La forma en que el padre fortalece espiritualmente a su familia

Junio de 1979
La forma en que el padre fortalece espiritualmente a su familia
por Neil J. Flinders
Trabaja para el Departamento de Seminarios e Institutos.

Cuando era apenas un muchacho, solía ir con mi padre a la tablada. Vivíamos en una pequeña granja y a menudo vendíamos algunos animales allí.

Las empalizadas que contenían el ganado, los cerdos y las ovejas, se encontraban a orillas del río; un puente con barandas lo cruzaba, conectando los corrales con una rampa que hacía ángulo con la parte superior de una planta procesadora que había en la otra orilla. Puesto que había que llevar a los animales que se iba a matar a través del puente hasta la rampa, las personas encargadas de esta operación desarrollaron un sistema sumamente interesante: entrenaron a una cabra negra para que entrara a los corrales de las ovejas, se mezclara con ellas, y luego las guiara a lo largo del puente hasta llegar a la rampa, pasando por el portón que daba entrada a la planta procesadora. Una vez dentro del lugar, la cabra se hacía a un lado, y las ovejas entraban rápidamente adonde las aguardaba una suerte fatal.

Recuerdo haber observado esta escena un día, mientras mi padre me explicaba la operación; después de una pausa, agregó:

Que esto te sirva de lección; ten cuidado a quién sigues en la vida. Asegúrate de saber hacia dónde te están conduciendo.

Jamás he olvidado esa experiencia, y cuando pienso en el padre que guía, enseña y nutre espiritual mente a su familia, recuerdo cómo lo logró mi padre de una forma aunque simple, también perdurable.

Las oportunidades de enseñar lecciones importantes, no siempre son planificadas; a menudo surgen de nuestras experiencias diarias, aquí y allí, aprovechando el momento propicio para impartir una enseñanza.

Es probable que la lección más fortificante que he aprendido como padre, sea la de que mis hijos son fortalecidos tanto o más por lo que yo soy, que por lo que trato de enseñarles.

El desafío que más me pone a prueba como padre, es el de crear con mis hijos una relación que sea más fuerte que la que ellos desarrollan con sus amigos. Esto no resulta tan difícil con los niños pequeños, como con los adolescentes; a los niñitos les gusta jugar, y no ha sido difícil para mí tirarme con ellos en el suelo, hacerles cosquillas, contarles cuentos y hacerles gestos que los hagan reír.

Mas una vez que pasan los diez años de edad, la tarea se hace más ardua; los niños mayores tienden a desarrollar fuertes lazos con sus amigos de la misma edad, aún cuando todavía deseen nuestro afecto y atención. El mayor problema, según lo veo yo, es mantener con cada uno de nuestros hijos una relación más fuerte de la que ellos tienen con otros; acercarles a la familia con más fuerza que la atracción que pueda ejercer sobre ellos cualquier otro grupo, permitiendo con esta relación que los padres continúen siendo maestros eficaces de sus hijos.

He aprendido que el desarrollar este tipo de relación didáctica, requiere que se cuente con experiencias especiales con cada uno de los hijos, y he tratado de tener dichas experiencias con ellos, por lo menos una vez a la semana; a veces en grandes acontecimientos, y otras veces en pequeños. El salir en caminatas o de pesca con una mochila al hombro, surte un gran efecto con mis hijos varones; pero mis hijas esperan algo diferente, y algunas veces me lleva tiempo pensar en lo que puedo hacer. Algunas cosas como enseñarles un paso de baile “pasado de moda”, mantenerme al tanto de su vida escolar y social, explicarles por qué los jóvenes hacen las cosas que hacen, o salir con cada una de ellas en forma individual, parecen dar buenos resultados con mis hijas.

El gran secreto estriba en ayudarles a ver la conexión que existe en lo que uno hace y lo que quiere lograr. De vez en cuando, es bueno que los hijos vean que uno sacrifica algo realmente importante a fin de poder estar con ellos.

Tengo un amigo muy sabio, a quien, como padre, considero que ha alcanzado el éxito; él siempre dice: “Debemos comprender que el estar dispuestos a perder algunas batallas, puede ayudarnos a ganar la guerra”. Creo que hay en ello una gran verdad; queremos que nuestros hijos desarrollen una independencia suficientemente madura como para establecer buenos hogares, en los cuales críen a nuestros nietos, pero existen muy pocas posibilidades de que lo logren, sin tomar algunas decisiones que varíen con respecto a las nuestras.

En todo matrimonio, los esposos necesitan tener cierta flexibilidad el uno para con el otro; lo mismo acontece en la relación que existe entre los padres y los hijos. Para mí es un gran problema darme cuenta en qué casos debo mantenerme firme, y en cuáles debo aceptar silenciosamente la “derrota”. Supongo que vale la pena verme derrotado en pequeñas escaramuzas, si mis hijos permanecen firmes en aquellos asuntos que considero demasiado vitales como para dar un paso atrás.

El saber en qué pasos podemos “aflojar” y en cuáles debemos permanecer firmes, requiere que seamos conscientes de la absoluta necesidad que tenemos de obtener una guía divina. Por experiencia propia sé que, a menos que reciba instrucción espiritual, no podré darla a mis hijos. Aprendí una gran lección en las instrucciones del presidente Brigham Young exhortando a los padres a que inviten al Espíritu Santo diariamente a sus hogares.

“Padres, jamás ceséis de orar para que vuestras esposas puedan disfrutar la bendición de recibir la influencia del Espíritu del Señor, para que los niños se vean investidos por el Espíritu Santo, desde el momento mismo en que se encuentran todavía en el vientre de su madre.

