Para bendecir al individuo

Conferencia General Octubre 1979
Para bendecir al individuo
Por el obispo Victor L. Brown
Obispo Presidente de la Iglesia

Victor L. BrownRuego que las palabras que pronuncie esta mañana tengan cabida en el corazón de todos los que las escuchen.

Los Servicios de Bienestar, por su misma naturaleza, abarcan gran parte del cotidiano vivir, razón por la cual el presidente Kimball los ha definido como el «evangelio en acción». Entonces, dado que el evangelio es un medio del cual el individuo se vale al esforzarse por alcanzar su exaltación, los Servicios de Bienestar, necesariamente, vienen a constituir ese medio.

Como habéis de saber, el Obispado Presidente tiene la responsabilidad de administrar muchos de los asuntos temporales de la Iglesia entre ellos se incluye el supervisar las operaciones del Sistema de Depósitos de Provisiones de los Servicios de Bienestar. Ahora, aun cuando esto abarca una gran variedad de actividades y responsabilidades, creo que el deber más importante que tenemos con respecto al mismo, es el de asegurarnos de que, esencialmente, este gran proyecto se concentre en cada persona, en la que da y la que recibe, para que todos puedan ser bendecidos, elevados e inspirados.

Cuanto mayor conocimiento adquiero con respecto a los esfuerzos de los diversos gobiernos y otras organizaciones en el campo de la beneficencia social muchos de los cuales tienen los más elevados propósitos, más crece mi admiración por el método del Señor para bendecir a aquellos que se encuentran en necesidad, ayudándoles a que se ayuden a sí mismos. Me siento orgulloso y complacido al veros a vosotros, los líderes locales del sacerdocio y la Sociedad de Socorro, de diversas partes del mundo, concentrar vuestra atención por medio del programa de los Servicios de Bienestar, en cada persona, en forma individual. Muchas escenas se me representan en la mente, las cuales se repiten en un barrio tras otro, en toda la Iglesia. Con los ojos de la imaginación veo a un obispo entrevistando de un modo delicado y confidencial, a una persona acogida al programa de bienestar; veo, asimismo, al presidente de un quórum que visita el hogar de uno de los miembros que acaba de perder su trabajo; veo a una maestra visitante llevando una comida a una familia de niños pequeños cuya madre se encuentra hospitalizada; y a un miembro del sumo consejo de una estaca instando a una hermosa joven lamanita, a que siga adelante en el programa de colocación de estudiantes indios, a pesar de las muchas dificultades vividas durante el primer mes en el nuevo establecimiento de enseñanza secundaria.

En todos esos casos, los líderes de la Iglesia se interesan en lograr tres cosas:

Primero, comprender el problema.

Segundo, encaminar a la persona hacia la resolución del problema, prestándole ayuda para que se dé a sí misma.

Tercero, instar a la persona a adquirir una relación más estrecha, con el Señor.

Quisiera compartir con vosotros dos experiencias de la vida real, las cuales constituyen un ejemplo del modo en que el ayudar conforme a la manera propia del Señor, ha redundado en la bendición del individuo; de como el espíritu de amor y caridad que reina en el Sistema de los Servicios de Bienestar de la Iglesia, efectivamente logra elevar a las personas.

Veamos el primer caso: La vida de Richard, antes de que se uniera a la Iglesia, se caracterizaba por su dependencia constante de ayuda financiera que recibía de las instituciones de beneficencia del Estado, así como de bonos que podía canjear por comestibles y algunos artículos de primera necesidad; entrevistas con asistentes sociales, clínicas de salud pública, y honorarios de médicos y cuentas sin pagar de electricidad, agua, gas, etc. Ni él ni su esposa sabían administrar el dinero, ni siquiera en pequeñas cantidades. Richard tuvo una maravillosa conversión a la Iglesia pero se unió a ella con muchas deficiencias de personalidad, y le resultaba muy difícil conservar una ocupación. Su obispo lo recomendó a las Industrias Deseret para que se le diera allí un empleo, y por primera vez en su vida adulta comenzó a percibir un salario regular. Al paso que se iban deslizando los días, iba él sintiendo crecer en su interior ese orgullo y respeto de sí mismo que tanto necesitaba; se desvanecieron las dificultades que hasta entonces había tenido para expresarse ante los demás, y su esposa e hijos comenzaron a respetarlo como patriarca del hogar.

