Por qué edificamos templos

Noviembre de 1978
Por qué edificamos templos
por el élder Mark E. Petersen
del Consejo de los Doce

Mark E. PetersenAl visitar los templos de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días o al contemplar fotografías de los mismos, ¿os habéis preguntado acaso por qué construimos estos edificios?

Esos templos son diferentes de cualquier otro que se edifique en el mundo. Naturalmente, hay muchos otros grupos que han edificado hermosas estructuras, a algunas de las cuales han llamado “templos”; pero ninguna de éstas ha cumplido ni cumple con el propósito y las funciones de los templos de los mormones.

¿Por qué edificamos estos templos los Santos de los Últimos Días? ¿Cómo los usamos? ¿Se hacen para llevar a cabo asambleas de adoración, o rituales? ¿Qué sucede dentro de un templo? ¿Qué ha llevado a los Santos de los Últimos Días a invertir su tiempo, esfuerzo y dinero para levantar estos edificios?

Durante más de un siglo, los santos han llevado a cabo la obra de construir templos; esta obra comenzó con el profeta José Smith, quien edificó dos y proyectó dos más en los Estados Unidos. AI emigrar hacia el Oeste, los santos la continuaron y en el período de unos años construyeron cuatro templos en el Estado de Utah. Desde entonces se han edificado muchos otros en distintas partes del mundo.

Los miembros de la Iglesia han levantado templos en buenos y malos tiempos, en medio de la pobreza y la aflicción, pero siempre con un espíritu de gratitud y devoción porque han considerado que estaban obedeciendo la voluntad del Señor.

Los Santos de los Últimos Días declaramos que por medio del profeta José Smith, se restauró a la tierra la plenitud del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Al hablar de “plenitud”, nos referimos al evangelio completo, o sea, que todos los detalles del evangelio de la antigüedad, fueron dados al hombre de nuestra época por medio de esa restauración.

En los tiempos bíblicos, había edificios santos donde se administraban las sagradas ordenanzas pertinentes a la salvación espiritual del antiguo Israel; éstos no eran sinagogas ni ningún otro tipo de casa de adoración, sino que se construían especialmente con el propósito de llevar a cabo dichas ordenanzas. En las épocas en que el pueblo anduvo a través del desierto, usaba un tabernáculo portátil, al que llamaban “Templo del Señor”; a uno de éstos fue a orar la madre de Samuel para pedirle a Jehová que le concediera un hijo (1 Sam. 1:9). Cuando el pueblo de Israel dejó de andar errante y obtuvo un gobierno estable, edificó en Jerusalén un glorioso templo que substituyó a dicho tabernáculo.

Siguiendo la tradición de los tiempos bíblicos, en nuestra época el Señor nos ha provisto nuevamente con estas ordenanzas para la salvación de todos aquellos que creen, y nos dirige para que construyamos templos en los cuales se puedan llevar a cabo esos ritos sagrados.

Antiguamente, a fin de obtener la salvación, era necesario hacer dos cosas:

  1. Llevar la vida limpia que describen los mandamientos del Señor.
  2. Participar en las ordenanzas de salvación administradas por Sus siervos autorizados.

Aunque algunas de dichas ordenanzas podían llevarse a cabo en cualquier sitio, otras eran tan sagradas que el Señor requería que se realizaran en un lugar especialmente destinado para ese fin, como el tabernáculo o templo movible de los primeros tiempos, o el grandioso templo que lo reemplazó después. En dicho lugar, el Sacerdocio realizaba los solemnes ritos. Allí no podía entrar cualquiera, sino solamente aquellos que habían probado ser dignos; y los que entraban sin autorización, sufrían las consecuencias de la ira del Señor. Las solemnes ordenanzas no se daban a conocer al mundo porque eran demasiado sagradas, y solamente los elegidos y los fieles podían participar en ellas.

Al ser restaurado el evangelio en estos últimos días por medio del profeta José Smith, también fueron restauradas dichas ordenanzas y la obligación de construir templos. El Profeta enseñó a los Santos de los Últimos Días que podrían alcanzar la gloria celestial en el mundo eterno, pero que sólo lo lograrían obedeciendo la ley celestial.

