La bondad del profeta José Smith

Diciembre de 1978
La bondad del profeta José Smith
por Kenneth W. Godfrey

José SmithLuego de un considerable estudio y con más de dieciséis años de experiencia en la enseñanza de la historia de la Iglesia, una de las cualidades más importantes que he encontrado en el profeta José Smith es su benevolencia. Este gran atributo parece haber sido parte de su vida entera, y fue extendido a gente de todas las razas, como así también al reino animal.

Encontrándose detenido con alguno de sus compañeros en la cárcel de Liberty, Missouri, él escribió varias cartas a su esposa, Emma. Frecuentemente le preguntaba en las mismas acerca de su salud y el bienestar espiritual de sus hijos. En una de esas cartas sumamente interesantes, le pide a Emma que le cuente cómo están sus hijos; también indaga acerca de su caballo, y su perro, a quienes amaba y trataba con mucha bondad.

Es bien conocido el hecho de que José y Emma adoptaron a los mellizos de los Murdock, y que también criaron como si fuera una hija a Julia, niña que había sobrevivido el ataque del populacho en Hiram, Ohio. Luego de haber pasado por un matrimonio sumamente difícil, Julia regresó al lado de Emma Smith, quien le concedió la misma atención y amor con que la habían criado. Quizás menos conocidos son varios actos benevolentes del Profeta, que se encuentran asentados en los diarios personales de los primeros miembros de la Iglesia.

En el año 1841 la familia Walker, que consistía del padre John Walker, la madre Lydia Adams Holmes, y sus diez hijos, se mudó a Nauvoo. En los terribles días de 1838 y 1839, esta familia había sobrevivido la masacre y persecución llevada a cabo en Missouri. Muy pobres, arribaron a la capital mormona llenos de esperanzas y expectativa. En aquella primera noche, mientras se alojaban en casa de un hermano del señor Walker, conocieron a José Smith. Con el cambio de clima al comienzo del verano, la hermana Walker cayó enferma. Al oír acerca de su delicada condición de salud, José y su esposa Emma fueron a visitar a esta buena hermana y la llevaron consigo a su propio hogar, con la esperanza de que el cambio pudiese ayudar a mejorar su salud. Ella extrañaba mucho a sus hijos y no pudiendo estar lejos de ellos por mucho tiempo, persuadió a José Smith que le permitieran regresar a su hogar, a pesar de encontrarse aún enferma. Para ese entonces, ya había entrado el invierno; prepararon un trineo donde la colocaron, cubriéndola con frazadas, para transportarla a su hogar. Allí, ella juntó a todos sus hijos y les exhortó a que jamás se alejaran de la verdad, y que vivieran de tal forma que todos pudiesen reunirse algún día » en el mundo donde no hay más sufrimiento, ni lágrimas de angustia». Entonces, cerrando los ojos falleció, mientras en su rostro aparecía una sonrisa celestial.

La muerte de la hermana Walker dejó a diez niños sin madre; el menor de ellos no tenía todavía dos años. El peso de la angustia pareció debilitar la salud del hermano Walker, y muy pronto los miembros de la familia temieron por su vida.

Cuando José se enteró de su gran angustia, nuevamente acudió en su ayuda. Él le dijo al hermano Walker que a menos que descansase por un tiempo, iría a reunirse con su esposa, y entonces le aconsejó:

«Usted tiene una hermosa familia, a la cual yo quiero mucho. Mi hogar será un hogar para sus hijos. Le aconsejo que venda su casa y deje a sus niños pequeños con amigos bondadosos; los cuatro mayores vendrán a mi casa y serán tratados como mis propios hijos. Si me enterara de que los niños pequeños no viven felices donde están o que no son tratados en forma correcta, también a ellos traeré a mi hogar, donde los mantendré hasta que usted regrese.»

Todo se hizo de acuerdo con los consejos del Profeta, y ha quedado registrado en un diario personal, que él cargaba frecuentemente su carruaje con parte de la familia, para que pudieran ir a visitar a sus hermanos que vivían en otras partes de la ciudad. Un día, la pequeña Lydia, que entonces tenía ocho años de edad, cayó enferma con «fiebre cerebral”. Cumpliendo con su promesa y temiendo por la vida de la niña, el Profeta la llevó a su hogar donde oró por su salud, y la trató como si fuera uno de los suyos; lamentablemente, la pequeña empeoró y pocos días más tarde, partió para encontrarse con su madre en el mundo espiritual. Emma y José acompañaron al resto de los niños, cuando el cuerpo de su hermanita fue llevado a su lugar de reposo final. El resto de los niños encontraron uno por uno, un lugar en la casa del Profeta, donde vivieron hasta el momento en que José fue asesinado. Para ese entonces su padre, ya mejorado de salud, regresó, acompañando a la familia en el viaje que más adelante llevaron a cabo atravesando las planicies. Ellos jamás olvidarían la bondad, el amor y la preocupación demostrados por José y Emma a su familia.

Mary Ann Stearns, hijastra del élder Parley P. Pratt, nos relata en una autobiografía inédita, una experiencia que ella y su familia tuvieron con José Smith, la cual ilustra claramente la gran bondad del Profeta. Cuando el élder Pratt regresó de su misión en Inglaterra con su familia y un grupo de inmigrantes, lo hicieron por la ruta de la ciudad de Saint Louis, Missouri. Allí, el grupo tuvo que quedarse varias semanas, debido al intenso frío invernal y al hielo que flotaba en el casi congelado río Mississippi. Cuando finalmente arribaron a Nauvoo, la ansiedad de los británicos de ver al profeta José Smith era sólo excedida por la de los santos de Nauvoo con respecto a la seguridad de los inmigrantes. Por lo tanto José y Hyrum, acompañados por una gran cantidad de gente, les esperaban en el puerto. El élder Pratt presentó a los famosos líderes a la compañía y cuando todos los viajeros habían desembarcado y partido hacia sus correspondientes destinos, el Profeta se dirigió a la cabina del barco, donde todavía se encontraba la familia Pratt.

