Diciembre de 1980
Vuestro corazón os responderá
por el élder Jack H. Goaslind, Jr.
del Primer Quorum de los Setenta
Al retroceder unos años y recordar las decisiones difíciles a las que tuve que enfrentarme, hay una que sobresale entre todas: ¿Debo ir a una misión? El mayor deseo de mis padres era que así lo hiciera; el obispo me lo aconsejaba; algunos de mis amigos habían salido a una misión, pero otros me decían que iba a cometer un error si lo hacía: «Piensa en toda la diversión que te vas a perder». «¿Y tú educación?», «¿Qué pasará con tu novia?» Me parecía que dos años eran mucho tiempo y yo no estaba dispuesto a darlos. ¿Qué debía hacer?
Si os habéis encontrado ante tal dilema, os suplico que escuchéis a vuestro corazón, porque es por medio de él que el Señor se comunica con nosotros: «…he aquí, te lo manifestaré en tu mente y corazón. . .» (D. y C. 8:2). No escuchéis lo que os dicen los que tratan de influir en vosotros para apartaros del camino del Señor.
El presidente Kimball dijo: «Todo nombre joven ha de cumplir una misión» («Id por todo el mundo». Liahona, noviembre de 1974. pág. 4). También nos da la sugerencia de que todo joven debe crecer desde pequeño con el deseo de servir como misionero fuertemente arraigado en su corazón. Por supuesto, si esto se hace, la decisión se habrá tomado mucho tiempo antes de cumplir los 19 años y, por lo tanto, no será tan difícil. Os soy mi testimonio de que el presidente Kimball es un Profeta y nos dice lo que el Señor quiere que sepamos. Escuchad cuidadosamente y vuestro corazón os indicará lo que debéis hacer.
¿Por qué debéis servir una misión? Se me ocurren muchos pensamientos al reflexionar con respecto a la respuesta a esta profunda pregunta. Es posible que ésta sea muy sencilla: El Señor dice que debéis hacerlo; el Profeta ha hecho hincapié repetidamente en cuanto a ello; vuestra familia, los líderes de la Iglesia y otros más os animan para que sirváis; pero, por supuesto, ellos no son vosotros. Recuerdo muy bien lo bien que me sentí cuando por fin dije que sí después de recibir la confirmación del Señor de que mi decisión era la correcta. Así era y yo lo sabía. Tan siquiera una vez en mí vida había pensado más en los demás que en mí mismo, y eso produjo un sentimiento que he anhelado cada día de mi vida desde ese entonces. Es gratificador dar de sí para que otros puedan ser bendecidos. Esta fue una de las razones porque nuestro Salvador dejó la siguiente declaración:
«Y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí.
El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará.» (Mateo 10:38-39.)
No se nos pide que carguemos con la cruz del Salvador, pero sí que llevemos el amor que El dio a todos los hijos de nuestro Padre. Si Él no hubiera llevado su cruz para obedecer la voluntad del Padre, el gran plan de redención para toda la humanidad hubiera fracasado. Pero como cumplió con su divina misión, podemos recibir el perdón completo a nuestros pecados si nos arrepentimos sinceramente; obtendremos la inmortalidad por medio de la resurrección universal; y finalmente, si guardamos los mandamientos y perseveramos hasta el fin, podremos recibir una gloriosa herencia en el mundo celestial con nuestro Padre y su Hijo, la cual es «el máximo de todos los dones de Dios», el de la vida eterna. Cuando tomemos nuestra cruz como misioneros, tendremos la responsabilidad de enseñar a los hijos de nuestro Padre la forma de obtener todas estas maravillosas bendiciones.
Mi experiencia misional a la edad de 19 años no solamente me dio la oportunidad de servir a mis semejantes, sino que le dio a mi vida un balance que no hubiera logrado de otra manera. Me dio confianza en mí mismo y en el Señor, pues llegué a comprender que mis oraciones eran escuchadas y contestadas por El. Adquirí un testimonio más fuerte del evangelio por medio del poder del sacerdocio que experimenté personalmente, y de la influencia directa que recibí del Espíritu Santo al testificar a nuestros investigadores sobre aquellas cosas que mis compañeros y yo compartíamos con ellos. Comprendí mejor que nunca el significado de la palabra caridad así como lo expresó Mormón: «. . .la caridad es el amor puro de Cristo» (Moroni 7:47). Ese amor penetró profundamente en mi alma, por lo que me fue muy fácil expresar los sentimientos tan intensos que llevaba dentro de mí.
Llegué a sentir verdadero respeto y amor por mis padres, y aumentó mucho mi confianza en ellos; esos sentimientos ya existían en mí, pero nunca como los experimenté en la misión y después de ella. Amaba a mis semejantes, y el deseo que tenía con todo mi corazón, alma, mente y fuerza era enseñarles el Evangelio de Jesucristo. Como veis, comprendí como nunca el verdadero significado y la influencia del evangelio en mi vida. Hice amistad con algunas de las mejores personas del mundo: el presidente de la misión, mis compañeros, y las maravillosas familias a las que enseñamos y bautizamos; mejoré en mis estudios, no solamente en el campo misional, sino después, cuando estaba ya de regreso en casa. Bajo la influencia del Espíritu Santo recibí la inspiración en algunas cosas que me ayudaron en la enseñanza; y sobre todo, a través del dulce y apaciguador Espíritu del Señor recibí la confirmación en respuesta a mis estudios, trabajo y oraciones, de que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
Es posible que muchos tengan la idea de que estas cosas también pueden lograrse sin cumplir una misión, pero yo os pregunto: ¿Es esto lo que el Señor quiere de nosotros? Me parece muy claro lo que el presidente Kimball enfatizó: «Todo hombre joven ha de cumplir una misión» Escuchad a vuestro corazón y hallad la felicidad que se obtiene al servir a nuestros semejantes.
«Recordad que el valor de las almas es grande en la vista de Dios;
¡Y cuán grande es su gozo por el alma que se arrepiente!
Así que, sois llamados a proclamar el arrepentimiento a este pueblo.
Y si fuere que trabajareis todos vuestros días… y me trajereis, aun cuando fuere una sola alma, ¡cuán grande no será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!
Y ahora, si vuestro gozo será grande con un alma que me hayáis traído al reino de mi Padre, ¡cuán grande será vuestro gozo si me trajereis muchas almas!» (D. y C. 18:10, 13-16.)
Para muchos es un poco difícil tomar la decisión de cumplir una misión, pero a todos doy mi testimonio de que es lo correcto. Es lo que el Señor nos pide que hagamos; es un mandamiento que lleva consigo una promesa y grandes bendiciones. En verdad, el supuesto sacrificio se desvanece en la insignificancia comparado con las maravillosas bendiciones que se obtienen del servicio misional. Esta decisión, cuando se toma bajo la dirección del Señor, ayudará a hacer más fáciles las decisiones futuras tales como el matrimonio, una profesión y las oportunidades de trabajo, y hará que exista menos probabilidad de fracasar. Sabréis como nunca antes que «sobre la roca de nuestro Redentor, que es Cristo, el Hijo de Dios, debéis establecer vuestra fundación, para que cuando el demonio suelte sus impetuosos vientos, sí, y lance sus dardos en el torbellino, sí, cuando todo su granizo y furiosa tormenta os azote, no tenga poder para arrastraros al abismo de miseria y angustia sin fin, a causa de la roca sobre la cual estáis edificados, porque es una fundación segura, una fundación que el hombre que en ella edificare no caerá» (Helamán 5:12).
























