Conferencia General Abril 1984
El abrirnos paso entre la niebla
Élder William G. Bangerter
del Primer Quorum de los Setenta
«Debido a que muchos en el mundo aceptan estas acciones [inicuas], si nos oponemos o hablamos en contra de ellas, se burlarán de nosotros. Nos llamarán puritanos, mojigatos y santurrones, como si fuésemos nosotros los pecadores.»
Presidente Kimball, hago eco a los sentimientos de todos los presentes para decirle que le amamos, como tantas veces usted lo ha dicho.
Creo que he elegido un buen tema, ya que muchos lo han mencionado hoy, y quisiera decir algo en cuanto a la necesidad de abrirnos paso entre la niebla.
Al enfrentar esta asignación, recuerdo los principios básicos que expresó, ya hace algunos años, el presidente J. Reuben Clark, hijo, quien dijo:
«Existen tanto para la Iglesia como para todos sus miembros, dos cosas primordiales que no debemos dejar pasar por alto, olvidar, restar importancia o descartar:
«Primero: que Jesucristo es el Hijo de Dios. . .,
«Segundo: que el Padre y el Hijo ciertamente . . . aparecieron al profeta José en una visión . . .; que el evangelio y el santo sacerdocio . . . fueron restaurados . . . a esta tierra ya que se habían perdido debido a la apostasía de la iglesia primitiva» («The Charted Course of the Church in Education», 8 de agosto de 1938, pág. 3).
Testifico que estas declaraciones son verdaderas porque este conocimiento me fue revelado por medio del innegable Espíritu de Dios.
En un tiempo descrito en las Escrituras como lleno de «iniquidad y venganza» (Moisés 7:60), la Primera Presidencia ha enviado el siguiente mensaje especial a la Iglesia en todas las estacas: «Permaneced en el recto y estrecho camino obedeciendo todos los mandamientos.»
Para nosotros que reclamamos tener la dirección que recibimos de profetas llamados de Dios, es un buen tiempo para que pongamos atención. Para aquellos que han abandonado los mandamientos, como si Dios no existiera, quizá no recibirán más advertencias, «porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella.» (Mateo 7:13.)
La advertencia es en contra de la maldad. En otras palabras, el pecado y la iniquidad. Como si estuviera hablando de este tiempo, Pedro dice de los que «negarán al Señor», por avaricia «harán mercadería de vosotros», el ejemplo de Sodoma y Gomorra y «la nefanda conducta de los malvados. . . tienen los ojos llenos de adulterio, no se sacian de pecar». (2 Pedro 2:1, 3, 6, 7, 14.)
Si reflexionamos por un momento en los medios de comunicación y en la propaganda, nos daremos cuenta de que inducen al uso de las drogas, del alcohol, etc. y muestran claramente que por la ambición de ganar más dinero están tratando de vender o comprar almas para hacer «mercadería de vosotros».
Los anuncios, artículos de periódicos, expresiones públicas, etc. a menudo llevan consigo «la nefanda conducta de los malvados» (2 Pedro 2:7). Nosotros llamamos a esto una generación inicua y adúltera.
Es un hecho el que constantemente estamos siendo bombardeados por un despliegue de iniquidad que pasa ante nuestros ojos, lo que en cierto sentido no podemos evitar.
Generalmente se entiende que la exhibición de tales cosas como el adulterio, la pornografía, el nudismo y el libertinaje se debe mantener alejada de los jóvenes. Así debería de ser, pero el fijar una edad como límite es pura hipocresía. Tal vez se está filtrando mayor corrupción entre las personas mayores y la generación de casados. Estos son los que cometen el adulterio, los que destruyen los hogares y violan la santidad de las familias. Los casados obtienen divorcios, quebrantan los convenios, engañan a sus cónyuges y son ímprobos en sus cometidos.
Y, por supuesto, al participar en estas iniquidades declaran que las cosas ya no son tan malas como parecen. Debido a que muchos en el mundo aceptan estas acciones, si nos oponemos o hablamos en contra de ellas, se burlarán de nosotros. Nos llamarán puritanos, mojigatos y santurrones, como si fuésemos nosotros los pecadores. Se nos acusará de mal pensados porque fracasamos al no apreciar la «belleza y naturalidad» de nuestro cuerpo.
Un vivido ejemplo de esta actitud nos fue representado una noche, durante una reunión sacramental, hace ya varios años, cuando un tal hermano Smith fue llamado a predicar. Nos habló de sus experiencias trabajando en la rehabilitación de hombres en la prisión del estado. Una madre le había pedido que tratara de influir en su hijo que era prisionero.
Al tratar de aproximarse al joven, el hermano Smith fue rudamente rechazado: «Déjeme solo», fue el mensaje. Sin embargo, un día el hermano Smith se fijó en una pintura algo tosca, y al preguntar quién la había pintado se enteró de que había sido el joven. Esto lo inspiró para intentar otra manera de acercarse a él:
—¿Tú pintaste este cuadro?
—Sí, yo lo hice.
—Me gustó mucho y estaba pensado si te gustaría pintar algo para mí.
—No sé. ¿Qué quiere que haga?
