Ejemplos de la vida de nuestro Profeta

Conferencia General Octubre 1981
Ejemplos de la vida de nuestro Profeta
por el élder Robert D. Hales
del Primer Quórum de los Setenta

Robert D. HalesMuchos de los ejemplos que nuestro Salvador Jesucristo utilizó se basaban en sus propias experiencias.  De la misma manera, los profetas modernos enseñan por medio de su ejemplo diario.  El mensaje simple y lleno de poder es «venid en pos de mí».

Permitidme compartir con vosotros algunos momentos y enseñanzas especiales que he recibido de nuestro Profeta.

Podemos aprender mucho del valor que ha demostrado el presidente Kimball al sobrellevar todas sus enfermedades.  Él es un testimonio viviente de que al soportar el dolor y la adversidad podemos purificar nuestra alma y fortalecer nuestra fe y testimonio de Jesucristo.  En verdad, si consideramos todas las pruebas que ha tenido que sufrir, nos daremos cuenta de que en muchas formas él es un Job moderno.

La historia de Job, en el Antiguo Testamento, trata tres de las grandes pruebas por las que todos debemos pasar en algún punto de nuestra vida.  Primero, reveses temporales.  Job perdió todo lo que poseía.  Segundo, enfermedades que probarán nuestra fe y testimonio.  Tercero, depresión emocional.  Job dijo: «¿Por qué no morí yo en la matriz?» «Está mi alma hastiada de mi vida.» Pero la gran lección que nos enseñó este profeta es que «en todo esto no pecó . . . ni atribuyó a Dios despropósito alguno». (Job 3:11; 10:1; 1:20-22.)

Muy a menudo, cuando sufrimos adversidades, nos justificamos para cometer pecados y apartarnos de las enseñanzas de Jesucristo, de los profetas que nos guían, de nuestra familia y amigos.  Job no perdió su testimonio y fue bendecido por su firme fe en Dios y en que volvería a estar en su presencia algún día.

El presidente Kimball, siendo un hombre justo como Job, ha soportado muchas pruebas: cáncer a la laringe, operación al corazón, erupciones de la piel, cirugía craneana y varias otras dolencias.  Sus experiencias nos sirven de ejemplo para enfrentar también nosotros enfermedades y sufrimientos semejantes.

El presidente Kimball tampoco ha pecado o culpado a Dios, sino que ha retenido su integridad y su testimonio para alabar al Señor en medio de sus aflicciones.  Nunca le hemos oído quejarse, sino que al contrario, su actitud siempre ha sido: «Dame, pues, ahora este monte». (Josué 14:12.) (Véase el artículo en Liahona, enero de 1980, pág. 122.)

La valentía y fe del presidente Kimball para enfrentar las enfermedades son un ejemplo para todos, un testimonio de que nosotros también podemos enfrentar las aflicciones de la vida.  Nuestros dolores y aflicciones son pequeños comparados con los de él.

Después de ser operado de la garganta, el presidente Kimball se quedó sin voz.  Durante una reunión de testimonios en el templo, el presidente Lee lo llamó para que diera su testimonio; pero él no pudo pronunciar palabra alguna sino sólo sonidos inarticulados, apenas perceptibles.  Después le escribió una nota al presidente Lee preguntándole: «¿Por qué me ha hecho esto?» El presidente le respondió: «Spencer, tiene usted que recuperar la voz, puesto que aún tiene una gran misión que realizar». ¡Qué ejemplo conmovedor de amor de un profeta por otro!

El presidente Kimball fue obediente y aprendió a retener aire en el esófago y a usar el tejido cicatrizado de la cuerda vocal que le quedaba para recobrar la voz y efectuar su gran misión.  El cumplimiento de la misión profética del presidente Kimball es semejante en importancia al de cualquier otro profeta en ésta u otra dispensación.

Su esposa siempre lo ha apoyado en una forma devota y amorosa.  Recuerdo que una noche en Samoa, tanto el Presidente como ella tenían una fiebre de cuarenta grados.  Pero al otro día fueron los primeros en abordar el autobús temprano por la mañana.  Él dirigió las reuniones, y ambos cumplieron con el extenso programa amablemente y con gran consideración, teniendo en cuenta siempre a los que se encontraban a su alrededor.

