Con miras al templo

Con miras al templo
por el élder John A. Widtsoe

John A. WidtsoeEl templo es la Casa del Señor, y si el Señor visitara la tierra, vendría a su Templo. Nosotros somos la familia del Señor y somos sus hijos, engendrados en nuestra vida preexistente. Por consiguiente, así como el padre y la madre terrenales, se reúnen con su familia en el hogar, del mismo modo, los miembros dignos de la familia de Dios pueden reunirse, como lo hacemos, en la Casa del Señor.

El templo es un lugar de instrucción. Allí se repasan los principios del evangelio y se dan a conocer profundas verdades pertinentes al reino de Dios. Si vamos al templo con el debido espíritu y prestamos atención, saldremos de él con un mayor conocimiento del evangelio y con más sabiduría.

El templo es un lugar de paz; allí pueden dejarse de lado las preocupaciones y problemas del turbulento mundo exterior, allí, nuestra mente debe concentrarse en las realidades espirituales, puesto que en este recinto solamente interesan las cosas del espíritu.

El templo es un lugar donde se hacen convenios que nos ayudan a vivir virtuosamente. Allí declaramos que obedeceremos las leyes del Señor y prometemos emplear el precioso conocimiento que tenemos del evangelio, tanto para nuestro propio beneficio como para el bien de todas las personas. Las sencillas ceremonias nos ayudan a salir del templo con la firme determinación de llevar una vida digna de los dones del evangelio.

El templo es un lugar de bendición. Dentro de sus muros, se nos hacen promesas que se extienden de esta vida a la eternidad, con la única condición de que seamos fieles; esas promesas nos ayudarán a entender la cercanía de nuestros padres celestiales. El poder del Sacerdocio nos es dado allí en nuevas y grandes dimensiones.

El templo es un lugar donde se presentan ceremonias pertinentes al progreso eterno del hombre. Allí se aclaran los grandes misterios de la vida a los cuales el hombre no puede dar respuesta: “¿De dónde venimos?” “¿Por qué estamos aquí?” “¿A dónde iremos después de la muerte?” Y se ponen de manifiesto, en toda su magnitud e importancia, las necesidades del espíritu, de las cuales se derivan todas las demás cosas de la vida.

El templo es un lugar de revelación. Allí, el Señor puede dar revelación, y cada persona puede recibirla como guía para su vida. Todo conocimiento, toda ayuda proviene del Señor, ya sea directa o indirectamente.

Aun cuando Él pueda no estar allí en persona, siempre está presente por medio de su Santo Espíritu y por medio de los hombres mortales poseedores del Sacerdocio; es mediante ese Espíritu, que ellos guían la obra del Señor aquí en la tierra. Cada persona que entra en este lugar sagrado, con fe y oración, encontrará la ayuda que necesite para solucionar los problemas de su vida.

Es hermoso y agradable estar en el templo, la Casa del Señor, el lugar donde se recibe instrucción del Sacerdocio; un lugar de paz, de convenios, de bendiciones y de revelación. En nuestro corazón debiera rebosar la gratitud por este privilegio, así como el ardiente deseo de captar el espíritu de la ordenanza que se esté llevando a cabo.

El templo, con sus dones y bendiciones, tiene abiertas sus puertas para todos aquellos que cumplan con los requisitos del Evangelio de Jesucristo; toda persona digna puede solicitar a su obispo una recomendación para entrar a este sagrado recinto.

Las ordenanzas que allí se llevan a cabo son sagradas, y no misteriosas. Todo aquel que acepte y viva el evangelio, y se guarde limpio, puede participar en las mismas. De hecho, se invita y se insta a todos los miembros fieles de la Iglesia a que participen de las bendiciones del templo y gocen de sus privilegios. El templo es un lugar sagrado en el cual se dan ordenanzas a todos aquellos que han demostrado ser dignos de participar de sus bendiciones.

