Para cambiar tu matrimonio cambia tu mismo

Junio de 1978
Para cambiar tu matrimonio cambia tu mismo
por Afton J. Day

Recientemente me encontré con una antigua condiscípula y, como es natural, entre los temas que tratamos se encontraba el de nuestros respectivos maridos, la casa y los hijos. Estas novedades habían tenido lugar en nuestra vida después de la última vez que nos habíamos visto. Me sentí apenada ante el desánimo que pude notar en mi amiga, a través de comentarios como: “Ya sabes que mi esposo nunca fue muy activo en la Iglesia”; y con un tono como de disculpa: “Ahora yo también tomo café; él lo hace, así que decidí seguirle la corriente”.

En una experiencia similar, cuando un maestro de la Escuela Dominical recomendó un libro designado a inspirar mejores relaciones familiares, un miembro de su clase, recién bautizado, se lamentó: “¿De qué me sirve? No dará ningún resultado a menos que ambos lo leamos, y mi esposa no está interesada en nada que tenga que ver con la iglesia”.

Muchos miembros de la Iglesia se desaniman al pensar en el modelo de la familia ideal. En algunos, la sola mención de la familia celestial, donde el padre ejerce el Sacerdocio y adora a su buena y feliz esposa, despierta sentimientos de frustración y a veces de hostilidad; a muchas personas no les es posible ubicarse en esta representación, y por lo general llegan a la conclusión de que, o su familia está condenada a una existencia terrenal o, ya sea consciente o inconscientemente, deben rechazar al miembro de la familia que aparentemente impide que lleguen a esa exaltación.

Dicho rechazo parecería un intento sutil de infringir el libre albedrío de la persona en cuestión. A todos se nos ha otorgado la libertad y la responsabilidad de controlar a una sola persona: nosotros mismos; y en todo momento se nos amonesta a que no debemos tratar de ejercer control sobre los demás. Sin embargo, al mismo tiempo se nos exhorta como miembros de la Iglesia, a inspirar e influir en las otras personas. Parece entonces, que el primer paso hacia una acción positiva, será reconocer qué es lo que podemos y debemos hacer, y cuáles son las cosas que violarían los derechos o el libre albedrío de los demás.

El matrimonio se deteriora y hasta se agria, cuando uno o ambos cónyuges caen en el paralizador hábito de esperar a reaccionar cuando ya se enfrentan a una situación desagradable, en lugar de prepararse y hacer lo posible porque la misma sea una experiencia agradable. En esos casos, por lo general surgen las siguientes situaciones:

  1. Quizás uno de los cónyuges haga uso del otro, tomando su actitud como excusa para justificarse. “Mi esposa nunca aprecia las cosas que yo hago por ella; así que, ¿para qué voy a preocuparme más?” “Mi marido ni se fija en si la casa está limpia o no. ¿Para qué voy a matarme tratando de limpiarla?”
  2. Quizás el cónyuge elija una manera ineficaz para tratar de cambiar la situación, como por ejemplo la crítica (“Esta casa parece que no se ha limpiado en dos años”); las quejas (“Mi esposo no muestra el menor interés in la Iglesia. ¡Cómo envidio a las mujeres que tienen el Sacerdocio en su hogar!”); la auto justificación (“Si contara con el apoyo de mi esposa, sería un buen padre”); las amenazas, los tratos y los ultimátum.

Estas quizás sean reacciones sinceras, pero son totalmente inútiles para lograr meta alguna.

Ahora bien, si la coerción, las insinuaciones, los rezongos, la crítica, las quejas y los tratos no dan resultado para ayudarnos a lograr las metas que deseamos en nuestro hogar, ¿qué nos ayudará?

Primeramente, debemos determinar cuáles son las metas que tienen verdadero valor en el matrimonio; como por ejemplo, un hogar feliz, una atmósfera cristiana y un ambiente que conduzca a la evolución y al progreso; todas éstas son muy encomiables y merecen la dedicación de mucho tiempo y esfuerzo. Por otra parte, si la meta da origen a un cambio de personalidad en un cónyuge, a fin de que éste se amolde a las especificaciones del otro, se trata de algo incompatible con el plan del Salvador, y casi invariablemente el resultado será la pérdida del amor y el respeto mutuos, dos factores que son vitales en una relación celestial.

