Y aplicamos las escrituras a nuestro matrimonio

Junio de 1984
Y aplicamos las escrituras a nuestro matrimonio
por Spencer J. Condie

Spencer J. CondieBill y Susan Johnson siempre han sido fieles Santos de los Últimos Días; tras nueve años de matrimonio, tenían cuatro hijos, un automóvil, una buena casa y un trabajo permanente. En realidad, a este matrimonio le hacía falta una sola cosa: felicidad. Claro que sí tenían sus ratos felices, pero los días tormentosos sobrepasaban en número a los de alegría y solaz. Por eso, al fin decidieron concertar una hora con el obispo para hablar con él.

Una vez que hubieron tratado una amplia variedad de problemas, el obispo explicó a Bill y a Susan que todos tenemos la tendencia a vivir de acuerdo con las pautas de comportamiento que hemos aprendido de nuestros padres y de otras personas que hemos conocido y que han sido importantes para nosotros. Esas pautas de comportamiento junto con los hábitos que hemos adquirido pueden constituir el factor principal de los malos entendimientos en el matrimonio. El obispo añadió:

—Pero no importa a qué nivel hayamos llegado en nuestro modo de tratarnos el uno al otro, las Escrituras siempre pueden proporcionarnos las pautas del vivir indispensables para guiar nuestras acciones diarias. Bill, Susan, ¿cuán a menudo leen ustedes juntos las Escrituras?

—Lo hemos intentado unas cuantas veces—contestó Susan—; pero nos resulta difícil programar el estudio de las Escrituras con el trabajo, nuestras demás obligaciones y la televisión.

El obispo Wilson encomendó entonces a Bill y a Susan el cometido de leer las Escrituras todas las semanas con el objeto de buscar en ellas la solución de sus problemas. Bill arguyó suavemente: —Pero, obispo, yo estudié las Escrituras en mi misión, y no recuerdo haber visto muchos versículos que nos digan expresamente cómo resolver nuestros problemas familiares.

Ante las palabras de Bill, el obispo sonrió bondadosamente y le dijo:

—Bill, tal vez las respuestas estaban allí. ¿Ha seguido usted alguna vez el consejo de Nefi de aplicar las Escrituras a nosotros mismos? (Véase 1 Nefi 19:23.) Quisiera proponerles que durante las semanas que vienen aparten quince o veinte minutos diarios para estudiar sistemáticamente las Escrituras. Podrían empezar por leer algunos temas determinados, seguir con un análisis o conversación de lo que lean y, sobre todo, aplicar las Escrituras a sus propias relaciones familiares. También podrían escribir en sus diarios personales los discernimientos que vayan adquiriendo a fin de que puedan consultarlos después.

Bill y Susan aceptaron el cometido del obispo. Antes de empezar, tomaron la resolución de que los consejos que encontraran en las Escrituras—como, por ejemplo, las Bienaventuranzas— habían de guiar sus acciones y sus actitudes para con sus vecinos, sus compañeros de trabajo y sus amigos. Y así fue que no tardaron en comprender que cualquier consejo que se nos da en las Escrituras referente a cómo tratar a nuestros semejantes es, por definición, un consejo inspirado sobre cómo se deben tratar mutuamente los cónyuges. Por ejemplo. . .

  1. Sea tu amor por ellos como por ti mismo. Bill siempre había sido muy aficionado a los deportes y entusiasta deportista; la pesca, el golf, el juego de bolos, la caza, el Ir a ver juegos de pelota al estadio y ver deportes por televisión había sido una de las características de su vida. En la medida que le era posible, Susan también participaba de muchos de los pasatiempos de su marido, pero a medida que iba teniendo los hijos, se le iba tornando cada vez más difícil pasar mucho tiempo con él en dichas actividades; en realidad, éstas se convirtieron en un motivo de constante enojo para ella, dado que le disgustaba el hecho de que por su interés en ellas no le prestara su colaboración para atender a los hijos.

Un día en que Bill leía Doctrina y Convenios, un pasaje le sacudió con la fuerza de un rayo: “. . . sea tu amor por ellos como por ti mismo; y abunde tu amor por todos los hombres y por todos los que aman mi nombre” (D. y C. 112:11). Correlacionó entonces ese versículo con otro más familiar para él: ‘‘El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 10:39); y se sintió avergonzado por la forma en que había procedido anteriormente al recordar la observación del rey Benjamín cuando dijo: “. . . cuando os halláis en el servicio de vuestros semejantes, sólo estáis en el servicio de vuestro Dios” (Mosíah 2:17).