Si deseáis ver cómo una nación crece llena del Espíritu Santo y de poder, ésta es la forma de lograrlo. Todos los demás deberes que les son obligatorios al hombre, a la mujer, o al niño, vendrán en su lugar, y en su debido tiempo y sazón. Recordadlo, hermanos. Dejad que vuestros corazones sean puros ante el Señor, y jamás ceséis de hacer todo aquello que podáis para la satisfacción y el consuelo de vuestras familias, a fin de que todos puedan disfrutar continuamente del Espíritu del Señor. Si no hacéis esto, vuestros logros no excederán aquellos del mundo.” (Discourses of Brigham Young, 1:69.)

Me doy cuenta de que cuando oro por mi esposa, a fin de que ella pueda contar con la influencia del Espíritu Santo en la crianza de nuestros hijos, me vuelvo más sensible hacia las cosas que yo mismo debo hacer como padre. Del mismo modo, hallo más fácil enseñar a mis hijos, si hablo con Dios acerca de ellos de igual forma que hablo con ellos acerca de Dios.

A los padres se les manda enseñar a sus hijos a orar, a fin de caminar rectamente y guardar sagrado el día de reposo. Esta responsabilidad no puede ser dejada de lado, pues hacerlo traería aparejadas dos consecuencias: No podríamos esperar a que nuestros hijos crecieran sin que de una u otra forma nos avergonzaran, o estuvieran en constante necesidad de corrección; ni podríamos tampoco hacer de cuenta que jamás tenemos con ellos ninguna clase de problemas. La hipocresía es un gigante demasiado fuerte contra el cual luchar.

Los padres fortalecen espiritualmente a sus hijos, cuando establecen la diferencia entre el bien y el mal de una forma bien clara. Si hacemos todo lo que esté a nuestro alcance por el tiempo que sea necesario, entonces estaremos haciendo nuestra parte.

Una de las experiencias más reconfortantes que tengo como padre es ser testigo del éxito de mis hijos. Al ver a nuestros hijos más pequeños actuaren los programas de la noche de hogar o de la Iglesia, he advertido que algunos de ellos son sumamente tímidos, mientras que otros parecen ser todo lo contrario; sin embargo, todos desean alcanzar el éxito, y considero que una de mis responsabilidades espirituales es ayudarles a desarrollar la autoestima, a fin de que puedan expresarse en una forma compatible con sus talentos.

Mi esposa cuenta con un gran método; con frecuencia se para frente a la familia, llama a cada uno de los niños para que vaya a su lado, uno por uno, y nos dice a los demás algunos aspectos especiales de la personalidad de ese niño en particular. Todos se sonrojan un poco, mas se sienten llenos de orgullo, siendo nuestro hogar un lugar más feliz tras cada uno de tales episodios.

Otra forma muy valiosa en que un padre puede alimentar espiritualmente a su familia es asegurarse de que sus seres queridos tengan la oportunidad de recibir la influencia positiva de otros hombres y mujeres nobles, aparte de sus propios padres.

Al llevar a mi familia a la Iglesia, matricular a nuestros hijos en el programa de seminario, entrevistarme con los maestros del colegio y de la Iglesia en cuanto a sus objetivos y a la actuación de nuestros hijos; al animar a mi esposa para que asista a la Sociedad de Socorro, y al invitar a buenas personas a nuestro hogar, creamos oportunidades de administrar las necesidades de nuestra familia. Aquel que piensa que tiene que hacerlo todo solo, es padre poco sabio.

Más de todo lo que un padre pueda decir acerca de fortalecer a sus hijos en rectitud, nada de lo que haga llegará a tener tanta importancia como la elección de la madre de sus hijos. El mayor don que un padre puede dar a sus hijos es la madre, pues ella, más que ninguna otra fuerza sobre la faz de la tierra, constituye la mayor influencia para su familia. Es de vital importancia que la madre se esfuerce por aplicar y fortalecer la rectitud en su hogar.

Vemos entonces, que un padre puede fortalecer espiritualmente a su familia mediante los esfuerzos que haga para mantener una relación noble con su esposa, y expresando sus sentimientos por medio de acciones; decid a los niños cómo os sentís hacia ella, respetad sus deseos, consultad sus opiniones, sed su amigo, buscad sin exigencia su interés y atención, expresad agradecimiento en palabras y acciones, compartid con ella vuestros propios sentimientos y problemas, demostradle que sus intereses son importantes, que amáis su compañerismo y valoráis su testimonio. Es difícil para una mujer mantener la espiritualidad en el hogar, si el esposo no aprecia y respeta su rectitud personal.

Cuando ayudo a mis hijos a que vean la totalidad de su vida desde una perspectiva espiritual, encuentre más oportunidades para proveerles la nutrición espiritual necesaria; al mismo tiempo, veo que estoy siendo nutrido por ellos.

Me llena de ánimo el leer la experiencia de Enós, en la que se deja entrever que los esfuerzos de su padre por proveerle fortalecimiento espiritual, no arrojó mayores resultados inmediatamente (Enós 3). A menudo podrá parecer que nuestros esfuerzos son vanos, que son ignorados, o a lo más, satisfechos a regañadientes. Sin embargo, las experiencias como las que tuve de muchacho, observando a la cabra negra llamada Judas, me comprueban que el resultado final hace que la inversión valga la pena, aun cuando lleve algún tiempo recoger los intereses.

Neil J. Flinder trabaja para el Departamento de Seminarios e Institutos.

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