Los patos son diferentes

Junio de 1984
Los patos son diferentes
La tolerancia es el comienzo del amor cristiano.
Por Ann N. Madsen

Uno de mis primeros recuerdos está relacionado con mi padre, quien tenía el don de ser pacificador, al arreglar las disputas familiares con un dicho samoano que había aprendido años antes durante su misión en las Islas del Pacífico: “E eseese pato”, decía, cuya traducción literal es “Los patos son diferentes”, o en otras palabras, “Cada uno de nosotros es único; sé tolerante con los demás.

Las personas son diferentes, lo cual no es necesariamente malo”.

Creo que esta frecuente experiencia con mi padre me sirvió de base para comprender en cuanto a las diferencias en las personas,

El presidente Gordon B. Hinckley, Segundo Consejero en la Primera Presidencia, recientemente comentó con respecto a un problema que se relaciona con el principio que mi padre me enseñó. Dijo lo siguiente: “Vivimos en una sociedad que se alimenta de la crítica. El encontrar faltas en los demás es la sustancia de los periodistas y comentaristas de la televisión, aunque no se limita a ellos, ya que este comportamiento es muy común entre nuestros miembros. Es muy fácil encontrar faltas en los demás y la resistencia a ese vicio requiere mucha disciplina… El enemigo de la verdad desea dividirnos y cultivar en nosotros actitudes de crítica las que, si se les permite prevalecer, nos apartarán del camino que conduce a las metas más elevadas. No podemos permitir que eso acontezca” (Liahona, julio de 1982, pág. 95).

¿Cómo debemos responder en estos tiempos tan difíciles a la crítica y a la hostilidad diaria que existe en el mundo? Y, ¿cómo podemos responder a los conflictos y fracasos cotidianos que se manifiestan en nuestra propia vida?

Me gustaría sugerir que parte de la respuesta a estas preguntas yace en dos frases de nuestros Artículos de Fe. El undécimo Artículo dice: “Nosotros reclamamos el derecho de adorar a Dios Todopoderoso conforme a los dictados de nuestra propia conciencia, y concedemos a todos los hombres el mismo privilegio: adoren cómo, dónde o lo que deseen” (cursiva agregada).

“Concedemos a todos los hombres el mismo privilegio» expresa, por supuesto, la idea de tolerancia religiosa. Me gustaría pensar que éste es un principio del evangelio que puede extenderse para abarcar la tolerancia en todas sus formas, lo cual era lo que mi padre deseaba que yo comprendiera.

En el décimotercer Artículo de Fe hay otra frase que se relaciona con la primera: “Creemos en. . . hacer bien a todos los hombres” (cursiva agregada).

Creo que el “hacer bien a todos los hombres” expresa una cualidad que va más allá de “conceder a todos los hombres el mismo privilegio”, algo a lo que podríamos llamar compasión, o sea el tipo de amor del Salvador. En mi opinión la tolerancia conduce a la compasión, y no existe un método rápido de desarrollar ese amor de Cristo pasando por alto la tolerancia.

Lo opuesto a la tolerancia es, por supuesto, la intolerancia o el pensar que somos mejores que los demás. Y, ¿por qué a veces criticamos y somos intolerantes con aquellos que nos rodean?

Creo que esto se debe a las diferencias a las cuales mi padre se refería.

Nos separamos de los demás por motivo de las diferencias que vemos. Nos sentimos cómodos con aquellos que se visten como nosotros, que piensan como nosotros y actúan como nosotros; y nos sentimos incómodos en la presencia de los que son diferentes.

Algunas diferencias, tales como la edad o rasgos físicos, no son importantes y nunca deberían ser motivo de división. Asimismo, la mayoría de las diferencias culturales caben en esta categoría. Pertenecemos a una iglesia mundial que representa a muchas culturas diferentes. No nos podemos dar el lujo de aislarnos con nuestras costumbres y hábitos locales.

