Escuchad la voz del Profeta

Conferencia General Octubre 1979
Escuchad la voz del Profeta
por el élder William G. Bangerter
de la Presidencia del Primer Quórum de los Setenta

William G. Bangerter«Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo.» (Hebreos 1:1-2.)

Uno de los propósitos principales de esta Conferencia General de la Iglesia es para anunciar otra vez que Dios ha llamado a un Profeta, por medio de quien declara Su voluntad a los habitantes de la tierra. Esto significa que el Profeta no solo es enviado a aquellos que aceptan sus palabras, como los miembros de la Iglesia, sino que también habla en el nombre de Dios a todo el género humano. Tal como lo declaro un profeta de la antigüedad:

«Oíd, cielos, y escucha tú, tierra; porque habla Jehová.» (Isaías 1:2.)

El Profeta ha sido enviado particularmente a vosotros, los que no creéis en Dios o en los profetas. ¿Os gustaría saber lo que él dice? Dice que en estos postreros días Dios ha restaurado el evangelio en toda su plenitud y desea hacer un convenio nuevo con todos los habitantes de este mundo; dice que Jesucristo volverá en breve a la tierra para salvar y juzgar al mundo, y que todos debemos prepararnos. Estas son noticias aterradoras, ya sea que las creáis o no.

Lo interesante en cuanto a los profetas, es que la mayoría de las personas no los escuchan y es esa la n razón por la cual muchas veces estos hombres de Dios parecen impacientarse o irritarse. Así es precisamente como se siente el Señor hacia nosotros cuando no lo escuchamos; es la misma forma en que reaccionáis vosotros cuando vuestros hijos no os escuchan.

Sabemos que algunos de vosotros decís que no creéis en Dios. Algunos de vosotros aun habéis sido tan imprudentes como para decir que no hay Dios; esas afirmaciones llevan nuestro interés hacia algunas interrogantes. ¿Creéis que vuestra incredulidad surte algún efecto? Dios no dejará de existir simplemente porque vosotros no creáis en El. Según se informa, cuando a Galileo se le obligó a declarar que la tierra no giraba, el respondió: «Y. sin embargo, se mueve». Quizás tengáis razón en decir que Dios no es el personaje del que se os ha hablado; pero,  ¿cómo podéis saber que no existe? ¿Os lo ha revelado El? ¿Habéis estado en Su presencia para estar seguros de ello? Todo lo que verdaderamente sabéis es que no sabéis si hay un Dios, y esto es una tácita admisión de ignorancia.

Dos rusos viajaron una o dos veces alrededor del mundo en una nave espacial v declararon que habían subido al cielo y que Dios no se encontraba allí. Este es un argumento sumamente débil para un ateo; no es ni siquiera científico, y me hace recordar a un conocido de mi hermano, que tenía fama de hacer burla de todo, y que en una ocasión le dijo: «Soñé que veía a Dios y que era un caballo». El comentario de mi hermano entonces fue: «Ciertamente, para un asno eso es lógico».

Toda la evidencia esta de nuestra parte, puesto que nadie puede comprobar que no hay Dios. Para saber que no hay Dios, tendríais que ir a todo lugar y saberlo todo.

El Profeta declara que Dios vive y que nos está hablando en estos postreros días; y lo sabemos porque somos Sus testigos. Dios ha sido visto, oído y sentido. Con la declaración de que el evangelio ha sido restaurador viene la promesa de que el Espíritu Santo también os testificará ese hecho, y entonces sabréis. Y si esto no os sucede después que hayáis orado con fervor y escuchado con devoción, entonces os hallareis libres de toda obligación de creer.

Y vosotros los que creéis en Dios, pero no creéis en los profetas o la revelación, ¿por qué no creéis en ello? ¿Es malo tener un profeta? ¿Hay alguna regla que se oponga a ello? ¿No necesitamos un profeta? ¿No sería alentador, por ejemplo, si el presidente de una república, fuera también un profeta? ¿No sería algo maravilloso para este, o cualquier otro país, Si solo Dios nos dijera lo que debemos hacer? De hecho, nos lo está diciendo; lo malo es que por lo general no escuchamos. Es exactamente la misma situación que en los tiempos antiguos cuando hablaron otros profetas. Se prefiere cometer adulterio, divertirse los domingos, beber licor, y dejar que algún otro resuelva los problemas de la sociedad y del mundo. Dios está tratando de poner todas estas cosas en orden, por medio de las palabras de sus profetas.

Únicamente cuando tengáis suficiente fe, podréis oír el mensaje

Quisiera dirigirme ahora a aquellos que cometen la mayor de las locuras, los que pertenecen a la Iglesia pero dicen que no están interesados en ella. Decís que no sois religiosos y que no os gusta ir a la Iglesia. Hay personas físicamente enfermas, a quienes tampoco les gusta tomar su medicina, pero 1¢, hacen para poder sentirse bien otra vez. ¿Recordáis cuando vuestros padres os obligaban a comer legumbres? Ahora hacéis lo mismo, con vuestros hijos. Permitidme hablaros en cuanto a las «legumbres» espirituales. Habéis sido creados en la luz; sabéis acerca de Dios; sabéis todo sobre el Salvador; sabéis que el Padre y el Hijo se le aparecieron a José Smith; sabéis que el Libro (le Mormón fue traducido por José Smith, de las planchas que el ángel Moroni le dio y lo tenéis en vuestro hogar; creéis en la Biblia. Es demasiado lo que estáis despreciando, solo para poder ir a pescar los domingos sin cargo de conciencia.

