Una época de fortalecimiento

Conferencia General Octubre 1983
Una época de fortalecimiento
por Barbara B. Smith
Presidenta General de la Sociedad de Socorro

Barbara B. Smith«Los principios del evangelio son eternos y nos proveen las respuestas exactas para satisfacer nuestras necesidades actuales.»

Presidente Hinckley, élderes Maxwell y Larsen, presidentas Young y Cannon, hermosas niñas de la Primaria y Mujeres Jóvenes, y mis amadas hermanas de la Sociedad de Socorro: Nos hemos reunido para hablar de aquello que tenemos en común. Pese a que nuestra edad, etapas en la vida y las circunstancias crean diferentes problemas, aún así, las hermosas palabras del himno que el coro acaba de entonar deberían ser el lema para todas nosotras — jóvenes y adultas— «Jehová es la fortaleza de mi vida» (Salmos 27:1).

Espero que por medio de este mensaje quede cimentado y se reafirme en nuestro corazón la realidad de que los principios del evangelio son eternos y que las verdades eternas nos proveen las respuestas exactas para satisfacer nuestras necesidades presentes. Tales necesidades son notables por su diversidad y exigen inmediata atención, pero al buscar vacilantemente las respuestas, algunas veces dejamos pasar inadvertido lo que es más evidente. Es que muchas veces las soluciones no están en lo que no se ha descubierto sino en lo que no se ha utilizado.

Cuando el Señor restauró el evangelio a la tierra en toda su plenitud y pureza, también organizó la Iglesia, como un medio para que los preceptos se convirtieran en principios vivientes a fin de ayudar a los creyentes a convertirse en santos. Y ciertamente así fue; llegaron a ser santos cuando, como conversos, y debido a su gran fe, tuvieron que poner a prueba estos preceptos; y en la fortaleza del Señor vieron el logro de sus metas, sus esperanzas realizadas y el crecimiento de su propia fuerza.

En el emotivo recuento de la compañía Martin de carros de mano, a la que sorprendió una tormenta temprana del invierno en su travesía de lowa al valle de Salt Lake, leemos de Margaret Dalglish, «una valiente señorita escocesa que se había debilitado hasta el punto de quedar sólo en piel y huesos, pero seguía caminando». Después de haber cruzado ríos semicongelados, sufrido en las tempestades de la nieve, pasado hambre y la pérdida de seres amados, ella se encontraba entre los que todavía, «empujando sus destruidas carretas, caminaban con sus propías piernas» hasta que por fin llegaron al valle.

Aunque las pruebas por las que tuvieron que pasar las mujeres en los días de los pioneros parecen tener proporciones más heroicas que las que tiene que encarar la mujer hoy día, hasta cierto punto compartimos el mismo espectro de problemas —enfermedades, divorcio, drogas, muerte, inmoralidad, inseguridad económica, abuso, soledad, depresión, la responsabilidad de estar solas como jefes de familia— problemas con los cuales las mujeres han luchado en el pasado y que ahora también tienen que encarar.

Vivimos en una época en que los rápidos cambios de nuestra estructura social nos han impuesto enormes retos. Debemos recordar que el trabajo de la mujer es importante y que se debe llevar a cabo. Los hijos espirituales de Dios deben tener la experiencia de esta vida terrenal, y eso significa que se debe querer, nutrir, amar y cuidad a los bebés. El Señor ha dado a la mujer una responsabilidad importantísima para que establezca buenos hogares y cuide a su familia. Sin importar los problemas que existan, debemos buscar la manera de cumplir con esta obra eterna. «La buena vida familiar nunca es un accidente; siempre es un logro.» Esto fue tan cierto para las mujeres en el pasado como lo es para nosotras en la actualidad. Nuestra vida requiere disciplina, salir adelante sin comprometernos, convertir los preceptos en principios vivientes que nos harán más dignas. Podemos ver ejemplos a nuestro alrededor.

Pensemos en la hermana, recién bautizada, que aceptó el cargo de enseñar una lección de la Sociedad de Socorro. Un domingo en la mañana cuando le fue imposible hacer los arreglos para el transporte, caminó más de diecisiete kilómetros para llegar al centro de reuniones y presentar la lección, a fin de poder cumplir con su responsabildad.

