Conferencia General Abril 1973
Fortaleced las estacas de Sión

por el Presidente Harold B. Lee
Presidente de la Iglesia
Es un placer estar reunidos aquí este día, y a quienes puedan estar escuchándonos, cerca o lejos, les aseguro que les apreciamos como si estuvieran aquí también.
El 6 de abril de 1973 es una fecha particularmente significativa pues conmemora no sólo el aniversario de la organización de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en esta dispensación, sino también el aniversario del nacimiento del Salvador nuestro Señor y Maestro Jesucristo. José Smith escribió lo siguiente precediendo una revelación recibida en esa misma fecha:
«El origen de la Iglesia de Cristo en los últimos días, siendo el año mil ochocientos treinta de la venida de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, en la carne; habiendo sido debidamente organizada y establecida de acuerdo con las leyes del país, por la voluntad y los mandamientos de Dios, en el cuarto mes, el día seis del mes que es llamado abril» (D. y C. 20:1 ).
Tradicionalmente desde aquella fecha; las primeras conferencias de la Iglesia de cada año se realizan en los primeros días de abril que incluye el día 6 de ese mes. Dos años después se recibió otra revelación que, en aquel entonces, tuvo gran significado, y mayor aún hoy en día considerando el creciente número de miembros de la Iglesia. Esta cita tiene referencia al tema que hoy trataré:
«Porque Sión tiene que aumentar en belleza y santidad; sus fronteras se han de extender; deben fortalecer sus estacas; sí, de cierto os digo, Sión ha de levantarse y ponerse sus bellas ropas» (D y C. 82:14).
Sión, en el sentido en que aquí se usa, se refiere indudablemente a la Iglesia. En aquella época, los miembros de la Iglesia constituían sólo un pequeño grupo que comenzaba a levantarse como organización; después de haber sufrido el rudo trato de los enemigos de la Iglesia, recibieron instrucciones de congregarse en el Condado de Jackson, estado de Misurí, lugar que el Señor había designado como «la tierra de Sión».
Como para grabar en aquellos primeros esforzados miembros su destino en el mundo, el Señor les dijo lo siguiente en otra revelación:
«Por tanto, de cierto, así dice el Señor: Regocíjese Sión, porque Sión es —LOS PUROS DE CORAZON; por consiguiente, regocíjese Sión mientras se lamentan todos los inicuos» (D. y C. 97:21 ).
Para ser digna de tan sagrada designación como Sión, la Iglesia debe considerarse como una novia ataviada para su esposo, como lo registró Juan el Revelador cuando vio en una visión la Ciudad Santa donde moraban los justos, adornada como una novia para el Cordero de Dios, como su esposo. Aquí se describe la relación que el Señor desea entre su pueblo a fin de que éste le sea aceptable, tal como una esposa se prepararía adornándose con hermosas ropas para su esposo.
La regla mediante la cual debe vivir el pueblo de Dios a fin de que sea digno de aceptación a la vista de Dios está indicada en la escritura a que anteriormente hice referencia. Este pueblo debe aumentar en belleza ante el mundo, tener tal belleza interior que la humanidad pueda verla como un reflejo: de todas las cualidades inherentes a la santidad. Las fronteras de Sión donde pueden vivir los justos y los puros de corazón han comenzado ahora a extenderse. Las estacas de Sión deben fortalecerse. Todo esto para que Sión pueda levantarse y brillar y volviéndose aún más diligente en llevar el plan de salvación a todo el mundo.
En los primeros días de la Iglesia, el Señor señalo que llegaría el tiempo en que los primeros lugares de reunión no serían suficientes para albergar a todos los que se congregan; y declaro que su Iglesia debía unirse; he aquí sus palabras:
«Porque así se llamará mi iglesia en los postreros días, aun la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días.» y entonces maridó: «Levantaos y brillad, para que vuestra luz sea un estandarte a las naciones» (D. y C. 115:45).
Aquí se entiende claramente que el surgimiento de su Iglesia en estos días sería el comienzo del cumplimiento de la antigua profecía, cuando «sería confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob, y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. . .» (Isaías 2:2-3).
