Marzo de 1981
El cumplimiento de una bendición
por el hermano Hans-Wilhelm Kelling
Hace algunos años, cuando servía como presidente de la Misión de Alemania-Munich, tuve una experiencia que fortaleció mi fe. Me hallaba reunido, como lo hacía regularmente, con mis dos ayudantes: el élder Bryce Betteridge y el élder Gregory Smith, y para recalcar cierto punto que estábamos tratando, mencioné a mis ayudantes una experiencia que había tenido alrededor de veintiún años atrás cuando era misionero en la ciudad de Trenton. Nueva Jersey. Al oírme nombrar esa ciudad, el élder Smith pareció muy sorprendido y dijo que ése era precisamente el lugar donde había nacido. Seguidamente me preguntó en qué año estuve allí como misionero. Cuando le conteste que fue en 1954, su curiosidad aumentó porque ése era el mismo año en que él había nacido. Luego le pregunté en cuanto a sus familiares y me di cuenta de que yo había tenido un papel muy importante en la vida de ese joven. Rápidamente volvieron a mi memoria los recuerdos de ese entonces.
Cuando mi compañero y yo fuimos llamados para organizar una rama en Trenton, no había muchos miembros allí. A pesar de todo, el Señor nos bendijo, ya que la rama empezó a crecer a medida que íbamos enseñando el evangelio y bautizando a varias familias.
Un día, la hermana Smith, un miembro de la rama cuyo esposo no estaba activo en ese entonces, nos pidió a mi compañero y a mí que le diéramos una bendición. Ella estaba embarazada y los doctores temían que hubiera complicaciones con el desarrollo y nacimiento del niño. Con gran fe en el Señor y en su sacerdocio, la hermana pidió ayuda, siguiendo así el consejo del Señor tal como se halla en las Escrituras.
Escribí este acontecimiento en mi diario de la misión, y aún ahora recuerdo el sentimiento de tranquilidad que embargó mi alma al sellar la unción. Bajo la influencia del Espíritu Santo le prometí a la hermana Smith que su embarazo no tendría complicaciones, que el niño nacería saludable y fuerte, y que serviría al Señor.
Poco tiempo después recibí mi traslado a otro lugar, pero nunca olvidaré un encuentro que tuve con la hermana Smith unos meses después durante una conferencia de distrito. Me mostró un hermoso y saludable varoncito que colocó en mis brazos; aún recuerdo la gratitud, el humilde orgullo y el cálido poder del sacerdocio que embargó mi alma. En mi diario personal escribí todo aquello, aunque no sabía por qué me sentía así; aun sin ser padre, fue algo especial que sentí por ese pequeño en aquel día.
Cuando terminé la misión, perdí todo contacto con la familia Smith y su hijo. Sin embargo, mientras estaba sentado en la casa de la misión en Alemania, frente al élder Smith y al élder Betteridge, volvieron a mi mente esos dulces y hermosos sucesos. ¿Sería que aquel muchachito que tuve en mis brazos hace veintiún años era este mismo joven? Le pregunté al élder Smith si en alguna ocasión su madre le había relatado algo especial concerniente a su nacimiento, y él me dijo que sí; pero de todas maneras le pedí que escribiera a su madre para que ella relatara lo sucedido con toaos los detalles. Dos semanas después su madre contestó diciendo que un élder Kelling, un misionero proveniente de Alemania, le había dado una bendición que había tenido como resultado el nacimiento normal de su hijo.
No hay palabras para describir lo que sentí. El Señor estaba devolviendo a un humilde siervo una bendición que éste había dado años atrás.
«Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás.» (Ec. 11:1.)
Allí, sirviendo en la viña del Señor al mismo tiempo que yo, ayudándome en mi sagrado llamamiento, se hallaba aquel joven a quien yo había ayudado hacía veintiún años. Por medio del poder del sacerdocio del Señor, se le había otorgado al élder Smith la vida, salud, energía y una gran fe, las cuales estaba utilizando para servir al Señor.
Siento gozo, admiración y gratitud por la forma en que el Señor prepara sus vías. No sabía que el élder Smith había nacido en Trenton cuando le pedí que fuera mi ayudante. Tenía bajo mi responsabilidad a 200 misioneros, e ignoraba dónde había nacido cada uno. Sé que el élder Smith fue llamado por inspiración para ser mi ayudante; no fue una casualidad que él fuera enviado a la Misión de Álemania-Munich, ni era una casualidad que yo mencionara la ciudad de Trenton, en Nueva Jersey, y que el élder Smith respondiera.
¿Cuáles fueron los resultados de estas cosas? El testimonio del élder Smith en cuanto al evangelio y a su llamamiento se había fortalecido. Mi propio testimonio del poder del sacerdocio estaba confirmado. Sentí profundamente que nuestro Padre Celestial había sido bondadoso con nosotros, que le había dado a un siervo suyo el poderoso valor y seguridad para ayudarle a llevar a cabo una de las asignaciones que lo pusieron a prueba.
























