Hemos de ir con nuestros niños y con nuestros viejos

Conferencia General Octubre 1979
Hemos de ir con nuestros niños y con nuestros viejos
Por el élder Hugh W. Pinnock
Del Primer Quórum de los Setenta

Hugh W. PinnockHace varios años, al viajar a Pittsburgo, Pennsylvania, me senté al lado de un ministro de una importante iglesia protestante, y como el vestía su ropa eclesiástica, lo identifiqué fácilmente. Después de presentarme como miembro de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días, él me preguntó: «¿Sabe usted de que hablamos los ministros de mi iglesia cuando nos reunimos? Acerca de los mormones; vemos a jóvenes y ancianos, niños y adolescentes, a matrimonios jóvenes que llenan sus capillas; y todos parecen sentirse muy a gusto en las reuniones de la Iglesia». Yo le expliqué cuánto nos interesan las personas de  todas las edades.

Esa experiencia me hizo recordar los obstáculos que encontró Moisés para persuadir al Faraón de que dejara salir de Egipto al pueblo de Israel. Una plaga siguió a otra, hasta que por último, el soberano Egipcio cedió. Ante la amenaza de la plaga de langostas, convino en que fueran los varones, si Moisés dejaba a las mujeres, los niños y los ancianos en Egipto. (Éxodo 10:3-11.) Pero Moisés insistió en que todos debían irse; le dijo:

Hemos de ir con nuestros niños y con nuestros viejos, con nuestros hijos y con nuestras hijas; con nuestras ovejas y con nuestras vacas hemos de ir.» (Éxodo 10:9.)

Moisés se negó a dividir el pueblo de Dios. Todos compartieron los peligros y los riesgos, tal como lo hicieron nuestros pioneros, hace ciento treinta y dos años, durante el gran éxodo. La solidaridad entre las personas de todas las edades, es un reflejo de la forma en que Dios hace las cosas, y por eso la practicamos.

La vida no es estacionaria: Los segundos, los minutos, las horas, los días, meses y años, pasan con la misma rapidez para todos. No hay edad que pueda quedar estancada. Ninguno de nosotros puede quedarse detenido en la infancia, la juventud, la madurez o la vejez. Todos avanzamos en edad, y el ideal sería que también avanzáramos en progreso personal.

«. . .aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando», dijo Pablo, «el interior. . . se renueva de día en día.» (2 Corintios 4:16)

Al reflexionar sobre mi propia vida, experimento una profunda gratitud por las personas mayores que han influido en mí. Una tía abuela me enseñó muchísimas lecciones con su modo bondadoso y delicado. Una abuela encantadora influyo no solo en sus nietos, sino también en muchos de los amigos de estos. Un patriarca, con su recto vivir, y al dar una hermosa bendición, cambio el curso de la vida de un Joven. El élder LeGrand Richards y su poderosa voz y testimonio, ha hecho ver la verdad del evangelio a todos los que le han escuchado. Nuestro extraordinario Profeta y líder nos ha inspirado con su dedicación y extraordinario vigor.

Todos somos necesarios, todos hemos de servir. Los que tenéis experiencia y madurez, que pasasteis por la gran depresión económica, los estragos de las dos guerras mundiales, que habéis pasado del transporte del coche tirado por caballos al de los aviones supersónicos que viajan a más de dos mil kilómetros por hora, tenéis mucho que ofrecer. A vosotros, los que habéis llegado a la vejez, quisiera dirigir hoy mis palabras.

De pocos hombres nombrados en el Nuevo Testamento se ha dicho tan poco como de Mnasón; su nombre aparece solo una vez: «uno llamado Mnasón, de Chipre, discípulo antiguo, con quien nos hospedaríamos» (Hechos 21:16). Cuando los misioneros de antaño viajaban, procuraban la compañía de un discípulo de mayor edad, con el cual se sintieran a gusto. Evidentemente, deseaban beber de su sabiduría y conocimiento.

«Pero, ¿qué podemos hacer?». . . me parece oír de labios de algunos de nuestros hermanos de la Iglesia, ya avanzados en edad.

Primero, acercaos a] Salvador. Si consideráis que todavía no lo conocéis, pensad en El a menudo, leed sobre El, invitadlo. Nunca es demasiado tarde para hacerse de amigos, y Él es el mejor amigo que podéis encontrar.

Segundo, hablad de tiempos pasados, cuando la vida era diferente. Conservad vivos los recuerdos de vuestros esfuerzos y logros. Daos tiempo para hablar de las verdades inalterables. Demostrad que la solución a los problemas de hace sesenta, setenta y ochenta años, son tan válidas y útiles ahora, como lo fueron en aquel entonces. Necesitamos aprender de vosotros.

