Octubre de 1984
El asiento a vuestro lado
Por el élder Gene R. Cook
Del Primer Quórum de los Setenta
Rindo encomio a una generación real, la mejor generación de jóvenes en cantidad y en calidad que jamás haya vivido sobre la faz de la tierra. Es incalculable la cantidad de bien que estáis haciendo, y antes de finalizar vuestra estancia en este mundo se llegará a sentir vuestra influencia en todos los confines de la tierra.
Quisiera hablaros de dos jóvenes que representan a esta generación real. No conozco a estos individuos por nombre, pues solamente he llegado a saber de una porción de los resultados de su influencia positiva.
Durante el otoño de 1978 había un joven, a quien llamaremos Julio, que se sentía totalmente desilusionado con la vida. Había nacido en la Iglesia, pero por lo general había sido inactivo. Se había casado con una señorita que era miembro de la Iglesia, pero después de unos años de matrimonio, y por motivo de ciertos problemas maritales, se habían separado. Además de este desafío, también sufría de graves problemas de salud. Tenía diabetes, y esta aflicción le había causado una ceguera parcial.
Trabajaba como velador nocturno en una pequeña fábrica de productos químicos. Sus compañeros de trabajo no eran miembros de la Iglesia, y al paso del tiempo le tentaban, diciendo, “Anda, Julio, vamos a tomarnos una cerveza”, “Un cigarro no te va a hacer daño”, o “Tengo unas amiguitas muy bonitas y podríamos divertirnos con ellas esta noche”. Constantemente se le presentaron oportunidades para quebrantar los mandamientos, pero no participó de ninguna de estas cosas.
Un viernes en la noche se sentía sumamente desanimado y solitario, y uno de sus amigos le invitó a visitarlo para divertirse en una ciudad conocida por sus casinos con juegos de azar y su estilo de vida inmoderado. Sintiéndose desesperado, decidió que iría, pensando para sí, “En realidad, ¿qué importa? Ya nadie se interesa en mí. Me siento miserablemente mal, así que voy a ir.” Al ir sentado en el autobús, pensaba en las cosas inicuas que haría. Iba a demostrarle su independencia a su ex esposa, a la Iglesia y a todo el mundo. Al persistir este espíritu negativo, decidió con mayor firmeza el curso que seguiría.
En esos momentos abordó el autobús un miembro de las fuerzas armadas, quien caminó por el pasillo. Había un sinnúmero de asientos desocupados donde podría haberse sentado, pero se sentó junto a Julio. Este joven era muy alegre, y al platicar con Julio mencionó palabras como “unidad familiar” y “la Iglesia”. Julio comenzó a sospechar que era miembro de la Iglesia. Entonces el joven le preguntó:
—¿Qué pensaría si le dijera que no fumo ni tomo café ni alcohol? ¿Y si le dijera que tengo 26 años de edad y soy moralmente limpio?
Julio pretendió estar sorprendido, y dijo:
—¿De veras?
El militar le preguntó:
—¿Piensa que hay algo malo en eso? Julio respondió:
—Claro que no; todo hombre tiene el derecho de elegir lo que quiere hacer.
Entonces el joven comenzó a compartir con Julio su testimonio acerca de la veracidad del evangelio, y también le dijo que había tenido el privilegio de bautizar a quince personas durante los últimos seis años. Cuando el autobús llegó a la parada donde debía bajarse, el militar de nuevo expresó su testimonio, se bajó del autobús y desapareció entre la multitud.
Julio se quedó sumamente sorprendido, y pensó: “Aquí estoy, compadeciéndome de mí mismo, y este joven que tiene tantos problemas como yo está enfrentando el mundo en una forma positiva. Aquí estoy, criticándome a mí mismo y a todo lo que me rodea.” En ese momento Julio supo lo que debía hacer. Seguía repitiéndose una y otra vez: “Debo tomar control de mi vida, debo salir de esta situación y ser más positivo.” Llegó a su destino y se reunió con su amigo, pero esta vez él estaba en control. Regresó a casa habiendo sido fortalecido en su fe y sintiéndose sumamente agradecido porque el Señor le había proporcionado a una persona que le ayudara justo en el momento en que necesitaba esa ayuda.
