En presencia de lo divino

En presencia de lo divino
por el presidente Joseph F. Smith

Joseph F. SmithNecesitaré la ayuda del Espíritu de Dios, y vuestros buenos sentimientos, fe y comprensión, en mi intento por hablaros brevemente, ya que no tengo el propósito de tomar mucho tiempo. No hay palabras para expresar la gratitud que siento esta mañana por poder estar aquí con vosotros, gracias a la misericordia de nuestro Padre, y contemplar el espectáculo de la multitud congregada aquí en la sesión de apertura de esta conferencia, en el octogésimo sexto aniversario de la organización de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Estoy seguro de que si al profeta José Smith y a sus compañeros, quienes bajo la guía e inspiración del Altísimo, y por su poder, comenzaron esta obra de los últimos días, se les permitiera mirar hacia abajo y ver la escena que yo estoy contemplando en este Tabernáculo, se regocijarían; y estoy seguro de que se regocijan. Yo creo que ellos tienen el privilegio de vernos, así como los ojos de Dios que todo lo ven pueden contemplar cada parte de Su creación. Porque creo que aquellos que han sido elegidos en esta dispensación y en dispensaciones anteriores para establecer los fundamentos de la obra de Dios entre los hijos de los hombres, para su salvación y exaltación, no se verán privados en el mundo espiritual de mirar hacia abajo y ver los resultados de su propia labor, de los esfuerzos y la misión que Dios les asignó en su sabiduría, a fin de que ayudaran a redimir y rescatar de sus pecados a los hijos del Padre.

Los ojos de los profetas cuidan el reino de Dios

Yo tengo la seguridad de que los ojos del profeta José y los de los mártires de esta dispensación, los de Brigham Young, John Taylor, Wilford Woodruff, y aquellos fieles hombres que les acompañaron en su ministerio sobre la tierra, cuidan celosamente los intereses del reino de Dios en el cual trabajaron y por el cual se esforzaron durante su vida mortal. Creo que si bien están limitados por la carencia de un cuerpo físico, tienen un interés mucho más profundo en nuestro bienestar ahora que se encuentran del otro lado del velo, que cuando estaban en la carne. . .

Una visión gloriosa

Agradezco a Dios por el sentimiento que me llena de gozo, y por la comprensión que tengo de que estoy no sólo en la presencia del Dios Altísimo, mi Padre y Hacedor, sino en presencia de su Hijo Unigénito en la carne, el Salvador del mundo; y estoy en presencia de Pedro y Santiago (y quizás los ojos de Juan también estén sobre nosotros y no lo sabemos); y también estoy en presencia de José y Hyrum Smith, Brigham Young, John Taylor, Wilford Woodruff, Lorenzo Snow, y aquellos que han sido valientes en el testimonio de Jesucristo y han cumplido fielmente sus misiones en el mundo. Cuando me vaya de esta tierra, quiero tener el privilegio de encontrarme con ellos con la conciencia de haber seguido su ejemplo, de haber cumplido la misión en la que estos líderes estuvieron involucrados, en la forma en que ellos la hubieran llevado adelante. Que cuando me releven de los deberes de esta vida yo haya sido fiel cumpliendo todo lo que se requirió de mí, así como ellos fueron fieles en su tiempo; y cuando los encuentre en amor y armonía, quiero tener la perfecta confianza de haber hecho mi deber como ellos hicieron el suyo. Espero que perdonéis mi emoción; pero, ¿qué sentiríais si os encontrarais en la presencia de vuestro Padre? ¿Qué diríais si estuvierais en la presencia del Dios Altísimo, en la presencia del Hijo de Dios y de santos ángeles? ¿No os emocionaríais? Os sentiríais conmovidos, impresionados; y esto es lo que siento en este momento hasta lo más profundo de mi alma.

Vida eterna es conocer a Dios y a Jesucristo

Desde los días de mi niñez, mi misión, mi deber, ha sido proclamar el Evangelio de Jesucristo como el poder de Dios para la salvación de todos los que lo reciban y obedezcan. Es mi deber proclamar a mis hermanos así como al mundo, que creo en el Dios viviente, el Padre de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, su Unigénito en la carne. Ese Hijo creció y se desarrolló hasta llegar a ser la imagen y semejanza de su Padre, hasta tal punto que en una ocasión dijo que “el que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9).