«Luego de una cordial bienvenida, é! se sentó y tomando a los pequeños Parley y Nathan los puso sobre sus rodillas contemplándolos con emoción. El hermano Pratt exclamó:

– ¡Nos llevamos tres hijos y hemos vuelto con cinco!

Entonces el hermano José, con lágrimas rodándole por las mejillas, le dijo:

– Hermano Parley, usted ha regresado trayendo consigo su cosecha.

El hermano Pratt, viendo la gran emoción que esto había causado al Profeta le dijo:

– Si usted se siente tan mal por nuestro regreso, creo que debemos volver al lugar de donde hemos venido. – Él también tenía los ojos humedecidos por la emoción.

Esta broma pareció romper el hechizo del momento, hizo que todos sonrieran y la alegría continuó llenando sus corazones. Entonces José se levantó y dijo:

– Venga hermano Parley, y traiga a su familia a nuestro hogar; la casa está a una corta distancia de aquí, y allí ustedes podrán estar más cómodos luego de su larga jomada.

La hermana Pratt, quien se encontraba muy enferma, fue colocada en una cómoda silla en la cual la transportaron hasta la casa del Profeta, donde toda la familia participó de una velada muy especial.

Es evidente que la bondad del Profeta se extendió a todos los hijos de Dios. Una hermosa ilustración del respeto que él tenía por los demás se encuentra en un incidente escrito en el año 1893 por Jane E. Manning, una conversa de la raza negra. La hermana Manning se unió a la Iglesia en el año 1842, y haciendo un gran gasto y arriesgándose tremendamente, ella y varios miembros negros de la Iglesia se trasladaron a Nauvoo. Este valiente grupo, cuyos miembros caminaron hasta gastar completamente la suela de los zapatos, de forma tal que comenzaron a aparecer heridas, «haciendo que dejaran en el camino la ensangrentada marca de sus pies», llegó a Peona, Illinois, donde las autoridades amenazaron con echarlos en la cárcel si sus papeles no se encontraban en orden. Sólo después de haber demostrado la legalidad de sus papeles fueron puestos en libertad y continuaron su camino, cruzando ríos a veces tan profundos que el agua les llegaba al cuello.

Finalmente arribaron a Nauvoo, donde se les indicó que se dirigieran a la casa del profeta José Smith. Lo siguiente es parte del relato de la hermana Manning:

«La hermana Emma se encontraba parada frente a la puerta de su casa y muy amablemente nos dijo:

– ¡Pasen, pasen!

El hermano José les dijo entonces a algunas hermanas blancas que se encontraban presentes:

– Hermanas, quiero que vosotras compartáis esta habitación con algunos hermanos recién llegados.

Entonces colocó algunas sillas en la habitación y se dirigió a la hermana Emma y a un hermano que estaba allí, para presentamos. Después, el hermano José se sentó junto a mí y me preguntó:

– ¿Usted ha sido la encargada de este pequeño grupo verdad?

Le contesté que sí y él me dijo:

– ¡Dios la bendiga! – y luego continuó – Yo quisiera que usted nos relatara ahora sus experiencias concernientes a su reciente viaje.

Les conté todo lo que he mencionado anteriormente y aún más, pues desde ese entonces hasta ahora muchos de aquellos incidentes se han borrado de mi memoria. El hermano José colocó una de sus manos sobre la rodilla del hermano B. y le dijo:

– Hermano, ¿qué piensa usted de esto? ¿No es eso fe verdadera?

Él le respondió:

– Estoy seguro de que lo es, y creo que si yo hubiese estado en su lugar, habría abandonado el empeño y regresado a mi casa.»

Aquel grupo se quedó en la casa del Profeta por una semana, hasta que se consiguió la vivienda apropiada para ellos. Cada mañana José los visitaba en su habitación, indagando acerca de su salud y bienestar. Le dio a la hermana Jane algunas ropas nuevas, pues ella había perdido todas sus posesiones en el camino.

Una mañana, luego de haberla encontrado llorando porque las demás hermanas habían encontrado lugar donde quedar y ella no, salió de la habitación, se dirigió a Emma y luego de hablar con ella por algunos minutos, regresó y le preguntó a Jane Manning si le gustaría quedarse a vivir con su familia. Dado su consentimiento, la hermana Manning comenzó a vivir con ellos, ayudando en los quehaceres hogareños Jamás olvidó la bondad de José y Emma Smith. Falleció en el mes de abril del año 1908, habiendo sido siempre fiel a la Iglesia y estando siempre agradecida por los momentos que había compartido en el hogar del Profeta.

En otra ocasión, a una viuda que vivía en Michigan y que aún no era miembro de la Iglesia, se le enfermó gravemente una de sus hijas pequeñas, y luego de varios días el médico le informó que no quedaban esperanzas para la pequeña. Ella había oído que el profeta José Smith se encontraba en el lugar visitando a sus primos, y envió a buscarlo para que él pudiese darle una bendición a la niña. El Profeta llegó con su padre y arrodillándose al lado del lecho de la pequeña, le puso las manos sobre la cabeza y le prometió que recuperaría la salud. La madre relataba después que la pequeña se había dado vuelta y se había dormido con una gran paz reflejada en el rostro, despertándose al otro día completamente sana.

Todo esto demuestra claramente que el profeta José Smith dejó a toda la humanidad un gran ejemplo de bondad y amor hacia todos los seres, al que aún hoy sería muy difícil encontrarle paralelo.

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