Todo lo que ofrece el evangelio puede llevarse a cabo en el templo, como los bautismos, las ordenanzas al Sacerdocio, el matrimonio y sellamiento por esta vida y la eternidad, para los vivos así como para los muertos, la investidura por los vivos y por los muertos, instrucciones del evangelio, consejos para la obra del ministerio, etc.; en realidad, el evangelio entero está comprendido en la obra que se lleva a cabo en el templo.

No se espera que la persona que va por primera vez al templo, comprenda completa y detalladamente las ordenanzas del mismo en una sola sesión; por lo tanto, el Señor ha provisto medios de repetición. Cada persona, debe hacer primero la obra del templo por sí misma, y entonces puede hacerla por sus antecesores u otras personas, tan frecuentemente como las circunstancias se lo permitan. Este servicio abre las puertas de la salvación para los muertos, al mismo tiempo que graba en la mente de los vivos, la naturaleza, el significado y las obligaciones de la investidura. Al mantener así fresco el concepto de la ordenanza de la investidura, estaremos más capacitados para cumplir con nuestras obligaciones en esta vida, bajo la influencia de la promesa de bendiciones eternas.

La ceremonia del templo está claramente definida en la revelación que aparece en la Sección 124, versículos 39-41 de Doctrinas y Convenios, donde dice:

“Por tanto, de cierto os digo, que mediante la ordenanza de mi santa casa, que a mi pueblo siempre se le manda construir a mi santo nombre, son confirmadas vuestras unciones, vuestros lavamientos, vuestros bautismos por los muertos, vuestras asambleas solemnes, vuestros memoriales para vuestros sacrificios por los hijos de Leví, vuestros oráculos en lugares santísimos donde recibís conversaciones, vuestros estatutos y vuestros juicios, para el principio de las revelaciones y fundamento de Sión, y para la gloria, honra e investidura de todos sus habitantes.

Y de cierto os digo, edifique se esta casa en mi nombre, para que en ella revele yo mis ordenanzas a mi pueblo;

Porque me propongo revelar a mi Iglesia cosas que han estado escondidas desde antes de la fundación del mundo, cosas que pertenecen a la dispensación del cumplimiento de los tiempos.”

Ninguna persona indigna tiene derecho de entrar en la Casa del Señor. En los templos todos se visten de blanco, puesto que este color es el símbolo de la pureza. Además, el estilo uniforme de la ropa del templo simboliza que ante Dios, nuestro Padre Celestial, todos somos iguales. El mecánico y el bancario, el docto y el inculto, el príncipe y el pobre, se sientan allí uno al lado del otro y, si viven dignamente ante Dios el Señor, el Padre de nuestros espíritus, son iguales en importancia ante El. Además, en la Casa del Señor se recibe alimento espiritual y conocimiento, y todos ocupan el mismo lugar ante El.

La ceremonia del templo es, de principio a fin, una experiencia gloriosa, informativa y edificante, que infunde valor, y uno sale de ella con un entendimiento más claro y un poder mayor para cumplir con su misión en la tierra.

Las leyes del templo y los convenios de la investidura son algo hermoso, útil, sencillo y de fácil comprensión. El observar estas leyes y convenios, es igualmente sencillo. Es ciertamente maravilloso que el profeta José Smith, sin instrucción alguna según las cosas del mundo, las hubiera dispuesto en el debido orden al establecer la base del progreso espiritual humano. Este solo hecho justifica nuestra fe en que José Smith fue guiado por poderes ajenos a los del hombre mortal.

Para aquellos que se embarcan en el servicio del templo con fe, sometiéndose totalmente a la voluntad del Señor, el entrar en el mismo constituirá una experiencia gloriosa; recibirán luz y poder que les ayudarán a seguir adelante en todo lo necesario en los años futuros.

Cuando uno se entrega totalmente al Evangelio restaurado de Jesucristo, y particularmente a los asuntos del templo, crece la convicción de que la obra del Señor se ha restablecido con propósitos explícitos en estos últimos días. Los servicios del templo son para ayudarnos a hacemos merecedores de la obra magistral de “… llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39).