Tengo un amigo que en una ocasión fue a pasar unos días con su familia al Parque Nacional Yellowstone. Él era fiel a sus compromisos como miembro y como líder en la Iglesia, y algunos de sus parientes solían burlarse de él por su naturaleza religiosa que consideraban excesivamente estricta. Un domingo por la mañana lo convencieron de que los acompañara a pasear en bote y a pescar. De pronto, se levantó un fuerte viento y se vieron en tan grande peligro, que hasta empezaron a temer por su vida. Entonces, en un momento desaparecieron las burlas y el escepticismo, y unidos por el mismo temor alzaron sus ojos a mi amigo diciéndole: «Por favor, ¿puedes orar por nosotros?» Era evidente que tenían muy poca confianza en sus propias peticiones o quizás se sintieran indignos de pedir la ayuda divina. La ironía de la situación era que mi amigo, habiendo sido tentado a obrar en contra de sus propias convicciones, y a hacer algo que sabía el Señor no aprobaría, no se sentía digno de pedir nada. «No tenía ninguna oración que ofrecer», dijo. «Todo lo que podía pensar era en el encabezamiento del diario que diría: Un presidente de estaca murió ahogado el domingo, mientras pescaba.»

Dios se esforzó mucho para que pudiéramos tener el evangelio v ahora el Profeta nos amonesta diciéndonos que más vale que prestemos más atención, porque estas cosas son para nuestra felicidad, y «los rebeldes serán afligidos con mucho pesar» (D. y C. 1:3).

Es con gran gozo y fervor que cantamos en la Iglesia el himno No. 178: Te damos, Señor, nuestras gracias. Tengo ahora algo que quisiera decir a todos aquellos que dicen ser fieles y devotos al evangelio. Mientras damos las gracias por tener un Profeta, ¿estamos seguros de que realmente hemos escuchado lo que él dice? Sé que regresamos a nuestras casas después de la conferencia, con el sentimiento de que hemos recibido inspiración de los mensajes que él ha comunicado, y de los discursos de todas las Autoridades Generales. Sin embargo, la verdadera prueba consiste en lo que hagamos después de llegar a nuestros hogares.

Durante la sesión de clausura de una de las conferencias generales, hace cuatro años, el presidente Kimball declaro que se sentía impresionado por los mensajes y las instrucciones contenidos en los varios discursos, que había hecho una lista de todas las cosas que necesitaba recordar, y que tan pronto como llegara a su casa, trataría de perfeccionarse de acuerdo con todo lo que había escuchado. ¿Por qué no hacemos todos la misma cosa? ¿Habéis plantado vuestro huerto?

¿0s estáis preparando para las necesidades presentes y futuras de vuestra familia? ¿Estáis pagando vuestras deudas? ¿Cuál es vuestra relación con el Salvador? ¿Oráis? ¿Leéis las Escrituras? ¿Pagáis vuestros diezmos? ¿Reñís con vuestros vecinos, con vuestro cónyuge, o con vuestros hijos?

Podemos hacer algunas preguntas especiales a los líderes de la Iglesia. Seria vergonzoso criticaros, conociendo vuestra devoción y sacrificio, pero permitidme preguntaros: ¿Estáis realmente escuchando lo que dice el Profeta? Sabemos que algunos escucháis más que otros. Hace ya cinco años que él nos dijo que todo joven debería salir a cumplir una misión. ¿Cómo es que todavía la mitad de ellos se encuentra en su casa? Presidentes de quórum y maestros orientadores, ¿porque hay todavía tantos afligidos y enfermos en espíritu? ¿Por qué no «vendasteis la perniquebrada, ni volvisteis al redil la descarriada, ni buscasteis la perdida?» (Ezequiel 34:4). El Señor os ha llamado por conducto de su Profeta. Escuchemos lo que él nos dice. La forma en que escuchamos al Profeta es lo que constituye la diferencia entre un Lamán o Lemuel y un Nefi. En el sacerdocio de la Iglesia hay algunos que podrían compararse con Lamán.

A todos vosotros, a quienes he mencionado: los incrédulos, los miembros de la Iglesia y los que no lo sois, tanto los fieles como aquellos que no sois tan devotos, los líderes y aquellos que poseéis el Santo Sacerdocio, a todos os declaro, porque se y tengo la autoridad, que Spencer W. Kimball, el Presidente de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, es el Profeta de Dios para todos los habitantes de la tierra. Él es el sucesor directo de Isaías, Malaquías, Pedro, Santiago, Juan, José Smith y otros que lo precedieron. El es el Apóstol principal de Jesucristo sobre la tierra, y está autorizado para proclamar que el evangelio ha sido restaurado en estos, los postreros días, en preparación para la Segunda Venida, y que esta es la época en que debemos prepararnos. La suya es una voz gozosa en las gloriosas nuevas que anuncia, así como una voz de advertencia solemne para todos nosotros. De esto testifico, en el nombre de Jesucristo. Amen.

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