Hablando a los santos en abril de 1844, el profeta José Smith les dijo que las ordenanzas del templo, tal como él se las presentaba, eran tan importantes, que “sin ellas no podremos alcanzar tronos celestiales. Pero debe haber un lugar especialmente preparado para ese propósito” (History of the Church, 6:318-320).

Por lo tanto, sin los templos no se podrían recibir esas bendiciones; así es que los santos teman que edificar templos, y esto es lo que el Señor les mandó. En unidad espiritual, pusieron manos a la obra. El primero que construyeron fue el de Kirtland, Ohio, que fue dedicado en 1836; aunque el edificio todavía está en pie, ya no pertenece a la Iglesia.

El Templo de Kirtiand sentó un precedente para los que se edificarían en el futuro, y en él se recibieron revelaciones sobre muchos de los ritos sagrados. Por ser un edificio preparatorio, y puesto que la mayor parte de la obra del templo se reservaría para llevarse a cabo en otros, dicho templo no se construyó de acuerdo con el mismo plan de edificios posteriores; por ejemplo, carece de pila bautismal, de cuartos de sellamiento, y de oíros para otra clase de ordenanzas importantes. Su construcción es más bien del estilo de un salón de asambleas para la adoración.

Los santos fueron perseguidos y tuvieron que abandonar Kirtiand con su templo. Se instalaron en Jackson, Missouri, y allí dedicaron un lugar para el templo; pero fueron nuevamente perseguidos y éste no pudo construirse. Entonces se establecieron en otra región, no lejos de Independence, donde colocaron la piedra fundamental para otro templo, que no llegaron a construir por causa de la persecución.

Al trasladarse a Nauvoo, Illinois, siempre bajo la dirección del profeta José Smith, asentaron por cuarta vez la piedra fundamental para un templo. En esa oportunidad llegaron a edificarlo y usarlo, a pesar de los ataques de sus enemigos, que asesinaron al Profeta y a su hermano Hyrum, Patriarca de la Iglesia.

Después de atravesar las llanuras y establecerse en Utah, los Santos de los Últimos Días reasumieron la construcción de templos con renovado fervor. Su mayor anhelo era lograr la salvación junto a su Padre Celestial, y puesto que comprendían que las ordenanzas del templo eran esenciales para la salvación, no escatimaban esfuerzos en levantar los edificios en los cuales pudieran llevarlas a cabo.

¿Cómo puede ser un templo tan esencial para nuestra salvación? ¿Lo era también en tiempos antiguos? ¿Qué rol tenía el Templo de Jerusalén en la vida religiosa del antiguo Israel? El que el Templo de Jerusalén era algo más que una sinagoga, es un hecho establecido; también sabemos perfectamente que era un lugar sagrado, en el cual solamente el Sacerdocio podía ministrar, y no hay dudas con respecto al hecho de que el “lugar santísimo” estaba reservado sólo para los más fieles; además, se sabe que las sagradas ordenanzas que allí se llevaban a cabo, no estaban en ninguna manera relacionadas con las de una sinagoga ni podían ser observadas por el curioso o por el profano.

El Templo de Jerusalén fue mancillado por los indignos que hicieron de él un lugar de mercado en los días de Jesucristo. Su acción enfureció de tal modo al Salvador, que los echó de allí con estas palabras:

“Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones.” (Mat. 21:13.)

Los templos que se han construido en los últimos días son igualmente sagrados y, por lo tanto, están reservados solamente para los más fieles miembros de la Iglesia.

Ahora bien, ¿qué sucede dentro de un templo? Naturalmente, cualquier actividad que no esté abierta a la vista del público y se mantenga secreta, despierta la curiosidad de la gente.

Cada vez que se ha construido un templo, se ha abierto por algún tiempo al público para que lo visite e inspeccione; miles de personas lo han hecho, admirando su belleza. Pero una vez que el edificio ha sido dedicado y que han comenzado las actividades pertinentes a la obra en el templo, ya no se permite la interrupción de visitantes. Cuando éstos recorren cada uno de los cuartos antes de la dedicación, se les da explicaciones sobre la obra que se llevará a cabo en ellos.

La pila bautismal siempre resulta ser un punto de interés para las personas. En todos los templos hay una, que descansa sobre los lomos de doce bueyes de bronce o piedra; en éste, como en otros detalles, se sigue el modelo indicado por el profeta José Smith cuando instituyó la construcción de templos bajo la dirección del Señor.

