Una generación preparada para tomar decisiones sabias

Conferencia General Abril 1984
Una generación preparada para tomar decisiones sabias
Elaine A. Cannon
Recientemente relevada como Presidenta General de las Mujeres Jóvenes

Elaine A. CannonNuestra meta como Presidencia delas Mujeres Jóvenes ha sido «formar una generación que esté preparada para tomar decisiones sabias. . . que tenga el deseo de hacer convenios santos y cumplirlos, y de aprender la palabra de Dios y compartirla con los demás.»

Presidente Kimball, es para todos nosotros una gran bendición contar con su presencia en esta conferencia. Con la autorización del presidente Hinckley, presidente Benson y las demás Autoridades Generales, deseo rendir un tributo especial al élder Tuttle, quien nos acaba de hablar. El ha sido asesor a la organización de las Mujeres Jóvenes durante los últimos años, y le amamos profundamente.

Es en verdad emocionante para mí estar en este púlpito, en este Tabernáculo, al que he venido siempre a oír las conferencias. Mi cumpleaños cae en estas fechas y puedo recordar perfectamente que celebré mi noveno año aquí, en el Tabernáculo, escuchando los mensajes de nuestros líderes. Por lo tanto, es realmente emocionante para mí el que se me haya otorgado la palabra en esta Conferencia General.

Nos hemos reunido aquí en el nombre del Señor. Estamos embarcados en una obra que es verdadera, y yo, al igual que todos vosotros, estoy agradecida por el privilegio de ser miembro de esta Iglesia.

Ayer tuve una experiencia interesante. Últimamente, en algunos círculos, se ha hablado acerca de que las mujeres deberían poseer el sacerdocio. Entonces alguien me preguntó cómo me sentiría si tuviera el sacerdocio, a lo que contesté valientemente: «Me encanta tener al sacerdocio en mis brazos cuando mi esposo regresa a casa». Y ahora que he sido relevada de este cargo tan especial y tan importante que requería mucho de mi tiempo, voy a estar allí cuando él regrese, y disfrutar de la muy estimada compañía de los míos.

Lo que diga en el día de hoy emana de un corazón lleno de agradecimiento y de preocupación a la vez. Hablaré primero acerca del agradecimiento. La hermana Darger, la hermana Smith y yo, conjuntamente con la hermana Palmer, que ha sido la secretaria ejecutiva a la presidencia de las Mujeres Jóvenes, nos hemos regocijado al trabajar con las hermosas jovencitas de la Iglesia. Hemos disfrutado de cada minuto, y siento una gran dulzura hacia la obra en la cual trabajamos juntas.

Hemos trabajado en paz; hemos servido con fe; hemos buscado la ayuda del Señor y hemos recibido mucho apoyo en nuestra labor. Todas estamos agradecidas por el privilegio de haber tenido la guía que necesitábamos. Ha sido un placer para nosotras servir en este llamamiento y apreciamos mucho a las notables, encantadoras y fieles hermanas miembros de la mesa general y el personal de las Mujeres Jóvenes que han sido relevadas.

Nos ha complacido mucho el trabajar con otras organizaciones auxiliares y sus respectivos líderes, los diferentes departamentos y el gran mecanismo que mueve el funcionamiento general de la Iglesia. Les agradecemos a todos y les hacemos saber que extrañaremos mucho los lazos que nos unían en esta labor. Estamos satisfechas con los nuevos llamamientos que se han hecho; queremos mucho a la hermana Ardeth Kapp, y nos sentimos orgullosas de que sea capaz de tomar el timón de esta obra tan importante. A través de los años, tal como lo he mencionado, he sido guiada en forma especial por líderes del sacerdocio, a quienes hemos llegado a querer y a apreciar muchísimo.

Siento una gran ternura por el presidente Kimball, que hace casi seis años puso las manos sobre mi cabeza para apartarme y darme una bendición especial para servir en el cargo al cual fui llamada. Este gran siervo del Señor, tan benevolente y querido, es de hecho un profeta viviente. Este hombre cálido cuya expresión «hazlo» ha llegado a ser tan popular, me dijo, mientras hablábamos acerca de la juventud de la Iglesia, y lo digo aquí en este Tabernáculo, con gran satisfacción: «Dígales: No lo hagan, especialmente si es algo malo.»

El otro día en la oración dedicatoria del nuevo museo de la Iglesia, el presidente Hinckley nos recordó que la construcción del mismo había sido posible debido al pago de diezmos de los santos fieles. El le pidió a nuestro Padre Celestial que bendijera a los que cumplen con esta ley, y que abriera las ventanas de los cielos y derramara abundantes bendiciones sobre ellos.

