Octubre de 1980
Encaminemos nuestra vida
por Arlene B. Darger
Primera Consejera en la Presidencia de las Mujeres Jóvenes
De algún lugar del pasado vuelven a mi memoria ciertas sensaciones experimentadas en algunos juegos del parque de diversiones. Hay uno en el que se da un paso adelante para luego verse empujada y obligada a dar dos hacia atrás; el barril, que da vueltas y vueltas mientras la gente trata de mantenerse de pie, caminando en sentido contrario y cuidando de no caerse; hay otro que es como un plato que gira donde todos tratan de evitar que los despida hacia afuera, por eso gatean intentando alcanzar el centro que es el sitio seguro; el lugar de los espejos, donde las imágenes se ven tan deformadas que difícilmente uno se reconoce en ellos; y finalmente, el túnel, tan oscuro que es fácil equivocar el camino y perderse.
Esto me hace pensar que esos juegos simbolizan algunos de los problemas que vosotras como jóvenes, y nosotras como líderes tenemos que enfrentar en nuestro mundo, mientras tratamos de escoger entre las muchas voces que nos acosan y quieren confundirnos y lograr nuestro apoyo en cosas que quizás no entendamos y que tal vez no sean lo mejor para nosotras.
Vosotras, jóvenes, sois muy importantes; sois espíritus elegidos especialmente por nuestro Padre Celestial. Esta es una época importante en vuestra vida porque las decisiones que tomáis diariamente afectan en forma directa vuestro futuro. Esta es la preocupación de las líderes de las Mujeres Jóvenes, que desean ayudaros a cumplir con vuestro potencial divino de Santos de los Últimos Días, de creadoras de vida y guardianas del reino; ayudaros a encauzar vuestra vida y a prepararos para lograr importantes cometidos.
Algunas de las mejores mujeres de la Iglesia, ejemplares e inspiradas, han sido llamadas para ser vuestras líderes, para que sean ejemplos con los cuales podáis identificaros y obrar. Su responsabilidad es fortalecer la importancia e influencia que tiene vuestra familia en vuestra vida y ayudaros a desarrollar vuestro entendimiento, talentos, habilidades y crecimiento en los aspectos de preparación personal y aprendizaje del evangelio.
Quiero referirme a cinco puntos que son importantes en la vida de una joven.
El primero y principal para vosotras es trabajar para lograr un firme conocimiento del amor y el interés que Cristo tiene por vosotras. Vuestro amor por el Salvador será para vosotras como un radar dirigido hacia un avión, que os ayudará a mantener una visión clara del lugar al qué os dirigís para evitar errores irreparables.
El segundo punto es la dignidad personal. Si os consideráis personas de mérito y sabéis quiénes sois, dónde se encuentra vuestro origen y cómo encajáis en vuestro grupo familiar, estaréis capacitadas para resistir las presiones del mundo.
El tercer punto es el conocimiento. Aprender a mantener buenas relaciones con los demás: familia cercana, parientes, amigos, vuestro obispo y maestros.
El cuarto punto es la cooperación y preparación para el diario vivir. Algún día todas prepararemos un hogar, ya sea el rincón de una habitación o toda una casa, de manera que necesitamos aprender todo lo que se relaciona con la ciencia del hogar y el arte de prepararse en la vida,
Y el último punto es llevar registros personales para que nuestros descendientes puedan conocemos y nosotras podamos tener su reconocimiento por nuestros goces, fatigas y logros. Esto también nos ayuda a definir nuestras metas, hacer un repaso de nuestra vida y aumentar nuestra dignidad.
La mejor forma de beneficiarnos con el testimonio y conocimiento que ganemos, es utilizarlos para ayudar a otros en sus vidas. En el mundo hay muchos problemas que sólo pueden resolverse si las personas tienen el deseo de extenderse fuera de su propio círculo de intereses para ayudar a los demás. El evangelio nos da a conocer principios correctos, y nosotras, Mujeres Jóvenes y líderes, tenemos la responsabilidad de incorporarlos a nuestra vida para poder ver y sentir el evangelio en acción. El élder Neal A. Maxwell llama a esto el “laboratorio de aprendizaje del evangelio”, en donde la vida y las lecciones se juntan dejando un mensaje de enseñanza, lo cual aumenta la fe y desarrolla actitudes de preocupación por los demás. Experimentamos mediante la aplicación de la palabra (o sea, el evangelio), y seguimos aprendiendo que el evangelio es verdadero, porque hemos sido testigos de su poder. Nos estamos preparando no sólo para vivir, sino para hacer nuestra contribución al mundo.
El mensaje del evangelio es dar, y esto es lo que impulsa el programa de actividades de las Mujeres Jóvenes: aprender el gozó de dar de nosotras mismas en forma que tenga significado y haga una diferencia en la vida de las personas y en la sociedad en la que vivimos. Ninguna de nosotras puede vivir encerrada en sí misma. Particularmente como mujeres tenemos mucho para dar; es parte de nuestra inigualable dote de femineidad, y al dar nuestro tiempo, nuestras habilidades especiales, nuestro aliento, lealtad, comprensión, tolerancia y otras virtudes, podemos contribuir en gran manera a la vida de alguien y a la felicidad del mundo. Los pequeños impulsos que nos empujan a dar son tan importantes como los grandes, porque nos ayudan a hacer de esa virtud un hábito. Sería maravilloso que cada joven dé la Iglesia se hiciera responsable de otra joven de la clase y alcanzara, con esta sola actitud, el propósito de dar y compartir.
Como sabéis, hermanas, hay un amplio principio bajo el cual se basan estas cosas, y este es el principio de la inversión y la restitución: Nos enriquecemos nosotras mismas cuando damos de nosotras mismas. Esto es como el pan que se echa a las aguas (véase Ec. 11:1). El presidente Kimball dijo que “el Señor nos conoce y vela sobre nosotros, aunque generalmente satisface nuestras necesidades por medio de otras personas. Por lo tanto, es importante que nos ayudemos mutuamente en el reino” (Ensign, dic. de 1974, pág. 5). Las mujeres jóvenes de la Iglesia necesitan dirección, y apoyarse y fortalecerse mutuamente. En Doctrinas y Convenios leemos:
“. . .socorre a los débiles: sostén las manos caídas y fortalece las rodillas desfallecidas.” (D. y C. 81:5.)
En los jardines de una ciudad española hay un cartel que dice: “Estos jardines son para todos, y están para que todos los cuiden”. Nosotros podemos decir: “Este mundo es para todos, y está para que todos lo cuiden”.
Que podamos seguir adelante, caminando erguidas contra la corriente; y mientras aprendemos a dar, ayudarnos mutuamente a encontrar el camino a través de los túneles oscuros. Esta es mi oración en el nombre de Jesucristo. Amén.
