En esta revelación el Señor habla de las unidades organizadas de la Iglesia, designadas como estacas, las que aquellos que no son de nuestra fe considerarían como diócesis, Estas unidades así organizadas están reunidas para los siguientes propósitos: primero, para defenderse de los enemigos del Señor, tanto visibles como invisibles.
El apóstol Pablo refiriéndose a estos enemigos, los cuales deben preocuparse, dijo:
«Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernantes de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales» (Efesios 6:12).
Estas organizaciones habían de ser como se establece en la revelación «un refugio de la tempestad y de la ira cuando sea derramada sin compasión sobre la tierra» (D. y C. 115:6).
En el prefacio de todas las revelaciones que el Señor dio desde el comienzo de esta dispensación, hizo esta funesta advertencia, la que no debemos olvidar jamás. Esta amonestación profética de 1831, fue dada, como lo declaró el Señor a fin de «que todo hombre sepa que el día viene con rapidez: la hora no es aún, más está a la mano cuando se quitará la paz de la tierra, y el diablo tendrá poder sobre su propio dominio» (D. y C. 1:35).
Ahora, 142 años después, estamos presenciando la furia de esta época en que Satanás tiene poder sobre su propio dominio con tal fuerza que aún el Maestro en su día se refirió a él como al príncipe de este mundo» el «enemigo de toda justicia»
A pesar de estas deplorables predicciones y las evidencias que tenemos actualmente de su cumplimiento, en esta misma revelación se promete un poder aún mayor para desbaratar los planes de Satanás de destruir la obra del Señor. Aquí, el Señor hace esta promesa a los santos del Altísimo, a los justos de corazón a quienes se ha referido como el «pueblo de Sión».
«Y también el Señor tendrá poder sobre sus santos, y reinará entre ellos, y bajará en juicio sobre Idumea o el mundo» (D. y C. 1:36).
Esto se refería al mundo en el mismo sentido en que el Maestro habló de las cosas del mundo sobre las que previno a sus discípulos, diciéndoles que mientras estuviesen en el mundo debían guardarse de los pecados que en él se encuentran.
Creo que nunca ha habido un tiempo desde la creación en que el Señor haya permitido que el dominio del diablo destruyese su obra, sin manifestar su poder en medio de los justos para evitar que las obras de justicia fuesen completamente derribadas.
En la actualidad estamos presenciando la promesa del Señor de que «si sincero fuere vuestro deseo de glorificarme» lo cual, según declaró al profeta Moisés, es «llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre», «vuestros cuerpos enteros se llenarán de luz. Y no habrá tinieblas en vosotros; y aquel cuerpo que se halla lleno de luz comprende todas las cosas» (D. y C. 88:67). El Señor también nos ha prometido:
«He aquí, yo me encargaré de toda vuestra grey, y levantaré élderes que les enviaré. He aquí, yo apresuraré mi obra en su tiempo» (D. y C. 88:72-73).
Ahora estamos viendo la mano del Señor aun en medio de sus santos, los miembros de la Iglesia. Nunca en esta dispensación, y tal vez jamás en ningún otro tiempo, ha habido tal sentimiento de urgencia entre los miembros de la Iglesia, como ahora. Sus fronteras se están extendiendo, sus estacas se están fortaleciendo. En los primeros años de la Iglesia se señalaron lugares específicos en que los santos debían congregarse, y el Señor dio instrucciones de que esos lugares de recogimiento no debían cambiarse, pero entonces puso una condición: «Hasta que llegue el día en que no habrá más lugar para ellos; entonces señalaré otros lugares que tengo, y se llamarán estacas, para las cortinas o la fuerza de Sión. (D. y C. 101:21).
En las Conferencias de la ciudad de México de agosto de 1972, el élder Bruce R. McConkie, del Consejo de los Doce, en un discurso que instaba a la meditación, hizo algunos comentarios pertinentes a este tema, del cual cito a continuación algunas partes:
«Acerca de este glorioso día de la restauración y el recogimiento, otro profeta nefita dijo: ‘Para que tengáis conocimiento de los convenios del Señor con toda la casa de Israel, que él ha declarado…desde el principio…hasta que llegue la época de su restauración a la verdadera iglesia y redil de Dios, cuando serán juntados en el país de su herencia, y serán establecidos en todas sus tierras de promisión’ (2 Nefi 9:1-2).