La tolerancia por lo general desarrolla la cualidad del amor. La mayoría de nuestros 30.000 misioneros que sirven por el mundo testifican de ello, así como lo harían los miles de personas que ya han regresado de sus misiones. ¡Qué programa tan inspirado, el enviar misioneros por todo el mundo, a enfrentarse personalmente a los diferentes idiomas, vestidos, costumbres y alimentos! Llegan como extraños llevando un precioso mensaje de la verdad restaurada, lo que los motiva a no hacer caso de las diferencias; y a medida que enseñan a estas personas extrañas, que son hijos de nuestro Padre Celestial, nuestros propios hermanos y hermanas de una familia eterna, las diferencias dan paso a una relación familiar.

Nuestra dedicación al evangelio se convierte en nuestro común denominador. Sabemos quién es nuestro Padre.

Tal conocimiento también nos ayuda en nuestras relaciones en donde existen diferencias que sí importan; diferencias que tienen que ver con los valores morales, los principios, la verdad y la experiencia de nuestra confirmación religiosa a la que llamamos testimonio. La verdad demanda nuestra lealtad; sin embargo, no debe ser una barrera para la tolerancia, la compasión y el amor. El hecho de aceptar y amar a los demás no significa que debemos adoptar sus ideas o condescender. Cuando los demás no piensan de la misma manera que nosotros en estos asuntos esenciales, debemos aprender a distinguir entre lo que es tradición y lo que es pecado. Hay gente buena que puede tener creencias erróneas.

Más aún, el poseer la verdad, el saber los principios de verdad y rectitud, no convierte automáticamente a un miembro de la Iglesia en una persona mejor o más justa que otra. Podría tener ese efecto, pero es el hecho de vivir lo que sabemos y no el conocimiento en sí lo que realmente importa. José Smith nos enseñó: “Todo el mundo religioso se jacta de la rectitud; la doctrina del diablo consiste en entorpecer la mente humana y estorbar nuestro progreso, llenándonos del espíritu de la auto justificación. Cuanto más nos acerquemos a nuestro Padre Celestial, tanto más habrá en nosotros la disposición de sentir misericordia hacia las almas que están pereciendo; sentiremos el deseo de llevarlas sobre nuestros hombros y echar sus pecados sobre nuestras espaldas… Si queréis que Dios os tenga misericordia, sed misericordiosos los unos con los otros.” (Enseñanzas del profeta José Smith, pág. 292.)

El evangelio nos enseña que no debemos condenar a nuestros hermanos y hermanas por sus debilidades y pecados, sino que debemos mostrarles por medio de nuestra manera de vivir que es posible escapar del pecado, mediante el aprendizaje y la práctica de vivir la verdad.

El Comisionado de Educación de la Iglesia, Henry B. Eyring, piensa que somos algo así como escaladores de montañas. Debemos ascender constantemente, pero sin atropellar a los demás, con el fin de encontrar terreno firme. En el momento que hayamos encontrado un lugar para asentar nuestro pie o sostenernos con nuestras manos, debemos marcarlo bien y ayudar a los que nos siguen para que ellos también lo puedan encontrar.

Dirigiéndose a la Sociedad de Socorro el 9 de junio de 1842, José Smith declaró: “Cristo dijo que había venido para llamar a los pecadores al arrepentimiento, a fin de salvarlos. Fue condenado por los judíos mojigatos, porque se asociaba con los pecadores; pero El los aceptaba con la condición de que se arrepintieran de sus pecados. El objeto de esta Sociedad es reformar a las personas, más bien que aceptar a los perversos y animarlos en sus iniquidades; pero si se arrepienten, tenemos la obligación de recibirlos, santificarlos y limpiarlos de toda injusticia mediante la bondad y con nuestra influencia en velar por ellos. . . Nada tiene mayor efecto en una persona para inducirla a abandonar el pecado, que llevarla de la mano y velar por ella con ternura.” (Enseñanzas del profeta José Smith, págs. 291-292; cursiva agregada.)