Cuando el presidente Kimball fue llamado al Consejo de los Doce, aceptó con lágrimas, y se preguntó si sería digno de tan grande llamamiento.  Cuando colgó el auricular, fue su esposa quien le dijo: «Puedes hacerlo, Spencer; ¡claro que puedes!» Ella es un ejemplo perfecto de ser una unidad con su compañero. Cuando se le pregunta con respecto a su propia salud, contesta: «Cuando él está bien, yo estoy bien».

Él me enseñó una lección cuando recibí mi llamamiento como Autoridad General.  Al preguntarme si estaba dispuesto a trasladarme a Salt Lake City para servir como Autoridad General por el resto de mi vida, la emoción me embargó y le contesté: «Presidente Kimball, ¡no sé qué decir!» Él me respondió: «Sólo deseo que digas sí».  La lección fue obvia.  No hay necesidad de un discurso para expresar nuestro cometido, nuestro amor y devoción al aceptar un llamado del profeta.  El ya lo sabe.

El presidente Kimball siempre llega al corazón de quien lo necesita con sincero amor.  En una ocasión íbamos a hablar con respecto a una conferencia de área.  Al entrar en su despacho, lo encontré de espaldas a la puerta, escribiendo a máquina.  Terminó e hizo girar la silla para saludarme; en una mano tenía una carta de treinta y dos páginas de un joven que había leído su libro El milagro del perdón, y en la otra tenía la respuesta que él personalmente había escrito para responder a las necesidades especiales de aquel joven que deseaba arrepentirse y necesitaba de su ayuda.  El mensaje fue claro para mí: «No importa cuán ocupado uno esté, nunca se debe olvidar a quienes necesitan ayuda».

Sin temor, él comparte su testimonio como testigo especial del Señor.  Durante la Conferencia de Area en Copenhague, Dinamarca, que se llevó a cabo del 3 al 5 de agosto de 1976, el presidente Kimball fue a ver la hermosa estatua del Salvador resucitado, «El Cristo», del escultor Thorvaldsen, cuya reproducción se encuentra en los centros de visitantes de Salt Lake City, Los Angeles y Nueva Zelanda. Después de algunos minutos de meditación y de admirar la escultura, el Presidente le expresó su testimonio al guardia.  Luego, cuando se dirigió a la estatua de Pedro, señalando las llaves que colgaban de la mano derecha del Apóstol, le dijo: «Las llaves de la autoridad del sacerdocio que Pedro poseyó como Presidente de la Iglesia de Cristo, ahora las poseo yo como Presidente de la Iglesia en esta dispensación.  Usted trabaja diariamente con apóstoles de piedra, pero hoy está en la presencia de Apóstoles de carne y hueso.» Prosiguió entonces a presentarle al presidente N. Eldon Tanner, al élder Thomas S. Monson y al élder Boyd K. Packer.  A continuación le dio un Libro de Mormón en danés y le expresó su testimonio de José Smith, el Profeta. Las lágrimas del guardia fueron prueba de que el Espíritu le testificaba que se hallaba en presencia de un Profeta y de Apóstoles.  Al salir de la iglesia me dijo: «Hoy he estado en presencia de siervos de Dios».

El presidente Kimball trabaja con gran diligencia y con todo su corazón, poder, mente y fuerza, pero no obliga ni espera que quienes le rodean trabajen a su ritmo, sino al de ellos.  Es un hombre de acción, como lo demuestra el letrerito que tiene en su escritorio, que dice: «Hazlo».

A quienes trabajan con él, su ejemplo les ayuda a eliminar frases como «Trataré» o «Haré todo lo que pueda».  Su constancia y amor motiva a aquellos que lo toman de modelo a alcanzar metas más altas y a «alargar el paso» hacia la perfección.  Él tiene la capacidad de instar a cada uno de nosotros a hacer más de lo que podemos y a continuar luchando hasta obtener nuestras metas.

Mientras se efectuaban los preparativos para las conferencias de área en México, América Central y Sudamérica, en el mes de febrero de 1977, recibimos confirmación de que efectuaríamos reuniones en La Paz, Bolivia, a 3.400 metros sobre el nivel del mar.