«Ahora, llamo vuestra atención sobre los hechos declarados en estas Escrituras de que el recogimiento de Israel consiste en unirse a la Iglesia verdadera, en llegar a un conocimiento del verdadero Dios y de sus principios de salvación, y en adorarlo en las congregaciones de los santos en todas las naciones de los santos en todas las naciones y entre todos los pueblos. Os ruego que reparéis en que estas palabras reveladas hablan de las congregaciones de fieles del Señor, de Israel que sería recogido en las tierras de su herencia, de Israel que sería establecido en todas sus tierras prometidas, y de que habría congregaciones del pueblo del convenio del Señor en toda nación de todas las lenguas, y entre todo pueblo cuando el Señor venga otra vez.»
El élder McConkie concluyó esta exposición, la cual ciertamente hizo hincapié en la gran necesidad de enseñar y preparar directores locales a fin de que dirijan la Iglesia en sus propios países, diciendo:
«El lugar de recogimiento para los santos guatemaltecos, es Guatemala; el lugar de recogimiento para los santos brasileños, es Brasil, y así sucesivamente a lo largo y a lo ancho de toda la tierra, lapón es para los japoneses, Corea para los coreanos, Australia para los australianos, cada nación es el lugar de recogimiento para su propio pueblo».
La pregunta que se nos hace más frecuentemente es: «¿Cómo explicáis el fenomenal crecimiento de esta Iglesia cuando tantas otras van decayendo?»
Entre los muchos e importantes factores que contribuyen al continuo crecimiento de la Iglesia, mencionaré sólo unos pocos para que los consideren aquellos que harían esta pregunta.
Ya no podrá pensarse en esta Iglesia como en la «Iglesia de Utah,» o como la «Iglesia norteamericana,» pues sus miembros están en la actualidad distribuidos sobre la tierra en 78 países y se enseña el evangelio en 17 idiomas.
Este aumento de los miembros de la Iglesia es ahora nuestro gran desafío pues, si bien tan gran crecimiento es causa de inmenso regocijo, representa grandes cometidos para los líderes de la Iglesia en lo que atañe a mantenerse a la altura de los muchos problemas.
En sus planes para hacer frente a estas circunstancias, siempre han guiado a los directores de la Iglesia dos principios básicos. El primero, que podría llamar la atención de aquellos que estuviesen interesados, es el principio fundamental del plan de salvación desde antes de la fundación del mundo para la redención del género humano, el cual ha sido revelado a los profetas de esta dispensación y que no ha sido cambiado, pues como lo declaró el apóstol Pablo en sus días, así lo declaramos nosotros hoy:
«Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os he anunciado, sea anatema. . .
«Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo no lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo» (Gálatas 1:8, 11-12).
Si respondiésemos a aquellos que nos preguntan la causa del constante crecimiento de la Iglesia, les diríamos que la primera razón fundamental es que hemos mantenido nuestro sistema de enseñar las doctrinas fundamentales de la Iglesia. En uno de nuestros Artículos de Fe declaramos:
«Creemos (y podríamos agregar, enseñamos) todo lo que Dios ha revelado, todo lo que actualmente revela, y creemos que aún revelará muchos grandes e importantes asuntos pertenecientes al reino de Dios» (Noveno Artículo de Fe).
En una de sus últimas revelaciones en esta dispensación, el Señor expuso la razón de la confusión que reinaba entre las muchas iglesias que entonces existían diciendo: «Porque se han desviado de mis ordenanzas, y han violado mi convenio sempiterno. No buscan al Señor para establecer su justicia sino que todo hombre anda por su propio camino, y conforme a la imagen de su propio Dios, cuya imagen es a semejanza del mundo. . .» (D. y C. 1:15-16).
«Por lo tanto, fue necesaria una restauración, como El lo expuso claramente:
«Por tanto, yo, el Señor, sabiendo de las calamidades que vendrían sobre los habitantes de la tierra, llamé a mi siervo José Smith, hijo, le hablé desde los cielos y le di mandamientos;
«Y también les di mandamientos a otros para que proclamasen estas cosas al mundo; y todo eso para que se cumpliese lo que escribieron los profetas:. . .
