C. G. Abril 1970
Conozca a José Smith
por Paul H. Dunn
del Primer Consejo de los Setenta
Mis hermanos, tanto los que estáis presentes como los que os encontráis por todo el mundo, esta es una maravillosa ocasión. Estoy agradecido por la oportunidad de testificar solemnemente sobre algunas cosas que atesoro en mi corazón, y en las cuales creo completamente.
Aproximadamente a 210 Km. Al norte de Boston, Massachusetts, se encuenta uno de los parajes más hermosos que he visto; anidado entre las entrecortadas y verdes colinas del Condado de Windsor, Vermont, se localiza el lugar de nacimiento de un Profeta del Señor: José Smith.
En los terrenos de esa residencia original se alzan dos edificios: un centro de información y un centro de exhibición religiosa.
Recientemente, al verificar uno de nuestros viajes al mencionado lugar, nos acompañó nuestra hija, Kellie, quien ha estado ahí en varias ocasiones y siempre se siente notablemente afectada por la paz y el espíritu que ahí reinan. Nunca abandona el edificio sin antes firmar el registro dedicado a los visitantes, y expresar sus opiniones en la columna donde se anotan los comentarios.
En ese día particular escribió: «La Iglesia es lo más grandioso en mi vida.» Como es de suponerse, mi esposa y yo estábamos muy emocionados. ¿Por qué? Porque la Iglesia y el evangelio con sus ordenanzas son una «manera de vivir», y siguiendo sus enseñanzas, nosotros, como familia, estamos encontrando el verdadero gozo y felicidad que todos buscamos.
Hizo precisamente 150 años la primavera pasada, que un joven con una fe sencilla hizo una pregunta muy importante: «¿Cuál iglesia es la verdadera?» Esa hermosa mañana primaveral en 1820, Dios el Padre y su Hijo Jesucristo aparecieron a un joven cuyo nombre nunca perecerá; ese joven era José Smith, el Primer Profeta de esta dispensación.
Durante los dos últimos años hemos estado radicados en Nueva Inglaterra y hemos pasado un tiempo considerable en el lugar de nacimiento del Profeta. El Señor ha santificado ese sitio, y cada vez que contemplamos el monumento de granito que se alza hacia el cielo marcando el lugar donde nació, nuestros corazones se llenan de gozo y el Espíritu nos susurra: «Fue verdaderamente un Profeta.»
Uno de los mejores presentes que podría obsequiaros esta mañana es una oportunidad de conocer un poco mejor al profeta José Smith. No trataré de explicaros las cosas que logró, sino que deseo hablaros acerca del hombre, el Vidente y el Profeta. Considero importante que sepamos el cómo y el porqué de su vida, porque al hacerlo aumentaremos nuestra comprensión y apreciación de este «príncipe de nuestra actual dispensación», José Smith, el hombre acerca de quien Brigham Young dijo: «Con excepción de Jesucristo, jamás vivió otro hombre mejor» (Discourses of Brigham Young, pág. 459).
Una vida que ha llegado a ser una antorcha del Señor es algo que todos desearían ver más claramente; y tal fue la de José Smith, una vida dedicada al servicio de otros, una vida de amor. Declaramos que él, indudablemente, fue uno de los hijos más nobles de nuestro Padre Eterno.
Era un hombre alto y robusto; medía más de 1.80 m. y pesaba aproximadamente 95 Kg. Era de complexión y cabello claros, y ojos azules que podían penetrar el corazón de cualquier hombre. Era ágil como la ardilla, fuerte como el león y apacible como el cordero. Un joven dijo acerca de él que «no usaba barba, y que con todo eso, presentaba una apariencia formidable, siendo un hombre dé porte caballeroso». Una jovencita dijo que no existían fotografías de él que pudieran compararse con la majestad de su presencia. Su esposa comentó que nadie podría captar su verdadero semblante porque su expresión y aspecto cambiaban, de acuerdo a su disposición de ánimo.