El coordinador de rehabilitación de Industrias Deseret trabajo minuciosamente con Richard, y lo mismo hizo el obispo de este. Se abrió una cuenta bancaria a su nombre, se le confecciono un presupuesto familiar practico, que él y su familia aceptaron; se pagaron las deudas contraídas con el médico desde hacía un año; se pagó a la compañía de electricidad una cuenta de dos meses y medio el mismo día en que se les iba a cortar la corriente eléctrica; y, así se fueron saldando, en la debida forma, las demás deudas.

La vida de Richard iba cambiando: empezaba a experimentar ese sentimiento de amor propio y de que las cosas comenzaban a emprender un nuevo rumbo para él. A principios de julio del año en curso, visitó Industrias Deseret el gerente general de un importante negocio de lavanderías, en busca de empleados eficientes. Entonces se le dio a Richard una oportunidad de ser entrevistado para el trabajo en cuestión; pero él manifestó temor y ciertos reparos con respecto a tal entrevista. El coordinador de rehabilitación puso manos a la obra para practicar con él una y otra vez las partes de que se compone una entrevista de esa naturaleza. ¿El resultado? Richard pasó aquella entrevista y consiguió el empleo. Un nuevo estilo de vida estaba a punto de comenzar para él.

Al dejar Richard su ocupación en Industrias Deseret, se ofreció un almuerzo en su honor, durante el cual, el expreso lo siguiente:

«Mis queridos hermanos, en estos momentos me embargan sentimientos mezclados de contento y de tristeza: de contento, porque he encontrado un empleo en el mercado laboral, en el cual percibiré un salario mejor de lo que hasta ahora he ganado, y, por primera vez en mi vida, podré proveer para mi familia de la manera en que nuestro Padre Celestial quiere que lo haga. Reconozco que voy a experimentando un progreso, lo cual es el propósito de esta vida. Ahora, lo que me causa tristeza, es que me alejaré de todos vosotros. . . os amo con todo el corazón. Me siento profundamente agradecido por lo que Industrias Deseret ha hecho por mí, y ruego que todos vosotros encontréis la felicidad que yo he experimentado al trabajar en este lugar. Deseo expresar mi agradecimiento, de un modo especial a mi coordinador y a mi obispo, quienes han hecho tanto por mí. . .»

Richard sobrepaso, tanto sus propias expectaciones como las de su empleador; hace poco, recibió un ascenso y un buen aumento de salario. Un alma, una vida humana, ha sido bendecida. Probablemente nadie más hubiera podido lograr lo que lograron el obispo y el coordinador de rehabilitación de Industrias Deseret.

Veamos ahora el otro ejemplo. (Se han cambiado algunos de los nombres de las personas y de los sitios reales.) En marzo de 1978, la familia Wilson, que reside en el Estado de Idaho, Estados Unidos, recibió una carta, que entre otras cosas decía:

«Estimados hermanos Wilson: Les escribo confiando en que darán respuesta a la presente, informándome como se encuentran tanto ustedes como sus hijos, y, asimismo, para contarles algo de mí.

La carta era de Celia, una hermana lamanita a la cual ellos habían albergado en su casa, y de quien no teman noticias desde hacía varios años.