Pocos fueron los pensamientos tristes que tuvo Bill al ir alejándose gradualmente de muchas de las ocupaciones en las cuales solía participar con sus amigos y comenzar a pasar más tiempo en otras actividades con su familia. A menudo sacaba a sus hijos a caminar o los llevaba a dar una vuelta en el coche para dejar así a Susan sola por unas horas para ir de compras o sólo descansar en casa sin el apremio de tener que cuidar de los niños. También resolvió salir con su mujer, los dos solos, todas las semanas, y salir a caminar con ella con frecuencia por las noches una vez que los niños se hubieran acostado. En realidad, tomó la firme determinación de olvidarse de sí mismo para hacer felices a su esposa y a sus hijos. Entonces sucedió algo verdaderamente asombroso: comenzó a disfrutar muchísimo más de la compañía de su familia que de la de sus amigos.

  1. Soportaos, unos a otros. Sería magnífico si todos anduviéramos de buen humor y gozáramos de buena salud los 365 días del año. Sin embargo, la realidad no es así, ya que a veces nos sentimos cansados, contraemos la gripe o nos duele la espalda, y en esas circunstancias anhelamos estar alejados de la gente; no queremos que nadie nos fastidie. Hubo ocasiones en que Bill hizo observaciones burlonas a su mujer por quejarse esta de no sentirse bien durante los embarazos, como cuando él le decía: «Querida, son ideas tuyas, nada más»; tras esas palabras de su marido, Susan se encerraba en su habitación a llorar y no volvía a dirigirle la palabra en dos días.

Más, al presente, muchas cosas como ésas han cambiado para ellos gracias a los nuevos discernimientos del evangelio que han ido almacenando. Ahora, Susan espera su quinto hijo y no se siente bien de salud, y todavía es a veces algo difícil convivir con ella por motivo de su estado; pero en Eclesiastés 7:8 Bill encuentra la guía que le hace falta: “Mejor es el fin del negocio que su principio; mejor es el sufrido de espíritu que el altivo de espíritu.” Ha resuelto mostrar su amor a su esposa en diversas formas, aun cuando las condiciones no sean las más favorables.

El apóstol Pablo lo expuso claramente en su epístola a los colosenses:

“Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia;
“soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.
“Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto.
“Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo…” (Colosenses 3:12-15.)
Además, Pablo nos exhorta diciendo: “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. . .
“Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. . .
“Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten.” (Colosenses 3:2, 19, 21.)

El amor de Cristo por Bill y por Susan es incondicional. Ahora, ellos están procurando cultivar un amor como ése del uno por el otro al comprender que “en todo tiempo ama el amigo” (Proverbios 17:17), y se van convirtiendo, él, en el mejor amigo de ella, y ella, en la mejor amiga de él.

  1. El Señor efectivamente contesta nuestras oraciones. Un día, mientras estudiaban uno de los libros del Libro de Mormón, Bill y Susan comprendieron un concepto que no habían percibido en sus lecturas anteriores. Estudiaban el relato del desobediente hijo de Alma, llamado también Alma, y los rebeldes hijos del rey Mosíah, y de cómo el ángel se les apareció y les dijo:

“He aquí, el Señor ha oído las oraciones de su pueblo, y también las oraciones de su siervo Alma, que es tu padre; porque él ha orado con mucha fe en cuanto a ti, para que seas traído al conocimiento de la verdad; por tanto, con este fin he venido para convencerte del poder y la autoridad de Dios, para que las oraciones de sus siervos sean correspondidas según su fe.” (Mosíah 27:14.)

Tras examinar los acontecimientos maravillosos que acaecieron después de la visita del ángel, Bill y Susan comenzaron ha rememorar a las personas que habían sido una bendición en sus vidas: el primer compañero mayor de Bill en el campo de la misión había sido la respuesta a las oraciones de los padres de éste de que llegara a ser un buen misionero. Susan recordó la influencia que su maestra de la clase de Laureles había ejercido en ella hacía varios años para que se casara en el templo, lo cual había contestado las oraciones de sus padres.

Ese análisis sobre la oración les condujo a una espontánea y delicada conversación referente a algunos de los cambios que se habían efectuado en su trato mutuo y por los cuales cada uno de ellos había orado calladamente. Susan había suplicado en secreta oración que Bill aprendiera a dominar más su carácter y a no hablar de un modo vano y ofensivo ni a ella ni a los niños. Él había estado rogando que ella pudiera ser un poco menos dominante, más organizada y un poco más afectuosa, cariñosa y comprensiva. Ahora que los conductos de comunicación se habían despejado entre ellos, se encontraban en condiciones de resolver algunas de las diferencias que desde largo tiempo habían venido ensombreciendo sus relaciones. Y todo eso fue el producto ‘de un pasaje de las Escrituras que no tenía nada que ver con el matrimonio… o, al menos, así lo habían creído ellos. Al proseguir la lectura en Alma, nuevamente se sintieron sobrecogidos con la exhortación de ese gran profeta de consultar al Señor en oración con respecto a todos los aspectos de sus vidas. (Véase Alma 34:17-27; 37:36-37.)