Los doctores Ernest L. Wilkinson y Russell M. Nelson nos indicaron que el presidente Kimball debía descansar de cuatro a seis horas para aclimatar el corazón y la presión sanguínea a esa altitud.  El Presidente tiene tanto que atender en las conferencias de área que poco puede descansar. (En realidad, los médicos acompañaron a las Autoridades Generales para que nosotros pudiéramos seguirle el paso a él.)

Hablé con los presidentes Tanner y Romney y les pedí que me ayudaran para lograr que el presidente Kimball descansara en La Paz algunas horas antes de que se iniciara la conferencia de área.  Ambos se limitaron a sonreír y me dijeron: «Puede usted intentarlo».

Se presentaron planes detallados a la Primera Presidencia para las conferencias de área en los países latinoamericanos.  Mientras el presidente Kimball repasaba los programas, noté que hacía dos marcas rojas junto al nombre de La Paz, donde aparecían dos reuniones para las que no se había programado su asistencia.  «¿De qué se tratan estas reuniones?, ¿y por qué no asistiré yo?», preguntó.  Hubo una pausa, y luego le dije: «Ese es un período de descanso presidente Kimball».  Él me respondió: «¿Está usted cansado, élder Hales?»

Llegamos a La Paz y la primera reunión fue una presentación cultural.  El no deseaba descansar.  A mí me dolía la cabeza como si me fuera a estallar, pues mi sistema estaba

adaptándose a la altura; todos tuvimos que aplicarnos oxígeno para acelerar nuestra aclimatación a los 3.400 metros de altitud; pero el presidente Kimball no quiso el oxígeno.  Saludó, abrazó y estrechó la mano de dos mil santos.

Después de la última reunión, invitó a darle la mano a otros mil de sus amados hermanos lamanitas que habían llegado del altiplano, y ellos lo abrazaron y saludaron con gran amor.  Al Dr. Wilkinson le preocupó la intensa actividad del presidente en esa altitud, y acercándose le aconsejó que tratara de ir a descansar lo más pronto posible.  El presidente Kimball le contestó: «Si usted supiera lo que Yo sé, no me pediría eso».  A nuestro Profeta le impulsa la fuerza del conocimiento de que nos preparamos para la segunda venida de Jesucristo.  Además, sabe que él y aquellos que con él trabajan en la obra del Señor tienen la responsabilidad de llevar el mensaje a todas las naciones en su propia lengua.

En una oportunidad, el presidente Kimball dijo a las Autoridades Generales: «No temo a la muerte: lo que temo es enfrentar al Salvador y que El me diga: ‘Pudiste haber cumplido mejor’.»

¿Podéis notar en la voz del Profeta la dedicación y la urgencia por adelantar el reino?  «¿Está usted cansado, élder Hales?» Esas palabras resuenan en mis oídos cada vez que me

detengo para descansar.  Si supiésemos lo que él sabe, también nosotros trabajaríamos con todo nuestro corazón, poder, mente y fuerza.

Cuando tratábamos de cuidarlo, nos decía: «Sé que todos están tratando de salvarme; pero no quiero ser salvado, sino exaltado».  Y luego añadía que el Señor lo protegería mientras fuera el Profeta, y que no debíamos aminorar la marcha de la Iglesia por causa de él.

El Señor le dijo al profeta José Smith:
«Hijo mío, paz a tu alma; tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento;
y entonces, si lo sobrellevas bien, Dios te ensalzará; triunfarás de todos tus enemigos.
Tus amigos te sostienen, y te saludarán de nuevo con corazones fervientes y manos amistosas.» (D. y C. 121:7-9.)

Pido que el Señor nos bendiga para que podamos sentir la urgencia de esta gran obra y para que comprendamos qué es lo que mueve a nuestro Profeta.  El es misionero porque sabe que toda la humanidad debe ser enseñada por el Espíritu y debe ser bautizada.  Y si vivimos dignamente, obtendremos la vida eterna, seremos exaltados y regresaremos a la presencia de Dios el Padre y Jesucristo para morar con ellos por toda la eternidad.

Testifico que el Profeta dirige esta Iglesia hoy día por revelación.  En una ocasión, al dar fin a una conferencia general, el presidente Kimball citó el pasaje que dice: «¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?» (Lucas 6:46.) Es mi oración que digamos «Señor, Señor», y que hagamos lo que el Profeta y los que guían la Iglesia nos indican y sigamos su ejemplo.  En el nombre de Jesucristo. Amén

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