La semilla de la amistad entre ella y la familia Wilson, había caído en buena tierra, allá, por 1965, con un discurso que había pronunciado el élder Spencer W. Kimball, en aquel entonces, miembro del Quórum de los Doce. El hermano Wilson, que en ese tiempo era Obispo, se sintió vivamente impresionado con las palabras de una escritura del Libro de Mormón, citadas en el discurso, que dicen:

«… ablandaré el corazón de los gentiles para que les sean por padre; de modo que los gentiles serán bendecidos y contados entre los de la casa de Israel». (2 Ne. 10:18.)

El resto del discurso llego hasta lo más profundo del corazón del obispo Wilson, a tal punto, que tomo la determinación de prestar su colaboración, participando en el programa de colocación de estudiantes indios. Y fue así que en el otoño de 1967, la familia Wilson comenzó a vivir una maravillosa nueva experiencia, cuando la joven Celia, de dieciséis años, llego a su hogar para permanecer con la familia durante la temporada escolar.

Los Wilson han dicho: «Disfrutamos muchísimo de la permanencia de Celia en nuestra casa; pasamos momentos muy gratos con ella; era buena alumna y muy obediente. Cuando volvió con los suyos, mantuvimos correspondencia durante algún tiempo, pero poco a poco, con el paso de los años, perdimos contacto».

Después que Celia se fue, durante varios años, los Wilson continuaron alojando en su casa a varios otros jóvenes lamanitas, a todos los cuales llegaron a profesar un profundo afecto y aprecio, y con los que trabaron especiales lazos de amistad Para 1978, cuando llegó la carta de Celia, la familia Wilson había crecido llegando a contar ya con diez hijos propios; hacia dos años que no participaban en el mencionado programa.

Seguiré citando parte de lo que Celia decía en su carta a los Wilson:

«Actualmente, trabajo como secretaria. . . y he ahorrado suficiente dinero para comprar ropa a mi hijita, antes de que se vaya a estudiar como participante del programa. . .

Me imagino que en los años que han pasado, todos habrán cambiado un poco, que los chicos habrán crecido. . .

Como les decía anteriormente, tengo una hija de siete años, cuyo nombre es Margaret… este otoño partirá a estudiar bajo el programa de colocación de estudiantes lamanitas. . . ella desea ir y yo le he hablado mucho de él… en sus siete años de vida nunca se ha alejado de casa. . .

¿Recuerdan a mi hermano David? Les diré que él ha servido ya en una misión, y que en la actualidad estudia en la Universidad de Brigham Young; vendrá este verano para bautizar a Margaret. La última vez que vino fue para la pasada Navidad, y durante los días que permaneció aquí, bendijo a la hijita de otro de mis hermanos. Antes de eso, bautizo a dos más de nuestros familiares. . .

¿Y que es de Joy, Curt, Rhonda, Gary y Jenny? Los recuerdo a todos: a Joy, y su alergia, a Curt y su acordeón, a Rhonda y sus clases de ballet, y a Gary, que nadaba como una ranita en la piscina. Y recuerdo muy bien a la pelirroja Jenny y su hermoso cabello. ¿Cómo se encuentran todos ellos?»

Celia continuaba su carta, mencionando los problemas que aquejan a los jóvenes modernos, y especialmente el abuso de las drogas, lo cual había empezado a infiltrarse en su población en proporciones tan alarmantes como en las grandes ciudades. Manifestaba una profunda gratitud por la Iglesia  sus enseñanzas, que constituyen una salvaguardia para que los jóvenes de la misma no incurran en los errores que prevalecen entre la juventud actual. Decía además, que con las enseñanzas de la Iglesia, su familia se sentía más unida y más segura, que la mayor parte de sus hermanos menores iban a beneficiarse con el programa de colocación durante ese año escolar, etc. Hacia el final de la carta, decía:

«¿Participan ustedes todavía en el programa de colocación de niños lamanitas?

Les ruego que me escriban comunicándome las noticias. . .

Ahora paso a despedirme. . . que el Señor los bendiga y proteja siempre. Con el mayor afecto. . .»