«Sino que todo hombre hable en el nombre de Dios el Señor, aun el Salvador del mundo…
«Para que la plenitud de mi evangelio sea proclamada por los débiles y sencillos hasta los cabos de la tierra, y ante reyes y gobernantes.
“. . .según su idioma, para que entendiesen» (D. y C. 1:17-18, 20, 23-24). Hay quienes hablan de un movimiento ecuménico por medio del cual, según se supone, se unirían todas las iglesias en una organización universal, En el fondo, probablemente se propondría que todos renunciasen a sus creencias básicas y se unieran a una organización nebulosa, que no estaría cimentada sobre los principios que tradicionalmente han sido doctrinas de la Iglesia de Jesucristo desde sus comienzos.
Cuando las revelaciones del Señor se entienden claramente, se pone de manifiesto el único fundamento de una iglesia universal y unida; ésta no podría lograrse mediante la promulgación de una fórmula hecha por el hombre sino solamente cuando se enseñaran y practicaran los principios del evangelio de Jesucristo en su plenitud, como lo declaró el apóstol Pablo a los efesios cuando dijo que la Iglesia está edificada «sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo» (Efesios 2:20).
La misión de la Iglesia también ha estado bien definida:
«Y la voz de amonestación irá a todo pueblo por las bocas de mis discípulos, a quienes he escogido en estos últimos días.
«Por tanto, la voz del Señor llega hasta los extremos de la tierra, para que oigan, todos los que quieran oír» (D. y C. 1:4, 11).
Obedeciéndose esa instrucción desde los comienzos de la Iglesia, se han enviado misioneros a todas partes del mundo. En la actualidad tenemos números cada vez mayores de misioneros, la mayoría hombres jóvenes, que han sido aleccionados desde la infancia a prepararse para el llamamiento de servir como misioneros.
Del puñado de misioneros que hubo en los primeros días de la Iglesia, el número ha aumentado a más de 1 7,000 en la actualidad, pagando cada uno sus propios gastos o viviendo a expensas de su familia durante un período de dos años o más, todos ellos con la profunda convicción de que en el servicio misional se tiene un llamamiento divino para ir a ministrar en cualquier parte del mundo.
Otra razón que podría darse por el crecimiento de la obra del Señor es que quizá nunca haya habido tanta gente en el mundo en busca de respuestas a tantos problemas confusos.
Si bien los principios del evangelio de Jesucristo no han cambiado, los métodos para enfrentar estos desafíos del mundo actual deben responder a las exigencias de nuestro tiempo. Afortunadamente al Señor ha dado, en las revelaciones a su Iglesia, las pautas según las cuales debemos responder a estas exigencias. El plan de salvación ha definido la manera según la cual el desearía que hagamos frente a las necesidades temporales de la gente, el plan de bienestar de la Iglesia, busca a aquellos que se hallan necesitados. Donde haya miembros nuevos, el plan de salvación temporal consiste, principalmente, en enseñar a los individuos a cuidar de sí mismos. El Señor ha proporcionado una valla de defensa contra los espantosos impactos de nuestra época sobre la santidad del hogar y del matrimonio, fortaleciendo al hogar y proporcionando pautas a los padres para que enseñen a sus hijos los principios básicos de la honestidad, la virtud la integridad, la economía y la industria.
La Iglesia se interesa por cada uno de sus miembros, desde la infancia a la adolescencia, y desde la adolescencia a la madurez, a fin de responder a sus necesidades en todas las edades.
En respuesta a la pregunta de si tenemos miembros que se alejen de la Iglesia, nuestra respuesta ha sido siempre recordar la parábola del sembrador que dio el Maestro: algunas de las semillas caen en terreno fértil, pero entre éstas, unas se multiplican en treinta, otras en sesenta, y otras en noventa. Así, hoy en día, más o menos en la misma proporción, tenemos algunos que son parcialmente activos, otros que lo son algo más, y otros que son totalmente activos, pero siempre estamos tratando de alcanzar a aquellos que se han desviado, esforzándonos constantemente para que vuelvan a ser completamente activos.