—Lo que estoy pensando —dijo el hermano Smith—, nunca lo he visto, sólo he leído de ello.
—¿Dónde está? —preguntó el joven.
—Está escrito en este libro — respondió el hermano Smith—, en El Libro deMormón, 1 Nefi, capítulo 8.
¿Te gustaría leerlo para ver si puedes pintarlo?
Días después el hermano Si ii a ii le preguntó aljoven si ya había leído el pasaje.
—Sí, lo leí.
—¿Captaste la escena?
—Sí.
—¿Te gustaría pintármela?
—No estoy muy seguro si quiero hacerlo o no.
El hermano Smith obtuvo todo los materiales necesarios para pintar un cuadro y se los entregó aljoven, que por primera vez respondió con amabilidad y agradecimiento porque iba a poder utilizar materiales de buena calidad, y pintó el cuadro. El hermano Smith lo llevó a la reunión sacramental de manera que lo he visto. Es, por supuesto, la escena del sueño de Lehi.
Ahora, por favor tratad de imaginar esa escena. Todos los que habéis leído 1 Nefi, capítulo 8 la recordaréis. Si todavía no lo habéis leído, espero que lo hagáis y tratéis de captar el sentimiento y la visión de dicha escena.
Los elementos son: primero, Lehi caminando en el desierto obscuro y lúgubre, hasta llegar al campo grande y espacioso; el árbol cuyo fruto era deseable para hacer a uno feliz, el amor de Dios; el deseo de Lehi de compartir el fruto con su familia; la rebelión de dos de sus hijos; innumerables concursos de gentes que se estaban apremiando para recibir el fruto; un vapor de tinieblas que se levantó para obscurecer el sendero; el río junto al sendero que podría significar la destrucción; la barra de hierro que representaba la seguridad si se mantenía en el sendero; el edificio grande y espacioso en la otra parte del río que estaba lleno de personas en actitud de estarse burlando; la susceptibilidad de aquellos que siguieron el sendero para sucumbir debido a la burla y el orgullo de los del mundo y de los que se desviaron después de que hubieron probado el fruto del árbol de la vida y cayeron en senderos prohibidos y se perdieron.
No conozco otra descripción más gráfica de la condición de aquellos que se llaman Santos de los Últimos Días y están bajo la influencia del mundo, que esta gran visión. Esta historia es real. Es una gran profecía, es una amonestación vivida.
Permitidme finalizar la historia del joven prisionero. El hermano Smith señaló a un ángel que el joven había pintado sobre las aguas sucias y le preguntó:
—¿De dónde sacaste el ángel? No recuerdo haber leído de un ángel. El joven le respondió:
—Yo sé, pero lo puse allí. Ese es mi ángel. Conforme iba pintando el cuadro, empecé a comprender que Dios ha colocado una influencia en mi camino que me puede llevar a la senda segura y redimirme del sendero que he estado siguiendo.
Esta experiencia, por supuesto, fue el principio de su regeneración.
Sí, las voces y las tentaciones del mundo hacen que las cosas buenas parezcan malas y las malas buenas. Las atracciones falsas para participar de la inmoralidad, para poder ver las cosas prohibidas en nuestros propios aparatos de video, de buscar el placer como si Dios no existiera, son, en realidad, las puertas del verdadero infierno, abiertas por aquel que desea atarnos con sus terribles cadenas.
Hace mucho aprendí a volar aviones. El instructor estaba volando derecho y a un mismo nivel. En el horizonte se podían ver unas montañas. Entonces hizo algo así [mostró con la mano que el avión descendió bruscamente] y vi las montañas elevarse. Después, dio toda una vuelta y continuó en su posición normal. Hizo que el avión girara y a medida que Íbamos descendiendo y girando vi que toda la tierra daba vueltas como si fuera una gran rueda. La visión fue muy vivida; se veía muy real. Desde ese entonces he hecho las mismas maniobras muchas veces. Si tuviera que hacerlas hoy día, no podría hacer que la montaña se elevara ni que la tierra girara. ¿Por qué? Porque la experiencia me ha enseñado la realidad y ahora no puedo ser engañado.
Para los miembros de la Iglesia la realidad es que «Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. El Padre y el Hijo realmente aparecieron al profeta José. El evangelio fue restaurado a la tierra.»
No tenemos ninguna excusa para salir de la senda de la rectitud. Si nos aferramos a la barra de hierro, no podemos ser engañados.
En uno de nuestros himnos cantamos de Nefi, el vidente de los tiempos antiguos. Nefi vio la visión de su padre Lehi.
A Nefi, vidente de antigüedad, visión de Dios llegó,
en la que la barra de hierro también se le mostró.
En nuestro viaje terrenal nos rodea la tentación,
andamos entre nieblas, peligrando en toda ocasión.
Y al opacársenos el camino y asecharnos el tentador,
podemos confiar en la barra y pedir al cielo confervor.
No nos soltemos de la barra, esa barra de hierro fuerte, segura y brillante.
La barra de hierro es la voz de Dios que nos conduce siempre adelante.
(Hymns, núm. 186, traducción libre.)
En el nombre de Jesucristo. Amén.
