A medida que uno conoce más profundamente su personalidad, experiencias y carácter, se puede apreciar una extraordinaria mezcla de cualidades semejantes a las de Cristo. Sus compañeros comentaban acerca de su solemnidad en los momentos sagrados, no obstante se sentían complacidos por su facultad profética, su amor por la música, la poesía, el drama y, muy especialmente, por su alegre risa; vivían continuamente asombrados por la aptitud que tenía de cambiar el ritmo de sus actividades; podría dejar de estudiar las escrituras o cualquiera de los cuatro idiomas extranjeros para jugar a la pelota, intervenir en luchas y competencias de saltos, para nuevamente volver al estudio. Toda la gente podía distinguir su jovial apariencia cuando participaba en actividades de diversión, pero también inmediatamente notaban su descontento por cualquier cosa degradante o vulgar. En ocasiones reprendía con severidad y luego siempre demostraba amor crecido. (Véase Doc. y Con. 121:43). «He decidido,» dijo «mientras dirija esta Iglesia, dirigirla bien.»
José Smith era un hombre robusto y amante de la vida al aire libre; se complacía en el trabajo físico y enseñó que el mantener nuestros cuerjos fuertes era un principio de Dios. Durante la edificación del Templo de Nauvoo, frecuentemente trabajaba en la cantera. Mucha gente se enteró de la restauración del evangelio mientras trabajaba al lado del Pro feta en ese lugar, el bosque o el henar.
José Smith poseía un fuerte y perseverante testimonio de Jesús el Cristo, y nunca perdía la oportunidad de comunicar a otras personas el conocimiento que tenía. Cuando hablaba, parecía estremecerse la tierra misma, y la gente decía que mientras predicaba tenía la apariencia de uno que había sido transportado a los cielos. No solamente predicó con el Espíritu, sino que los registros muestran que en una época u otra de su vida poseyó todos los dones espirituales, y una de sus enseñanzas más profundas se manifestó cuando pronunció estas palabras: «Esta ha sido mi regla: cuando Dios manda, hazlo.»
Al llevar a cabo los mandamientos de Dios, José poseyó la singular combinación semejante a la de Cristo, a la que Cari Sandburg (poeta norteamericano, 1878-1967) llamó «terciopelo y acero», la cual puede influir en las personas con bondad, mansedumbre, amor genuino, sin amenaza ni fuerza. Si el mundo solamente aprendiera los mandamientos de Dios y los viviera de la misma manera que José Smith, ¡qué lugar tan hermoso sería!
En muchas ocasiones el presidente McKay nos dijo que llegamos a ser como aquello que amamos; José amó a Cristo y llegó a ser como El. Dijo: «Quiero llegar a ser un dardo pulido en la aljaba del Todopoderoso,» «Mi voz se eleva siempre en favor de la paz,» y «Jesucristo es mi gran consejero.»
Fue un hombre como cualquiera de nosotros, pero a diferencia de nosotros en la actualidad, soportó sufrimiento y persecución indecibles: fue expulsado de cuatro estados, perdió seis hijos que perecieron durante el alumbramiento, lo untaron con brea y lo cubrieron de plumas, fue encarcelado; sin embargo, dirigió a su gente con gran valor y dijo: «No puedo negar lo que sé que es verdadero.»
Brigham Young dijo acerca de él que en 38 años vivió mil, y a pesar de que fue golpeado por el populacho, Lydia Baily dijo: «Su semblante brilló con el suave resplandor de una lámpara astral.» Dirigió como Moisés, habló como Pedro y escribió como Pablo. Wilford Woodruff dijo: «Su intelecto, al igual que el de Enoc, se expande hacia la eternidad, y únicamente Dios puede comprender su alma.»
En cuanto al conocimiento y comprensión del evangelio, fue insuperable. José Smith dejó registradas mil quinientas declaraciones concernientes a lo futuro. Cientos de éstas ya se han cumplido, y en nuestra propia vida veremos él cumplimiento de muchas más; podéis escoger al azar cualquiera de sus escritos y encontraréis más acerca de los últimos días que en la Biblia entera. Sus escritos, cartas y palabras son tan extensos que parece casi imposible que un nombre pudiera hacer tanto en tan corto tiempo. El Libro de Mormón, los libros de Moisés y Abraham y Doctrinas y Convenios, todos los cuales registró bajo revelación, suman un total de 842 páginas, y su propia historia, discursos y minutas, más de 3.200 hojas.
