Marzo de 1983
Honra a tu padre y a tu madre
Por el élder Hugh W. Pinnock
Del Primer Quórum de los Setenta
Recuerdo que cuando tenía diecisiete años de edad, mi padre, con razón, comenzó a criticarme cuando hacía algo mal. Esto llegó a molestarme, y un día .me volví a él y le dije:
—Papá, deja de criticarme; ésta es la primera vez en mi vida que soy adolescente.
Mi padre, de una manera enternecedora me contestó:
—Hugh, también es la primera vez en mi vida que soy padre.
Con esto, quizás sin darse cuenta me enseñó una gran lección. Como jovencito, tenía responsabilidades hacia mis padres y tenía que ser paciente con ellos, en la misma forma que yo esperaba que ellos lo fueran conmigo y me comprendieran.
Durante todo su ministerio, Jesucristo se refirió a la relación que Él tenía con su Padre Celestial; El enseñó a sus discípulos:
“Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.” (Juan 6:38.)
Con frecuencia, Jesús recordaba este mandamiento a aquellos con quienes se vinculaba:
“Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da.” (Éxodo 20:12.)
Este mandamiento es casi tan antiguo como la religión misma. El no solamente se lo había dado al antiguo Israel, sino que lo repitió al hombre que le preguntó: “¿Qué bien haré para tener la vida eterna?” (Mateo 19:16.) Entre los mandamientos que el Salvador le reiteró se encontraba éste:
“Honra a tu padre y a tu madre; y, Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (Mateo 19:19.)
Estos son mandamientos afines, y con mucha razón.
El Salvador nos enseñó a honrar y a respetar a nuestros padres terrenales, sabiendo que lo que llegamos a ser depende grandemente de lo que recibamos de ellos. Y también, a todos, incluyendo a los padres, nos exhortó a volvernos como niños (véase Mateo 18:3), “porque de los tales es el reino de los cielos” (Mateo 19:14). Pienso que El espera que los padres realcen la absoluta pureza e inocencia, la total ausencia de picardía o engaño, y otras virtudes como las de Cristo, que todo niño posee cuando nace en esta vida mortal.
Muchas de las actitudes de una persona provienen directamente de sus padres. Cuando un padre enseña los privilegios y las ventajas de cumplir las normas del Evangelio de Jesucristo, y lo hace de una manera amorosa, sus hijos usualmente responden aceptando dichas enseñanzas y aplicándolas en su vida.
El padre de un joven amigo mío era obispo, y a menudo le oía decir que deseaba que su padre no ocupara tal posición para que pudiera sentarse con la familia en las reuniones sacramentales y pudiera estar más tiempo en la casa con todos ellos. Pero al pasar algunos años, mi amigo cambió de opinión, y empezó a honrarlo precisamente por haber servido bien como obispo y porque la familia había aprendido mucho y compartido con él ricas experiencias espirituales de las cuales no habrían participado si su padre hubiera dedicado más tiempo a la familia que a su llamamiento. Honraba los llamamientos de su padre igual como veneraba la memoria de aquel hombre extraordinario.
A veces los padres cometen errores que hacen que los hijos, no importa la edad que tengan, se pregunten: “¿Cómo puedo honrarlos si ellos no actúan bien?” La respuesta, por supuesto, la recibimos de las palabras del Salvador cuando habló de perdonar: “No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete” (Mateo 18:22).
Si esperamos que nuestros padres y otras personas nos perdonen cuando obramos mal, así nosotros también tenemos la responsabilidad de perdonar sus errores. Por ejemplo, un amigo mío adolescente tuvo una cruda discusión con su padre; éste, muy disgustado, salió de la habitación, y mientras subía las escaleras sufrió un ataque al corazón y murió repentinamente. Mi buen amigo ha comentado muchas veces cuánto desearía ahora haber honrado a su padre y no haber pronunciado jamás aquellas palabras tan hirientes.
Cuando iba a la escuela y después en la Universidad de Utah, en Salt Lake City, tuve oportunidad de conocer a varios de los hijos del presidente Ezra Taft Benson. Hablando con cualquiera de ellos siempre me impresionaba el profundo respeto que sentían por sus padres. En una ocasión una de las hijas me dijo: “Es muy fácil para mí respetar a mis padres porque ellos sienten un profundo respeto por nosotros.”
Hace varios meses, iba caminando con uno de los mejores atletas que conozco y que acababa de hacer una jugada extraordinaria en un partido de fútbol; le pregunté qué le motivaba para sobresalir de esa manera, y él me contestó: “¿No se fijó que mis padres estaban observándome?” Al hacer un esfuerzo en el campo de fútbol, el joven estaba honrando a sus padres.
Hace poco, mientras hablaba con un grupo de padres, una madre me dijo que ella no se preocupaba cuando sus hijos no llegaban temprano a la casa. Le pregunté por qué y me contestó: “Los chicos siempre nos avisan cuando van a llegar tarde y siempre sé dónde están y qué están haciendo.” De esta manera, esos hijos estaban honrando a su madre.
Recuerdo a una joven que se enfrentó a la disyuntiva de tomar una decisión difícil. Era muy receptiva a los consejos de sus padres, de modo que les pidió su opinión en el asunto. Después de oír con atención tomó correctamente la decisión que afectaría el resto de su vida. De esta manera, honró a sus padres.
Honrar es una simple palabra, y significa respetar en forma especial y rendir tributo; significa responder positivamente a la paciente y considerada enseñanza que se nos ha dado. Todas las familias serían mucho más felices si los hijos honráramos a nuestros padres. Casi todos los jóvenes de la Iglesia podrían repetir con propiedad la siguiente declaración del presidente Abraham Lincoln (1809-1865, decimosexto Presidente de los Estados Unidos):
“Todo lo que soy o lo que espero ser se lo debo a mi angelical madre.”
Mucho de lo que sois o de lo que esperáis ser lo debéis a los hechos y palabras de aliento de vuestros padres o de aquellos que actúan como tales.
Que todos los días podáis honrar a vuestros padres agradeciéndoles todo lo bueno que han hecho por vosotros.
