Pero tal vez la razón principal del crecimiento de la Iglesia sean los testimonios individuales de la divinidad de esta obra, a medida que van multiplicándose en el corazón de cada uno de los miembros de la Iglesia; porque la fortaleza de la Iglesia, no yace en el número de sus miembros, ni en la cantidad de diezmos y ofrendas que pagan los que son fieles, ni en la magnitud de la construcción de capillas y templos, sino en el corazón de los miembros fieles de la Iglesia donde vibra la convicción de que ésta es en verdad la Iglesia y el reino de Dios sobre la tierra. Sin esta convicción como observó uno de mis eminentes compañeros de trabajo, «El plan de bienestar de la Iglesia no sería más que un programa inestable»; tampoco florecería la obra misional, y los miembros no harían fielmente generosas contribuciones a la Iglesia para financiar sus muchas funciones. El secreto de la fortaleza de esta Iglesia puede encontrarse en la declaración del presidente del alumnado de una de nuestras universidades estatales, cuya identidad, desde luego, guardaré en forma confidencial. He aquí una parte de la carta personal que me envió:
«Con el dominio de las ideas extremas que están arrollando el país, se ha producido una deterioración de los lazos familiares, los cuales se desprecian en muchos círculos intelectuales. El país parece estar plagado de educación sexual, aborto, control de la natalidad, pornografía, liberación femenina, relaciones sexuales premaritales y libertinaje posmatrimonial. . .
Entonces, este joven, líder de estudiantes universitarios concluye con la siguiente alentadora declaración, la que sé provenía de lo más profundo de su alma:
«Presidente Lee, quiero que sepa que los estudiantes Santos de los Ultimos Días de la universidad que guardan los mandamientos lo respaldan en un cien por ciento. Gracias a Dios tenemos directores que se mantienen firmes en contra de la sutil batalla del adversario que está acometiendo contra él hogar, la unidad más vital del mundo. Gracias por ser la clase de personas que nosotros, los jóvenes que crecemos en este confuso mundo, podemos comprender y seguir».
Por la misma razón, y apoyándome en las palabras de este brillante joven universitario, estoy convencido de que la mayor de las razones fundamentales de la fortaleza de esta Iglesia es que aquellos que guardan los mandamientos de Dios apoyan en un cien por ciento a sus líderes. Sin este apoyo unido, se entiende fácilmente que la Iglesia no podría seguir adelante para hacer frente a los problemas de estos tiempos. Nuestro llamado es para que todos sus miembros guarden los mandamientos de Dios, pues en ello yace la seguridad del mundo. Cuando se guardan los mandamientos de Dios, no sólo se tiene la convicción de la rectitud de la senda que se sigue con la guía de los directores de la Iglesia, sino que también se llega a tener el Espíritu del Señor que inspira en las actividades individuales. A toda persona que se bautiza en la Iglesia se le confiere la sagrada gracia prometida a los que se bauticen mediante la autoridad del sagrado sacerdocio, el cual, como lo declaró el Maestro, enseñará todas las cosas, hará recordar todo y aun mostrará las cosas que han de venir. (Véase Juan 14:26.)
Se comprenderá claramente entonces, que la gran responsabilidad que tienen los líderes y maestros de la Iglesia es persuadir, enseñar, dirigir justamente para que los mandamientos del Altísimo se vivan de tal manera que eviten a las personas caer en la trampa del maligno que los persuadiría a no creer en Dios y a no seguir a sus directores.
Quiero dar mi sagrado testimonio de que porque sé de la divinidad de esta obra se que prevalecerá y que aunque pueda haber enemigos, tanto dentro de la Iglesia como fuera de ella, que procuren encontrar faltas y destruir subrepticiamente su influencia en el mundo, esta Iglesia saldrá de las pruebas del tiempo, cuando todos los esfuerzos hechos por el hombre y todas las armas que se forjen en contra de la palabra del Señor caerán. Sé que nuestro Señor y Maestro Jesucristo es la cabeza de esta Iglesia; que tiene diaria comunión con los instrumentos que conoce, no sólo con los directores que ocupan altos cargos, sino también individualmente con los miembros, cuando guardan los mandamientos de Dios. De esto doy mi sagrado testimonio y dejo mi bendición sobre todos los fieles de la Iglesia, así como sobre todas partes del mundo, en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.
























