Con su poder

Conferencia General Abril 1973

Con su poder

Marvin J. Ashton1

por el élder Marvin J. Ashton
Del Consejo de los Doce


Hace algunas semanas, en un día en el que esta área estaba padeciendo una de sus peores nevadas, que ya es decir mucho, ya que tuvimos bastante mal tiempo este último invierno, un joven y apuesto militar y su hermosa novia con la que iba a casarse ese día, tropezaron con dificultades extremas para llegar a su cita de matrimonio en el Templo de Salt Lake. Ella se encontraba en una localidad del Valle del Lago Salado y él venía de otra ciudad cercana. Fuertes nevadas y vientos habían cerrado las carreteras durante la noche y primeras horas de la madrugada. Después de muchas horas de ansiosa espera, algunos de nosotros pudimos ayudarlos a llegar al templo y consumar sus planes matrimoniales antes de que terminara el día.

¡Qué agradecidos estaban ellos al igual que sus familiares y amigos por la ayuda e interés en que cumplieran con ésta su más importante cita! Mi amigo —lo llamaremos Guillermo— expresó su profunda gratitud así: «Muchas gracias por todo lo que hizo para que nuestra boda fuera posible. No entiendo por qué se tomó todas estas molestias a fin de ayudarme. En realidad soy un don nadie».

Estoy seguro que lo que quiso decir Guillermo con su comentario fue un muy sincero cumplido, sin embargo reaccioné ante él con firmeza, pero tratando de ser amable; y le dije: «Guillermo, nunca en mi vida he ayudado a un ‘don nadie’. En el reino de nuestro Padre Celestial ningún hombre es un ‘don nadie’.»

Esta tendencia a identificarnos injustamente me vino a la mente el otro día durante una entrevista con una afligida esposa. Su matrimonio se encontraba en grandes dificultades. Ha tratado seriamente de apartar los obstáculos que impiden la comunicación con su esposo pero con pocos resultados. Está agradecida por el tiempo que su obispo ha empleado en aconsejarla. Su presidente de estaca también ha sido muy paciente y comprensivo en su buena voluntad al tratar de ayudarla.

No todos sus problemas están resueltos pero está haciendo progresos. Sus muchos contactos con la dirección del sacerdocio, por medio de los conductos apropiados, la han dejado no solamente agradecida sino algo sorprendida. Su observación final el otro día fue: «No entiendo a ninguno de ustedes que brindan tanto de su tiempo y muestran tanto interés por los demás. Después de todo soy en realidad una ‘don nadie’.»

Estoy seguro que a nuestro Padre Celestial le desagrada que nos refiramos a nosotros mismos tildándonos de ‘nadie’ (o como personas sin importancia). ¿Cuán justos somos al clasificarnos como ‘nadie’? ¿Cuán justos para con nuestra familia? ¿Cuán justos para con nuestro Dios?

Cometemos una gran injusticia cuando nos permitimos, ya sea por tragedias, por mala suerte, por desafío desánimo o por cualquier situación terrenal, identificarnos o catalogarnos en esa forma. No importa cómo ni dónde nos encontremos, no podemos tildarnos de ‘nadie’ bajo ninguna justificación.

Como hijos de Dios somos alguien. El nos levanta, nos moldea y nos magnifica si levantamos la cabeza, extendemos nuestros brazos y andamos con El. ¡Cuán grande bendición es haber sido creados a su imagen y conocer nuestra verdadera posibilidad en El y por medio de El! ¡Y cuán gran bendición saber que con su potencia podemos hacer todas las cosas!

En Alma 26:10-12, Ammón enseñó una gran lección no sólo a su hermano Aarón, sino a todos nosotros los de esta época:

Y cuando Ammón hubo dicho estas palabras, aconteció que fue reprendido por su hermano Aarón, quien le dijo: Ammón, temo que tu gozo te conduzca a la jactancia.

«Pero Ammón le dijo: No me vanaglorio en mi propia fuerza ni en mi propia sabiduría, mas he aquí, mi gozo es completo; sí, mi corazón rebosa de alegría, y me regocijaré en mi Dios.

«Sí, y sé. . .en cuanto a mi fuerza, soy débil; por tanto, no me jactaré de mí mismo sino me gloriaré en mi Dios, porque con su poder puedo hacer todas las cosas; sí, he aquí que hemos obrado muchos grandes milagros en este país, por lo que alabaremos su nombre para siempre jamás».

Tan grave como el sacrificarnos como unos «don nadie» es la tendencia del hombre a clasificar a los demás como unos «don nadie». Algunas veces el género humano se inclina a identificar al extraño o desconocido como un don nadie. Con frecuencia se hace esto por conveniencia propia por falta de voluntad para escuchar. Actualmente incontables multitudes rechazan a José Smith y su mensaje porque no quieren aceptar a un «don nadie» de catorce años. Otros se apartan de las verdades eternas restauradas que están disponibles en la actualidad porque no quieren aceptar a un élder de diecinueve años o a una misionera de veintiuno o a un vecino porque suponen que ellos son unos «don nadie.»

No existe ninguna duda en mi mente de que una de las’ razones por las que se rechazó y crucificó a Jesucristo fue porque ante los ojos del mundo era ciegamente visto como un «don nadie», nacido humildemente en un pesebre, defensor de una tan extraña doctrina como la de: «Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.»