Hemos sido llamados la gente más feliz del mundo, y gran parte de nuestra felicidad proviene de vivir las verdades reveladas a través de José Smith.
Si algún hombre recibió instrucción de Dios y de los ángeles, esa persona fue él. Fue un anfibio espiritual, con un pie en la tierra y el otro en los cielos. Edward Stevenson dice: «Poseyó una infinidad de conocimiento,» y Wilford Woodruff dijo: «Parecía una fuente de conocimiento de cuya desembocadura emanaban torrentes de sabiduría eterna.» Parley P. Pratt dijo: «Podía mirar hacia la eternidad, penetrar los cielos y comprender todos los mundos.»
José Smith enseñó que los Estados Unidos fue una tierra escogida que nació bajo la dirección del Señor, y testificó vigorosamente acerca de la importancia divina de la obra llevada a cabo por sus fundadores, diciendo: «La Constitución de los Estados Unidos es un glorioso estandarte: está fundada en la sabiduría de Dios. Es una bandera celestial; es como la fresca sombra para todos aquellos que tienen el privilegio de saborear la dulzura de la libertad, y, como las aguas refrescantes de una peña grande en terreno árido y desolado. Es como un árbol grande a la sombra del cual los hombres de todo clima se pueden resguardar de los rayos candentes del sol» (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 174).
Nunca pidió una carga ligera, sino que rogó por una espalda más fuerte; y fue en realidad un Profeta, porque su súplica constante era: «Oh, Señor, ¿qué haré?» Aquellos que escucharon sus oraciones se maravillaban por el espíritu que presentaba, aprendieron que los cielos podían literalmente ser abiertos, y entendieron lo que quiso decir cuando enseñó: El primer principio del evangelio es saber con certeza la naturaleza de Dios, y saber que podemos conversar con El como un hombre conversa con otro» (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 427). Alguien ha dicho que el más grande de todos los descubrimientos es el del hombre que descubre a Dios. José Smith puso a la disposición del mundo, sin nmguna excepción,’la verdadera naturaleza y conocimiento de Dios, un Padre personal y amoroso; enseñó que Dios es nuestro Padre y que Cristo no es solamente su Hijo, sino también nuestro hermano mayor. Las iglesias cristianas de esa época decían: «Creemos en Dios,» pero José Smith dijo: «Vi a Dios y a Cristo y en realidad hablaron conmigo.» Fue perseguido por confesar que había visto una visión, sin embargo era verdad. No ha dado a conocer sólo que Dios existe, sino que también está dispuesto a contestar nuestras oraciones.
«Del alma es la oración,» dice un gran himno, y si José Smith no nos hubiera legado nada más, igual nos habría dejado el ejemplo mediante el cual podríamos llevar a cabo nuestros deseos y purificar y limpiar nuestros corazones. De este modo, en el camino hacia Cartago antes de ser asesinado, dijo: «Mi conciencia se halla libre de ofensas» (Doc. y Con. 135:4). «No tengo miedo de morir.» Habló como un hombre cuya vida podría pasar la inspección ante el Maestro.
En ese día fatal de 1844, fue asesinado por una chusma de aproximadamente 150 hombres con las caras pintadas. Cuando ocurrió su muerte se escribió: «El desastre violento que acabó con José Smith ha paralizado el poder del mormonismo. Ahora se dispersarán a los cuatro vientos y gradualmente se perderán en la gran masa de la sociedad.» Esta congregación actual y los millones de miembros que nos escuchan desmienten esas palabras.
Los enemigos de Dios estaban seguros de que al matar al Profeta habían destruido la verdad; no obstante, ésta vive, más fuerte y vigorosa con cada año que transcurre. Es indestructible porque es la obra de Dios, y sabiendo que es así, sabemos que José Smith, quien fue un siervo escogido del Señor, es un Profeta, santo y verdadero, porque él dijo: «Obtuve poder o los principios de verdad y virtud, los cuales perdurarán aún después de mi muerte.»
Tengo un testimonio personal de que fue un Profeta; su manto recayó sobre profetas sucesivos y actualmente yace sobre los hombros de José Fielding Smith, y os lo dejo en el nombre de Jesucristo. Amén.
