Las ordenanzas del templo son eternamente una parte del evangelio. Cuando José Smith fue comisionado para restaurar el evangelio y para reestablecer la Iglesia de Jesucristo, la construcción de templos y las ordenanzas del mismo llegó a ser lo más importante de su vida. El templo situado en Independence, dedicado poco después de la organización de la Iglesia; la construcción y la finalización del Templo de Kirtland y las maravillosas experiencias que se vivieron allí; la construcción del Templo de Nauvoo y las ordenanzas que en él se recibieron después de .la muerte del Profeta; la dedicación de terrenos para otros templos y muchas otras revelaciones concernientes a los mismos, indican, sin lugar a dudas, que la preocupación principal del profeta José Smith al restaurar el evangelio en estos últimos días, fue la fundación, edificación y finalización de templos en los cuales pudieran llevarse a cabo las ordenanzas “que fueron escondidas desde antes que el mundo fuese”. De hecho, el Señor declaró repetidas veces al Profeta que el plan de salvación no podía funcionar en toda su plenitud ni llevarse a cabo completamente, a menos que se construyeran y se utilizaran templos.

Permitidme sugerir que la razón por la cual la construcción y las ceremonias del templo se han llevado a cabo en las diversas épocas del mundo y entre cada pueblo, es que el evangelio en su plenitud fue revelado a Adán, y que, por lo tanto, todas las religiones y prácticas religiosas se derivan de los remanentes de la verdad dada a Adán y transmitida por él a los patriarcas. Es indudable que las ordenanzas del templo fueron dadas de acuerdo con las necesidades existentes en las diferentes etapas de la historia de la humanidad, y que dichas ordenanzas se fueron corrompiendo a través de los siglos. Aquellas personas que entiendan la naturaleza eterna del evangelio —cuyo plan existe desde antes de la fundación del mundo—comprenderán claramente el motivo por el cual toda la historia gira en torno a la edificación y el uso de templos.

Para comprender el significado de las ordenanzas del templo, es necesario comprender el plan de salvación y su relación con dichas ordenanzas. Los hombres “estuvieron en el principio con el Padre”, y fueron creados como seres espirituales en una época anterior a la venida a la tierra. El ser humano está aquí por haber aceptado el plan de salvación y porque llevó una vida preexistente y satisfactoria.

Hemos ganado el derecho de estar aquí; no hemos sido forzados a venir, y hemos conquistado nuestro lugar sobre la tierra. Si obedecemos las elevadas leyes de la existencia eterna, al dejar esta tierra pasaremos a otra esfera de existencia y continuaremos progresando para siempre.

El plan de salvación incluye el principio de que la obra de Dios con respecto a esta tierra, no estará completa hasta que no se haya enseñado el evangelio a toda alma y se le haya ofrecido el privilegio de aceptar la salvación y las grandes bendiciones que el Señor tiene para sus hijos. Hasta que esto no se lleve a cabo, la obra permanecerá inconclusa.

Frecuentemente el hombre se pregunta cuándo será el último día y cuándo sufrirá la tierra el gran cambio, e intenta inútilmente deducir las fechas en que sucederán estos acontecimientos, basándose en las palabras de Daniel y otros profetas. Pero sabemos que el Señor vendrá cuando estemos listos para recibirlo; esto es, cuando hayamos hecho la obra que Él requiere de nosotros; ni antes, ni después, sino que cuando la obra haya sido completada, la vida de este mundo finalizará y se comenzará una nueva etapa. Cuando los hijos de la tierra hayan cumplido con la obra que se les ha asignado, de acuerdo con el plan de salvación, el Señor recordará sus promesas, y entonces vendrá el fin de la tierra, lo cual será el comienzo de una nueva etapa de progreso.

Los que hemos llegado a esta tierra, estamos pasando por una prueba de transcendencia eterna, pues eterna es nuestra trayectoria, y la vida terrena es sólo una fracción de la misma; el propósito es infinito, y la obra del templo es el elemento indispensable para la continuación feliz de dicha trayectoria y de su propósito.

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