Conferencia General Abril 1984
Un milagro hecho posible por la fe
Presidente Gordon B. Hinckley
Segundo Consejero en la Primera Presidencia
«La Iglesia nunca ha retrocedido ni un paso desde su organización en l830, y nunca lo hará. Es la obra del Maestro, es la Iglesia de Dios.»
Hermanos, me gustaría primeramente expresaros mi agradecimiento por vuestra presencia dondequiera que os encontréis reunidos. Gracias especialmente a los jóvenes. Los que están en el Tabernáculo vinieron muy temprano y ya hace tres horas, en muchos casos, que están aquí sentados. Sé que estáis un poco cansados. La reunión no durará mucho tiempo más.
Es costumbre que un oficial ejecutivo de cualquier organización presente un informe anual a los accionistas. Os considero a vosotros, hermanos, como accionistas en esta gran obra del Señor, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Creo que me gustaría brindaros un informe a vosotros, como accionistas.
Lo hago humildemente y sin espíritu de jactancia ni arrogancia, con la esperanza de que el Señor me inspire en lo que vaya a decir. Lo hago también porque se está realizando un esfuerzo insidioso por arruinar a la Iglesia y destruir su credibilidad, aun entre sus propios miembros.
Me complace deciros que la Iglesia goza de «buena salud». Muchos habréis escuchado el informe estadístico leído esta tarde por el hermano Francis Gibbons, secretario de la Primera Presidencia. Quisiera ahora mencionar algunas de esas cifras y hacer algunos comentarios al respecto.
El 31 de diciembre próximo pasado, los miembros de la Iglesia sumaban 5.400.000. Esto significa un aumento de 239.000 en relación al año anterior. ¡Qué maravilloso es ser parte de una organización tan dinámica y creciente! Algunos de nuestros críticos y enemigos nos han desafiado para que presentáramos el número de quienes han dejado la Iglesia durante el año. Pero os aseguro que son relativamente pocos. Cada vez que veo una de esas solicitudes me lamento por el individuo. Con todo mi corazón deseo entonces que él o ella no lo hubiera hecho. Pero aun así, no interferimos en su camino. Les alentamos siempre a permanecer en la Iglesia. Pero si desean abandonar todas las maravillosas bendiciones que les corresponden como miembros de la Iglesia, ese es su privilegio. Algunos se fueron y probaron nuevas doctrinas, y después de algún tiempo las encontraron desagradables y pidieron ser admitidos de nuevo en la Iglesia; y les dimos la bienvenida.
Tal vez os interese saber que los bautismos de conversos por misioneros disminuyeron en algo durante 1983. Sabríamos que esto sucedería cuando redujimos el tiempo de servicio misional de los varones de 24 a 18 meses. Esto significa una reducción de un 25 por ciento en el tiempo en que los jóvenes sirven como misioneros. Os aseguro que la disminución de bautismos ni se aproxima a ese porcentaje. Todo esto indica que aun cuando nuestros jóvenes sirven por un período más corto, lo hacen con más vigor y eficacia.
Hacia fines de 1983 había 26.565 misioneros. ¡Qué increíble ejército de siervos fieles y devotos del Señor que brindan su tiempo y recursos para el progreso de esta gran obra de salvación! Pero, como ya se ha dicho, se necesitan muchos más, porque el campo está blanco y listo para la siega, y los obreros son relativamente pocos. Cada hombre o mujer que se embarca en este servicio bendice la vida de todos a quienes enseña, Más aún, su propia vida se enriquece en esta generosa labor. ¿Quién no ha sido testigo del milagro de un misionero que se ha desarrollado maravillosamente durante su servicio en la obra del Señor?
Los líderes del sacerdocio y padres y madres deberían capacitar desde niño al joven para que sienta el deseo de servir como misionero. Nuestras reuniones sacramentales deberían ser constantemente enriquecidas con los testimonios entusiastas de quienes han regresado de la misión.
Más aún, a todos se nos debe recordar que tenemos que compartir el evangelio con aquellos con quienes nos relacionamos. Repito la palabra compartir. Me agrada. Desapruebo el uso de lo que puede ser considerado como fuerza o presión con quienes viven entre nosotros. Lo considero innecesario. La amistad y una vida ejemplar del evangelio de Jesucristo, con comprensión de la oportunidad de guiarles silenciosa y suavemente en dirección a la Iglesia, lograrán mucho más y aquellos que necesitan o buscan ayuda la resistirán menos y la apreciarán más.
