Enseñemos a nuestras niñas

Conferencia General 15 de Septiembre 1979
Enseñemos a nuestras niñas
Por Naomi M. Shumway
Presidenta General de la Primaria

Naomi M. ShumwayQuisiera haceros saber que me siento muy bendecida por esta oportunidad de reunirnos en esta conferencia mundial de mujeres, para oír palabras de aliento y guía, y extiendo mi cariñoso saludo a cada una de vosotras, mis hermanas.

Me siento humilde al darme cuenta de la gran responsabilidad que se me ha dado esta noche y he orado fervientemente para saber acerca de que debería hablar. E1 Espíritu me ha inspirado a hablar acerca de los niños y especialmente de las niñitas de hoy.

Hace unas pocas semanas contesté el teléfono en mi oficina, y una voz emocionada del otro lado pregunto: «¿Abuela?». Cuando reconocí la voz de mi hija exclame con gozo: «¿De veras?»; me contestó: «Si, es una niña».

¡Es difícil expresar lo que sentí en ese momento! Mi corazón rebozaba de gratitud hacia un bondadoso Padre Celestial que había contestado nuestras oraciones.

Cuando vi a mi hija con su pequeña en brazos, ese tierno espíritu que acababa de salir de la presencia de nuestro Padre Celestial, fue como si sintiera el abrazo de nuestro Redentor asegurándonos que nos ama y confía en el cariñoso cuidado que mi hija dará a la pequeñita. Me sentí llena de agradecimiento… Estoy segura de que todas las abuelas que me escuchan me darán la razón cuando les diga que no es fácil ser humilde en estas ocasiones, especialmente cuando una piensa que es abuela de los niños mas maravillosos del mundo.

Desde ese momento, he meditado aun mas de lo acostumbrado y me he preguntado que clase de mujeres llegarán a ser nuestras tres nietecitas, y todas las demás niñas de esta época; y como será el mundo cuando lleguen a ser adultas.

Gran parte del futuro esta en nuestras manos; vuestras manos, las mías y las de todas las mujeres del mundo. En esta época llena de tumulto, confusión y ansiedad, pero también llena de oportunidades, debemos recordar que a nuestras niñas también se las esta poniendo a prueba. Criarlas y enseñarles es nuestro sagrado deber y responsabilidad.

Louisa May Alcott llama a las niñas «mujercitas», y nosotras las vemos como líderes en potencia del reino de Dios. Llegan a nuestra vida como criaturas indefensas a las que de inmediato nos unen fuertes lazos de amor y empezamos atando zapatitos y gorritos, y más adelante las monas en el pelo y los vestidos; cuando llegan los años de la adolescencia debemos adaptarnos a su ritmo de vida, aceptarlas tal cual son y disfrutar de esa época que rápidamente llega a su fin. Muy pronto somos abuelas, y experimentamos una renovación de los lazos de amor que nos unen. Y el ciclo vuelve a comenzar.

La niñez está caracterizada por crecimiento y necesidades y a pesar de que dura poco comparada con el resto de la vida, se ha comprobado que lo que sucede durante esos años determina en gran parte lo que será la persona adulta. ¡Cuán vital es que durante esa época les inculquemos la importancia de la oración y de obtener un testimonio y de gozo de vivir una vida digna! Debemos recordar que el Señor nos ha dicho:

…no os canséis de hacer lo bueno, porque estáis poniendo los cimientos de una obra grande, y de las cosas pequeñas nacen las grandes.» (D. y C. 64:33.)

Si las niñas de hoy han de tener la responsabilidad de hacer una «obra grande», y creo que esto es cierto, es entonces en estos, sus primeros años, que debemos ayudarlas a entender que son hijas de un amoroso Padre Celestial, siervas del Señor, y herederas del gozo y las bendiciones de ser mujeres.

Uno de los ejemplos más hermosos de esta relación, se encuentra en el relato de Lucas acerca de la aparición del ángel Gabriel a María. Aquel le había revelado la misión especial que el Padre Celestial había preparado para ella. ¡Iba a ser la madre de Jesucristo, nuestro Salvador! Las Escrituras solo registran una pequeña parte del dialogo entre María y el mensajero celestial, pero las expresiones de gozo de María indican que se le dejo entrever el plan de salvación y que ella entendió el papel que le correspondía representar, porque dijo:

«Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.» (Lucas 1:46, 47.)

Desde ese momento, María dedicó su vida a traer al Salvador al mundo, de la misma forma que sabemos que Jesucristo ya se había comprometido a dar Su vida por nosotros. Cuando nosotras, madres e hijas, comprendemos como hijas de Dios todas estas cosas, el Evangelio de Jesucristo deja de ser una religión de hábito para transformarse en una religión de convicción que nos puede librar del miedo, la confusión y las dudas que a veces sentimos en esta época tan difícil.

A pesar de que nosotras, las mujeres adultas, tenemos que servir de guía, muchas veces son los niños los que nos enseñan el camino. Tenemos por ejemplo, el caso de una niña que, cuando un evangelista le pregunto a qué iglesia pertenecía, ella le contestó con orgullo: «Soy mormona». «Y si no fueras mormona, ¿qué serias?» A lo que la niña replicó: «¡Seria una lástima!»

Planeemos hoy nuestro futuro. El éxito o el fracaso del mañana está en manos de nuestros hijos. Lo único que nuestro Padre Celestial ha creado y puede transformarse en una mujer, es una niña, ¡y que bendición es ser mujer! No importa cuales sean nuestras circunstancias, nuestra salud o nuestra edad y aun a pesar de los que quieren desviarnos del camino y apartarnos del cometido para el cual fuimos creadas, ¡es una bendición ser mujer! Nuestro querido profeta Spencer W. Kimball lo expreso así:

«Es para vosotras una gran bendición ser mujeres de la Iglesia. Nunca ha habido tanto en contra de la dignidad y la virtud, pero a la vez, nunca hemos tenido mayores oportunidades de alcanzar nuestro potencial.» (Women, Deseret Book, 1979, pág. 2.)

No importa la edad que tengamos o lo que hagamos, nuestra obligación como mujeres es dar el buen ejemplo y guiar a nuestras valiosas «mujercitas», aceptando con gusto nuestro papel y las responsabilidades que como tales lo acompañan. Que vayamos siempre hacia adelante y continuemos progresando como hijas de Dios en pos del cumplimiento de nuestro cometido, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amen.

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