Ante esta pila, surge la pregunta: ¿Por qué se necesita una en cada templo? ¿No pueden las personas ser bautizadas en cualquier otra parte? La respuesta es: Los vivos, sí; pero la pila bautismal del templo es para llevar a cabo bautismos vicarios por los muertos.

Entonces aparece otra interrogante: ¿Bautismos por los muertos? ¿Es ésta una doctrina cristiana?

En la Epístola a los Hebreos leemos las pruebas que pasaron los antepasados de los fieles y luego el autor dice “para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros” (11:40), demostrando con estas palabras que existe una estrecha relación entre la salvación de los vivos y la de los muertos. Muchos hay que creen en alguna forma de obra vicaria por los muertos, encendiendo velas y dedicando oraciones especiales en su favor. La misma expiación de Cristo fue una obra vicaria. El murió por nosotros, para que pudiéramos vivir; su sufrimiento expió por nuestros pecados, por lo tanto, el suyo fue un sacrificio vicario.

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16.)

“Mas él herido fue por nuestras rebeliones… y por su llaga fuimos nosotros curados.” (Is. 53:5. Véase 3-12.)

«… el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.” (Mat. 20:28.)

«… y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.” (1 Juan 1:7.)

La obra vicaria por los muertos es una doctrina bíblica y cristiana, y si vamos a participar en ella es preciso determinar en qué manera la haremos que sea aceptable ante Dios. Es obvio que El no aprobaría todas las formas ideadas por las personas. Por lo tanto, para llegar a la solución debemos preguntamos qué se requiere a los que viven para su salvación, y luego tratar de saber si el Señor exige algo diferente para que los muertos sean salvos.

¿Qué nos dice la Biblia que debemos hacer los vivos para salvar a los muertos? ¿Encender velas en su memoria? ¿Decir oraciones especiales? ¿Llevar comida u otras cosas a la tumba, como se acostumbra en algunas culturas?

Las Escrituras establecen bien claramente que los que mueren sin haber escuchado el evangelio, pueden salvarse y vivir en la presencia de Dios. Pero, ¿cómo?

Jesús predicó a los muertos. El apóstol Pedro enseñó esto, diciendo que después de su muerte, y mientras su cuerpo todavía yacía en la tumba, el Salvador fue en espíritu al reino de los muertos y predicó a los espíritus de las personas que habían vivido en la tierra, y habían muerto. (Véase 1 Pedro 3:18-20.) Más adelante, lo explicó de esta manera:

“Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero vivan en espíritu según Dios.” (1 Pe. 4:6.)

Estas escrituras nos dan a conocer lo siguiente:

  1. Que Jesús era un Personaje de carne y espíritu, como cualquiera de nosotros.
  2. Que cuando Él fue al mundo de los muertos, seguía siendo el mismo que había estado en la tierra, el humilde carpintero de Nazaret, y que su espíritu había abandonado el cuerpo de carne y huesos que había sido crucificado.
  3. Que esos muertos—incluso los que habían muerto durante el diluvio— eran también seres individuales e inteligentes, aunque vivían en espíritu solamente.
  4. Que ellos estaban hasta tal punto en posesión de su razonamiento y facultades mentales, que a pesar de vivir en un mundo de espíritus, podían escuchar el evangelio igual que los que tenían un cuerpo carnal, estando en completo uso de su discernimiento para aceptar o rechazar las enseñanzas de Cristo.
  5. Que Jesús les enseñó el evangelio, dándoles la oportunidad de obtener la salvación.
  6. Que después de oír su mensaje, podían aceptarlo o rechazarlo y de esta manera, serían “juzgados en carne según los hombres”. Los que lo aceptaran, entonces podrían vivir “en espíritu según Dios”, como dice la escritura.

¿Cuáles son los requisitos que impone el evangelio para la salvación de los vivos? Que deben vivir “según Dios” mientras están en su estado camal, cumpliendo con las leyes y las ordenanzas para la salvación, incluyendo, por ejemplo, la ordenanza del bautismo en el agua.

¿Es acaso el bautismo tan necesario? Jesús así lo consideró, y El mismo fue bautizado, según sus propias palabras, “porque así conviene que cumplamos toda justicia” (Mat. 3:15). Si el mismo Cristo lo tuvo que hacer, ¿podría estar la humanidad por encima de esa ley?