Seguidamente en mi informe os presento el estado financiero. Las finanzas de la Iglesia están en excelentes condiciones. Como consecuencia del gran aumento de la obra en todo el mundo, las demandas sobre los diezmos son enormes. En este momento tenemos 896 edificios en construcción. Es una tremenda empresa. ¡Casi 900 edificios nuevos! ¡No sé de nada semejante! Y es posible sólo mediante la consagración de los Santos en obediencia a los mandamientos de Dios. Como sabéis, hemos cambiado el porcentaje de participación para la construcción de edificios. Antes teníamos la participación de 70 y 30 por ciento en la mayoría de las regiones, lo que fue cambiado recientemente a un 96 y 4 por ciento. Los fondos de la mayor parte de los edificios en construcción provienen de los diezmos de la Iglesia. Mucho nos complace que esto haya sido posible. El Concilio de Disposición de Diezmos, establecido por revelación, y consistente de la Primera Presidencia, el Consejo de los Doce y el Obispado Presidente, ha determinado que los egresos anuales jamás excedan a los ingresos de la Iglesia.
En 1983 se dedicaron seis nuevos templos. En 1984 tenemos programado dedicar seis mas, y aún otros seis templos durante 1985. Esta mañana anunciamos la construcción de cinco templos más, en las regiones de Bogotá, Colombia; Toronto, Canadá; Pórtland, Oregon; San diego, California; y Las Vegas, Nevada.
Esto es verdaderamente significativo. Ha sido una maravillosa experiencia el reunirme, junto con otras Autoridades Generales, con dignos y fieles miembros de la Iglesia, en los nuevos templos de Atlanta, Georgia; Tonga, Samoa y Tahití; en Santiago, Chile; y en la Ciudad de México. Hay que vivir una experiencia como esa para apreciarla plenamente. En cada caso, la gente se reunió desde cerca y de lejos, bien vestidos, limpios y radiantes; hombres, mujeres y niños, con grande fe en el corazón y una viva convicción acerca de la sagrada naturaleza y propósito de estas casas sagradas.
He mirado sus rostros; he visto sus lágrimas, de hombres y mujeres fuertes que lloraron de amor y agradecimiento a Dios por las bendiciones de la Casa del Señor. Estos millares de miembros ejemplares saben que sólo en los templos es válida la autoridad selladora del sagrado sacerdocio para más allá de esta vida y para la eternidad. Saben que sólo mediante las ordenanzas de estas casas sagradas pueden abrirse las puertas de las prisiones de sus antepasados, a fin de que puedan disfrutar de todas las bendiciones del evangelio eterno, reservado por un amoroso Padre para sus hijos.
Considero un milagro que la Iglesia pueda lograr tanto. Es un milagro hecho posible por la fe y bajo un plan que el Señor mismo estableció para el financiamiento de su reino.
El de los diezmos es un principio simple y directo. En lo que a nosotros respecta, el principio es presentado en un versículo de la Sección 119 de Doctrina y Convenios. Ese cuarto versículo consta de 35 palabras. Comparemos eso con los encumbrados y complejos códigos impositivos creados e impuestos por los gobiernos. El primero es una breve declaración del Señor en la que deja el pago a cargo del individuo y es motivado por la fe. El otro es una complicada maraña creada por el hombre y obligada o impuesta por ley.
La Iglesia vivirá de acuerdo con sus medios económicos. De eso podéis estar seguros. También podéis estar seguros de que haremos todos los esfuerzos necesarios para salvaguardar estos sagrados fondos, para que sean gastados con sabiduría para satisfacer así las necesidades que estén en armonía con la gran misión de la Iglesia.
Como forma de conservar los recursos de la Iglesia, y al mismo tiempo incrementar las oportunidades de servicio voluntario, instituirnos un programa mediante el cual muchos hermanos y hermanas jubilados están sirviendo como voluntarios en los templos y en los departamentos y oficinas de la Iglesia. El número de los que así están sirviendo se aproxima a la cantidad de 5.000 personas, lo que puede traducirse en aproximadamente 500 empleados regulares, con el consiguiente ahorro, con respecto al valor de salarios y beneficios, de más de diez millones de dólares. Estos maravillosos y dedicados hermanos trabajan en forma eficaz y con amor y dedicación en el desarrollo de la causa.
Como testimonio personal, y mientras hablamos de los recursos económicos de la Iglesia, reiteramos la promesa del Señor dada en la antigüedad mediante el profeta Malaquías, de que El abrirá las ventanas de los cielos sobre quienes sean honrados con El en el pago de sus diezmos y ofrendas, hasta que sobreabunden dichas bendiciones. Toda persona que paga honradamente sus diezmos puede testificar que el Señor cumple con su palabra.
El programa educativo de la Iglesia sigue adelante. La obra de enseñar a los alumnos en el programa de seminarios e institutos aumenta constantemente. A fines de 1983 había 389.258 estudiantes inscritos en los seminarios e institutos de religión. Quienes fuisteis beneficiados de este programa conocéis su tremendo valor. Exhortamos a que todos los que puedan hagan uso del mismo. No dudamos en prometeros que vuestro conocimiento del evangelio aumentará, vuestra fe se fortalecerá y desarrollaréis maravillosas amistades con personas que tienen intereses comunes.