Tercero, volveos a vuestros antepasados. Las puertas del templo os invitan. ¡Son tantos los que necesitan que les prestéis ese servicio especial! El tiempo extra que muchas veces tenéis os permite bendecir a aquellos que os precisan para que hagáis en la tierra la obra por ellos… os están esperando.

Cuarto, hay mucho que podéis hacer en el campo misional. Ya sea como matrimonios, o, si estáis solos, como misioneros o misioneras mayores. Si bien es cierto que no saldréis a repartir folletos como los más jóvenes, o, al menos, no por tanto tiempo, podréis ayudar a los miembros inactivos, así como prestar servicio, trabajando e instruyendo con respecto a los servicios de bienestar, trabajando en los centros de visitantes, podréis trabar amistad con las personas mayores y ayudar a aquellos que necesiten vuestro ejemplo como directores, vuestro buen criterio y capacidad para enseñar. Los investigadores de Sttutgart, Alemania Occidental Hermosillo, México, Williamsport, Pennsylvania y Rocky Ford, Colorado, escucharan el evangelio y, si, se bautizaran gracias a vosotros.

Quinto, daos cuenta de que sois necesarios y amados, y de que podéis ser una influencia positiva para el bien de mucha gente. Muy a menudo las personas mayores tienden a apartarse, sintiéndose innecesarias, dejadas de lado, desairadas, rechazadas; en general, nada estaría más alejado de la verdad. Os rogamos que nos comuniquéis abierta y claramente vuestro sentir.

Sexto, llevad a cabo vuestra noche de hogar. Si estáis solos, invitad a amigos para los lunes por la noche; si os sentís solitarios, recordad que otros también están solos. La soledad solo se desvanece haciendo algo para que otros no tengan que sufrirla. La noche de hogar constituye una oportunidad ideal para compartir, adorar a Dios, y curar muchos males.

Séptimo, siempre que podáis, salid a caminar todos los días y disfrutad de este hermoso mundo que nos ha dado el Salvador, e invitad a otros a que os acompañen a gozar juntos de la belleza y los milagros de la naturaleza.

«Añadid vida a vuestros años, y no solo años a vuestra vida.»

Octavo, por lo que más queráis, olvidad vuestros pesares. Los años que habéis vivido tendrán a su haber tanto dicha como experiencias que cambiaríais, si pudierais; pero eso no es posible; así que desechad esos recuerdos tristes que os afligen. Cuando e] Salvador dijo: ‘no juzguéis», se refirió, en parte, a nuestra relación para con nosotros mismos. (Mateo 7:1.) Vivid con felicidad el arrepentimiento que podáis sentir. La escritura: «Existen los hombres para que tengan gozo» (2 Nefi 2:25), sigue vigente para todos.

Bernard Baruch, al cumplir 85 años dijo: «Para mí, los viejos han sido siempre los que tienen quince años más que yo».

Sí, mucho es lo que vosotros podéis hacer. Por otra parte, los más jóvenes se preguntaran: «Y, ¿qué podemos hacer nosotros?»

Primero, es ciertamente nuestra la responsabilidad de mantenernos en contacto con vosotros, nuestros padres, abuelos, y amigos mayores, para agradeceros con afecto vuestra influencia. Quizás debiéramos llamar por teléfono o escribir una carta o nota de agradecimiento a papa, mama, un obispo, maestro o amigo, esta misma tarde.

Segundo, tenemos que desarrollar un compañerismo especial con vosotros, de manera que nuestro servicio conjunto en el reino de Dios sea eficaz. Vosotros, presidentes de estaca, obispos, presidentes de quórum, líderes de las organizaciones auxiliares, debéis llamar a los miembros mayores a cargos de importante responsabilidad. ¿Imagináis como sería el grupo de las Autoridades Generales si no contara con sus admirables hombres de ochenta y noventa y tantos años que inspiran, enseñan y ayudan a edificar el reino?

Tercero, debemos prestar atento oído a lo que, vosotros, los mayores, aconsejáis con sabiduría. Quién sabe escuchar, tiene amor en el corazón. Os suplicamos que perdonéis nuestra impaciencia, y confiamos en que podamos aprender a escuchar vuestro consejo.

Cuarto, en medio de la prisa que nos impone la vida, debemos asegurarnos de atender a vuestras necesidades, tal como vosotros lo habéis hecho con nosotros durante décadas de paciencia y amor. Que podamos enjugar vuestras lágrimas del mismo modo que vosotros enjugasteis las nuestras, con tanta paciencia y cariño.

Para finalizar, quisiera deciros, amados ancianos, que sois nuestros amigos y que constituís un ejemplo para nosotros; os agradecemos y confiamos en que seamos uno con vosotros, como lo son el Padre y el Hijo, ruego en el bendito nombre de Jesucristo. Amén.

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