Segundo, la clave para el éxito en todas las relaciones humanas, ya sea entre padres e hijos, maestro y alumno, o marido y mujer, es un respeto honesto hacia la otra persona. El respeto honesto, más que el simple respeto por los aspectos de la personalidad que más nos agradan de nuestro cónyuge, implica respeto por el derecho de esa persona a ser ella misma, sea como sea. De acuerdo con nuestro conocimiento del destino divino del hombre, y con las normas del Evangelio, sabemos que ese respeto es vital aunque resulte difícil de practicar.

Tercero, debemos evitar la “lucha por el poder”, una piedra de tropiezo común en nuestro afán por lograr buenas relaciones familiares. Creemos que el marido es, sin duda alguna, la cabeza del hogar, y que la esposa ha de apoyarlo en todo aquello en que obre con rectitud. Por algún motivo, hay una parte dentro de la mayoría de nosotros que, aun cuando conscientemente no nos demos cuenta de lo que está sucediendo, nos impulsa a una lucha por el poder, por ganar y controlar a otras personas. Las discusiones sobre a quién le toca sacar la basura y los frecuentes desacuerdos respecto a quiénes son las amistades a las cuales se ha de invitar a cenar, son sólo manifestaciones de parte de un cónyuge por controlar al otro, y la igualmente firme determinación del otro de no permitirlo.

En el matrimonio, la lucha por poder que se revela en asuntos tan insignificantes como la limpieza de un guardarropa o el vaciado de los cubos de basura, puede de igual modo manifestarse en problemas de gran importancia. En la misma forma en que muchas mujeres reaccionan negativamente a las sugerencias de su marido con respecto al cuidado de la casa, muchos son los cónyuges que sienten la necesidad de retener su libre albedrío para decidir si quieren asistir a la Iglesia, y cuándo, si están dispuestos a dejar de fumar o a escuchar a los misioneros, y cuándo lo harán. Muchas veces, cuando se deja de insistir, y un sentimiento de respeto hacia la habilidad del cónyuge de decidir por sí mismo, reemplaza el deseo de forzarlo a hacer aquello que el otro considera correcto, todos los miembros de la familia están más cerca de recibir bendiciones espirituales.

Pero, ¿cómo podemos cumplir con la responsabilidad que tenemos de exhortar al arrepentimiento? Sabemos que un poseedor del Sacerdocio debe gobernar a su familia; las Escrituras dicen que el marido es la cabeza de la esposa, así como Jesucristo es la cabeza de la Iglesia (Efesios 5:22). Sin embargo, las Escrituras también indican que un poseedor del Sacerdocio debe tener sumo cuidado con la manera en que ejerce su autoridad, y debe evitar la coerción o fuerza a toda costa (véase D. y C. 121:37-39).

Frecuentemente se ha exhortado a las mujeres de la iglesia a “provocar” a sus maridos hacia las buenas obras, e incluso un repaso superficial de las Escrituras y la historia de la Iglesia indica que tenemos todo derecho y responsabilidad de recordar y exhortar. No obstante, José Smith amonestó a las mujeres de la Sociedad de Socorro de Nauvoo para que no estuvieran constantemente protestando y fastidiando a sus maridos:

“No os burléis de vuestro marido a causa de sus hechos; más bien, mostradles vuestra inocencia, ternura y afecto… No guerra, riña, contradicción ni disputa, sino mansedumbre, amor y pureza… Estas son las virtudes que os magnificarán ante los ojos de todo buen hombre.” (Documentary Hisiory of the Church, 4:605.)