A veces pienso en la fe que se ejerció para la traducción y primera impresión del Libro de Mormón. En esa primera edición hubo 5.000 ejemplares, impresos en Palmyra en marzo de 1830. En años recientes el Libro de Mormón ha sido impreso en diversas ediciones de más de un millón de ejemplares por año, y se imprime todo el libro o gran parte de éste en 67 idiomas.
De este sagrado volumen leo estas palabras:
«¡Oh, si fuera yo un ángel y se me concediera el deseo de mi corazón, para poder salir y hablar con la trompeta de Dios, con una voz que estremeciera la tierra y proclamar el arrepentimiento a todo pueblo!» (Alma 29:1).
No hemos llegado a ese punto, pero hemos dado un paso gigantesco en esa dirección. Muchos miles de vosotros, hermanos, en todas partes, estáis unidos a nosotros tanto por la voz como por la imagen, mediante un notable sistema de satélite establecido por la Iglesia. Mediante este sistema podemos declarar la palabra del Señor a nuestro pueblo de costa a costa, y más allá todavía, hasta Alaska y las islas de Hawai. Estamos asimismo tratando constantemente de extender el alcance de estas técnicas.
Ahora os informo de otro asunto: Tuve el privilegio de presidir la estaca número 150 de la Iglesia, creada en el año 1945, 115 años después de la organización de la Iglesia. Ahora, menos de cuarenta años después, existen 1.458 estacas, o sea un aumento de casi diez veces en el número de estacas de Sión. Durante 1983 se organizaron 378 nuevos barrios y ramas haciendo así un total de casi 14.000 al cerrar el año. No es entonces de extrañarse que tengamos que construir tantos edificios nuevos, tanto para la adoración como para la enseñanza.
Todos estos asuntos de los que he hablado son estadísticas, y en su mayoría podrían clasificarse como temporales. Pero hay un elemento aún más importante que nos preocupa, y es la calidad espiritual de la vida de nuestro pueblo.
Sabemos que un número cada vez mayor asiste a las reuniones sacramentales para renovar sus convenios con el Señor y tomar de nuevo sobre sí el nombre de Cristo. Sabemos que lo mismo sucede con las noches de hogar y el permanecer juntos los domingos como familia, aprendiendo, juntos sobre el evangelio. Vemos evidencias de que un número cada vez mayor practica la oración familiar en forma regular. Confiamos que lo mismo suceda con la lectura de las Escrituras y que de ellas reciban inspiración.
Recientemente he tenido la oportunidad de hablar con sesenta y tres hombres y extenderles el llamamiento de servir como presidentes de misión. Uno no puede tener tal experiencia sin llegar a reconocer la profundidad de la fe que se encuentra en los corazones de esta gente. Esposo, esposa e hijos están dispuestos, al llamado de la Iglesia, a dejar las comodidades del hogar, sus amigos, sus seres queridos y su trabajo, para salir a enseñar el evangelio de Jesucristo.
Hermanos, la obra del Señor avanza tanto como en cualquier otra época de la historia de la Iglesia, y aún más rápidamente. Individualmente podremos fracasar en hacer nuestra parte, pero en ese caso el Señor levantará a otro que ocupe nuestro lugar, porque él no permitirá que su obra fracase.
Estamos familiarizados con los rumores de que la obra fracasaría. Cuando el Libro de Mormón salió de la imprenta, los críticos dijeron que muy pronto caería en el olvido; cuando se originaron las dificultades en Kirtland, los crudos enemigos dijeron que la obra fracasaría; cuando los Santos fueron expulsados de Missouri, aquellos que los obligaron dijeron que la Iglesia pronto acabaría; cuando el Profeta y Hyrum fueron asesinados en Carthage, sus asesinos afirmaron que eso sería el fin; cuando en febrero de 1846 las carretas cruzaron el río en medio del crudo invierno, los enemigos de la Iglesia dijeron que no podría sobrevivir; cuando los santos se encontraron en este valle solitario, con las langostas devorando sus cosechas, hubo algunos que pensaron que era el fin.
Pero la obra ha continuado avanzando. La Iglesia nunca ha retrocedido ni un paso desde su organización en 1830, y nunca lo hará. Es la obra del Maestro, es la Iglesia de Dios, es su obra establecida en estos últimos días, es la pequeña piedra que cortada del monte, sin manos, rodaría hasta llenar toda la tierra. (Véase Daniel 2:44-45.) Dios la bendiga mientras continúa avanzando en su curso señalado. Y que cada uno de nosotros sea fiel en hacer lo que está de nuestra parte para su progreso, lo ruego humildemente, mientras os dejo mi testimonio de su veracidad y divinidad, en el nombre de Jesucristo. Amén.
























