La responsabilidad que tenemos hacia nosotras mismas

Octubre de 1980
La responsabilidad que tenemos hacia nosotras mismas
por la hermana Camilla E. Kimball

Camilla KimballEs una ocasión maravillosa el tener a todas estas hermosas jóvenes, muchas de ellas junto con sus líderes, reunidas para celebrar este año tan especial en la historia de la Iglesia. Todas nosotras nos hemos dedicado a escuchar el mensaje del evangelio y conducir nuestra vida de acuerdo con sus principios. No conozco ninguna forma mejor de representar un cuadro de la vida en unas pocas líneas que el canto de la Primaria que todos conocemos y amamos tanto:

Soy un hijo de Dios, por El enviado aquí;
Me ha dado un hogar y padres caros para mí.

(Canta conmigo, B-76.)

Este mismo mensaje está en nuestro corazón hoy. Somos miembros bautizados de la Iglesia de Jesucristo; se nos ha dado el don del Espíritu Santo para guiarnos en la peligrosa jornada que debemos recorrer; Cristo nos ha dado el ejemplo y nos ha dejado ciertas direcciones que, si las seguimos, nos conducirán sanos y salvos de regreso a su presencia. Él no nos ha prometido que el camino será fácil; en realidad, nos ha dicho que habrá momentos muy difíciles, pero que los problemas nos ayudarán a aumentar nuestra fortaleza; también nos ha prometido que está dispuesto a ayudarnos y a guiarnos por todo el camino si tan sólo lo buscamos en ferviente oración constantemente.

Espero que cada una de vosotras haya tomado el hábito de hacer que su primer saludo de la mañana sea para nuestro Padre Celestial, con el ruego de que Él os guíe y dirija durante ese día, que os ayude a resistir la tentación y a tomar decisiones sabias en cuanto al uso de vuestro tiempo y a la elección de vuestros compañeros. Que vuestra oración de la noche sea de acción de gracias por el buen día que habéis tenido.

Las Escrituras nos dicen que “la maldad nunca fue felicidad” (Alma 41:10), y que el hombre existe para que tenga gozo (véase 2 Nefi 2:25). Cristo dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). Y cuando el fariseo le preguntó: “¿Cuál es el gran mandamiento en la ley?”, él respondió:

“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.

Este es el primero y grande mandamiento.

Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.” (Mat. 22:36-40.)

Todos aquellos que analizan nuestra necesidad de amor pueden asegurar la realidad de su importancia en nuestra vida. El amor tiene doble propósito: Damos generosamente a otros y a cambio recibimos amor. Recordad siempre esta gran verdad; haced que haya amor y armonía en vuestra familia, entre vuestros amigos, en todas partes; y aun se nos ha dicho que debemos amar a nuestros enemigos, lo cual es quizás la más grande de todas las pruebas.

El tratar de mostrar un semblante alegre, con una sonrisa amistosa para todos, nos ayuda a hacer irradiar ese sentimiento de amor. Cultivad una actitud optimista; también es importante que desarrolléis reconocimiento y estima por vosotras mismas. El tener en cuenta que somos hijos de Dios nos ayudara a comprender que, con tal real ascendencia, es sumamente importante que tratemos de ser personas optimistas, felices y dignas. El mundo está lleno de seres infelices y solitarios.

Deberíamos tomar la resolución de llevar a cabo un bondadoso acto de servicio cada día; es realmente fácil expresar la estima y el amor a aquellos que nos rodean. Hagamos de ello un hábito.

Permitidme repetir: Nuestra mayor responsabilidad es hacia nosotras mismas. Debemos aprender a ser autosuficientes e independientes. Debemos dar prioridad a la atención de nuestras necesidades físicas; debemos tener como nuestra meta el autocontrol; debemos desarrollar la espiritualidad leyendo las Escrituras y tomando parte en proyectos de la Iglesia; debemos perseguir la educación constantemente, desde la infancia hasta la ancianidad, puesto que deseamos obedecer las Escrituras, que nos dicen que no podemos ser salvos en la ignorancia. Continuamente debemos recordarnos que, después de todo, somos responsables por lo que hagamos de nuestra vida. Tenemos el libre albedrío que trae consigo las abrumadoras consecuencias de las decisiones que tomemos. Calculad cuidadosamente vuestras decisiones y recordad que todos somos importantes para nuestro Padre Celestial.

Algunas de vosotras, jóvenes, os estáis aproximando a la época en que tendréis que tomar la decisión más importante de vuestra vida; tratad de que todas vuestras relaciones sean sabias y bien seleccionadas; recordad que la castidad es vuestro más preciado tesoro, y protegedlo aun con vuestra vida. En este período en que estáis conociendo jóvenes del sexo opuesto, la selección de vuestros amigos es sumamente importante. Esta es una época de mucha tensión emocional; fortaleceos y recordad que la ley de castidad que Dios nos ha dado permanecerá constantemente en efecto, no obstante lo que otras personas puedan deciros.

La escritura que voy a citaros tiene gran significado para mí, y espero que la hagáis parte de vuestra vida:

“Por tanto, debéis seguir adelante con firmeza en Cristo, teniendo una esperanza resplandeciente, y amor hacia Dios y hacia todos los hombres. Por tanto, si marcháis adelante, deleitándoos en la palabra de Cristo y perseverando hasta el fin, he aquí, así dice el Padre: Tendréis la vida eterna.” (2 Nefi 31:20.)

Antes de concluir deseo daros mi testimonio de la veracidad del Evangelio de Jesucristo y testificar que sé que ésta es la mayor ayuda que podamos encontrar para resolver los problemas que enfrentamos día a día. Sé que Cristo es nuestro Salvador, que Él vive, que nos ha indicado el camino hacia la paz y la seguridad; y ruego que nuestro Padre Celestial pueda ayudar a cada una de nosotras a mantener este conocimiento en nuestro corazón y conducir nuestra vida de acuerdo con las enseñanzas del Señor, que podamos brindar amor y comprensión a todos aquellos que encontremos en nuestro camino, y que cada una de nosotras pueda llegar sana y salva al destino que tanto deseamos: la vida eterna. En el nombre de Jesucristo. Amén.

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