Los discípulos de Jesús llevaron a cabo más bautismos que el mismo Juan. (Véase Juan 4:1-2.) Y el Maestro enseñó: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo” (Mar. 16:16), demostrando con sus palabras que el bautismo es tan esencial para la salvación como la fe. ¿Cómo podemos entonces ignorar esta ordenanza?

Y si es tan esencial para la salvación de los vivos, ¿será menos importante para las de los que ya han muerto? ¿Podríamos acaso suponer que el bautismo pudiera ser substituido por algún otro rito, como por ejemplo encender velas o decir oraciones en memoria de los muertos? Pero, ¿cómo pueden éstos recibir el bautismo?

La historia nos indica que los primeros cristianos bautizaban a los vivos en favor de los muertos; ésta era una práctica corriente en los días de Pablo, y el Apóstol usaba dicha costumbre como evidencia de la resurrección de los muertos. A los que dudaban de la resurrección, les dijo:

“De otro modo, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los muertos resucitan? ¿Por qué, pues, se bautizan por los muertos?” (1 Cor. 15:29.)

Por lo tanto, la verdadera doctrina cristiana de salvación para los muertos es que la misma ordenanza que se usa para los vivos se debe usar para ellos; no hay nada diferente entre una y otra; Dios no establece un requisito para los que viven, y otro distinto para los que han pasado el velo, sino que a todos los trata igual y los juzgará con la misma medida, ya sea que estén en la carne o que vivan en el mundo espiritual.

Puesto que se ha predicado y se predica el evangelio a los muertos, era preciso poner a su disposición también las ordenanzas de salvación. Dado que el bautismo es una de estas ordenanzas que requiere la inmersión en el agua para todos, ya sea vivos o muertos, y ya que no había forma de bautizar a los muertos en persona, los vivos se bautizaban en favor de aquéllos.

El Señor reveló esta misma doctrina al profeta José Smith, como parte de la restauración del evangelio en los últimos días, ordenándole edificar templos en los cuales pudieran llevarse a cabo esas sagradas ordenanzas. En esa época los santos vivían en Nauvoo, Illinois. Obedeciendo la voluntad del Señor, se prepararon para levantar un templo en dicha ciudad; al hacerlo, dieron preferencia a la parte baja del edificio en la cual construyeron la primera pila bautismal. Mientras construían una muy hermosa que había de permanecer en el templo, hicieron otra de madera en la que llevaban a cabo la ordenanza del bautismo por los muertos, bajo la dirección del Profeta.

En esa forma quedó nuevamente instituida una de las más importantes prácticas cristianas que, aunque había caído en el olvido desde los días de Pedro y Pablo, es esencial y fundamental en el plan de

Dios para la salvación de sus hijos. ¿Cómo podría El salvarlos sin esta ordenanza? Todos somos iguales ante el Padre, todos tenemos que ser tratados con la misma justicia, y cumplir con las mismas condiciones para ser salvos y volver a Su presencia.

El Salvador declaró que Dios no es Dios de muertos, sino de vivos “pues para El todos viven” (Lu. 20:38), demostrando con esas palabras que todos somos iguales ante el Padre.

Por estos motivos, el bautismo de los vivos en favor de los muertos se convirtió en una práctica corriente en nuestros tiempos, así como lo fue en tiempos antiguos.

Además de la obra bautismal por los muertos, hay otras ordenanzas sumamente importantes que se llevan a cabo en los templos. Entre los lugares de mayor actividad están los que se conocen como “cuartos de sellamiento”. En cada templo hay cuatro o cinco de estas habitaciones, a fin de dar lugar a todas las personas que van a hacer uso de ellas. Estos cuartos representan lo que para algunos es el principio básico más importante del Evangelio de Jesucristo. Para comprender esta doctrina es necesario saber que la vida familiar tiene suma importancia para los Santos de los Últimos Días.

La familia tiene para nosotros un significado eterno, y marido y mujer se casan por la eternidad y no solamente hasta que la muerte dé fin a su unión. Cuando estos matrimonios tienen hijos, ellos pasan a formar parte de un círculo familiar que se proyecta a través de la muerte y la resurrección, hasta la vida eterna. Como parte de este círculo de amor, pueden llevar consigo a la inmortalidad todas las virtudes y bendiciones de un buen hogar, puesto que la vida familiar se convierte así en parte de nuestra existencia eterna.