En la sección 121 de Doctrinas y Convenios, se promete que el Espíritu Santo ayudará a los dignos poseedores del Sacerdocio a saber cuál es la mejor manera de utilizar los poderes de Dios en sus relaciones con sus semejantes (véase D. y C. 121:43). Nefi nos dice que este privilegio no está reservado únicamente para los poseedores del Sacerdocio, sino que el Espíritu Santo “es el don de Dios a todos los que lo buscan diligentemente” (1 Nefi 10:17). ¡Y cuán valioso es este don cuando tenemos que vencer fuertes prejuicios y hábitos de toda una vida!

En una reciente actividad para futuros élderes y sus esposas, aprendí un importante cuarto principio para lograr metas en el hogar. Allí escuchamos el testimonio de un hombre que hacía dos o tres años no tenía el más mínimo deseo ni interés por saber nada de la Iglesia. Mientras él estaba de pie hablando, acudieron a mi mente las innumerables tardes que yo había pasado escuchando a su esposa quejarse de su falta de consideración hacia ella y de la amargura y él cinismo que expresaba hacia la Iglesia.

Aquel sensible y simpático joven que estaba frente a nosotros, no guardaba semejanza alguna con la persona que su esposa describía algún tiempo atrás. En su discurso se refirió a la situación que, hacía algunos años, había llegado al punto de ser “casi intolerable”:

—Nuestra situación era muy mala. No creo que nos hubiéramos divorciado, pues ambos sabíamos cuán penoso sería eso para los niños; pero la forma en que vivíamos tampoco era en nada beneficiosa para ellos. Al principio, mi esposa me fastidiaba para que me uniera a la Iglesia, les diera un buen ejemplo a nuestros hijos y otras cosas por el estilo; pero después se distanció de mí y actuaba como si yo no existiera. Llegó al punto de que, cuando yo encontraba alguna excusa para quedarme trabajando hasta tarde o llevaba a los niños a algún lado sólo por alejarme un poco de casa, aunque a veces ella protestaba, se notaba el alivio que sentía al librarse de mi presencia. Pero, por un motivo entonces desconocido para mí, un día hubo en ella un cambio; repentinamente empezó a demostrarme que se preocupaba por mí, como antes de que empezáramos a tener problemas. Al principio tenía mis sospechas… Algunas veces había actuado así, después de leer algún artículo o libro sobre problemas matrimoniales; pero esos estados no duraban mucho. No obstante, esa vez se notaba que estaba resuelta, ¡y lo asombroso era que no me pedía nada a cambio! Ni que fuera a la Iglesia, ni que tratara de ser mejor; nada.

Todos nos sentimos impresionados por la forma en que nos contó cómo había cambiado la situación para bien, y cómo había cambiado su comportamiento como resultado del cambio que se había efectuado en su esposa. Cuando él habló de un “milagro”, agregué mi silencioso “amén”.

Su esposa me había hablado de aquel cambio repentino, el día en que se había dado cuenta de lo sería que era la situación; entonces había recurrido a lo que siempre hacía cuando las circunstancias parecían irremediables: había llevado su problema al Señor, a pesar de la decadencia espiritual en que se encontraba a causa de su propia actitud.