Recientemente me enteré de un hombre excomulgado que salió de un tribunal eclesiástico muy enojado y sin haberse arrepentido. Muchos de nosotros, si hubiéramos estado en ese tribunal, habríamos dicho: “Bueno, ya tendrá tiempo para reconciliarse”; otros podrían haber dicho: “Creo que es mejor que se haya ido”; sin embargo, uno de los miembros del sumo consejo que estuvo presente en el tribunal pasó tres tardes de cada semana, durante varios años, visitando a este hombre, hasta que un día, arrepentido, triste y con un espíritu renovado, éste regresó a la Iglesia.

¿Cuál debe ser mi actitud hacia una persona excomulgada recientemente o hace muchos años, o hacia la madre soltera, o hacia un miembro joven en edad de salir a la misión, o hacia cualquier joven, que esté luchando con un problema de drogas o con el alcohol? ¿Cómo sería aplicar este pasaje de escritura que se encuentra en Isaías 1:18-19?

“Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestro pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.

“Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra.”

Este es uno de los mensajes más hermosos del evangelio; sin embargo, a menudo es el que mantenemos en secreto de aquellos con quienes no deseamos compartir nuestro amor.

Y, ¿cuál debe ser mi actitud hacia las personas de otras religiones, cualesquiera que fueren? ¿Podríamos aplicar el consejo dado a Lyman Sherman que aparece en Doctrina y Convenios 108:7?

“Por tanto, fortalece a tus hermanos en toda tu conducta, en todas tus oraciones, en todas tus exhortaciones y en todos tus hechos.”

La palabra todo, en sus distintos modos, aparece cuatro veces en este versículo. No deja mucho lugar para excepciones.

Y finalmente, ¿qué hay de aquellos que se definen a sí mismos como nuestros enemigos? Por ejemplo, aquellos que derrochan su vida publicando y promoviendo literatura en contra de la Iglesia. Las Escrituras son claras: debemos orar por ellos (véase Mateo 5:44). Frente a la oposición organizada, ¿devolvemos golpe por golpe, convirtiéndonos en enemigos de los enemigos de la Iglesia, gastando nuestra fuerza luchando, mientras la causa de la verdad anda en busca de líderes y mientras la obra positiva del reino espera? Nuestro deber es el de enseñar a las naciones; y aunque rechacen nuestro mensaje, no debemos permitir que se extinga el amor que les hemos brindado. Nuestra actitud definitiva hacia aquellos que se denominan nuestros enemigos debe ser de amor.

Si podemos aprender paciencia, concediendo a todos los hombres el privilegio de ver la verdad a su debido tiempo, habremos dado un enorme paso hacia la compasión y el amor del Salvador, que no vio a enemigo alguno entre los que le crucificaron. Su ejemplo se aplica en todas las épocas para enseñarnos el tierno sendero que conduce a la tolerancia, la compasión y al amor perfecto. Con cada provocación que podría haber encendido su cólera en contra de sus adversarios, El simplemente dijo: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (Juan 12:32, cursiva agregada), ofreciéndose a sí mismo por nosotros a fin de que tuviéramos la oportunidad de arrepentimos.

¿Podríamos nosotros hacer algo menos por la familia esparcida de nuestro Padre?

Ann N. Madsen, madre de tres hijos e instructora en la Universidad Brigham Young, es escritora del Comité de Cursos de Estudio de la Iglesia.

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1 Response to Los patos son diferentes

  1. Avatar de luis luis dice:

    me encanto el tema pero donde muestran las autoridades generales ese principio cuando hay miembros que fueron excomulgados y no se les a consedido el pribilegio del perdon sera que deberian declararse en banca rota para ser perdonado de todas su deudas a, se de muchos hermanos que estan pasando por este periodo y aun asi siguen viniendo a nuestras iglesia algunos otros se han alejado de ella al ver la indefencia de aquellos que una vez los abrazaron y al sentirse perfectos ante la falta cometida por el hermano, la espalda le han volteado.
    se maneja la actidud que sera perdonado mediante la retitucion de lo tomado ; pero acaso Jesus pidio a Maria Magdalena que fuera de casa en casa para pedir perdon a las esposas ofendidas por haber fornicado con sus esposos. nooooo el solo la perdono y le dijo no peques mas

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