  1. La mujer casada, el marido y el Señor. Un pasaje de una de las epístolas de Pablo había incomodado a Susan durante varios años; “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor” (Efesios 5:22) Ahora podía tolerar con agrado mencionar el tema a Bill. Con respecto a ello, le preguntó:

— ¿Cómo interpretarías ese pasaje? ¿Cómo podríamos aplicarlo a nuestro matrimonio?

Tras un momento de meditación, él por fin dijo:

—Cuando en la misión nos encarábamos a una pregunta difícil, muchas veces nos era útil leer tanto los versículos precedentes al pasaje como los que le siguen a fin de ubicarlo en el debido contexto. Veamos lo que dicen esos otros versículos.

“Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados.
“Y andad en amor, como también Cristo nos amó. . .
“Someteos unos a otros en el temor de Dios.
“Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor.
“porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador.
“Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo.
“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella. . .
“Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama.
“Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia
“Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido.”’ (Efesios 5:1-2, 21-25, 28-29, 33.)

Una vez que analizaron ese capítulo, Bill y Susan comprendieron que el principio básico que lo rige es el de amarse el uno al otro de la misma forma en que el Salvador nos ama; es decir, que debemos estar dispuestos a servirnos mutuamente y aun a estar preparados para morir los unos por los otros.

Bill dijo a su mujer:

—Susan, Pablo dice que las casadas deben estar sujetas a sus maridos y que el marido es la cabeza de la mujer “así como Cristo es cabeza de la Iglesia”. Quiero pedirte perdón por las muchas veces en que no te he tratado como un marido cristiano debe tratar a su mujer. Tantas veces he pensado sólo en mis propios deseos y en mis propios gustos sin detenerme a pensar siquiera en ti ni en los niños. De veras voy a esforzarme aún más por incorporar las enseñanzas del Salvador a mi modo de ser y de proceder, y procuraré servirte a ti y a los niños en vez de darte órdenes y de tratarte con exigencia.

En seguida, agregó:

—Te confieso que ha habido ocasiones en que me he sentido como un marido dominado por su mujer. Creo que me parecía como que era yo el apremiado a estar sujeto a ti. Sin embargo, desde que empezamos a tratar de aplicar las Escrituras a nuestras vidas, he podido comprobar que ningún marido que con gusto se olvida de sí mismo para dedicarse a servir a su esposa y a sus hijos se puede considerar un marido dominado por su mujer por motivo de que hace precisamente lo que les da a ellos más felicidad, y la felicidad de ellos se convierte en una gran fuente de alegría para él mismo.

  1. El edificar un matrimonio celestial. Las Escrituras mencionan una que otra sociedad en la cual aquellos que las integraban “eran uno en corazón y voluntad, y vivían en justicia; y no había pobres entre ellos” (Moisés 7:18), donde “no había contenciones en la tierra, a causa del amor de Dios que moraba en el corazón del pueblo” (4 Nefi 1:15).

Anteriormente, Bill y Susan pensaban que tenían que esperar a que la Iglesia estableciera una sociedad así; pero el empaparse en el estudio de las Escrituras les dio el aliciente de al menos comenzar la tarea de edificar en el presente una familia que se sintiera a gusto en una ciudad como la de Enoc.

A principios de esta dispensación, el Señor reveló a José Smith que en la obra de la edificación del reino “nadie puede ayudar… a menos que sea humilde y lleno de amor, y tenga fe, esperanza y caridad, y sea moderado en todas las cosas, cualesquiera que le fueren confiadas” (D. y C. 12:8). Siguiendo la amonestación de Nefi de aplicar las Escrituras a sí mismos, los Johnson consideran ese versículo de la manera que sigue: “Y nadie puede tener un matrimonio feliz a menos que él y ella sean humildes y llenos de amor, y tengan fe, esperanza y caridad, y sean moderados en todas las cosas”.

Su almacenamiento de discernimientos del evangelio continúa aumentando. Ahora bien, de la misma forma en que el programa de almacenamiento de alimentos difiere de una familia a otra, es muy probable que el almacenamiento de pasajes de las Escrituras de Bill y de Susan contenga consejos un tanto diferentes de los de cualquier otro matrimonio. Y, lo mismo que con el almacenamiento de alimentos, la bendición de un almacenamiento de pasajes de las Escrituras es que «. . . si estáis preparados, no temeréis» (D. y C. 38:30), dado que: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor» (1 Juan 4:18).

Spencer J. Condie, profesor de sociología en la Universidad Brigham Young, es padre de cinco hijos y. sirve en calidad de presidente de la Estaca Diez de la Universidad Brigham Young.

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