Noviembre de 1978
¿Para qué son los templos?
por el élder Gordon B. Hinckley
del Consejo de los Doce
¿Hay alguna persona que en un momento de serena introspección no haya reflexionado sobre el sagrado misterio de la vida? Que no se haya preguntado: “¿De dónde vengo? Por qué estoy aquí? ¿Adonde voy? ¿Me apartará la muerte de la amada compañía de los seres que me rodean? ¿Qué será de mi cónyuge y mis hijos? ¿Habrá otra existencia después de ésta? Y si así fuera, ¿nos reconoceremos allí?
Las respuestas a estas preguntas no se encuentran en la sabiduría del hombre, sino solamente en la palabra revelada de Dios, Los templos de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días son edificios sagrados en los cuales se contestan éstas y otras preguntas eternas. Cada uno de ellos es dedicado como la Casa del Señor, un lugar de santidad y paz, apartado del mundo, donde se enseñan verdades y se llevan a cabo ordenanzas que traen conocimiento de las cosas eternas, motivan al participante a vivir comprendiendo su herencia divina como un hijo de Dios y le hacen conocer su potencial como un ser eterno.
Estos edificios, diferentes de los miles de capillas de la Iglesia que hay diseminadas por todo el mundo, son distintos en propósito y función del común de los edificios religiosos. Y esto no es por su tamaño o por su belleza arquitectónica, sino por la obra que se lleva a cabo en ellos.
La designación de ciertos edificios para efectuar ordenanzas especiales, diferenciándolos de los lugares comunes de adoración, no es algo nuevo; esto se hacía en el antiguo Israel, donde el pueblo adoraba regularmente en las sinagogas. Sus lugares más sagrados fueron: primero, el tabernáculo que construyeron en el desierto con su Lugar Santísimo, y más adelante una sucesión de templos en los que se efectuaban ordenanzas especiales y donde sólo aquellos que reunían las condiciones requeridas, podían participar en ellas.
Así es en la actualidad. Antes de la dedicación de un templo, la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días invita al público a visitar el edificio y las distintas dependencias; pero cuando éste se dedica se convierte en la Casa del Señor, y está investido con características tan sagradas, que sólo los miembros dignos pueden entrar a él. No es a causa de secreto, sino a causa de santidad.
La obra que se realiza allí explica el eterno propósito de Dios en relación con el hombre y la creación. La mayor parte está conectada con la familia, con cada uno de nosotros como miembros de la eterna familia de Dios, y con cada uno como miembro de una familia terrenal; está ligada también con la santidad y la naturaleza eterna del convenio del matrimonio y las relaciones familiares.
Esta afirma que cada hombre y mujer que nace en el mundo, es un hijo de Dios investido con algo de su naturaleza divina. La repetición de estas enseñanzas básicas y fundamentales, tiene un efecto benéfico sobre aquellos que las reciben, ya que mientras la doctrina se presenta en un lenguaje hermoso y solemne, el participante llega a darse cuenta de que si cada ser humano es hijo de un Padre Celestial, entonces es un miembro de una familia divina y en consecuencia cada uno de ellos es su hermano.
Cuando el escriba preguntó:
“¿Cuál es el primer mandamiento de todos?”
El Salvador contestó:
“Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento.
Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (Marcos 12:28, 30-31.)
Las enseñanzas que se imparten en los templos actuales destacan poderosamente este concepto fundamental del deber del hombre hacia su Creador y hacia su prójimo. Las sagradas ordenanzas que se llevan a cabo amplían esta ennoblecedora filosofía de la familia de Dios, y enseñan que el espíritu que se alberga en nosotros es eterno, en contraste con nuestro cuerpo que es mortal. No sólo dan el entendimiento de estas grandes verdades, sino que también motivan al participante a amar a Dios y lo alientan a demostrar más sociabilidad hacia los otros hijos de nuestro Padre.
Aceptando la idea de que el hombre es un hijo de Dios, tenemos que llegar a la conclusión de que en la vida mortal hay un propósito divino. Esta verdad revelada también se enseña en la Casa del Señor. La vida terrenal es parte de una jornada eterna; antes de venir a esta tierra vivimos como hijos espirituales. Las Escrituras nos hablan de estas cosas como testigos de las palabras del Señor a Jeremías:
“Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones.” (Jer. 1:5.)
Venimos a esta vida como hijos de padres mortales y como miembros de una familia. Los padres son copartícipes con Dios, ayudándole a cumplir el eterno propósito que tiene respecto a sus hijos. La familia, por lo tanto, es una institución divina, la más importante tanto en la mortalidad como en la eternidad.
Gran parte de la obra que se realiza en los templos está relacionada con la familia. Para llegar a un entendimiento del significado de estas cosas, es fundamental reconocer el hecho de que así como hemos existido como hijos de Dios antes de nacer en este mundo, del mismo modo seguiremos viviendo después de la muerte, y las valiosas y satisfactorias relaciones que hemos tenido en la mortalidad, lo más hermoso y significativo que se encuentre en la familia, puede continuar en el mundo venidero.
Las parejas que van a la Casa del Señor a contraer matrimonio y participan de estas bendiciones, son unidas no sólo por el tiempo de esta vida mortal sino por toda la eternidad; de este modo, no quedan unidos únicamente por la autoridad de la ley del país en el cual se realiza la ceremonia que los reúne hasta que la muerte los separe, sino también por el poder del Sacerdocio eterno de Dios, que ata en los cielos lo que ha sido atado en la tierra. Por lo tanto, la pareja tiene la seguridad de la revelación divina que les promete que si viven dignamente, su relación mutua y la que tienen con sus hijos no terminará con la muerte sino que continuará eternamente.