Al leer el matrimonio Wilson esa bella y agradable carta de Celia, él recordó vagamente otra parte del discurso que el élder Kimball había pronunciado hacia doce años: algo referente a que el verdadero éxito no se verificaría en la primera generación, sino en la segunda, la tercera o la cuarta. E1 hermano Wilson dijo: «Cuando esas palabras acudieron a mi mente, sentí que debíamos acoger a la hijita de Celia bajo nuestro techo, ya que la niña representaría, de hecho, la segunda generación de la misma familia, en el mismo hogar.»

Por medio del programa se hicieron las averiguaciones referentes para saber si era posible que los Wilson tuvieran a Margaret en su casa durante el año escolar. «Cuando Celia se enteró de ello», nos dice el hermano Wilson, «se puso inmediatamente en contacto con nosotros, y conmovida hasta las lágrimas, nos hizo saber cuan complacida se sentía de que Margaret viniera a nuestro hogar, el mismo del cual ella había formado parte años atrás».

Y Margaret paso el año escolar 1979, con la familia Wilson; tal como su madre, les dio tanto como lo que recibió de ellos.

La hermana Wilson nos dice:

«La niña es muy generosa con los demás; si alguien comenta que le gusta alguna de las cosas que ella posee, Margaret espontáneamente se lo regala. Todos nuestros hijos reciben una pequeña mensualidad, y dado que la consideramos como si fuera nuestra hija, también recibe su parte. Para la Navidad pasada hablamos de realizar algo, como familia con el objeto de ayudar a otras personas. Margaret, que había ahorrado una buena cantidad de dinero de sus mensualidades, dio todos sus ahorros para el proyecto familiar.

Además, la niña es muy hacendosa y ayuda en los quehaceres domésticos junto con los demás. Ella y Angela, que también tiene ocho años, comparten algunas tareas en la cocina, una noche por semana, aparte de otras responsabilidades que se les han asignado para realizar en la casa.»

El hermano Wilson recuerda que cuando Margaret llegó a su casa, era muy callada y no exteriorizaba mucho su sentir. Celia, la madre de la pequeña, les había pedido que ayudaran a su hija orientándola, de modo que aprendiera a orar y a expresar sus sentimientos.

«Ahora Margaret pregunta si puede pedir la bendición de los alimentos y si puede ofrecer oraciones», nos dice el hermano Wilson, «y debo subrayar el hecho de que cuando la niña eleva una oración, todos la escuchamos con mucha atención, porque los sentimientos que expresa son hermosos».

Al acercarse el fin del año escolar los Wilson hicieron los arreglos necesarios para que Celia fuese a visitarlos unos días antes de la fecha en que Margaret había de volver con los suyos. De ese modo, Celia volvió una vez más al hogar que la había cobijado en otro tiempo, reuniéndose allí con su hija y la familia que las había hospedado a las dos. Después de conversar con los Wilson, se decidió que la niña estaba preparada para proseguir sus estudios en la población de sus padres.

En este caso, vemos ejemplificadas las bendiciones que se obtienen cuando se da v cuando se recibe. Esos sentimientos los expreso muy elocuentemente el presidente 3. Reuben Clark, hijo, en una reunión especial que se llevó a cabo para las presidencias de estaca, el 2 de octubre de 1936:

«El verdadero objeto a largo plazo del Plan de Bienestar es la formación del carácter de los miembros de la Iglesia, de dadores; recibidores, dejando grabados indeleblemente en lo más profundo de su ser, los sentimientos más nobles y puros, y haciendo florecer y dar fruto a la riqueza latente del espíritu, lo cual es, después de todo la misión, el propósito v la razón de ser de esta Iglesia.»

Mis hermanos, es mi oración que cada uno de nosotros, como líderes v padres, nos esforcemos constantemente por elevar, ennoblecer v bendecir a cada persona, como ser único e individual, mediante las enseñanzas del Evangelio de Jesucristo, lo cual ruego en Su nombre. Amén.

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