—En alguna parte había leído que una oración vocal es más eficaz, Puesto que necesitaba toda la ayuda que el Señor pudiera darme, esa tarde me encerré en mi habitación y oré en voz alta; fue la oración más ferviente y humilde que hubiera pronunciado en mi vida. Le dije al Señor que sabía que Él no estaba complacido con nuestro hogar, y le expresé un sincero deseo por mejorarlo; también le rogué que ayudara a mi marido a ser más considerado y a interesarse por comprender el Evangelio. Como resultado, no oí una voz, ni tuve una visión, ni nada semejante; pero un repentino pensamiento acudió a mi mente contrariada. Al principio pensé que estaba dejando vagar mis pensamientos, y me sentí avergonzad-a por lo que pensé era falta de concentración; sin embargo, ahora estoy segura de que aquella idea no era mía, sino la respuesta que recibía a mi oración, ¡pese a que estaba muy lejos de ser lo que yo hubiera querido! El pensamiento surgió claro y conciso; “¡Cuando ¡ü seas perfecta, entonces empezaremos a preocuparnos por él!” A pesar de lo difícil que me resultaba, me sentí obligada a hacer un esfuerzo muy superior por tratar de ser una mejor esposa. ¡Por lo menos tendría que intentarlo! Después, hace varios meses mientras me encontraba en una reunión sacramental, recibí otra manifestación. Algo que se dijo me hizo enfocar la atención en una pareja del barrio, a quienes siempre he admirado, y hasta envidiado si se quiere, por su relación matrimonial tan bella y espiritual. De pronto, me invadió un sentimiento de paz, casi de éxtasis, y supe que poseía el poder para hacer que nuestro hogar fuera un lugar santo y celestial. Supe que el Señor estaba observándonos, que estaba obrando con mi marido, ayudándolo, y que se sentía complacido con él, con sus esfuerzos en el trabajo y en la comunidad, y su deseo de ayudar al prójimo. Me imagino que la sensación que sentí sería algo muy semejante al ardor en el pecho que siente alguien que se ha convertido al evangelio. Ese día comprendí que nuestro Padre Celestial tiene un gran amor por mi esposo, y me quedé avergonzada de la hostilidad que yo le había demostrado.

Autocontrol, respeto y aceptación de los demás; empeño por evitar las luchas por el poder; sinceridad para recibir la guía del Espíritu Santo. ¿Sencillo? Muy sencillo. He usado cientos de palabras para decir lo que el Señor expresó en sólo once:

“Que os améis unos a otros, como yo os he amado.” (Juan 15:12.)

¿Fácil? Desafortunadamente, no. Pero raramente lo son las empresas que tienen tan maravillosas recompensas. Al aceptar el cometido de un matrimonio donde uno está dispuesto a poner todo su esfuerzo, se renuncia a todos los derechos de escapatorias convenientes y relaciones condicionales, Al principio, habrá muchos momentos de soledad, momentos en que solamente nuestro Padre Celestial puede ayudarnos a determinar cuándo debemos ceder, y cuándo permaneceremos firmes.

Sería injusto prometer cambios positivos y absolutos en el cónyuge, como resultado seguro de este esfuerzo, pues hay que recordar que no es eso lo que debemos tratar de lograr. Pero, por lo general, las leyes se cumplen. ¡Y no os sorprendáis si lográis maravillosos resultados en todos los sentidos!

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5 Responses to Para cambiar tu matrimonio cambia tu mismo

  1. Avatar de Juan Carlos Juan Carlos dice:

    Justo lo que necesitaba leer

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  2. Avatar de Erika Solange Erika Solange dice:

    Me envio nuestro Padre Celestial a buscar este mensaje .. Gracias 🙌🙏

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  3. Avatar de anniulka E. anniulka E. dice:

    estoy apenada mi esposo se fue de la casa y me dejo con 3 hijos, el no es miembro me envarga la tristeza por q han pasado 4 meses y mis hijos se q están sufriendo , el esta conociendo a alguien y dice q ya no me ama ni quiere volver ni por sus hijos , al leer esto si lo hubiese leído antes quizás no se hubiera marchado

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    • Avatar de Anelis Anelis dice:

      Hola yo estoy pasando lo mismo que tu pero porfavor no te quedes con el hubiera quizás si hubiera funcionado quizás nooo nono lo sabes pero ay algo que si tenemos que hacer es perdonarlo sacar todo odio rencor resentimiento en tu corazón… Y creer que Dios sabe lo que tu no sabes.. Y el ve lo que tu no vez

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      • Avatar de Desconocido Anónimo dice:

        ASI ES hermana ya han pasado dies meses desde que se fue y créame que DIOS sabe lo que hace, me siento mejor tengo metas y proyectos y estoy enfocada en mi en mi crecimiento espiritual y temporal, ahora soy mas feliz por q entendí que solo nuestro padre celestial da la verdadera felicidad. ahora veo las cosas diferentes Dios tiene un plan para sus hijos y es para Bien, el nos da y nos quita cuando no nos conviene algo. ahora estoy conociendo alguien de la iglesia y ya veremos que tal, saludos

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