No hay hombre que amando verdaderamente a una mujer, ni mujer que amando verdaderamente a un hombre, no haya orado para que su relación pueda continuar más allá de la tumba; no hay padres que sepultando a un hijo no hayan anhelado volver a tener otra vez a su ser amado en un mundo venidero. Nadie que crea en la vida eterna podría dudar que el Dios del cielo otorgaría a sus hijos e hijas ese atributo, el más precioso de la vida, o sea, el amor que encuentra su más significativa expresión en la relación familiar eterna. La razón nos dice que la relación familiar puede continuar después de la muerte. El corazón humano lo anhela; el Dios del cielo ha revelado el camino por el cual se puede lograr. Las ordenanzas sagradas que se realizan en la Casa del Señor son el medio para alcanzarlo.
Todo esto parecería realmente egoísta si estas ordenanzas solamente estuvieran al alcance de aquellos que ahora son miembros de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días. Lo cierto es que la oportunidad de ir al templo y participar en sus ordenanzas, está a disposición de todos aquellos que acepten el evangelio y sean bautizados en la Iglesia. Por esta razón la Iglesia lleva adelante en casi todo el mundo un extenso programa misional, y continuará extendiéndolo tanto como sea posible, porque bajo revelación divina tiene la responsabilidad de enseñar el evangelio a “toda nación, tribu, lengua y pueblo”.
Pero hay incontables millones de personas que han pasado por esta tierra sin haber tenido nunca la oportunidad de escuchar el evangelio. ¿Se les puede negar bendiciones tales como las que se ofrecen en los templos de la Iglesia? Aquellos que ya han pasado esta vida mortal, pueden recibir las mismas ordenanzas por intermedio de representantes vivientes que obran en favor de los que han muerto. En el mundo espiritual, éstos son libres de aceptar o rechazar aquellas ordenanzas que se efectúen por ellos en la tierra, incluyendo el bautismo, el matrimonio y el sellamiento de los vínculos familiares. En la obra del Señor no debe haber compulsión, mas debe haber oportunidad.
Esta obra vicaria constituye una labor de amor sin precedentes por parte de los que viven en favor de los que han muerto; para ello se hace necesario un compromiso de investigación genealógica a fin de encontrar e identificar los nombres de aquellos que ya no están en este mundo. Para ayudar en esta búsqueda, la Iglesia ha coordinado un programa genealógico y mantiene bibliotecas genealógicas sin igual en todo el mundo. Estos archivos están abiertos al público, y muchas personas que no son miembros de la Iglesia se sirven de ellos para investigar acerca de sus antepasados. Este programa ha sido elogiado por genealogistas de todo el mundo y varias naciones lo han utilizado para salvaguardar sus propios registros; pero su propósito principal es el de poner al alcance de los miembros de la Iglesia los medios necesarios para identificar a sus antepasados fallecidos, a fin de extenderles las bendiciones que ellos mismos gozan. Realmente se dicen: “Si amo tanto a mi esposa y a mis hijos que deseo tenerlos para toda la eternidad, es justo que mis abuelos, bisabuelos y demás antepasados, también tengan la oportunidad de recibir las mismas bendiciones eternas.”
Y así estos sagrados edificios son escenario de una gran actividad, la cual se lleva a cabo en forma serena y reverente. Esto trae a la memoria una parte de la visión de Juan el Revelador, de la que se ha registrado esta pregunta y esta respuesta:
“Estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son, y de dónde han venido?
…Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero.
Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo.” (Apoc. 7:13-15.)
Aquellos que van a los templos están vestidos de blanco para participar en las ordenanzas, y sólo pueden entrar con una recomendación de las autoridades eclesiásticas locales que certifique su dignidad. Se espera que al entrar en el Templo de Dios, lo hagan no sólo con el cuerpo y la ropa limpios, sino también con pensamientos puros; que dejen el mundo a sus espaldas y se concentren en las cosas divinas.
Este ejercicio espiritual lleva en sí mismo una recompensa para aquellos que en estos tiempos de tensión aprovechan la oportunidad para cerrar la puerta al mundo y entrar en la Casa del Señor, a fin de reflexionar serenamente en la obra eterna de Dios. En estos recintos sagrados tenemos la ocasión de aprender sobre las cosas que realmente tienen significado en la vida: nuestra relación con la deidad y nuestra jornada eterna desde un estado preexistente, a través de esta vida, y a un estado futuro en donde nos conoceremos el uno al otro, incluyendo a nuestros seres queridos y a nuestros antepasados, de quienes hemos heredado nuestro cuerpo, mente y espíritu.
No hay duda de que estos templos son únicos entre todos los edificios de su tipo. Son casas de instrucción; son lugares en donde se hacen convenios y promesas; en sus altares nos arrodillamos ante Dios, nuestro Creador, y se nos prometen sus bendiciones eternas. En las santidad de esos compromisos, nos identificamos con Él y con su Hijo, nuestro Salvador y Redentor, el Señor Jesucristo, quien por medio de su sacrificio vicario obra como representante en nuestro favor; allí dejamos de lado nuestro egoísmo y obramos por aquellos que no pueden hacerlo por sí mismos; allí nos unimos en las relaciones humanas más sagradas: como marido y mujer, como padres e hijos, como familias, con un sellamiento que el tiempo no puede destruir ni la muerte puede quebrar.
Estos edificios sagrados fueron construidos incluso durante aquellos años oscuros en que los Santos de los Últimos Días fueron arrojados de sus hogares y perseguidos implacablemente. Se han edificado y mantenido en épocas de pobreza y prosperidad y son fruto de la fe de los miembros que en número siempre creciente dan testimonio de un Dios viviente, del Señor resucitado, de los profetas y la revelación divina, y de la paz y seguridad de las bendiciones eternas que sólo se encuentran en la Casa del Señor.
