La doctrina de los Santos de los Últimos Días enseña que el Señor jamás tuvo la intención de que la unión matrimonial tuviera la duración de la vida mortal solamente. Esta unión fue instituida antes de que empezara la mortalidad, y continuará después para todos aquellos que sean dignos si ha sido debidamente solemnizada por el poder de Dios.

El primer matrimonio fue el de Adán y Eva, y tuvo lugar en el Jardín de Edén cuando todavía no existían ni la muerte ni la vida terrenal; su unión fue solemnizada por el poder eterno de Dios, al cual la muerte no puede imponer limitaciones. Cuando Adán y Eva desobedecieron al Señor, su transgresión trajo como consecuencia en su condición física, un cambio que dio lugar a la muerte; en otras palabras, se convirtieron en seres mortales. Pero puesto que su unión había sido anterior a la muerte y solemnizada por el poder de Dios, tenía que ser efectiva aún después de la muerte. La suya era una unión eterna.

¿Pueden otras personas unirse en matrimonio eterno como Adán y Eva? Así es, siempre que la ceremonia se lleve a cabo por medio del poder eterno de Dios. Naturalmente, todas las uniones que son “hasta que la muerte los separe”, son sólo temporarias y terminan con la muerte. Las personas que llevan a cabo dichas uniones, tienen autoridad para unir a los cónyuges sólo por esta vida, pero no tienen poder para casarlos por la eternidad.

Sin embargo, existe en la tierra un poder que puede unir eternamente a las parejas. Recordemos que antes de subir a los cielos, Jesús dio a sus Apóstoles el poder con la promesa de que todo lo que ataren en la tierra seria atado en los cielos, y todo lo que desataren en la tierra seria desatado en los cielos. (Véase Mat. 16:19; 18:18; Efesios 1:13; 4:30.)

¿Ejercieron los apóstoles ese poder? Todo lo que ellos hicieron por la autoridad del Sacerdocio tuvo un significado eterno. Hasta cuando bautizaban a una persona, por ese acto el bautizado recibía una bendición eterna. ¿Podría alguien decir que el bautismo se relaciona solamente con nuestra vida mortal? ¿Acaso no es esencial para nuestra salvación en la presencia de Dios? ¿Y no es esa salvación algo que pertenece a la eternidad?

Los apóstoles de la antigüedad, divinamente ordenados y autorizados, llevaban a cabo en la tierra ordenanzas que teman el mismo valor en los cielos; esto significa que esas ordenanzas teman sobre las personas un efecto valedero no sólo en esta vida, sino también en el reino de Dios una vez que ellas hubieran muerto. Es evidente que esto era parte del plan de Dios. De lo contrario, ¿para qué les habría dado a los apóstoles poder para sellar en los cielos lo mismo que sellaran en la tierra?

Esto cobra aún más significado cuando lo relacionamos con el bautismo vicario por los muertos. Se recordará que Pedro dijo que el evangelio era predicado a los muertos para que pudieran vivir según Dios en el mundo espiritual, aunque fueran juzgados según los hombres en la carne. Por lo tanto, se instituyó el bautismo por los muertos a fin de ayudar a borrar la diferencia entre vivir “según Dios” en el mundo de los espíritus y, al mismo tiempo, estar sujetos a las normas terrenales. Así, vivos y muertos quedaban en el mismo plano de salvación. Para hacer esto era necesario establecer una autoridad del Sacerdocio que fuera reconocida tanto en esta vida como en la venidera, y de ahí que los apóstoles fueran investidos con el mismo poder de sellar en una como en la otra.

El mismo principio que rige la ordenanza del bautismo, se aplica para la del matrimonio. Esta unión ha sido ordenada por Dios. (Véase Gén. 1:28, 2:24, 9:1, 7; Heb. 13:4.) El Todopoderoso en persona llevó a cabo el primer matrimonio antes de que existiera la vida mortal; Él fue quien dio a Eva por esposa a Adán, y luego les mandó multiplicarse y henchir la tierra. Al llevar a cabo esa unión el Señor, ejerció Sus poderes eternos; pero más adelante concedió parte de Su poder a los apóstoles, a fin de que ellos también pudieran efectuar ordenanzas que continuaran por la eternidad.

Es evidente que ese poder hizo que los beneficios del bautismo fueran eternos. ¿Hay alguna razón para pensar que el mismo poder no pueda hacer eterno el matrimonio, que fue instituido por el mismo Ser que instituyó el bautismo? Así deben a ser, y así es. Marido y mujer pueden ser eternamente unidos por el tiempo y toda la eternidad mediante ese poder del Sacerdocio, y en la misma manera los hijos pueden ser eternamente sellados a sus padres. En esta forma las familias quedarán unidas para siempre, y los esposos que se aman no tienen por qué dar por terminada su relación cuando llega la muerte, ni los hijos quedar huérfanos para siempre. De igual modo que el bautismo puede llevamos a la presencia de Dios, esta ordenanza selladora del matrimonio puede preservar nuestra familia como unidad eterna.

¿Podría el reino celestial ser completo para nosotros si en él nos viéramos privados de nuestros seres queridos, si los lazos más sagrados y entrañables que nos unen en la vida quedaran rotos con la muerte?

Dios es amor, y ese amor es permanente. Nuestra relación familiar se edifica sobre la base del amor y El, que es quien ha establecido ese lazo, hará que éste sea permanente en Su reino.

Por todo esto es que en nuestros templos tenemos cuartos de sellamiento, que se llaman así por las ordenanzas sellado-ras que se llevan a cabo en ellos. En sus sagrados altares, hombre y mujer se arrodillan para ser sellados o unidos para toda la eternidad en el sagrado orden del matrimonio; cuando estas parejas ya se han casado temporalmente y tienen hijos, éstos también van a dichos cuartos a fin de que la familia pueda ser unida por la eternidad por el poder del Sagrado Sacerdocio.

Pero ¿qué pasa con las familias que ya han muerto? ¿Pueden ellas ser unidas por la eternidad después que la muerte ha roto los lazos terrenales que los unían?

El poder de unir en la tierra y en el cielo tiene tanto valor en la vida venidera como en ésta, y las ordenanzas, que se llevan a cabo por medio de él, son tanto para los vivos como para los muertos. En la misma forma que por medio de dicho poder se extiende la redención del bautismo a aquellos que viven “en el espíritu según Dios”, también se les provee la ordenanza selladora del matrimonio, que realizan vicariamente los vivos en favor de sus antepasados muertos.

La Casa del Señor es una casa de orden y en ella no puede existir la confusión. A fin de realizar esta obra en orden, toda persona la puede llevar a cabo por sus propios familiares. ¿Quién podría tener en ellos un interés mayor que aquellos que llevan su sangre? ¿Quién podría estar más ansioso por ayudarlos?

Para poder brindar esa ayuda, cada familia tiene que preparar su genealogía, a fin de conseguir los datos que se necesitan para hacer las ordenanzas por los muertos. El Señor acepta estas ordenanzas cuando las personas han sido identificadas, y exige que esa obra se efectúe en edificios que se han construido especialmente para ello; esos edificios se llaman templos.

Las Santos de los Últimos Días edificamos templos a fin de recibir en ellos las ordenanzas selladoras en nuestro propio beneficio, y para realizar por nuestros antepasados los bautismos y sellamientos vicarios que les permitan vivir “en el espíritu según Dios”, de acuerdo con las palabras de Pedro.

Hablando sobre este tema, el profeta José Smith enseñó:

“Es necesario que haya un lugar construido especialmente para ese propósito y para que las personas se puedan bautizar por los muertos;. . .que cada persona que desee salvar a sus padres, hermanos y amigos, pueda recibir todas las ordenanzas separadamente por cada uno de ellos, en la misma forma en que las recibió para sí.” (History of the Church, 6:318-320.)

¿Cómo empezó esta obra en nuestros días, y hasta dónde se remonta en el pasado?

Una de la grandes profecías bíblicas nos dice que el antiguo profeta Elías vendría en los últimos días, antes del “día de Jehová, grande y terrible”. Su venida sería tan importante que si no se realizara, según la escritura, la tierra seria herida con una maldición. Malaquías registra esta profecía en las últimas palabras de sus escritos:

“He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible.

El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición.” (Mal. 4:5-60

Malaquías expresa claramente cuál sería la misión de Elías: establecer un vínculo de interés entre las generaciones presente y pasadas, volver “el corazón de los hijos hacia los padres”, o sea, de toda persona viviente hacia sus antepasados.

Puesto que el propósito de su misión queda tan claramente establecido en la escritura, sólo resta determinar si el Profeta ha venido o no, y para ello basta con responder a esta pregunta: ¿Se ha desarrollado entre las personas un interés especial por sus antepasados, que ha ido acrecentándose últimamente? Si al observar a nuestro alrededor nos damos cuenta de que no existe ese interés, podemos dar por sentado de que Elías no ha venido; pero si por otra parte descubrimos que existe una actividad genealógica que se ha ido extendiendo por todo el mundo, entonces podemos aceptarlo como evidencia de su venida. La venida del Profeta habría de originar ese interés; por lo tanto, si podemos observar el resultado de su misión, sabremos que él ha venido, que su obra ha comenzado y que la profecía se ha cumplido.

Es indudable que ha surgido un gran interés en la genealogía en estos últimos tiempos, y que se puede decir que se ha extendido a casi todas partes del mundo occidental. Se han organizado cientos de sociedades genealógicas con el expreso propósito de preparar árboles genealógicos. Miles de personas están interesadas en buscar los registros de sus antepasados. En varios países se publican revistas de genealogía, o columnas que se relacionan con el tema en los diarios locales. También se han establecido en algunas naciones bibliotecas genealógicas, llenas de material para la investigación familiar e histórica. En varios de estos países el gobierno se ha interesado en preservar registros genealógicos, y se han organizado archivos con ese propósito.

Elías, cuya venida despertaría todo ese interés, vendría en los últimos días “antes que venga el día de Jehová, grande y terrible”. Y Elías vino, en una gloriosa aparición ante los mortales el 3 de abril de 1836 en el Templo de Kirtland, Ohio, construido por la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Allí confirió a José Smith y a Oliverio Cowdery poderes de lo alto, y les declaró que había venido, en cumplimiento de las palabras de Malaquías, a volver los corazones de los hijos a sus padres, o sea, a hacer surgir en el corazón de los mortales el interés por sus antepasados.

Cada sociedad o biblioteca genealógica, cada registro de genealogía, cada página de registro familiar, y cada persona en cualquier parte del mundo que esté tratando de encontrar datos de sus antepasados, es un testimonio de que Elías vino, porque todo ello indica el cumplimiento de la profecía de Malaquías.

Los resultados de su misión se observan por doquier; la evidencia es concluyente y no deja lugar a dudas: Elías ha venido y una de las más grandes profecías se ha cumplido. Esta es una de las señales de los tiempos más convincentes, y nos indica que el día grande y terrible del Señor se acerca.

Este súbito interés genealógico no sólo testifica de la venida de Elías, sino también del divino llamamiento de los hombres ante quienes él hizo su aparición, y de que ellos habían sido elegidos por el Todopoderoso para comenzar, con la ayuda de Elías, una obra de inspiración celestial.

Por medio de la revelación de Dios, e investidos de poder por ministros angélicos, estos hombres organizaron la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y dieron a conocer al mundo el Evangelio de Jesucristo en toda su pureza. El poder que recibieron de Juan el Bautista y de Pedro, Santiago y Juan fue el Santo Sacerdocio. También enseñaron el propósito de la venida de Elías, el motivo por el cual debían volverse los corazones de los hijos a sus padres y que la investigación genealógica tiene un lugar definido en el plan de Dios, una relación directa con las bases de la religión cristiana.

Debido a la misión de Elías, la obra por los muertos en la tierra ha tomado dos direcciones: Por una parte, aumenta la actividad genealógica en la preparación de registros e historias familiares, que identifican a aquellos que han vivido en la tierra en otras épocas. Por otra, los miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se encuentran intensamente dedicados a edificar templos y a llevar a cabo en ellos las sagradas ordenanzas del evangelio, a fin de que todos los que quieran venir a Cristo puedan ser salvos en Su reino.

La obra en los templos no puede efectuarse sin la debida identificación de las personas, la cual se consigue por medio de esta investigación genealógica en todo el mundo. Ambas líneas de actividad se unen para llevar a cabo la obra que el Señor instituyó por medio del profeta José Smith, y que Su pueblo continúa.

Este es el motivo por el cual los mormones edificamos templos.

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