La visita de una presidenta de la Sociedad de Socorro a una hermana sorda que estaba inactiva reveló que a ésta le era muy doloroso asistir a las reuniones y no poder participar. Antes de salir de este hogar, la presidenta le prometió a la hermana que si asistía a la Sociedad de Socorro, se le iba a tomar en cuenta. La presidenta y todas las demás oficiales aprendieron a hablar por señas. Gratitud, satisfacción y desarrollo personal fue el beneficio recibido por haber utilizado esta nueva habilidad que se puso en práctica para satisfacer la necesidad de una persona.

El esposo de una hermana de la Sociedad de Socorro falleció en un terrible accidente automovilístico; ella quedó sola, con tres niños pequeños, sin los medios para sostenerse y con muy poca seguridad económica. Después de haber evaluado las circunstancias, los pocos recursos disponibles y sus habilidades y talentos, esta valiente mujer desarrolló un plan por medio del cual pudo finalizar su educación y así proveer el sustento para la familia durante las horas en que los niños estaban en la escuela. Por medio de los principios de la frugalidad, disciplina y confianza en el Señor se pudieron satisfacer las necesidades de la familia, y también se brindó un amoroso cuidado a los padres ya ancianos de esta hermana.

Así como el Señor organizó la Iglesia, nosotros, que tenemos el evangelio, necesitamos organizar nuestra vida para hacer lo que es necesario para convertirnos en «hacedores de la – palabra» (Santiago 1:22) y, al hacerlo, llegar a conocer la fortaleza en el Señor.

Esta fortaleza viene cuando nos preparamos para recibir sus bendiciones, las reconocemos y. utilizamos sus dones para que en realidad sus caminos sean nuestros caminos.

En el amado himno de los Santos de los Últimos Días, «Oh mi Padre», Eliza R. Snow celebra con palabras la continuidad de las relaciones familiares más allá de la muerte y nos recuerda que tendremos una gloriosa reunión con nuestros padres celestiales. El himno fue escrito para dar consuelo a una amada amiga que había perdido a sus padres en una forma muy trágica. Las conocidas palabras del himno declaran poéticamente una gran verdad que fue revelada por medio del profeta José Smith.

Si analizamos cuidadosamente, podremos notar, en ese solo incidente en la historia de la Iglesia, algunos de los dones que Dios ha dado para fortalecer a la mujer Santo de los Últimos Días, a saber: verdad revelada, liderazgo en el sacerdocio, talentos individuales y oportunidades de servicio. Esto está al alcance de cada mujer y nos puede dar el poder para triunfar aun en las circunstancias más difíciles y seguir adelante llenas de fortaleza,

Tan sólo al rendir servicio compasivo a una hermana, Eliza R. Snow utilizó sus talentos, respondió a la autoridad del sacerdocio y en forma muy expresiva escribió una verdad que había sido revelada.

En realidad, cuando José Smith se arrodilló en la arboleda sagrada e hizo su pregunta, lo hizo por cada uno de nosotros. La respuesta que recibió es el cimiento seguro de las verdades fundamentales sobre las cuales nosotros debemos edificar nuestra vida. José Smith también demostró que por medio de la oración personal se puede recibir verdades eternas como respuesta para satisfacer necesidades individuales. El poder celestial nos puede ayudar a comprender y relacionar lo eterno con nuestras preocupaciones presentes.

No importa las circunstancias, ésta puede ser la época en que ustedes podrán fortalecerse, ya que uno de los conceptos importantísimos del evangelio es que el Salvador vendrá otra vez. El nos dice: «He aquí, yo vengo pronto». (Apocalipsis 3:11). Debemos vivir con la constante esperanza de Su venida, y si estamos preparados para recibirlo tendremos nuestra mayor fortaleza. Que este sea nuestro baluarte en contra de las tentaciones o la holgazanería; que nos impulse a leer las palabras del Salvador, a escudriñar en nuestro corazón y a tratar de vivir cada principio de .rectitud que El nos ha enseñado. Esto requerirá que amemos como El amó. Entonces, se nos dice, cuando El venga lo conoceremos y seremos semejantes a El. (1 Juan 3:2.)

Que el Señor sea nuestra luz y nuestra salvación, ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

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