Testifico a vosotros y al mundo que José Smith supo con un impacto demoledor que era «alguien» cuando en respuesta a su humilde oración, Dios se apareció con su Hijo Jesucristo y le habló llamándolo por su nombre. Dios a través de los siglos ha escogido lo que el mundo clasificaría como un «don nadie» para sacar a luz sus verdades. Escuchad los pensamientos y el análisis de sí mismo de José Smith a este respecto:

«En aquel tiempo me fue motivo de seria reflexión, y frecuentemente lo ha sido desde entonces: cuán extraño que un muchacho desconocido de poco más de catorce años, y además uno que estaba bajo la necesidad de ganarse un escaso sostén con su trabajo diario, fuese considerado un individuo de influencia suficiente para llamar la atención de los grandes personajes de las sectas más populares del día; y a tal grado que provocaba en ellos un espíritu de la más rencorosa persecución y vilipendio. Pero extraño o no, así fue; y a menudo ha sido la causa de mucha tristeza para mí.

«Como quiera que sea, era, no obstante, un hecho que yo había visto una visión. . .» (José Smith 2:23-24).

Recordemos que José Smith se refirió a sí mismo como «un muchacho desconocido» mas nunca como un «don nadie». José Smith se sostuvo todos los días de su peligrosa vida en el conocimiento de que por el poder de Dios podría realizar todas las cosas.

Dios nos ayuda a darnos cuenta que una de nuestras más grandes responsabilidades y privilegios es la de elevar la autodesignación de un «don nadie» a la de un «alguien», que es querido, necesitado y deseable. Nuestra primera obligación en esta área de mayordomía es comenzar con nosotros mismos. «Soy un don nadie» es una filosofía destructiva, podemos decir que es un instrumento del impostor.

Es doloroso cuando jóvenes con problemas levantan la vista y contestan al consejo que se les ofrece con: «¡Qué más da! soy un don nadie».

Es igualmente inquietante cuando al preguntársele a un alumno universitario contesta así: «No soy alguien especial en la universidad. Soy sólo uno de tantos. En realidad soy un don nadie».

Ojalá podamos aprender la importante lección de un misionero recientemente entrevistado. Este élder en respuesta a la pregunta: «¿Qué tan frecuentemente recibe cartas de sus padres?» «Muy rara vez.» Le pregunté: «¿Qué está haciendo a ese respecto?»

«Todavía les estoy escribiendo cada semana.»

He aquí un joven que podía haber tenido alguna excusa para considerarse a sí mismo un «don nadie» siendo que sus padres no se preocupan por escribirle, sin embargo no mantiene esta actitud. La conversación adicional con él me convenció de que es un joven que verdaderamente es alguien. Si sus padres no le escriben es responsabilidad de ellos, pero la responsabilidad de él es escribirles y es exactamente lo que está haciendo con entusiasmo. Nunca he visto a los padres de este misionero, probablemente nunca los veré, pero dondequiera que estén, por el hecho de tenerlo a él como su hijo son «alguien». Este misionero tendrá éxito porque sabe que es alguien y se comporta de acuerdo con esta idea.

Más de una ocasión durante los últimos meses el presidente Harold B. Lee me ha llamado a su oficina para escuchar junto con él a alguien que ha invitado a compartir alguna sugerencia, inquietud, confusión o aflicción. Algunos podrían muy bien llegar a la conclusión de que el presidente Lee no tiene en verdad tiempo para el menor de estos sus hermanos; sin embargo, él conoce el valor de cada alma en el reino. Recuerdo a alguien diciéndole al presidente Lee al momento de irse: «No puedo creer que empleara su tiempo en escuchar a alguien como yo».

Os declaramos madres, padres, esposos, esposas e hijos por doquier, que independientemente de vuestra actual condición en la vida, vosotros sois alguien especial. Recordad que podéis ser un muchacho, muchacha, hombre o mujer desconocidos mas no sois ningún «don nadie.» Disfrutad conmigo de una de las verdaderamente grandes parábolas de las santas Escrituras mientras pensamos en este asunto:

«Un hombre tenía dos hijos;

«y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes.

«No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente.

«Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle.

«Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos.

«Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos; pero nadie le daba.

«Y volviendo en sí dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!

«Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.

«Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.

«Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó.

«Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.

«Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies.

«Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.

«Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas;

«y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.

«El le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano.

«Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase.

«Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos.

«Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo.

«El entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas.

«Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado» (Lucas 15:11-32).

Hermanos y hermanas, pensad bien en estos puntos: «Padre, divide tus bienes y dame parte, me voy por mi lado.» En los días siguientes derrochó sus posesiones llevando una vida desordenada. Se volvió tan vil, tan hambriento que vivió con los cerdos. «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.» Su corazón clamaba: «Soy el más vil de los viles, ahora soy nada, soy un don nadie.»

Considerad una vez más el impacto de la respuesta del padre. Vio venir al hijo, corrió hacia él, lo besó, le puso su mejor vestido, mató el becerro gordo y se regocijaron . Este que se declaró a sí mismo como un «don nadie» era su hijo: estaba «muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado».

El padre en su gozo le enseñó asimismo a su confuso hijo mayor que él también era alguien. Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas.» Contemplar la muerte —sí, aún las dimensiones eternas— de «todas mis cosas son tuyas.» Declaro con toda la fuerza que poseo que tenemos un Padre Celestial que nos reclama y nos ama a pesar de a dónde nos hayan llevado nuestros pasos. Vosotros sois sus hijos y vosotras sus hijas y El os ama. No os condenéis vosotros mismos. Evitad el desaliento. Aprended principios correctos y gobernaos con honor.

Interesaos en ayudar a los demás. Os prometo que al desarrollar una imagen propia tanto en vosotros mismos como en los demás, la actitud de un «don nadie» desaparecerá por completo. Recordad en cualquier lugar que os encontréis al alcance del sonido de mi voz: Os digo que sois alguien.

Dios vive. El también es alguien —verdadero y eterno— y desea que junto con El seamos alguien. Os testifico que con su poder podemos llegar a ser como El. Dejo con vosotros mi testimonio humildemente y en el nombre de Jesucristo. Amén.

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