero que ahora es una misión independiente, organizada con 2.400 miembros; aquí, en Uruguay, tenemos 23.000 miembros, siete estacas y una misión.

El 30 de enero de 1954, a las cuatro en punto de la tarde, el presidente David O. McKay dedicó la piedra angular para la construcción de la primera capilla en Sudamérica; a la mañana siguiente, el domingo, se llevó a cabo la conferencia con la presencia de cuatrocientos santos. Tanto anoche como esta mañana, contamos con más de diez mil personas presentes.

La Iglesia está creciendo debido a vuestros esfuerzos misionales y a vuestro gran ejemplo. Tal como el Salvador dijo en el gran Sermón del Monte:

“Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.

Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelera, y alumbra a todos los que están en casa.” (Mat. 5:14-15.)

Por lo tanto, mis queridos hermanos, dejad que brille vuestra luz de modo tal que otros puedan ver vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. No podemos dejar de compartir el evangelio con nuestros amigos, nuestros vecinos. Presentadlos a los misioneros, quienes pueden enseñarles el plan del evangelio.

Es posible que se encuentren aquí personas que no son miembros de la Iglesia. A vosotros os decimos que no hay lugar en todo el mundo donde seáis mejor recibidos. Os amamos, respetamos la iglesia a la cual pertenecéis, y os decimos que sigáis en el curso de las cosas buenas en vuestra iglesia y en vuestro hogar; que aprendáis a orar y a amar al prójimo; que aprendáis a ser honestos y sinceros. Conservad todo lo bueno que ya tenéis porque todo lo bueno es parte del Evangelio de Jesucristo, y luego permitidnos compartir con vosotros todo lo que no tenéis para que tengáis la plenitud de este Evangelio.

Esta mañana, cuando el presidente Kimball hablaba con vuestro presidente, éste le dijo que los miembros de la Iglesia son buenos ciudadanos, que sois leales al gobierno y que apoyáis a vuestros líderes; y el Profeta le respondió que la Iglesia enseña que “creemos en estar sujetos a los reyes, presidentes, gobernantes y magistrados, en obedecer, honrar y sostener la ley” (Artículo de Fe No. 12).

Esta es la tierra que os dio nacimiento y a la cual amáis. Anoche cantasteis el Himno Nacional uruguayo y dijisteis: “Libertad, o con gloria morir”. Cuando Estados Unidos trataba de conquistar su libertad, hubo también un gran hombre, Patrick Henry, que dijo: “Dadme la libertad o la muerte”.

Todos amamos la libertad, estamos agradecidos por estar reunidos en este edificio sin problemas de ninguna clase. Esta mañana, en nombre del presidente Kimball, el élder Kennedy y yo colocamos un adorno floral en el Mausoleo del General José Gervasio Artigas, padre de este gran país, para brindarle honor y respeto como lo hacemos con los grandes líderes de las naciones de todo el mundo.

La próxima semana, el presidente Kimball dedicará el Templo de Sao Paulo, Brasil, para que podáis permanecer en Sudamérica y asistir a vuestro propio templo, lo que será una bendición más de las tantas que disfrutáis, debido al evangelio.

Hace pocos años, el presidente Kimball asistió a la dedicación del Templo de Suiza, y una hermana de Alemania, que había sufrido por la Segunda Guerra Mundial, había asistido a la dedicación del templo y le dijo al presidente Kimball algo que quizás cada uno de vosotros diría:

“Ahora que he asistido al templo, puedo enfrentar cualquier cosa; ahora que he estado en la Casa del Señor, he hecho mis convenios con mi Padre Celestial y llevado a cabo mi obra en el templo, puedo enfrentar cualquier situación, el hambre, el frío y cualquier incertidumbre, aun los tenores de la tierra, porque me siento más segura.” Mis queridos hermanos, tenemos aquí otra bendición, tenemos al Profeta de Dios, al presidente Kimball. Tenemos también a otros profetas, el presidente Tanner, y los élderes Hinckley, Packer, Faust, quienes son también profetas videntes y reveladores; pero el presidente Kimball es el portavoz del Señor, y como leemos en Amos 3:7

“Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele sus secretos a sus siervos los profetas”.

Hermanos, sabemos que vivimos en tiempos difíciles, pero somos bendecidos porque tenemos líderes que nos guían, un Profeta que nos aconseja, dirigido por el Señor.

El noveno Artículo de Fe dice: “Creemos todo lo que Dios ha revelado, todo lo que actualmente revela, y creemos que aún revelará muchos grandes e importantes asuntos pertenecientes al reino de Dios”.

Hoy nuestro Profeta nos ha exhortado a que alarguemos el paso, que vivamos y guardemos los mandamientos; hagamos la promesa de cumplir lo que él nos pide de aquí en adelante.

Creo, mis hermanos, que mis palabras tienen una base firme, porque durante los últimos cuarenta años, he trabajado con seis presidente de la Iglesia, y la he visto crecer de 124 estacas y 750.000 miembros hasta mil estacas y cuatro millones de miembros que ahora tenemos.

Paso más tiempo con el Profeta de la Iglesia que con cualquier otra persona; en la oficina, trabajamos juntos; viajo con él, comemos juntos; hemos compartido la misma habitación; y puedo deciros, mis hermanos, desde mi humilde posición de secretario, que al ver al presidente Kimball bajo diferentes condiciones, sé que él es el Profeta de Dios y que el Señor le ama. El Señor lo ha preservado y le ha revelado Su voluntad. Él es tan amable y bondadoso como el Salvador mismo; él os ama y os dirá solamente lo que es bueno para vosotros y para todos los miembros de la Iglesia. Prestemos atención a sus palabras y actuemos de acuerdo con las mismas; comprometámonos a seguirle por el sendero en que el Señor lo dirige y si así lo hacemos, seremos felices y tendremos influencia en la vida de nuestros amigos y conocidos; seremos ciudadanos ejemplares y buenos miembros de la Iglesia y, debido a nuestro comportamiento, otros desearán saber acerca del evangelio.

Oremos por el Profeta; oremos para que los gobernantes de las naciones de todo el mundo abran sus puertas a las enseñanzas del evangelio. Hay millones de personas que aún no han tenido la oportunidad de oír el plan de salvación; cumplamos, cada uno con lo que le corresponde; que cada madre eduque a su hijo para que sea un misionero. Las bendiciones de cumplir una misión no deben caer solamente sobre los jóvenes de Estados Unidos; vuestros hijos merecen e privilegio de servir en el campo misional. Enseñémosles a prepararse para esa feliz etapa.

Mis hermanos, os dejo mi testimonio de que el Evangelio es verdadero, de que Dios vive, de que Jesús es el Cristo y de que el presidente Spencer W. Kimball es su Profeta; y lo hago en el nombre de Jesucristo. Amén.

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