¿Llegará a enterarse aquel joven militar que estaba hablando con otro miembro de la Iglesia? ¿Llegará alguna vez a saber que estaba en armonía con el Señor y que, como instrumento en Sus manos, había salvado a Julio de sufrir consecuencias sumamente indeseables?
El otro joven al que me voy a referir era un misionero. Cuando yo servía como presidente de la Misión de Uruguay/Paraguay, recibí una carta de alguien que no era miembro de la Iglesia, que me escribía desde Asunción, Paraguay. En esencia, esto fue lo que me escribió:
“Estaba en el Aeropuerto Presidente Strossner en Asunción, Paraguay esperando un vuelo, cuando se me acercó un joven misionero norteamericano.
“Pronto me enteré que este misionero regresaba a su hogar después de haber terminado su misión. De hecho, estaban en el proceso de vocear su vuelo; sin embargo, se tomó el tiempo, a pesar de que ya iba a dejar el país, de sentarse junto a mí por un momento, de compartir su testimonio y de dejarme el folleto ‘La Palabra de Sabiduría’. Me sorprendió ver que hiciera esto cuando ya había completado su misión e iba de regreso a su hogar. No tenía ninguna razón para acercarse a mí, pero llevaba consigo el Espíritu, y estoy seguro de haber sentido su influencia también.
“Después de ese incidente leí el folleto ‘La Palabra de Sabiduría’ y siento que las palabras de José Smith que contiene son verdaderas. Especialmente deseo que sepa qué gran misionero tiene, ya que pude percibir el Espíritu del Señor a través de él. Me gustaría que enviara a unos representantes de su Iglesia para que me enseñen y yo pueda llegar a ser miembro de la Iglesia Mormona.”
A menudo me he preguntado cómo se sentirá ese misionero en la vida siguiente, si no es que en este mundo, cuando finalmente llegue a conocer a este hombre, quien quizás le dirá:
“Eider, ¿no me conoce?” Y el élder dirá: “No, no creo conocerle.” “Mire más de cerca, élder; ¿no se acuerda de mí?” El élder probablemente dirá: “No me acuerdo; ¿nos hemos conocido antes?” Entonces el hombre dirá: “¿No se acuerda de lo que sucedió en el aeropuerto de Asunción, Paraguay? Yo soy el hombre a quien usted expresó su testimonio. Usted se sintió responsable de mí, y por ello fui bautizado.” Entonces señalará a su familia y dirá: “Y también mi esposa y mis cinco hijos, y todos mis nietos y bisnietos. De hecho, élder, estos cientos de personas entraron a la Iglesia por causa suya. Que Dios lo bendiga por no haber sentido temor y por haber obedecido el consejo que dio el Señor cuando dijo: ‘Mas con algunos no estoy complacido, porque no quieren abrir su boca, sino que esconden el talento que les he dado, a causa del temor de los hombres. ¡Ay de estos!, porque mi enojo está encendido en contra de ellos’ (D. y C. 60:2).” Algún día este joven élder tendrá un gran gozo cuando comprenda que lo que él consideró como de poco valor o como “sembrar la semilla” dio una rica cosecha.
Los actos desinteresados de estos dos jóvenes siervos del Señor seguramente están registrados en el cielo y el Señor está bien consciente de ellos. Estoy seguro de que ha hecho buen uso de estos dos jóvenes en otros casos porque están dispuestos a escuchar los susurros del Espíritu.
Muchas personas se encuentran tan envueltas en sus propios sentimientos y deseos egoístas que es difícil que el Señor les inspire y les utilice como instrumentos en sus manos para lograr sus propósitos.
Vosotros sois una generación real de jóvenes. Proseguid, y permitid que vuestra influencia benigna sea percibida. El Señor hará milagros a través de vosotros. Suplico al Señor que cada uno de vosotros escuche siempre las indicaciones del Espíritu y tenga el valor suficiente para seguir su consejo. □
