No creo en las doctrinas que algunos proclamen que Dios es sólo un espíritu, y que es de una naturaleza tal que llena la inmensidad del espacio y que está en todas partes. Yo no concibo que Dios sea una persona, si llena la inmensidad del espacio y está en todas partes al mismo tiempo. Es desde todo punto de vista ilógico e irrazonable imaginar que aun Dios, el Eterno Padre, pudiera estar personalmente en dos lugares al mismo tiempo. Esto es imposible. Pero su poder se extiende a través de la inmensidad del espacio a todas sus creaciones, y su conocimiento lo abarca todo; El las gobierna y las conoce.

Esta es una verdad de las Escrituras:

“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a Jesucristo, a quien has enviado.” (Juan 17:3).

Creo que, por medio de las enseñanzas que contienen las Escrituras y las revelaciones que ha recibido por intermedio del profeta José Smith, los Santos de los Últimos Días pueden saber del verdadero Dios viviente y conocerle a Él, como así también a su Hijo a quien mandó al mundo; y no se trata solamente de tener el conocimiento de estas cosas, sino que teniendo el conocimiento nos sentimos inclinados y determinados a observar sus preceptos, obedecer sus leyes, acatar sus requerimientos en cada detalle, y aceptar cada ordenanza de la Casa de Dios y del Evangelio de Jesucristo, el cual ha sido planeado por la voluntad del Padre para preparar a sus hijos en la tierra y ayudarlos a volver a Su presencia. En eso consisten la salvación y el don de la vida eterna.

El diablo conoce al Padre mucho mejor que nosotros. Lucifer, el hijo de la mañana, conoce a Jesucristo, el Hijo de Dios, mucho mejor que nosotros; pero esto no lo conducirá a la vida eterna; porque conociendo, aún se rebela; conociendo, aún es desobediente; él no recibirá la verdad; él no permanecerá en la verdad; por lo tanto, es Perdición, y para él no hay salvación. La misma doctrina se aplica a nosotros, todos los hijos e hijas de Dios que tenemos discernimiento y comprensión, que podemos razonar entre causa y efecto, determinar la verdad del error, el bien del mal, y ver la luz y distinguirla de las tinieblas.

El Evangelio es nuestra guía

Este es el Evangelio de Jesucristo, conocer al único Dios verdadero y a su Hijo, a quien Él ha enviado al mundo.

Este conocimiento llega a nosotros por medio de la obediencia a todos sus mandamientos, fe, arrepentimiento, bautismo por inmersión para la remisión de pecados, don del Espíritu Santo por la imposición de manos de aquellos que tienen la autoridad divina. Este es entonces el Evangelio de Jesucristo, que es el poder de Dios para la salvación (véase Ro. 1:16): obedecerla verdad, someterse al orden que el Señor ha establecido en Su casa, porque la Casa de Dios es una casa de orden, y no de confusión (véase D. y C. 132:8).

Dios ha establecido en su Iglesia apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros,.. .para administrar, enseñar, instruir, explicar, exhortar, amonestar y guiar a Sus hijos por la senda de la rectitud. Aquellos que están asociados en esta organización, deben escuchar la voz del que tiene la divina autoridad para guiar, dirigir y aconsejar entre los del pueblo de Israel. Todo esto es necesario en el Evangelio de Jesucristo; y también son necesarias muchas otras cosas, incluyendo las ordenanzas de la Casa de Dios, que han sido reveladas en esta dispensación quizás con mayor sencillez que lo que se haya dado en dispensaciones anteriores desde que el mundo fue formado. Todas estas ordenanzas son esenciales en su propio lugar y tiempo; y ninguno de nosotros es suficientemente grande, ni suficientemente bueno, ni posee en sí mismo la independencia suficiente como para ignorar estas cosas que el Señor ha revelado y requiere de nosotros. Ningún hombre es tan grande, tan noble, o tiene tanto conocimiento, como para pensar que no necesita a Dios. Estamos aquí en Su tierra, respiramos Su aire, nos ilumina Su sol; comemos Su comida y nos da el vestido. Él ha provisto todos los elementos con los cuales nos vestimos y alimentamos, vivimos, nos movemos y tenemos nuestra existencia en el mundo.

El Sacerdocio restaurado

Ni por un momento somos independientes de Dios. No sólo creemos en el Padre y en el Hijo, y en sus palabras, consejo y autoridad divina que ha traído y dado al hombre en la carne, sino que también creemos en la divinidad de la misión de José, el Profeta. Lo aceptamos como uno que ha sido autorizado, comisionado, e investido con sabiduría y conocimiento en nuestros días, para establecer los cimientos de la Iglesia de Jesucristo, y para restaurar al mundo la plenitud del Evangelio de salvación; para revivir y renovar en el corazón de los hijos de los hombres las doctrinas de Cristo, las ordenanzas de su Evangelio que El enseñó, administró, y autorizó a Sus discípulos a administrar a todos los que se arrepintieran y creyeran en el nombre del Padre y del Hijo.