En ese momento en particular, el corazón me dio un vuelco porque pude llegar a apreciar, en toda su majestad, todo lo que se ha podido hacer por las Mujeres Jóvenes gracias al pago de los diezmos de todos vosotros que habéis cumplido con esta ley. Se han publicado manuales de lecciones v de instrucciones, se han proporcionado oportunidades de participación y se han provisto pautas para el progreso personal de las jovencitas. Apreciamos mucho vuestros diezmos y ofrendas, así como los servicios prestados.

Mis hermanos, en esta Iglesia contamos con personas buenas y habilidosas, y esta es una gran lección que he aprendido, por la cual estoy profundamente agradecida. En todos los lugares a los que he viajado en estos años de servicio, me he maravillado por la capacidad de las mujeres y la fortaleza de los poseedores del sacerdocio que ocupaban posiciones de liderato en los lugares distantes donde está establecida la Iglesia. Uno se baja del avión, y en medio de un mar de gente extraña pueden percibirse rostros de luz, a los que reconocemos como discípulos de Cristo, miembros de su Iglesia. Es realmente una experiencia maravillosa. Una y otra vez, nuestro Padre Celestial ha llamado a buenos hermanos y hermanas para que guíen a la juventud actual de la Iglesia a ser responsables y fieles.

Al dejar esta maravillosa oportunidad de servir a la juventud, deseo expresar mi preocupación en cuanto a las responsabilidades que tenemos de ayudar a formar una generación que esté preparada para tomar decisiones sabias, para que sea fuerte y sufrida. Debemos formar una juventud que tenga el deseo de hacer convenios santos y cumplirlos, y aprender la palabra de Dios y compartirla con los demás. Esto ha sido lo que nos ha conmovido como presidencia general de las Mujeres Jóvenes.

Hemos restablecido una maravillosa y antigua tradición, con la que muchas de nosotras crecimos en la antigua

AMM. Todos los años, a las jóvenes se les da como lema un nuevo pasaje de las Escrituras, el cual memorizan y recitan todas las semanas. Lo utilizan como fuente de inspiración para sus discursos y para fijar metas, y esperamos que se esfuercen por vivir de acuerdo con el principio que encierra. Este año, el lema se basa en la dedicación, y ha sido tomado del versículo de 1 Nefi 3:7 que dice: «Iré y haré lo que el Señor ha mandado.» Y lo repetimos una y otra vez: «Iré y haré.»

Vosotros que os encontráis reunidos aquí en este Tabernáculo, que nos estáis oyendo por radio o televisión, tenéis más responsabilidad como padres que nosotros como líderes de la Iglesia. Hago eco a las palabras de los hermanos que nos han dirigido la palabra, y esta cita de 1 Nefi 3:7 debe convertirse en una realidad en la vida de la nueva generación, la que debe prepararse, tal como lo dijera el presidente Kimball hace varios años, como una generación del convenio dedicada a preparar la vía para la venida del Señor.

Muchos de los que estáis reunidos aquí en este histórico Tabernáculo, o que nos escucháis desde lejos, recibís los mensajes traducidos en vuestro propio idioma. Esto se hace así para que todos podáis entender la palabra de Dios. Sería enternecedor si pudieseis ver a todos los intérpretes, en sus respectivas cabinas, en el subsuelo de este Tabernáculo, muchos de los cuales son bastante jóvenes. El Señor prometió a sus hijos que se les enseñaría el evangelio en su propio idioma, y esta Iglesia está haciendo que esa promesa se convierta en realidad. Lo que me preocupa es que las familias necesitan enseñarse mutuamente el evangelio en el idioma de Dios, nuestro Padre Celestial. En el hogar, cuando se necesiten guía y dirección, cuando surjan problemas o mal entendidos, ruego que con nuestros jóvenes busquemos en las Escrituras la ley irrevocablemente decretada sobre la cual se basan las bendiciones que se nos han prometido. Cuando leemos la voluntad de Dios en el idioma de Dios, somos más reverentes, testificamos de El, y tomamos la determinación de servirle, la vida de todos será más pura.

Siento un gran amor por el evangelio; amo al Señor, y estoy agradecida por no tener ninguna duda con respecto a que estos hombres aquí presentes son sus siervos especiales en la tierra. Ha sido para mí un privilegio y una gran satisfacción el haber prestado servicio, y estoy agradecida de que haya personas como vosotros, que continuaréis preocupándoos por las mismas cosas que nosotras nos preocupamos, y que prepararéis a estos jóvenes que tanto valen ante los ojos del Señor. En el nombre de nuestro

Señor Jesucristo Amén.

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