Creemos que Dios ha restaurado el Sacerdocio divino, el cual posee las llaves de ministración de las ordenanzas de vida para los hijos de los hombres. Sin ese Sacerdocio, ningún hombre puede recibir ni recibiría una remisión de sus pecados por ser sumergido en el agua. Esto debe hacerse por medio de la autoridad divina. Sin ella nuestras obras no serían aceptadas por el Señor, porque El no aceptará de las manos de los hijos de los hombres, aquellas obras que no les haya autorizado hacer, que no les haya calificado, llamado y designado para hacer; porque cuando Dios llama a los hombres, los ordena, designa y les da la autoridad para administrar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Lo que ellos hagan no puede fallar porque ha sido aceptado y aprobado por el

Autor y fuente de toda autoridad. Cuando recibimos el Sacerdocio de Dios, y obramos de acuerdo con su palabra, Él está obligado; de otra manera no tenemos ninguna promesa.

Los Doce son los ojos y oídos que testifican de Cristo

No puedo deciros todo lo que quisiera, pero me gustaría señalar que todos éstos, vuestros hermanos, que han sido llamados al apostolado y a ministrar entre los de la casa de Israel, son o deben estar investidos con el espíritu de sus llamamientos. Por ejemplo, estos doce discípulos de Cristo deben ser los ojos y oídos que testifican de la divina misión de Jesucristo. Ellos no pueden decir simplemente: Creo; he aceptado este llamamiento simplemente porque creo. Leed la revelación. El Señor nos dice que ellos deben saber, deben obtener el conocimiento por sí mismos, y éste debe estar con ellos como si hubieran visto y oído todo esto personalmente, y saben que es verdad. Esta es su misión, testificar que Jesucristo, el que fue crucificado, se levantó de entre los muertos, está a la diestra de Dios investido con poder omnipotente, y es el Salvador del mundo. Esta es su misión y su deber; y esa es la doctrina y la verdad que tienen el deber de predicar al mundo, y ocuparse de que se predique al mundo. Donde no puedan ir personalmente, tienen otros bajo su dirección que les ayudan a predicar el Evangelio y a declarar la verdad: que Jesús es el Cristo, y que José Smith es un Profeta de Dios, quien fue autorizado y calificado para establecer el fundamento del Reino de Dios. Y cuando digo Reino de Dios, eso es lo que quiero decir. Cristo es el Rey, no el hombre; ningún hombre puede ser rey del Reino de Dios; sólo Dios es el Rey.

Cualidades que se requieren de los Santos de los Últimos Días

Es necesario que todos tengamos paciencia, que perdonemos, que seamos indulgentes, humildes, caritativos, que amemos sinceramente, que seamos leales a la verdad; y que aborrezcamos el pecado, la maldad, y la rebelión y desobediencia a los requerimientos del Evangelio. Estas son las cualidades que se requieren a los Santos de los Últimos Días para llegar a ser buenos miembros de la Iglesia de Jesucristo, herederos de Dios, y coherederos con Cristo (véase Ro. 8:17). Los miembros fieles de la Iglesia no se emborrachan, no son libertinos ni blasfemos, ni se aprovechan de su hermano o su vecino, ni violan los principios de virtud, honor, y rectitud. Los miembros fieles de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días nunca serán culpables de tales ofensas, porque evitarán estas maldades y vivirán más allá de todas esas cosas.

Ahora, cada hombre, cada mujer, cada niño que ha crecido hasta tener entendimiento, o ha llegado a la edad de responsabilidad, tiene una misión en el mundo: todos deben ser ejemplos para el mundo; no sólo deben estar calificados para predicar la verdad y dar testimonio de ella, sino que deben vivir de tal manera que su forma de vivir, las palabras que digan, cada hecho de su vida, sean sermones para los imprudentes y los ignorantes, enseñándoles bondad, pureza, rectitud, fe en Dios y amor por la familia humana.

Que Dios os bendiga a vosotros y a todos los que tienen fe, y nos ayude a ser verídicos y fieles hasta el fin, comprendiendo que “ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes’’ (Ec. 9:11), sino de aquel que permanece hasta el fin.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario